Es difícil que encuentren una película estadounidense de los años 70 que refleje mejor toda la esencia y las diferentes facetas de lo que representaban los Estados Unidos en su época que Nashville (1975). Compruébenlo, lo tienen todo: tanto la América más conservadora como la más liberal, lo tradicional conviviendo junto a lo moderno, la familia clásica al lado de la contracultura, los triunfadores junto a los fracasados que pelean por hacerse un hueco o los que sencillamente deciden pasar del sistema. Está la música, la cultura pop, la política, el gusto por la pompa y lo espectacular, la crudeza de la muerte pero también lo más mundano… ¡por haber hay incluso un tiroteo! Todo ello aparece ante nuestros ojos a lo largo de más de dos horas y media que pueden resultar extenuantes por la enorme cantidad de información, de pequeños detalles y de subtramas que se entremezclan entre sí. ¿De dónde salió una película como ésta?
El proyecto surgió de una forma bastante casual. Se le propuso por esas fechas a Robert Altman filmar un musical de ambientación sureña pero éste lo rechazó por no gustarle el guion. A cambio encargó a su guionista Joan Tewkesbury que fuera a investigar la escena musical de Nashville y volviera con una historia. De ahí surgiría una primera versión del guion a la que Altman añadió algunos detalles esenciales como la subtrama del político y el tiroteo del final. Lo que se traían entre manos Altman y Tekwesbury no era tanto una historia sobre Nashville como un retrato de América a través de las diferentes historias de toda una galería de personajes que coinciden a lo largo de cinco días.
En su momento uno de los aspectos que más se comentó del filme era el hecho de que contaba supuestamente con 24 personajes principales en lugar de unos protagonistas claros. Eso no es estrictamente cierto, pero sirve para darnos una idea de cuál era la idea que tenía Altman en mente: realizar un fresco coral en que no hubiera unos personajes que dominaran la narrativa, sino muchas historias diferentes que se cruzaran entre sí. En definitiva, el tipo de filme coral que acabaría asociándose a Altman si bien su carrera ha sido demasiado heterogénea como para vincularle únicamente a una clase de obras concreta.
Como era de esperar, inevitablemente hay algunos personajes que dominan el relato sobre otros, pero el conjunto es bastante equilibrado. Tenemos pues a algunos que acaban adquiriendo bastante protagonismo sobre la mayoría (la popular estrella de country que intenta retomar su carrera tras una crisis nerviosa, la camarera que quiere abrirse paso como cantante pero es una intérprete nefasta, la madre de dos niños sordos que es asediada por un cantante de folk-rock que quiere seducirla, el veterano cantante country que se comporta con la autoridad propia de un político más que la de un músico), otros que se mueven en un plano más secundario complementando a los anteriores pero sin profundizar tanto en sus conflictos (el anciano con su mujer enferma en el hospital que intenta entenderse con su sobrina hippy, el matrimonio que forma parte de un trío de folk-rock que está continuamente discutiendo y lidiando con las continuas deserciones del principal miembro de la banda, la mujer que huye de su marido para intentar convertirse en una estrella de country o la odiosa reportera inglesa que se cuela en todas partes e irónicamente al final se pierde el hecho más espectacular que ha sucedido en esos días) y, finalmente, aquellos que simplemente otorgan colorido a la historia con sus breves apariciones (el ejemplo más claro es el excéntrico motorista interpretado por Jeff Goldblum).
Lo realmente interesante de la propuesta no es solo el número de personajes involucrados sino sobre todo la forma como Altman trata las historias combinándolas de forma totalmente caótica. Las historias y los diálogos se superponen creando una cacofonía sonora en que no paran de suceder muchas cosas al mismo tiempo. A veces es el interminable discurso del candidato político (al que por cierto nunca vemos) sonando de fondo mientras los personajes hablan, a veces son las canciones country, en otras podemos ver en segundo término cómo están sucediendo otras cosas en paralelo a los hechos a los que estamos prestando atención. Nashville es uno de esos casos claros de películas repletas de detalles que se van descubriendo a cada revisionado, que es obvio que se han dejado ahí a la espera de que algún espectador hábil los cace. Uno que he averiguado navegando por internet sucede cuando la periodista inglesa dice a un personaje que trabaja para la BBC y se le pregunta qué quieren decir esas siglas, a lo que ésta responde incorrectamente que «British Broadcasting Company» (en realidad es «British Broadcasting Corporation»). La razón de ser de este error es dejar entrever la idea de que quizá esa periodista es una impostora que ni siquiera trabaja para la BBC, algo que la propia Geraldine Chaplin, que es quien la interpreta, confirmó años después en una entrevista. ¿Cuántos detalles sutiles habrá como éste escondidos en sus 140 minutos de metraje?
