
Escándalo (1950) podría considerarse la película que cierra la primera etapa de Kurosawa justo antes de que le llegara el éxito internacional con Rashomon (1950). De hecho comparte con filmes precedentes como El Ángel Borracho (1948), Duelo Silencioso (1949) o El Perro Rabioso (1949) no solo el contar con sus dos actores fetiche, Toshirô Mifune y Takashi Shimura, sino sobre todo su intención de ser un retrato del Japón de posguerra, aunque aquí el mensaje social tira por otros derroteros. La intención de Kurosawa era, tal y como queda palpable en el argumento, denunciar el auge de la prensa sensacionalista basada en noticias falsas, algo que como veremos tiene más miga de lo que parece.
El pintor Ichiro Aoye y la popular cantante Miyako Saijo se conocen por casualidad en un pequeño pueblo y tienen una breve e inocente conversación en la posada donde ambos se alojan. Pero resulta que Miyako es una famosa artista acosada por periodistas, quienes se sienten frustrados porque ésta no les permita tomarle fotos, y cuando éstos ven a la pareja charlando toman una instantánea a escondidas que luego publica su revista, llamada Amour, inventándose un artículo sobre un romance secreto entre ambos. Estalla un escándalo e Ichiro decide denunciar a la publicación por difamación. Entonces entra en escena Hiruta, un abogado venido a menos que se ofrece a llevar su caso y al cual Ichiro acepta en gran parte en deferencia a su hija, una enferma tuberculosa a la cual su padre a duras penas puede mantener.

Escándalo es una de esas curiosas películas que al principio resulta engañosa al espectador respecto a sus intenciones. Inicialmente el protagonista es Ichiro (un Toshirô Mifune rebosante de carisma en su moto y muy contenido, rompiendo el tópico de que solo sabía encarnar a personajes excesivos), e intuimos que la trama versará sobre su lucha contra la revista Amour para limpiar su nombre. Tampoco descartamos que surja una historia de amor real entre él y Miyako una vez que logre convencerla para unirse a la demanda. Es en definitiva una historia bastante prototípica.
Pero he aquí que a media película aparece Hiruta y se convierte sorprendentemente en el verdadero protagonista del filme. Porque este pobre diablo no solo es un pésimo abogado que malvive como puede y se gasta su poco dinero en las carreras pese a que tiene a una hija tuberculosa a la que adora, sino que además se deja sobornar por el editor de la revista para que Ichiro y Miyako pierdan el juicio. El gran tema del filme pasa a ser pues el dilema moral de Hiruta, en una encrucijada entre el dinero que ha aceptado de su rival y la confianza ciega que deposita Ichiro en él, con su sensible hija en medio.

Aunque Kurosawa en su momento no quedó muy satisfecho con el resultado final y ciertamente se encuentra lejos de sus grandes obras, Escándalo es no obstante una obra bastante notable con suficientes elementos de interés, tanto dentro del filme como fuera de él. Empecemos por los elementos que le dotan de interés más allá de la película propiamente dicha. De entrada esa crítica a la prensa sensacionalista es también una crítica nada velada a la influencia cada vez más grande de la cultura norteamericana en el Japón de la posguerra a raíz de la ocupación del ejército. La visión del editor de la revista, basada en que lo importante es vender ejemplares y que incluso si les demandan eso les dará publicidad y podrán vender aún más números, es una muestra de la entrada del salvaje capitalismo en el país, donde la concepción de ganar dinero como sea está por encima de cualquier tipo de honor.
Incluso en cierto momento se nos muestra cómo el escándalo ha beneficiado económicamente a Ichiro y Miyako, ya que la publicidad ha hecho que sus cuadros y sus recitales generen más interés. A ambos les incomoda ese tipo de fama, pero se les dice que lo importante es que están vendiendo más, una idea que hoy día difícilmente nos resultará nueva (las redes sociales incluso han llevado a extremos repugnantes el concepto de «mejor que hablen mal de ti a que no digan nada»), pero que en un país que acababa de adentrarse en el salvaje capitalismo y que antaño se basaba mucho en ciertos valores tradicionales como el honor sin duda resultaba más novedoso. Kurosawa no llega a hacer mención explícita a estos temas (tampoco le habría permitido la censura de la época colar una crítica abierta a la influencia americana sobre el país), pero esa occidentalización esta presente en todo el filme tanto en estas ideas como en pequeños detalles como las escenas navideñas, con los personajes entonando un «Merry Christmas!» y la banda del bar tocando canciones pop americanas de la época.

