Canadá

Testigo Silencioso [The Silent Partner] (1978) de Daryl Duke

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Explorando dentro del interesante mundo de los thrillers americanos de los 70, hacia los que un servidor siente cierta debilidad, acabé topándome con este interesante film canadiense que fue todo un éxito en su época y hoy ha quedado relegada como una de esas muchas buenas películas algo olvidadas salvo para los amantes del género.

La premisa de la que parte, basada en una novela del danés Anders Boldensen, es más que atrayente, e incluso me atrevería a decir que el resultado final no sabe estar a su altura. Se nos presenta a Miles Cullen, un cajero de banco con un estilo de vida algo aburrido y apático – su única afición destacable es coleccionar peces raros en su acuario, sin ánimo de ofender a los apasionados del tema – quien no consigue siquiera que le haga caso su compañera Julie Carver, hacia la que se siente atraído. Pero un día su vida dará un vuelco cuando descubra casualmente que su banco va a ser atracado por un hombre disfrazado de Santa Claus, el cual llevó a cabo previamente una tentativa frustrada hasta que fue interrumpido por un niño. Cullen decide entonces aprovecharse de la situación y se guarda para sí mismo una enorme suma de dinero que se debe depositar ese día. Cuando el delincuente lleva finalmente a cabo el atraco, Cullen le da sólo una porción del dinero y se queda la mayor parte. En consecuencia, la policía buscará al delincuente por un robo de 48.300 dólares cuando sólo se llevó una pequeñísima parte de esa cantidad. El problema que tendrá que afrontar nuestro protagonista es que el delincuente en cuestión, Harry Reikle, no es un atracador cualquiera sino un tipo con brotes psicóticos dispuesto a cualquier cosa por recuperar toda la suma.

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Efectivamente, la base argumental de Testigo Silencioso resulta muy atractiva: el clásico conflicto en que un hombre normal y corriente se involucra en un crimen cuyas consecuencias de le escapan de las manos, partiendo además de una idea ingeniosa que, irónicamente, se remata depositando el dinero robado en el propio banco en una caja personal. No obstante, creo que el film empieza con mucha fuerza y luego acaba decayendo progresivamente a mitad de metraje. La primera parte, en que vemos los detalles del robo y el acoso por parte de Harry para que le dé el resto del dinero, es de un suspense infalible. Pero cuando el protagonista consigue que el atracador sea temporalmente arrestado, la película inevitablemente acaba perdiendo interés al dejarse de lado temporalmente el argumento principal.

Con el conflicto principal temporalmente aparcado, a mitad de la película se recurre a una historia de amor como sustitución del conflicto con Harry, pero no consigue funcionar del todo en gran parte por un guión que no logra hacer que su relación parezca más sólida, sobre todo cuando esta última deba poner a prueba su lealtad hacia Miles mostrando un cambio de personalidad bastante poco creíble. En ese punto del film, éste se acaba sustentando por completo en la figura del actor protagonista Elliott Gould, sin el cual se haría difícil llegar hasta el final. Gould, que en aquella época gozaba de cierta popularidad en gran parte gracias a sus colaboraciones con Robert Altman – su Philip Marlowe es una de las mayores bazas a favor de la curiosa y algo fallida versión de Un Largo Adiós (1973) – consigue dotar de vida a un personaje teóricamente gris y aburrido. Nunca sabemos del todo hasta qué punto Miles tiene todo planificado o sencillamente está improvisando fruto de las circunstancias que se le presentan. Su perenne expresión confusa de hombre de recursos limitados es magnífica porque no sólo logra engañar al resto de personajes mientras comete su plan, sino al propio espectador, que más de una vez descubrirá asombrado cómo éste se ha adelantado a los acontecimientos (por ejemplo en lo que concierne a su relación con el personaje de Elaine).

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El balance final no obstante tampoco es negativo. Como muestra de thriller menor pero efectivo, Testigo Silencioso cumple su cometido, cuenta con dos actuaciones especialmente destacables en su reparto (aparte de Elliott Gould, Christopher Plummer funciona bastante bien con su personaje medio psicópata) y tiene algunos momentos de suspense muy logrados así como un desenlace muy bien pensado. Además, la adaptación del guión corre a cargo de Curtis Hanson, futuro director del excelente neonoir L.A. Confidential (1997).

Recomendable por tanto a los aficionados como un servidor a los thrillers de los 70.

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The Saddest Music in the World (2003) de Guy Maddin

El director canadiense Guy Maddin se trata de uno de los cineastas más interesantes de los últimos años con una visión muy particular del cine que le hace prácticamente único hoy en día. Un fanático confeso del cine mudo y de los orígenes, sus obras rescatan con asombroso éxito la estética de esa época mientras que a nivel de contenido prefiere tirar por derroteros más surreales y experimentales no exentos de un extraño sentido del humor. Esta curiosa combinación es la marca personal que caracteriza sus películas y que, como era de esperar, cuenta con tantos admiradores como detractores.

