Buceando entre la filmografía del canadiense Atom Egoyan me encontré esta pequeña sorpresa llamada Calendar (1993), oculta entre sus títulos más emblemáticos por su formato mucho más modesto, pero que parte de una premisa demasiado atractiva como para dejarla escapar. Un fotógrafo y su mujer de origen armenio viajan al país de origen de ella a fotografiar una serie de iglesias para ilustrar un calendario. Pero en el proceso su relación entra en crisis en gran parte debido a la presencia de un guía local que no habla inglés y solo se comunica con ella.
¿Qué es lo que tiene esto de especial? La película está compuesta por tres tipos de escenas: planos subjetivos de él preparando los encuadres mientras habla con su mujer y observa cómo ella y el guía armenio conversan sin entender lo que dicen; planos del contestador automático de su casa, meses después de que la ruptura se haya formalizado, y una serie de escenas casi idénticas en que él intenta citarse con otras mujeres. No presenciamos la ruptura en sí, solo su germen y las consecuencias. ¿No les sirve esto como aliciente? Pues añadamos que el fotógrafo lo interpreta el propio Atom Egoyan y la mujer la encarna su esposa, la actriz Arsinée Khanjian (no teman, la trama es ficticia y ambos siguen felizmente emparejados, ella no le ha abandonado por un viril y bigotudo armenio).
Calendar es uno de los filmes que mejor ha sabido reflejar el trauma emocional que supone una ruptura pero sin ahondar en la pornografía sentimental. Lo que muestra a la perfección Egoyan es esa incapacidad de pasar página, esa obsesión por estar continuamente dándole vueltas a los hechos que fueron desembocando poco a poco en esa ruptura, ese masoquismo de rebobinar imágenes en vídeo en que se ve a su exmujer sonriendo de forma encantadora a cámara o esa tendencia a responder ahora, meses más tarde, a frases que le dijo ella ante las cuales no supo defenderse en su momento. Es un filme en que la situación del protagonista se deduce a través de estos actos ocultos bajo una faceta de aparente serenidad.
Lo más interesante de la película son todos los planos subjetivos del viaje Armenia, que son siempre planos estáticos desde el punto de vista del encuadre de la cámara, de modo que la película viene a ser una especie de falso «found footage» en que deducimos la historia real a través de imágenes que aparentemente captan algo inofensivo (las tomas que prepara el fotógrafo, las explicaciones del guía y la traducción de su esposa), pero que, a medida que avanza el filme, empezamos a entender que esconden algo más.
Egoyan aquí fue muy inteligente como para no subrayar el conflicto más de la cuenta. No vemos discusiones ni tampoco malentendidos. Simplemente a medida que pasa el tiempo notamos como esas conversaciones a tres empiezan a traslucir algo que se intuye en el ambiente y que, ya sabemos, desembocará en una ruptura. Aquí se entremezclan el desconocimiento de la lengua por parte del protagonista (lo cual le impide poder replicar de forma directa al guía armenio, que además se encuentra en su territorio) con el inevitable choque cultural. El protagonista es el único que no tiene raíces armenias, está ejerciendo de turista fotografiando unas iglesias bonitas pero de las cuales desconoce su pasado histórico y cultural.
En cierto momento el guía le propone que toque una de las iglesias pero el protagonista no entiende qué sentido tiene eso. En el fondo él solo quiere ejercer de fotógrafo, manteniendo una distancia con lo que está captando sin implicarse realmente en ello (para él no son más que unas fotografías bonitas para un calendario). Y seguramente uno de sus mayores errores es cuando reconoce que nunca habría viajado a Armenia por sí solo de no ser por este encargo, que es una forma de admitir a su mujer el desinterés por sus raíces culturales.
A cambio, las escenas que suceden en el tiempo presente creo que acaban siendo algo reiterativas y menos interesantes. El punto de partida siempre es un plano de un contestador automático, cuyos mensajes nos transmiten la idea de cómo el protagonista no acaba de conectar de nuevo con el mundo real, con el susodicho calendario de fondo, que no solo muestra el paso del tiempo sino las imágenes de iglesias que provocaron indirectamente su ruptura.
El hecho de que todos sus encuentros con mujeres sean idénticos, siempre en su casa, y no acaben de funcionar vuelve a incidir en la idea de que no ha conseguido retomar una vida laboral, y da la idea de alguien recluso y obsesionado con esa relación perdida. Uno de los pocos elementos que recuerdan al resto de filmes de Egoyan es que al final de la película se nos da una información adicional sobre el por qué esas cenas con otras mujeres siguen una estructura tan idéntica, ese recurso tan querido por él de proporcionarnos solo una parte de la información y luego al final sorprender al espectador con una revelación adicional que le da la vuelta a todo. No obstante, eso no quita que para mí sean segmentos un tanto reiterativos que le restan algo de brillantez a la fantástica premisa inicial.
Podría entenderse Calendar como una especie de revisión del Blow Up (1966) de Antonioni pero aplicado a una ruptura sentimental más que a un crimen. ¿Cuántos errores cometió el protagonista durante ese viaje fotográfico que movieron a su mujer a sentirse atraída por el guía? ¿Habría cambiado algo de haberse comportado de otra forma? ¿No había un cierto punto de masoquismo victimista en ver cómo ambos se entienden y le dejan de lado? Él en cierto momento deja caer una idea así.
Es curioso cómo unas imágenes en apariencia inofensivas pueden traer con ellas un recuerdo totalmente distinto. El filme se cierra con la grabación que hizo el protagonista de un rebaño de ovejas rodeando el coche, que filma con la fascinación típica de un urbanita no acostumbrado a ver animales de campo. Su exmujer le reconocería tiempo después que en ese momento ella y el guía armenio se cogieron la mano en el coche de forma significativa. Nada de eso se ve en el filme porque el protagonista no vio nada. Lo que le queda es volver a evocar ese plano de las ovejas para intentar recordar ese momento, pero sabiendo ahora lo que estaba sucediendo en el asiento de atrás del coche. La reflexión que aporta Calendar es de hecho lo que pueden esconder tras de sí imágenes inofensivas, ya sea un rebaño de ovejas o una serie de iglesias armenias para decorar un simple calendario.





