Un pequeño detalle antes de iniciar la reseña. Llewyn Davis, el músico de folk que protagoniza nuestra película, se dirige a Chicago en coche para hacer una audición con un productor confiando lograr por fin un contrato que le dé algo de estabilidad. Llevamos ya una hora de filme en que no le han sucedido más que desventuras y en que los pequeños golpes de suerte que ha tenido luego han vuelto a llevarle a callejones sin salida. Es innegable que tiene talento, pero nuestra idea del día a día de un músico profesional desde luego no contempla una problemática tan sencilla como encontrar un sofá ajeno en el que pasar la noche. En todo caso Davis, que realiza ese viaje sin haber avisado al productor ni tener ningún indicio a su favor (simplemente es lo único que se le ha ocurrido para remontar su vida), va a los servicios de una cafetería de carretera, se encierra en un cubículo y entonces ve algo que le llama la atención. Es una pintada en la pared que dice sencillamente «¿Qué estás haciendo?«. Resulta algo al mismo tiempo revelador como lleno de sorna. Describe perfectamente lo que le está pasando al personaje y también el inconfundible estilo de los creadores de este filme.
Son incontables las películas y libros que han dado una visión romantizada del perdedor. Nos resulta sumamente atractiva esa imagen que, oponiéndose a la clásica figura del triunfador que tanto ha tendido a favorecer el cine, se recrea en todas las injusticias que debe sufrir nuestro protagonista, y en cómo también hay cierta nobleza en el arte de ser un fracasado. En el caso de la música folk podría ser el caso emblemático del cantautor Nick Drake, muerto a los 25 años sin haber conseguido ningún tipo de reconocimiento del público, y redescubierto y ensalzado décadas después como el músico extraordinario que era. Pero lo cierto es que no creo que haya nada de romántico en vivir en primera persona todo lo que implica ser un perdedor o un incomprendido. Ser un perdedor es agotador, un penoso proceso que ataca constantemente tu autoestima, te hace sufrir constantes decepciones y humillaciones, y que te lleva a plantearte qué estás haciendo con tu vida. Y creo que pocas películas lo han sabido reflejar tan bien como A Propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013) de los hermanos Coen.
Su protagonista es un cantautor folk imaginario que intenta abrirse paso en la escena incipiente de Greenwich Village de principios de los 60, y que tuvo un cierto éxito en un dúo folk hasta que su compañero se suicidó, obligándole a buscarse la vida en solitario. No hay mucho más argumento que esto. Sin ser una de esas películas en que no pasan nada (realmente sí suceden varias cosas a lo largo de su hora y media), lo cierto es que no hay una trama central ni un conflicto principal. El filme se dedica a seguir al pobre Llewyn Davis a lo largo de sus desventuras diarias, pero no se trata de ningún viaje de aprendizaje ni nada por el estilo, es simplemente la exasperante rutina de un músico tratando de abrirse paso sin conseguirlo.
Este tipo de enfoque tan poco frecuente en el cine de Hollywood es especialmente apropiado para el estilo de los Coen. Ese tono que le imprimen a muchas de sus películas en que no acaban de decantarse del todo por la comedia o el drama, en que más que elaborar gags puros y duros prefieren crear situaciones extrañas, en las que uno no sabe si debe reírse o no. La película alterna pues sin ningún tipo de inhibición momentos realmente emotivos con otros de humor más bien chusco tan característicos del cine de los Coen, haciendo en ocasiones convivir ambos a la vez; como esa escena en que Llewyn va a un asilo a despedirse de su padre, incapaz de hablar o valerse por si solo, y tras cantarle una emotiva canción que le resultaba especialmente emotiva al viejo debe buscar a un enfermero porque el pobre hombre ha tenido un «accidente» y se ha manchado.