Un segundo detalle que va más allá del filme y que resulta muy interesante es la elección de Yoshiko Yamaguchi para interpretar a Miyako. Yamaguchi es una artista muy interesante que daría pie a un artículo más extenso. Nacida en Manchuria de padres japoneses, Yamaguchi inició su carrera como cantante en China haciéndose pasar por una artista de allá y adoptando un nombre chino para ocultar su verdadera procedencia. Como actriz tuvo la mala fortuna de aparecer en varias películas pro-japonesas filmadas en Manchuria donde se exponía la evidente superioridad de Japón sobre la cultura china, pero irónicamente en algunos tours que hizo por entonces en Japón se la criticó por tener unas maneras «demasiado chinas».
Tras la II Guerra Mundial, Yamaguchi llegaría a ser detenida en China y acusada de traición con una condena a muerte, ya que se consideraba que había sido una espía al servicio de Japón al difundir estos perniciosos mensajes. Por fortuna se hizo llegar a tiempo un certificado de nacimiento que demostraba que en realidad era japonesa (y por tanto no una artista china al servicio de Japón) y se la liberó, aunque tuvo que huir del país al ser objeto de tanto odio. En Japón Yamaguchi iniciaría una nueva etapa como cantante y actriz con su nombre real. Siempre se arrepentiría de las películas pro-japonesas que hizo en Manchuria como un error de juventud y fue una de las primeras personalidades públicas en denunciar abiertamente la brutalidad de los japoneses hacia el pueblo chino.
La apasionante biografía de Yamaguchi nos sirve como refleja de las difíciles relaciones entre las culturas china y japonesa, pero volviendo a la película no creo que sea nada casual que Kurosawa le diera el papel de artista acosada por la prensa a una cantante y actriz que realmente había sufrido numerosos ataques por encontrarse situada entre dos culturas en permanente conflicto. De hecho este subtexto disculpa un poco el hecho de que el personaje de Miyako sea con diferencia el menos interesante de todos, sin una personalidad definida, como si el director pensara que aquí en el fondo Yamaguchi simplemente tenía que hacer de ella misma sin necesidad de darle más profundidad dramática.

Volviendo finalmente a la película, hay que reconocer que pese a estos elementos que le dan un extra de interés, el filme se atasca por momentos cuando pasa a dar el protagonismo al abogado Hiruta. De hecho noto aquí un defecto bastante común en otros filmes de Kurosawa de esa época como No Añoro mi Juventud (1946) o Un Domingo Maravilloso (1947), y es que sus interesantes premisas acaban viéndose perjudicadas por una excesiva duración, que hace que en algunos momentos el filme no fluya bien – resulta curioso pensar que sus grandes obras en ese aspecto fluirían mucho mejor y no pecarían de minutaje innecesario pese a ser mucho más largas. Takashi Shimura roba por sorpresa la película al carismático Mifune motero pero es cierto que a veces algunas escenas se recrean demasiado en el patetismo del personaje, y que aunque Shimura hace una gran actuación no es del todo desacertada la idea que he leído de que su papel aquí viene a ser un «ensayo» de su memorable actuación en Vivir (1952), donde el patetismo de su personaje está mucho mejor calibrado.
Juega también en contra de esa trama lo poco creíble que resulta que Ichiro siga confiando en ese abogado pese a su manifiesta inutilidad y la sospecha de que le esté engañando, algo que el guion intenta paliar con la idea que expresa éste de que confía que Hiruta «se convierta en una estrella» (es decir, que acabe haciendo lo correcto) y, supongo, con el hecho de que sea un artista y por tanto tenga una visión más particular de todo el asunto, o sea, que le interese tanto la regeneración de Hiruta como ganar el caso. A cambio, aunque intuimos que al final acabará haciendo lo correcto, Kurosawa posterga tanto el momento en que éste se redime que realmente nos hace sentir en nuestras carnes lo difícil que es para un hombre débil resarcirse de su error; y ni siquiera tras la crucial escena en que éste promete que con la llegada del nuevo año será una persona diferente vemos un cambio en él. Esto es algo que me gusta aunque pueda hacerse pesado: ver cómo las personas débiles y que se dejan corromper realmente tienen buenas intenciones y se proponen una y otra vez llevarlas a cabo… pero son incapaces de ello. De hecho Hiruta solo dará ese paso tras un suceso que le empujará a ello al no tener ya prácticamente nada que perder.

La película es por tanto un Kurosawa menor pero interesante que combina buenas ideas con otras demasiado tópicas. El cutre despacho de abogado situado en una azotea entre ropa tendida es todo un hallazgo que remite al sucio realismo de sus películas anteriores, pero a cambio Kurosawa no puede evitar caer en tópicos como gente aplaudiendo en el juicio en ciertos momentos y gritando «¡Hurra!» en los momentos climáticos, algo que no creo que suela suceder a menudo (por no decir alguna vez) en un juicio.
Pero con cierta frecuencia estas películas menores de grandes directores tienen una escena que se eleva claramente por encima del resto del filme y que le dota un interés extra, y ésta no es una excepción. Aquí ese momento sucede en Nochebuena, cuando Hiruta se emborracha en un bar de mala muerte en compañía de Ichiro, sintiéndose culpable por lo que está haciendo. Entonces un anciano (Bokuzen Hidari, un rostro secundario habitual del cine de Kurosawa) se levanta y habla de su intención de ser una persona nueva con el inicio del nuevo año, algo que mueve a Hiruta a hacer lo mismo lanzando un discurso en que busca convencerse a sí mismo más que a los demás. Y seguidamente empieza a entonar una canción y pide desesperadamente al resto que se unan a él. Me recuerda este detalle a la escena de Un Domingo Maravilloso en que la chica pedía explícitamente a la audiencia que también aplaudieran para animar al protagonista, un momento de catarsis colectiva que ayude a los personajes en un momento difícil sabiendo que no están solos. Y entonces sucede, primero Ichiro y luego todos los desheredados que están en ese bar (prostitutas, amargadas camareras mal pagadas, borrachines) se unen melancólicamente a la canción dando forma a la estampa más conmovedora de la película, en que todos esos personajes sin familia se apoyan mutuamente cantando juntos en busca seguramente de una brizna de esperanza. Solo por esta escena tan conmovedora, el visionado de Escándalo ya estaría justificado.

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