Ese estilo tan característicamente coral se logró rodando la película con varias cámaras a la vez mayormente en planos generales y animando a los actores a improvisar muchas de sus frases. El resultado es que a menudo éstos no estaban seguros de si sus diálogos quedarían en el montaje final o no, dándole a la cinta un tono mucho más espontáneo respecto a la forma tradicional basada en planos y contraplanos. Esto ha contribuido a uno de los muchos mitos que giran alrededor del cine de Altman y es la duda de hasta qué punto sus películas corales son improvisadas o siguen de cerca un guion. En ese sentido, el prestigioso guionista Ring Lardner Jr. se quejaría en sus memorias de los rumores acerca de que en M.A.S.H. (1970) se improvisaba tanto que cuando él se acercaba al plató Altman decía jocosamente «¡Sacad el guion, rápido, que ha venido el guionista!«; e incluso cuando ganó el Oscar al mejor guion surgieron muchas suspicacias acerca de si el mérito era realmente suyo porque la película había sido mayormente improvisada. Lardner Jr. negaba tajantemente que el filme se separara de su guion, y en el caso de Nashville la guionista Joan Tewkesbury también se reivindicaría a sí misma insistiendo en que los diálogos no son tan improvisados como se suele creer. Sea eso cierto o no, creo que esa sensación que nos da de que todo esté siendo improvisado en realidad demuestra lo buen director de actores que era Altman al lograr que esos diálogos parezcan tan espontáneos que uno tienda a creer que han surgido al momento (lo mismo sucede por ejemplo con el cine de John Cassavetes).
Relacionado con eso, uno de los rasgos que más me gustan de Nashville es cómo el filme se propone algo tan ambicioso como realizar un fresco sobre la América de la época pero, al mismo tiempo, nunca renuncia a su tono más aparentemente mundano. El guion está rebosante de ideas que a veces se manifiestan de forma bastante clara en algunos diálogos o acciones (por ejemplo el contraste entre el show que ofrece la aspirante cantante de country, viéndose obligada a hacer un striptease porque el público se burla de lo mal que ha cantado, y la actuación que está teniendo lugar en paralelo en un pequeño local donde el músico de folk-rock abre su corazón a la mujer que está intentando seducir con una pequeña canción intimista), y que en otras ocasiones se desvelan de forma más sutil (en cierto momento vemos salir de un aparcamiento a tres coches de estilos totalmente diferentes, representando cada uno una forma a esas diferentes Américas que se han congregado en Nashville). Nosotros como espectadores en el fondo no dejamos de ser como esa periodista inglesa que se maravilla por cualquier pequeño detalle o le da un segundo significado altisonante, pero lo que pasa ante nuestros ojos no dejan de ser pequeñas historias que en muchos casos ni siquiera tienen desenlace.
Es comprensible que la comunidad musical de Nashville no viera con muy buenos ojos la película, pero no tanto porque sea condescendiente con dicha escena sino porque refleja lo cruel que es el mundo del espectáculo, algo que en realidad es totalmente aplicable a Hollywood también: la nefasta cantante de country amateur acaba siendo engañada por los que la han contratado, aprovechándose de su inocencia y sus ganas de abrirse un hueco, y por otro lado cuando el hijo de la gran estrella del country, que se dedica a los asuntos financieros de su padre, abre su corazón a la periodista inglesa cantándole una canción que ha compuesto, ésta deja de escucharle inmediatamente atraída por la aparición de una celebridad como Elliott Gould. En el fondo lo que nos atrae es más el brillo de dichas estrellas que esos pequeños momentos de sinceridad que nos ofrecen estos artistas frustrados anónimos.