Hay un momento que me gusta mucho por lo significativo que resulta en que el protagonista conduce en coche por una autoestopista y ve una salida que lleva a una ciudad donde vive una antigua amante que, acaba de enterarse, ha tenido un hijo suyo sin que se lo dijera. Aquí suponemos que lo lógico sería tomar ese desvío y buscar a la chica. Quién sabe, quizá eso sea lo que dé sentido a una vida que en este momento no hace más que dar tumbos. O quizá sea otro pequeño episodio como los otros que hemos visto que no acaben de poner en orden a su caos cotidiano. El caso es que nunca lo sabremos porque Llewyn pasa de largo, una de esas jugarretas en que me imagino a los Coen soltando una risita cuando la escribieron en el guion. Nada hay más divertido que decepcionar las expectativas del espectador acostumbrado a que los filmes sigan una cierta lógica. Pero es que A Propósito de Llewyn Davis es una película en que «no pasa nada», y por tanto su protagonista antes que hacer lo más lógico, que sería conocer a su hijo, prefiere seguir conduciendo hasta su vida sin sentido en Nueva York.
Antes dije que este era un filme que no romantizaba al perdedor, y esto es así con todas sus consecuencias. El Llewyn Davis que tan bien ha sabido perfilar Oscar Isaac es ciertamente un hombre de principios, que cuando se cita con el jefe de una discográfica para conseguir un contrato rechaza la oferta de formar parte de un grupo. Él cree en defender su música tal cual es, sin necesidad de comercializarse. Pero también es un imbécil. Un gorrón que, como no tiene donde caerse muerto, intenta colarse en cualquier apartamento donde haya un sofá para él. Un tipo temperamental que se discute con un encantador matrimonio que le han acogido por ser admiradores de su música, y que durante la actuación de una anciana música folk en un club se emborracha y se burla de ella. Alguien que da muestras de una absoluta sensibilidad cuando interpreta sus canciones pero que luego tiene una empatía nula en sus relaciones con las mujeres.
Seguramente sea éste uno de los filmes que mejor sepa retratar la parte más desencantada del mundo del espectáculo. La constante frustración de no lograr despegar mientras oyes como se alaba a otros artistas que consideras inferiores a ti. Ese batallar diario no solo por darte a conocer sino sobre todo por ser fiel a ti mismo aunque eso implique convertirse en un muerto de hambre. Muy significativamente, la película termina con las mismas escenas con que empieza. ¿Hemos estado viendo todo lo sucedido desde la escena inicial en flashback o simplemente hemos entrado en un bucle, ese constante bucle del artista fracasado en que está continuamente repitiendo los mismos errores, enfrentándose a los mismos retos y chocando siempre contra el mismo muro? Para algunos artistas su carrera profesional desgraciadamente no deja de ser ese eterno bucle que no lleva a ninguna parte y que simplemente acabará desgastándolos. Davis, a diferencia del gato que se escapó de la casa del matrimonio que le alojó, es incapaz de encontrar su camino (una idea que también se remarca en el cartel que mira en cierto momento de una película de Disney sobre unos animales que logran encontrar el camino de vuelta a casa). De hecho no deja de ser significativo que todos sus intentos por cuidar o recuperar el gato de dicho matrimonio acaben en desastre y con otro pobre gato atropellado por él mismo. Como le echa en cara una ex-amiga y ex-amante, Davis no puede evitar estropearlo todo y hacer todo mal.
Hay dos detalles más que me gustaría resaltar de la que es la última gran obra de los Coen hasta la fecha. En primer lugar es un rasgo marca de la casa que a mí personalmente me encanta: sus personajes secundarios. Me chifla cómo dotan de una personalidad tan definida a personajes que en ocasiones apenas tienen unas pocas frases de diálogo o no aparecen más que en unas pocas escenas. Fijémonos sin ir más lejos en la variedad de caracteres entre los músicos con los que se cruza Llewyn Davis: desde la candidez del jovencito que va a volver al ejército después de su concierto a la divertida e insultante arrogancia del veterano encarnado por John Goodman, uno de los rostros clásicos del cine de los Coen; eso sin olvidar a aquellos artistas que intentan ayudar bienintencionadamente al protagonista y están llamados a triunfar porque caen bien al público, aunque sepamos que Davis es más talentoso… pero a los que ni siquiera puedes odiar porque realmente son buena gente.
