
A los que somos fanáticos del Hollywood clásico siempre nos resulta especialmente gratificante el toparnos por sorpresa con una película realizada en el seno de los grandes estudios que, no obstante, se sale por completo a la norma. Y no me refiero ya a filmes hechos por autores que, de alguna forma, consiguieron imponer su estilo a lo que debería ser un mero producto realizado en cadena. Hablo también de obras que en apariencia no tienen ninguna justificación para escaparse de lo estándar (filmes realizados por un director sin una personalidad propia marcada y con un presupuesto generoso estrechamente vigilado por los productores) y que, no obstante, resultan cuanto menos extrañas.
El Pastor de las Colinas (The Shepherd of the Hills, 1941) de Henry Hathaway responde exactamente a esta descripción. Se trata de un western que ya de entrada tiene un inicio bastante peculiar. Nos encontramos en unos bosques, hay un disparo pero no hemos presenciado qué ha sucedido – de hecho para ser un western veremos poquísimos tiroteos. Un sheriff y dos agentes de la ley parece ser que están buscando unos fabricantes de alcohol. Poco después vemos a Matt (John Wayne), que aparentemente va a ser el héroe del relato, ocultando unas botellas ante la mirada vigilante de una anciana de tosco carácter, su tía Mollie (la siempre magnífica Beulah Bondi). En una casa en medio del bosque una joven, Sammy, y su anciano padre reciben a los oficiales de la ley que buscan pistas. Éstos afirman no haber visto nada inusual y siguen su vida aparentemente feliz. Pero entonces cuando se marchan el padre cae al suelo desmayado por la herida de bala que han estado ocultando.
Entra en escena Daniel Howitt, un anciano desconocido en esos lares que, al ver lo sucedido, corre a socorrer al padre pese a la desconfianza de la muchacha hacia los forasteros. Gracias a ese y otros servicios, Daniel se gana la confianza de ella y de otros lugareños y muestra interés por comprar un terreno llamado «el prado del gemido», propiedad de la familia a la que vimos comerciando con licor de contrabando. El problema está en que Matt no ve con buenos ojos esa venta, ya que en ese terreno vivió su madre, fallecida en unas extrañas circunstancias que, según creen, han provocado que el resto de la familia tenga una maldición sobre ellos.