Duelo en Alta Sierra [Ride the High Country] (1962) de Sam Peckinpah

Duelo en Alta Sierra (Ride the High Country, 1962) se inicia con la llegada de un cowboy ya maduro – encarnado por Joel McCrea, un rostro más que habitual en westerns clásicos – a un pequeño pueblo donde parece que hay una comitiva de gente recibiéndole. Éste se muestra encantado hasta que un policía le increpa para que se quite de en medio y descubre lo que está sucediendo realmente: la gente se ha congregado para presenciar una carrera de dromedarios que va a pasar por la calle principal del pueblo. El salto del veterano cowboy a algo tan extraño y fuera de lugar en el terreno western como una carrera de dromedarios es una forma más que curiosa y significativa para dar inicio a la primera película verdaderamente personal de Sam Peckinpah en el cine – obviaremos su verdadero debut, Compañeros Mortales (The Deadly Companions, 1961), al ser un encargo para el que no tuvo ningún margen de maniobra y del que el propio Peckinpah renegó inmediatamente. Ya en su primera escena el cineasta nos está abordando el que será el gran tema de la mayoría de sus westerns y, además, nos muestra esa capacidad suya por romper un escenario clásico de sobras conocido (el típico pueblo de western con su héroe entrando a caballo) con un elemento extraño y disruptor (la carrera de dromedarios).

Nuestro protagonista es Steve Judd, un ya envejecido vaquero que tras muchos años defendiendo la ley se encuentra ya en horas bajas y acepta un encargo para transportar un cargamento de oro de una mina cercana a un banco. Para ello le pide ayuda a su antiguo amigo y compañero de fatigas Gil Westrum, que se encuentra en una situación parecida e incluye en la aventura a su joven socio, Heck Longtree. Lo que Steve no sabe es que en realidad Gil y Heck planean robar el oro en lugar de llevarlo al banco. Gil, que aún tiene muy buena relación con Steve, pretende convencerle para que se sume al plan, mientras que Heck propone un enfrentamiento directo. Las cosas se complicarán con la entrada en escena de Elsa Knudsen, una chica que huye de su padre fanático religioso y les acompaña para casarse con su prometido, que trabaja en el pueblo minero con sus hermanos.

Si el gran tema de los westerns de Peckinpah es el fin del viejo oeste con la llegada de la modernidad, ese paso de esa era mítica de pistoleros y bandidos a un mundo donde la civilización ha acabado con ello, ciertamente con Duelo en Alta Sierra le había caído en sus manos un proyecto que no podía ser más idóneo para él. Se trata de una película donde sus protagonistas no paran de hablar del pasado y rememorar anécdotas supuestamente graciosas que nosotros desconocemos qué tienen de divertido, posicionando al espectador en el lado del joven Heck – no costaría nada introducir en el guion las anécdotas al completo para que las disfrutemos con ellos, pero lo que prefiere Peckinpah es que nosotros les veamos también como dos viejos aburridos que no paran de contar batallitas que nos traen sin cuidado. Y es también un filme que da una visión muy desencantada del futuro que les espera a los defensores de la ley, la idea de cómo tantos años poniendo orden en el salvaje oeste para que la civilización se asiente ha tenido como consecuencia que ese misma sociedad que han contribuido a crear les deje de lado. No es una idea nueva – sin ir más lejos se trata en filmes anteriores como Cuarenta Pistolas (Forty Guns, 1957) de Samuel Fuller – pero el sentimiento de desencanto y melancolía que transmite aquí Peckinpah es muy genuino.

Ayuda mucho a ello el acierto de haber confiado los papeles protagonistas a dos actores que habían sido figuras destacadas en el western y que se encontraban ya en su vejez: Joel McCrea y Randolph Scott, de forma que esa idea antiguos héroes ahora de capa caída se acentúa al estar tratando en el fondo de la situación en que se encontraban ambos actores, que además tienen muy buena química juntos, haciendo que ese potencial enfrentamiento que les separará sea más doloroso.