El segundo aspecto es el apartado musical, que está excelentemente cuidado. La selección de temas, en muchos casos pertenecientes al músico folk Dave Van Ronk (quien de hecho fue la inspiración para el personaje de Llewyn Davis y tiene un disco llamado Inside Dave Van Ronk con con una portada idéntica al de nuestro protagonista, si bien la historia es totalmente inventada), es magnífica y transmite muy bien el ambiente musical de la escena folk de la época. Y no menos meritorio es el hecho de que casi todas esas canciones fueron cantadas por los propios actores, destacando en ese sentido el propio Oscar Isaac. Y al final de todo, mientras Llewyn Davis sale del local para recibir los puñetazos que ya le asestaron en la escena inicial de la película, vemos a un joven músico folk saliendo al escenario tras él que no es otro que Bob Dylan justo antes de hacerse famoso. Una de las grandes celebridades del siglo XX tocando temporalmente en el mismo local que nuestro protagonista perdedor condenado al olvido. Pero eso, como se suele decir, ya es otra historia.
Ahora que la he leído, miro atrás con nostalgia y pienso en lo que pude ser y no fue… Me ha gustado mucho la reseña! (cómo no)
¡Muchas gracias! Un saludo.
Querido Doctor Mabuse, leyendo tu texto me he sumergido de nuevo en esta película y en cosas que pensé cuando la vi, que fue cuando se estrenó en cines allá en 2014. Los hermanos Coen suelen acudir en algunas de sus películas a la mitología, la religión o la literatura para dibujar el trayecto de sus «héroes». Algunos de estos «héroes» son perdedores o fracasados. «A propósito de Llewyn Davis» puede hacer una buena sesión doble, por ejemplo, con «Un tipo serio». En esta última el protagonista es un perdedor que no sale de un círculo de desgracias. Los Coen para este tipo serio se centraban en la tradición judía y en el libro de Job… Para su cantautor de folk rescatan el mito de Sísifo, que es una y otra vez ‘castigado’ y condenado a ser un perdedor. Además, como en «O’Brother» recurren de nuevo a la Odisea de Ulises…, pero el aventurero es un gato… que sigue con empeño la idea de volver a casa…
En fin, me interesan bastante los Coen, sus películas me hacen pensar, aunque algunas no me llenen del todo. Siento fascinación, por ejemplo, por Muerte entre las flores. Y no hace mucho disfruté bastante más de Barton Fink, pues la primera vez que me enfrenté a ella no le saqué todo su jugo.
Ahora tengo ganas de poder acercarme a la película en solitario de Joel Coen: La tragedia de Macbeth. Trato de no perderme ninguna adaptación cinematográfica de Shakespeare… Adoro la relación de Shakespeare con el cine.
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Yo soy un fanático confeso de los Coen, me apasionan. Tienes razón en lo de la mitología, es algo que se me escapó a la hora de hacer la reseña porque creo que el gato se llamaba Ulises si no recuerdo mal, así que más claro, imposible…
El Macbeth de Joel Coen está muy bien pero a mí no me ha satisfecho tanto como otras obras junto a su hermano. Y ya no hablo de sus grandes obras maestras. Arizona Baby y Un tipo serio, que parecen más modestas, me gustaron más. Pero es una adaptación notable que vale mucho la pena.
Un saludo.
¡Maldición! ¡Ahora tengo que verla de nuevo!
A mí en general me gusta mucho el cine de los Coen, pero también me ha pasado que aquellas pelis suyas que me dejaron muy frío no me he vuelto a acordar de ellas, mientras que las que me gustan las he remirado varias veces. Eso me pasó con esta y, por ejemplo, con Quemar después de morir.
Esta que glosas no me gustó cuando la vi. Más que no gustarme, tengo el recuerdo vago -la vi en la tele- de que me daba un poco igual todo lo que le pasa a este hombre. Me pareció algo así como innecesaria. También es verdad que ese año se pusieron de moda los documentales y pelis sobre cantantes olvidados y lo mismo se me hizo cansina por eso.