The Saddest Music in the World sigue esa línea al proponer una bizarrísima combinación entre el melodrama clásico, el musical y la estética expresionista típica de Maddin, todo ello por supuesto impregnado con su peculiar humor. Situada en Winnipeg durante la Gran Depresión, el punto de partida de la película está en un concurso que propone Lady Port-Huntley, la acaudalada dueña de la principal marca de cerveza, para recompensar a aquel que componga la música más triste del mundo. Músicos de todo el planeta acuden para competir, entre los cuales destacan el arruinado productor de Broadway Chester Kent y el torturado músico Roderick Kent.

Describir todos los detalles que envuelven las relaciones entre los personajes sería demasiado largo puesto que Maddin establece numerosos vínculos entre ellos a cada cual más absurdo que remiten a los tópicos del melodrama clásico, aunque elevados a proporciones absurdas. Por ejemplo, lo que en un melodrama normal sería un clásico triángulo amoroso, Maddin lo convierte en algo tan pasado de vueltas que se vuelve cómico: Lady Port-Huntley tuvo un romance con el arrogante Chester Kent, provocando que el padre de Roderick, Fyodor, cayera en el alcoholismo al estar enamorado de ella y no ser correspondido. Dicho triángulo tuvo como fatal consecuencia un trágico accidente de coche en el que Lady Port-Huntley quedó gravemente herida. Fyodor, que estuvo presente en el momento del suceso, intentó salvarla amputándole una de sus piernas, pero al estar ebrio le amputó la pierna buena y eso provocó que ella perdiera ambas. Reconcomido por la culpa se pasa años intentando construir unas piernas ortopédicas para su amada.
Si todo esto fuera poco, Maddin redondea este tema de forma magistral al hacer que las piernas ortopédicas que Lady PortHuntley acabe utilizando sean dos piernas de cristal que contienen cerveza en su interior (una de las imágenes más surrealistas e inquietantes de la película), además de añadir un segundo triángulo amoroso entre Roderick Kent y Chester en que está implicada la desaparecida mujer del primero, convertida ahora en una ninfómana amnésica.

Indudablemente la propuesta cinematográfica que ofrece Guy Maddin en ésta y sus otras obras no es para todos los gustos. Su forma de entender el cine casi podría decirse que única en su especie, y precisamente por eso no todos los espectadores congeniarán con ésta. No obstante, cabe reconocer que aún teniendo eso en cuenta, la película adolece del mismo handicap que el resto de largometrajes de Maddin, y es un ritmo sumamente irregular. Maddin desprecia de forma clara cualquier estructura narrativa convencional (de hecho suele clasificarse su cine dentro de la etiqueta de cine experimental o vanguardista) en favor de su visión más premeditadamente desestructurada y casi caótica. Por ello no se le puede achacar que la estructura de sus películas sea tan desigual, puesto que ese es uno de los rasgos de su cine, pero sí que resulta inevitable que globalmente eso haga que muchos de sus films de larga duración se resientan de ese estilo tan particular. Eso provoca que mientras que algunos momentos o escenas de la película pasen volando, otros se hagan más pesados. Es la desbordante imaginación y la multitud de recursos cinematográficos utilizados lo que hace que el finísimo hilo narrativo que recorre el largometraje se sostenga sin resultar demasiado pesado o sin que sus (premeditadas) carencias resulten dañinas al film. Pero cuando Maddin se detiene y crea escenas más sobrias basadas en los diálogos, la película se hace algo fatigosa.

A cambio, el resto del film en sus momentos más inspirados es sencillamente espectacular a nivel estético. Como sucede con todas las películas de Maddin, visualmente es una gozada y uno podría ver la película sin hacer caso de su contenido solo por la maravillosa fotografía expresionista en blanco y negro llena de contrastes (a destacar también el breve pero memorable momento en color filmado como si de una película antigua en Technicolor se tratase). Pero la magia de Maddin no está solo en el uso de la fotografía, sino en toda su puesta en escena en general, destacando también el montaje de algunas secuencias que remite al estilo de las vanguardias soviéticas de los años 20.

Una vez conocidas las reglas que dominan el universo de Maddin ya es cosa de cada espectador si decide acatarlas o no. Maddin propone una revisión del cine clásico deformada y excesiva, con una estética de cine mudo expresionista llevada al extremo y retomando algunos temas o tópicos de géneros del Hollywood clásico para darles vueltas hasta conducirlos al absurdo, como si su película fuera el reflejo distorsionado de los referentes clásicos. Aunque solo sea por lo original de la propuesta, recomiendo fervientemente darle al menos una oportunidad a Guy Maddin, eso sí, con mentalidad abierta y ganas de participar en su juego.