Un acierto del guion que además es muy propio de Peckinpah es el no dividir a los protagonistas en héroe y villano. Steve es un hombre recto e intachable, pero cuando descubre el plan de Gil se muestra irritantemente inflexible, de forma que acaba siendo inevitable que simpaticemos más con un Gil al que se ve sinceramente triste por haber provocado esa ruptura con su amigo. De hecho, aunque no es una de las escenas más recordadas del filme, me encanta el momento en que Gil y Heck intentan huir con el dinero y acaban enfrentándose a Steve. La forma como Peckinpah resuelve la escena a nivel de dirección y montaje es magnífica, primero dando a entender la huida a escondidas y el momento en que son atrapados mostrando solo sus pies, y luego combinando los primeros planos de rostros de los actores en el momento de la confrontación, contraponiendo la expresión de rabia de uno con la de sumisión y tristeza del otro (qué gran trabajo hace por cierto Randolph Scott dando a entender claramente por su expresión que no va a hacer daño a su amigo pese a lo que aseguró antes a su socio).

En el fondo es una clásica historia de amistad, traición y redención, pero Peckinpah y los dos actores protagonistas le insuflan vida y consiguen que ese final sea tan emotivo: «Sabía que harías lo adecuado, siempre lo supe, simplemente se te olvidó«.

Uno de los elementos que más diferencian Duelo en Alta Sierra de otras historias similares y que en breve se convertiría en una de las marcas de estilo más destacadas de Peckinpah es el enorme cuidado en la ambientación y los detalles, especialmente en lo que respecta al pueblo minero. Desde el comportamiento tan salvaje de esa familia de hermanos que Peckinpah retrata con crudeza pero sin poder evitar mostrar cierto cariño hacia ellos a toda la escena de la boda en el burdel, que es una auténtica pesadilla: la madame con las prostitutas haciendo de damas de honor, el juez alcoholizado que lejos de ser el clásico borrachín entrañable fordiano da una imagen patética y decadente, los hermanos peleándose por besar obscenamente a la novia y luego abusar de ella… En futuras obras Peckinpah llevaría todos estos elementos a cotas aún más excesivas, pero aquí ya dejan intuir que su creador es un cineasta que se aparta de la concepción más clásica del western.

Sus ingredientes y marcas de estilo ya son visibles, e incluso muchos de los secundarios habituales de sus futuras obras están aquí (L.Q. Jones, R. G. Armstrong con su eterno personaje de fanático religioso que acaba mal y, por descontado, Warren Oates), simplemente aquí todavía exhibe un estilo más clásico que conlleva soportar la inevitable relación amorosa entre Heck y Elsa, necesaria a nivel narrativo pero muy poco gratificante para el espectador por ser mucho menos interesante y peor perfilada que la que hay entre los dos protagonistas.

En todo caso el filme es una obra más que notable que además en su época constituyó uno de los pocos verdaderos éxitos de público y crítica de su carrera. Aunque el estudio inicialmente lo programó como una película de serie B para programas dobles, las críticas hacia la película eran tan positivas que acabaron estrenándola aparte como película principal. Peckinpah se erigía entonces como una de las grandes promesas de esa nueva generación de cineastas educados en la televisión que empezaban a dar el salto a la gran pantalla. Poco se podía imaginar que en realidad Duelo en Alta Sierra sería más bien una excepción dentro de una carrera que a partir de entonces se caracterizaría por sus rodajes caóticos y muy por encima del presupuesto pactado, enfrentamientos continuos con sus productores y batallas encarnizadas por el montaje final de sus películas. Todo ello se materializaría de golpe en su siguiente obra, la infravalorada Major Dundee (1965), donde pese a sus defectos Peckinpah ya dio un paso importante hacia un estilo más moderno y personal.

En cuanto a los dos protagonistas de Duelo en Alta Sierra, quedaron tan satisfechos con la película que ambos decidieron retirarse tras su estreno al no poder pensar en un final mejor para sus carreras (también ayudó en esta decisión el ser ya viejas glorias lejos de su momento de gloria, que además habían amasado una respetable fortuna curiosamente conseguida no tanto por su carrera en el cine como por actividades que habían desempeñado en paralelo a sus labores como actores: Scott invirtiendo muy inteligentemente su dinero y McCrea cuidando los terrenos de su enorme rancho). McCrea al final no podría evitar aparecer en unas pocas películas más pero ninguna ha tenido la trascendencia ni el significado de Duelo en Alta Sierra, que sirve como elegía no solo a su carrera sino a la de todas esas viejas glorias del western que tan fuera de lugar se encontraban ya en los años 60, un mundo que estaba cambiando tanto como el de los personajes que solían interpretar.

