Si tuviera que recomendar una película que reflejara de forma clara qué es lo que hace del cine japonés clásico algo tan único y especial más allá de los títulos más conocidos, Where Chimneys Are Seen (1953) sería una de mis más firmes candidatas. De hecho, ni siquiera creo oportuno referirme a ella como una joya oculta, porque aunque en estos lares no es un título tan conocido como otros de la cinematografía nipona, en realidad esta obra de Heinosuke Gosho está considerada por allá como un clásico en mayúsculas, además de una de las obras clave del cine japonés de la posguerra. Y con razón.
Situada en un barrio de las afueras de Tokio, Where Chimneys Are Seen tiene como protagonistas a dos parejas que conviven bajo el mismo techo. En primer lugar está Ryukichi Ogata (Ken Uehara), casado con una viuda, Hiroko (una extraordinaria Kinuyo Tanaka), con la que tiene una excelente relación enturbiada por la sospecha de que le oculta algo sobre su pasado. En segundo lugar dos inquilinos que viven en habitaciones contiguas: la joven Senko Azuma (mi idolatrada Hideko Takamine), locutora de radio, y Kenzo Kubo (Hiroshi Akutagawa), cobrador de impuestos. Su existencia rutinaria se ve afectada cuando un día un desconocido deja un bebé en la casa. Dicho bebé es del primer marido de Hiroko (al que tenían por muerto), el cual lo ha abandonado allá para que su antigua esposa lo cuide. Surge el conflicto: si lo llevan a las autoridades, Ryukichi teme que él y su mujer sean castigados por bigamia, pero al mismo tiempo no quiere cuidar a una hija que no es suya. Este dilema hará que el apacible matrimonio se enturbie ante las sospechas de que Hiroko no haya sido honesta sobre su pasado.
El curioso título de esta película alude a las cuatro chimeneas de una fábrica de Tokio que están colocadas de forma que, dependiendo de la zona de la ciudad desde la que uno las mire, puede parecer que en realidad son menos. Desde la casa de nuestros protagonistas se da la falsa perspectiva de que parezcan solo tres chimeneas. Esto sirve al guión como metáfora para afrontar situaciones tan complejas como aquella en que se encuentran los protagonistas, que dependiendo del punto de vista que uno adopte puede verse de una forma totalmente distinta.
Cuando Kenzo consigue localizar al primer marido de Hiroko, el que ha causado todo este conflicto, se encuentra con un pobre desgraciado sin ninguna maldad que ha tenido esa hija con una mujer que le desprecia y le ha abandonado. ¿Es preferible dejar al bebé en manos de sus auténticos padres aunque con ellos le espere un futuro más que dudoso? Del mismo modo, Ryukichi desprecia inicialmente a ese bebé por no ser suyo y por representar además (por mucho que su esposa no sea la madre y esté vinculada muy tangencialmente con la criatura) esa faceta que le incomoda de su mujer: ese pasado incierto del que solo conoce la versión de ella. Pero cuando con el tiempo se encariña con el bebé pasa a ser reticente a devolverlo a sus padres auténticos. ¿Hasta qué punto tiene derecho a negárselo a su verdadera madre por muy negligente que sea?
Más allá de esos dilemas morales, Where Chimneys Are Seen tiene muchos de los elementos que tanto me gustan del cine japonés clásico, como por ejemplo esa forma tan libre de combinar humor y drama. El inicio de la película parece una simpática comedia costumbrista introduciéndonos al bullicioso día a día del barrio de nuestros protagonistas, y aunque poco a poco el elemento dramático va ganando fuerza, nunca se pierde del todo un cierto tono humorístico. Por ejemplo, en una escena Senko le confiesa a Kenzo una historia personal muy dramática que le sucedió durante la guerra y que la ha llevado a ser reticente a vincularse emocionalmente con otras personas. Pero una vez ha hecho esa confesión, vemos como Kenzo en realidad se ha dormido. De esta forma, el director remata un momento potencialmente tan dramático con un pequeño gag.