Pero no por ello es Nashville una película cínica, de hecho el desenlace me parece inesperadamente emotivo: después de que se detenga a la persona que ha provocado el tiroteo en mitad del concierto, la vieja estrella de country, herida en un brazo, antes de abandonar el escenario pide por el micrófono a la gente que siga cantando. Y es entonces cuando uno de los personajes más secundarios de la trama, esa mujer que se ha pasado toda la película huyendo de su marido para buscarse una carrera como cantante, de repente aparece de un lado del escenario, coge el micrófono y empieza a cantar. Sorprendentemente lo hace bastante bien para ser una amateur, y poco a poco su solitario canto se va imponiendo a todo el caos hasta que la banda y los coristas se la van uniendo.
Un detalle significativo: en ese momento en que adquiere protagonismo este personaje anónimo, hasta ahora oculto entre tantas tramas más importantes que la suya, Altman pasa a olvidarse por completo del resto del reparto hasta el final de la película y en su lugar prefiere ofrecernos planos del público anónimo, especialmente de niños. Al final de todo resulta que poco importa el candidato político alrededor del cual se había montado ese concierto, o las estrellas de country ahí reunidas. Después de dos horas y media de bullicio es justamente una cantante anónima la que logra hacerse oír por encima de los demás y conseguir que el público le siga, en definitiva, poner orden en medio de todo ese caos. No es un gran final catárquico ni tampoco incide en el sentimentalismo, pero resulta un cierre extrañamente conmovedor que además es totalmente fiel al tono e intenciones de la película.
Qué bueno volver a leerte, querido doctor Mabuse
¡Y qué película para empezar a leerte en este nuevo año! Sus últimos minutos no los olvido. Ahora leyéndote, tengo muchas ganas de volver a verla de nuevo. «Nashville» me espera de nuevo. Cuando escribí sobre ella, empecé mi crítica por una de las canciones de Tom Frank (Keith Carradine), I’m easy.
Y es que a mí hay varias películas de Robert Altman que me tocan. Recuerdo lo que me impresionó cuando fui al cine, en su estreno, Vidas cruzadas. Ahí, en los noventa, empecé a indagar más en su filmografía. «Los vividores» me resulta un western tan rico y tan hermoso. MASH es que me trae recuerdos de la serie, que me encantaba de pequeña. Y de sus últimas películas, disfruté, y no hace mucho volví a verla y no me decepcionó, de Gosford Park. Recuerdo con cariño sus dos últimas incursiones: la de la compañía de ballet, The company, y la de la música country y la radio, El último show. Las dos muy olvidadas y no tuvieron muy buena recepción, pero…
Beso
Hildy
Hola de nuevo querida Hildy,
Comentando la película hace poco con otra persona que también la vio hace mucho tiempo precisamente el momento que más recordaba era el de «I’m Easy». Realmente es de los que más se quedan grabados, no solo porque la canción sea buena sino porque creo que es de los pocos instantes íntimos en que un personaje abre francamente sus sentimientos al resto dentro de todo el caos del filme.
Yo no soy tan fan de Altman como tú, pero me gustan mucho algunas de las que mencionas como Vidas cruzadas y Los vividores, y también Gosford Park a otro nivel (nunca le pillé el punto a MASH por cierto). Hace poco revisioné Tres mujeres, que no sé que te parecerá porque es una película bastante extraña, incluso dentro de su universo. A mí tiene cosas que me gustan y otras que no pero me parece notable. Y siempre que puedo reivindico El largo adiós, con esa forma tan posmoderna (¡antes de la posmodernidad en el cine!) de reinventar el noir.
Un saludo.
Lo que le falta a esta película, y a Altman en general, es un punto de vista sobre lo que está contando. Por ejemplo, en el genérico no sabemos si está caricaturizando o criticando cuando nos presenta (aparentemente en serio) una canción tan patriotera y demagógica como «Two hundred years», y lo mismo ocurre en otros momentos del film. En general, da la impresión, aquí y en otras películas, de que Altman siempre quiere jugar con demasiadas barajas al mismo tiempo.
Tienes razón, pero precisamente yo eso lo veo como un rasgo interesante de Altman. Que no se posiciona y es terriblemente ambiguo. Nos deja «desvalidos» ante todos estos personajes e historias sin darnos un punto de vista sobre lo que está sucediendo. Entiendo que eso puede verse como un defecto pero a mí me gusta como queda.
Un saludo.