6 comentarios

  1. Steve Judd (Joel McCrea) y Gil Westrum (Randolph Scott), los dos protagonistas de este hermoso western crepuscular, ven cómo una época y una forma de entender la existencia están siendo arrinconadas y sustituidas por nuevos sistemas y conceptos que trae consigo la entrada en el siglo XX del Oeste que ellos conocieron. Uno, lo asume con dolorida elegancia, el otro, con pragmatismo. Pero ambos saben que ya nadie los necesitará y aprovecharán la última oportunidad que les brindan para reivindicar su código moral y su estilo de vida. Esta temática sería retomada por Peckinpah, ampliándola, en posteriores westerns suyos, entre los que cabe destacar GRUPO SALVAJE.
    En unos exteriores que nos remiten a los grandes westerns de Anthony Mann, se desarrolla la acción de DUELO EN LA ALTA SIERRA que el realizador conduce con pulso, maestría y sensibilidad hasta culminar en uno de los finales más bellos y tristes jamás filmados.

    1. Hola Teo,
      Coincido plenamente con usted, especialmente en lo referente al final, que es una maravilla. Cuentan que durante el rodaje del mismo Joel McCrea estuvo un rato tendido en el suelo preguntándose por qué nadie decía «Corten», hasta que se acercó Peckinpah conmovido y le dijo que había sido perfecto. Simplemente le costó romper el momento.
      Un saludo.

  2. Ya sabe usted que no soy muy fan de Peckinpah, y que algunas de sus obras más aplaudidas las llevo regular. Pero coincido con usted y con Teo en que esta película es especialmente hermosa, y que el duo Scott-McCrea desprende una hondura a la vez entrañable y amarga practicamente insuperable.
    Me gusta también de la película que, aunque Peckinpah la salpique con esos momentos caóticos o disonantes que caracterizan su cine, como la carrera del dromedario o la boda en el burdel, en el fondo y vista en plano general, es lineal y sencilla, como aquellos Westerns de Scott con Budd Boetticher que personalmente tanto me gustan.

    Por aportar algo, anoto la gracia de encontrarse McCrea con su viejo amigo disfrazado más o menos como él mismo de joven, cuando interpretó a Buffalo Bill. No sé si se buscó ese pequeño homenaje burlón al concebir la escena, pero seguro que el actor lo tenía en mente al rodarla.

    Un brazo doctor

    1. Hola Manuel,

      Muy oportuno el citar los westerns de Boetticher, no solo por la presencia de Scott, sino porque constituyen uno de los precedentes más claros de su cine. Como dice: historias sencillas, directas al grano y bien resueltas. En ese sentido es lógico que le guste este filme sin ser fan de Peckinpah, porque es su obra más clásica y menos caótica.

      Lo de McCrea y Buffalo Bill ni se me ocurrió, jajaja, muy bien visto. ¡Dios le bendiga, Buff… digooo, Manuel!

      Un saludo.

  3. Me ha encantado volver a ver esta película a través de su texto. Y sobre todo esa reflexión sobre lo bien que está elegido el dúo de protagonistas, Scott-McCrea.
    Me han entrado ganas de volver a ver esta película de Peckinpah.
    Me gusta siempre saber cuáles fueron las últimas películas de actores que me fascinan y uno de ellos es Joel McCrea. Un hombre bellísimo en sus incursiones en el cine precode, divertido en comedias inolvidables y todo un héroe del Oeste… Es un actor con el que me gusta encontrarme e ir completando su filmografía.

    Beso
    Hildy

    1. Hola Hildy,
      Ya me acordaba de la predilección que siente usted por el bueno de McCrea, jajaja, un actor que a mí también me cae especialmente simpático. Es una pena que no cumpliera su promesa de dejar el cine con esta película porque habría sido un cierre redondo, pero en todo caso es una magnífica forma de dar final a sus clásicos personajes de cowboy.
      Un saludo.

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