De hecho la relación sentimental entre Kenzo y Senko está tratada totalmente exenta de sentimentalismos, dando más énfasis a la compenetración que existe entre ambos que no a los típicos diálogos de amor. Gosho deja a entrever algo al respecto de nuevo con un recurso humorístico cuando Kenzo pone carteles recordatorios en su cuarto sobre cosas que debe hacer, y uno de ellos dice que debe dejar de perder el tiempo hablando con Senko. Más adelante, cuando éste le pregunta a la chica de repente si le quiere, dicha pregunta tan trascendental se inserta en la trama de una forma tan natural que no nos resulta chocante. Ésta, aún dubitativa sobre si le corresponde o no, prefiere decidirlo jugando a piedra-papel-tijera, de forma que si pierde quiere decir que le ama. Cuando éste se rinde después de varios empates, ella le responde decepcionada que iba a dejarse ganar a propósito, la que es quizá una de las declaraciones de amor más extravagantes que se hayan dado en el cine.
Where Chimneys Are Seen es una película que trata grandes temas, como el trauma de la guerra (las dos protagonistas vivieron experiencias demoledoras) o la difícil situación de los japoneses tras el conflicto bélico (reflejado en el trabajo de Kenzo, consistente en perseguir a gente humilde que deben dinero al estado), pero en lugar de poner en ellos el énfasis como hicieron otras películas temáticamente similares realizadas en Europa, prefiere centrarse más en los pequeños detalles que en los grandes acontecimientos. Eso es especialmente evidente en la escena de confrontación entre los protagonistas y la madre del bebé, donde la tensa discusión que tienen deriva en una escena más ligera, en que una amiga de Senko (que acaba de dejar a un hombre rico que la mantenía como amante) se encariña de la madre y caminan juntas mostrando una extraña complicidad pese a ser de caracteres tan dispares.
Éste es en definitiva uno de esos casos de filmes que hacen gala de una supuesta sencillez que beneficia mucho al resultado final, con un desenlace en que, aunque los personajes hayan aprendido algo de todas sus desventuras, sus vidas siguen siendo al fin y al cabo las mismas que al principio.






Hola Doctor,
acabo de descubrir esta maravilla ahora mismo, y al terminar me he dicho que seguro que usted debía de haberle dedicado un apunte antes de que yo le conociera, et voilà.
Hace usted un post perfecto que me libra una vez más de malgastar mi tiempo en crear morralla crítica para alimentar a chatgpt. Solo quiero dejarle unas cosillas que tengo la necesidad de contar, y como no pienso hacerme un twitter ni un X para decirlas, las dejo aquí, donde con más aprecio se las recibirá.
-Lo primero, me ha parecido una película de una construcción absolutamente perfecta, un guion asombroso que lo tiene todo: no deja de sorprender según avanza la trama sin recurrir a giros absurdos, cada personaje es un mundo, hasta los que tienen un par de frases, y todos tienen sus razones, su pasado y su visión del mundo, y aunque ninguno coincide con los demás, entre todos hacen un combo sensato y humano.
-Aunque la puesta en escena de Gosho no tenga la personalidad de otros coetáneos suyos, es tan variada y está tan bien dispuesta que, además de que logra narrarlo todo con fuerza y equilibrio, nos permite disfrutar de cosas infrecuentes, como
-la oportunidad de ver primeros y primerísimos planos de mi reverenciada Kinuyo Tanaka, que aunque no hacen ninguna falta para disfrutar de su divina presencia actoral, como exquisitez cinéfila me vuelven loco. Por cierto que este año también estrenó Ugetsu Monogatari, además de otras dos o tres que no he visto, y de dirigir su primer film, Koibumi, que también me gustaría ver pero no sé si está en el mercado. Menuda leona de metro y medio.