Pero la voy a ver de nuevo.
Sobre Nick Drake… No sé si te ha pasado lo mismo, pero en mi caso lo conocía desde hace muchos años y cuando hace dos o tres años empecé a escuchar su música en cualquier sitio sentí como que me robaban algo.
Muchas gracias como siempre
Por cierto, ya que la menciona Hildy… El Macbeth de Joel me ha dejado no diré frío pero sí tibio.
Es curioso pero he sentido lo mismo al verla que con el Hamlet de Laurence Olivier, pues lo mismo tienen una de bueno y de malo. Son atractivas, poderosas visualmente, pero frías y distantes. ¡Me quedo con Trono de sangre!
Un beso para Hildy, ya que estamos
Hola Manuel,
Como le acabo de decir a Hildy yo soy muy muy fan de los Coen, así que mi opinión no es muy objetiva. Pero sí que te digo que si bien Quemar después de leer es una obra suya simpática pero muy menor, ésta creo que tiene bastante más enjundia. Eso sí, el efecto que te produjo («me daba igual el protagonista») no creo que se te quite en un revisionado. Es un personaje antipático y se hace muy poco – o directamente nada – para que empaticemos con él. Es parte de la gracia y el riesgo del filme.
Sobre el Macbeth de Joel Coen, a mí me gustó, me pareció notable, pero no tanto como parece que ha gustado en general. Tiene mucho de ejercicio de estilo (visualmente es irreprochable) pero no conecté tanto. Quizá el problema es que prefiero a Joel con su hermano haciendo películas en su estilo tan característico. Como le dije a Hildy, salí más satisfecho de un filme que pasó muy desapercibido como es Un tipo serio, porque es Coen 100%, en cambio este Macbeth no creo que tenga ninguna impronta personal.
El Hamlet de Laurence Olivier en cambio sí me gusta mucho. Incluso el Macbeth de Polanski también me gustó más aunque no suele recordarse. Pero obviamente, Trono de sangre ya es otra cosa, juega en otra liga.
Sobre Nick Drake… tendrás que decirme por qué sitios te mueves para que escuches su música, jajaja. Sé que su música es más popular pero yo no suelo oírla por ahí. De todos modos yo me enganché a él algo tardíamente, cuando llevaba ya muchos años enganchado a la música, pero cuando lo hice obviamente caí rendido.
Un saludo.
Pues lo cierto es que apenas escucho radios musicales ni uso Spotify ni nada. Aunque he sido algo melómano en el pasado ahora apenas escucho música, y nunca si no me la pongo yo. Por eso cuando he escuchado puntualmente a Nick Drake de casualidad en la tele o en la radio me ha sorprendido, y dolido un poco, su revival.
Pero vengo a comentarte que vi en sesión doble Quemar después de leer, como calentamiento, y luego A propósito… y tengo que decirle que la primera me entretuvo y me pareció muy simpática aunque como bien dices es una bagatela, pero la musical me encantó. Te tengo que agradecer mucho que me la hayas recordado. Me sorprende que me interesara tan poco cuando la vi. Somos muchos en uno.
Hay un Macbeth la mar de curioso y sorprendentemente ágil y certero que hizo Bela Tarr para la tele en los 80 que dura una hora y es un solo plano secuencia si no recuerdo mal. Hace unos meses me dio por ver unos cuantos Macbeths y ese desde luego es el que más me sorprendió.
Un abrazo agradecido
¡Qué alegría que este post te haya servido para rescatarla? A mí también me ganó mucho en el revisionado (de ahí que me animara a escribir esta reseña) aunque es cierto que cuando la vi en el cine ya de por sí me había gustado bastante. Supongo que la primera vez pilla un poco por sorpresa por el tono tan extraño que tiene, pero la segunda ya sabiendo qué vas a ver aprecias mucho mejor todas sus virtudes.
Tomo nota del Macbeth que mencionas de Béla Tarr, no tenía ni idea de su existencia y suena muy interesante.
Un saludo.