Violent Panic: The Big Crash [Bôsô panikku: Daigekitotsu] (1976) de Kinji Fukasaku

El enorme éxito de Batallas sin Honor ni Humanidad (Jingi naki tatakai, 1973) convirtió a Kinji Fukasaku en uno de los directores más importantes de Japón en una década bastante complicada para el cine del país, y de paso puso de moda las películas de yakuzas, que se prestaban a dar rienda suelta al estilo ultraviolento y cínico que caracterizaba buena parte del cine de la época. En cierto momento, Fukasaku decidió alejarse un poco del género de yakuzas y apostar por el thriller puro y duro con otro género bastante en boga en los 70 como eran las películas de atracos, haciendo su aportación con Violent Panic: The Big Crash (Boso panikku: Dai gekitotsu, 1976).

La trama nos ofrece el clásico relato de atracadores que planean un «último gran golpe» después del cual quieren retirarse. En este caso se trata de dos amigos, Mitsuo Seki y Takashi Yamanaka, que han puesto en jaque a la policía robando varios bancos del país con la idea de conseguir suficiente dinero para escapar a Brasil. Pero en el último atraco las cosas no salen como estaba previsto y Mitsuo muere. Takashi logra escapar, pero se le complican las cosas para huir del país: la policía está tras su pista y el hermano de Mitsuo intenta robarle el dinero que ha acumulado tras tantos atracos. Además, se encuentra en medio de una tormentosa relación con Michi, una prostituta con la que quiere romper pero a la que se siente más unido de lo que le gustaría admitir.

Recuerdo cuando a principios de los 2000s una queja frecuente entre los aficionados al cine de acción era que se había puesto de moda filmar películas con montaje rápido y cámara en continuo movimiento que, bajo la excusa de darle un tono ágil y dinámico, en realidad escondían una pereza para saber planificar escenas de acción y acababan mareando al espectador. Resulta curioso pues comprobar una vez más cómo todo está inventado y ya en los filmes de acción de Fukasaku encontramos esos rasgos.

La cámara está en continuo movimiento y el empleo de cámara al hombro, que en la década anterior era una marca de estilo de cineastas modernos, aquí se convierte en una forma de dar un estilo apresurado y casi extenuante a la película. A mí en este caso no me resulta molesto y le veo un sentido, pero puedo entender que al final del filme más de un espectador acabe literalmente mareado.

A nivel de contenido sí que tengo más objeciones. Fukasaku aquí combina la clásica trama de fugitivo de la justicia envuelto en el clásico «último trabajo» con algunos momentos y personajes secundarios supuestamente humorísticos que no funcionan del todo. Del mismo modo también nos ofrece algunas escenas de sexo un tanto gratuitas y que (en algo que me temo que es característico de buena parte del cine japonés de la época) parecen casi escritas por un adolescente hormonado: desde una subtrama totalmente gratuita sobre un policía que se acuesta con una compañera, a la tendencia a mostrarnos los pechos de las actrices a la más mínima excusa. Que no se malinterprete esta queja como una muestra de conservadurismo o de excesivo pudor, más bien el problema está en la visión tan cutremente sexualizada de los personajes femeninos que no ha envejecido nada bien.

No obstante, todo ello es salvable a cambio del gran rasgo a favor de la película y que justifica su visionado, que es una larguísima persecución final de coches que es una absoluta locura en el sentido literal de la palabra. Takashi y Michi huyen con el último botín que ha robado éste de un banco perseguidos tanto por el avaricioso hermano de Mitsuo como por un policía descontrolado y obsesionado con darle caza a cualquier precio. Inicialmente esta persecución tiene una mínima coherencia y es emocionante. Pero llega un punto en que se desboca por completo hasta carecer de sentido. En cierto momento se producen varias colisiones de coches implicando a otras personas ajenas a la trama y matando a inocentes. Y todo eso de alguna forma extraña desemboca en que un montón de desconocidos también se lancen a la persecución (¿contra quién? ¿contra Takashi? ¿contra el policía? ¿acaso importa?).

Cuando parece que la cosa no puede ir a más, Fukasaku no decepciona y añade otros implicados inesperados. Unos jóvenes moteros se lanzan a la persecución después de que uno de sus compañeros muera atropellado (llega un punto en que estas muertes tan súbitas y cafres de gente aleatoria resultan casi humorísticas) y además les persigue un reportero de televisión algo pelmazo que quiere filmar lo que está sucediendo.

Al final todo este caos me ha hecho venir a la cabeza varios tipos de películas muy distintas. De entrada es obvio que toda esta larga secuencia es un remake nada disimulado del último acto de Gone in 60 Seconds (1974) de H. B. Halicki, filme de culto dirigido, producido, escrito y protagonizado por un stunt especializado en hacer escenas de riesgo con coches que orquestó la que se considera la escena de persecución más larga filmada hasta la fecha (40 minutos ni más ni menos), durante la cual destrozó la friolera de 93 coches.

No es solo la idea de tener a un protagonista huyendo de la policía y de ir causando el caos a su paso, sino que incluso algunas ideas se repiten, como la aparición de reporteros informando sobre el suceso o la escena en un terreno arenoso que provoca numerosos patinazos de coches. Sin embargo, el tono del filme que nos ocupa es más delirante y humorístico sin renunciar por ello al suspense, de modo que si lógicamente no puede repetir la proeza de Halicki, a cambio le da una personalidad propia.

Esto hace que, aparte de venirme a la cabeza el filme de Halicki, la secuencia me evoque también a esos cortos de Laurel y Hardy en que un pequeño incidente se va repitiendo y va aumentando de escala hasta acabar provocando un absoluto desmadre, como los finales de The Battle of the Century (1927) y You’re Darn Tootin (1928). De hecho, si soy del todo honesto, también me vino a la mente una serie de dibujos animados de mi infancia, Los Autos Locos (Wacky Races en inglés), al ver tantos coches de estilos distintos en una alocada persecución – y de hecho esa banda sonora de jazz-pop genérica ha aumentado esa impresión porque me recuerda mucho al tipo música que solían tener ese tipo de dibujos animados de los 60.

Da la impresión pues de que, si bien el resto del filme es emocionante y está sustentado por un más que correcto actor protagonista, en realidad Fukasaku se guarda su gran baza para el final. Porque después de visionarla, lo que hace que esta película se le quede a uno en el recuerdo en contraste con tantas películas de temática similar de la época es ese desmadradado desenlace. No me parece mal. Después de todo, de vez en cuando viene bien desmelenarse y dejarse llevar.

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