-Qué curioso Ken Uehara, otro gran actor, con lo simpático que era de joven, conduciendo su autobús por la península de Izu y dando las gracias a todo el mundo, y cómo en la madurez se especializó en papeles de maridos atontaos o cabreaos o paraos.
-Brillante el personaje de Takamine, y el de su pareja, los jóvenes vecinos de arriba. Que se quieren porque lo echan a suertes pero siempre empatan porque se quieren.
-He descubierto que el keirin, que es la modalidad de ciclismo en pista que vuelve locos -por las apuestas- a los japos es como llaman realmente al velódromo, o al evento al completo.
-Una prueba de que estamos ante una obra maestra incontestable es que durante lo menos 50 minutos de reloj la banda sonora consiste en un bebé berreando, y sin embargo Gosho sabe encajar el ruido insufrible tanto en la historia como en el variado montaje, de forma que, aunque lo suframos como los demás personajes, ni se nos pasa por la cabeza abandonar el visionado. Esto me recuerda que hay otra peli típica norteamericana que a pesar de ser buena se me hace insoportable porque hay una niña -mayor, no un bebé- que grita de forma insufrible todo el tiempo… Ahora no caigo en cuál es, pero las dos o tres veces que la he visto he terminado poniendo una vela a Herodes. Y sobre la niña… Qué final más extraño: la peli acaba a la vez bien pero a la vez mal, y sin embargo se cierra con simpatía y buen humor (no sé si lo recuerda, pero impagable el calendario-ogino) que se nos contagia con toda naturalidad, aunque a la niña le espera un futuro muy de terminar protagonizando mizoguchis tipo La calle de la vergüenza…
-Qué hermosa idea lo de las chimeneas. Supongo que el argumento está basado en alguna novela interesante y muy bien construida, a ver si lo investigo. Al final, sobre el fin, se ve que son cuatro, pero parecen una. Qué maravilla.
En fin, hay muchas cosas más que me gustaría decir, pero no le quiero aturrullar. Muchas gracias de nuevo y un abrazo fuerte.
Qué maravilla de extenso comentario se ha marcado, Manuel. Usted no se corte cuando le apetezca marcarse textos así, mi casa es su casa (no literalmente, no se venga aquí con pijama que andamos cortos de espacio con tantos rollos de película altamente inflamables desperdigados por toda mi guarida). Le respondo a tres puntos (aunque no quiere decir que el resto hayan pasado inadvertidos).
Sobre el guion, totalmente de acuerdo y me viene a la mente algo que creo haber comentado alguna vez de que siempre se destaca – con razón – el asombroso trabajo de dirección de Ozu, pero no se habla suficiente de la construcción de sus guiones, que me parece alucinante. Aquí es otro rollo pero sigue siendo un texto como dice muy bien articulado, que sabe pasarte de un personaje a otro y que además los define perfectamente – algo ayudado por tener unos actores tan buenos.
Sobre el bebé, reconozco que ahora no me acuerdo de lo que comenta, pero está muy bien visto ese detalle y le prometo que me fijaré cuando la revisione. Y sobre el final, a mí me parece maravilloso y algo que encuentro mucho más en el cine japonés que en el de otros países: esa forma de acabar en un tono «happy sad» en que no te da la impresión de que el guionista haya decidido «voy a apostar por un final feliz/trágico», sino que ha llevado las cosas a su lógica conclusión, con ese tono tan ambiguo que tiene la vida real.
Gosho era respetadísimo en la industria en su momento, y he visto poquísimo de su cine, aunque tengo varias películas aguardándome en la recámara. A ver si le pongo remedio, que esto del cine japonés clásico es un maravilloso pozo sin fondo.
Un abrazo.
PD: si no encuentra el primer filme de Tanaka o cualquier otro, comuníquese con mi becario. Hoy día están todos disponibles y a buena calidad por haber salido en Bluray.