El Invisible Harvey [Harvey] (1950) de Henry Koster

Teóricamente, uno pensaría que alguien como Elwood P. Dowd jamás podría causar problemas a nadie. Se trata de un hombre de mediana edad con un carácter tan afable que es imposible enfadarse con él, y en su tiempo libre simplemente se dedica a pasear, charlar con otras personas (no importa si son desconocidas) y, por qué no, tomarse un trago de vez en cuando. Pero resulta que su mejor amigo, Harvey, es un tanto especial. Más que nada por el pequeño detalle de ser un conejo de dos metros a quien solo él puede ver. En consecuencia, su hermana Veta y su sobrina Myrtle deciden ingresarlo en un manicomio. Lo que no pueden sospechar es que Harvey, que en realidad es un pooka (criatura mitológica propia del folklore irlandés que adquiría la forma de un animal), se encargará de proteger a su amigo evitando que acabe encerrado.

Esta es la premisa que sigue El Invisible Harvey (Harvey, 1950), una de esas deliciosas comedias de enredo en que una pequeña sociedad perfectamente coherente y ordenada se ve abocada al caos por la influencia inconsciente de su protagonista. Al final todos los roles se invierten y es el loco quien escucha las confesiones que le hace el director del psiquiátrico tumbado en el diván, mientras que la misma hermana que quería encerrarlo acaba siendo la que implora para que no curen su locura. Y el elemento más ajeno a las normas sociales, el loco, es el único que parece controlar la situación en todo momento siguiendo el sencillo método de no preocuparse por nada y confiar en la bondad innata de la gente.

De hecho, no hay antagonistas en El Invisible Harvey: nadie quiere hacer daño a Elwood (¿quién querría perjudicar a un hombre tan encantador?) y su locura ni siquiera resulta peligrosa. El conflicto por tanto pasa a ser entre Elwood y una sociedad que sigue unas reglas que lo convierten en un inadaptado. Pero no es por ello un personaje marginal, al contrario: es demasiado sociable, invitando a elementos indeseables a su casa, trabando amistad con personas a las que acaba de conocer, enredando, en definitiva, las convenciones sociales en que nos apoyamos cómodamente.

Solo hay un momento en toda la película en que parece que éste se vuelva consciente de su incapacidad de integrarse en la sociedad: cuando decide abandonar el bar en el que estaba tomando una copa junto al doctor y la enfermera para dejarlos solos bailando. Una vez la pareja se vuelve a reunir con él fuera del local, éste hace su única confesión realmente personal, rememorando su primer encuentro con Harvey. Uno de los grandes aciertos del guión es que no hace explícita la situación de Elwood, pero el espectador puede deducirla fácilmente (la depresión por la muerte de su madre y su caída en el alcoholismo), de forma que éste acaba siendo uno de los pocos momentos en que la locura y el caos se arrinconan, y ese conejo gigante deja de parecernos un elemento cómico para entenderlo como la tabla de salvación a la que se acogió este buen hombre.

Prácticamente todas las comedias se basan en premisas que, dándoles de vuelta, pueden convertirse en un elemento puramente dramático. La idea de un hombre bien posicionado socialmente y con un futuro prometedor que escoge como mejor amigo a un gigantesco conejo invisible es sin duda hilarante, pero tiene algo de patetismo que se hace evidente en esa escena. Quizá ese amable roedor invisible es la forma que tiene Elwood de compensar su soledad en un mundo en que en realidad todos los personajes que le rodean también sufren de ese mal: su sobrina incapaz de encontrar un buen partido, el jefe del manicomio que encuentra en Harvey su alma gemela o el doctor y la enfermera que en realidad están enamorados pero se mantienen distanciados por la frialdad de sus relaciones laborales. El único de todos ellos que parece vivir con cierta felicidad es el tipo que ve un conejo gigante. Desde luego, no resulta un panorama muy halagüeño.

Por otro lado, éste es uno de esos casos en que la película se apoya totalmente en la presencia de su actor protagonista. Si el visionado de El Invisible Harvey resulta tan placentero es sobre todo por la actuación de un magnífico James Stewart en uno de los papeles más recordados de su carrera, irradiando inocencia y bondad pero sin parecer excesivamente infantil y, sobre todo, manteniendo su punto cómico. Aquel mismo año precisamente, Stewart iniciaría el famoso ciclo de westerns que realizó junto a Anthony Mann, los cuales le permitieron explorar la faceta más oscura y dramática del personaje de americano prototípico al que el público le había encasillado (algo que por otro lado ya empezó a vislumbrarse en su por entonces reciente primera colaboración con Hitchcock en La Soga (Rope, 1948), pero que en ese momento podía pasar por una excepción puntual en su carrera). Se podría decir que mientras que su primera colaboración con Mann, Winchester 73 (1950), apuntaba hacia el futuro del actor, El Invisible Harvey miraba más bien hacia el pasado, hacia las comedias que le hicieron célebre en los años 30 y que acabaría abandonando por un tipo de papeles más dramáticos.

El único inconveniente que le podemos poner a El Invisible Harvey es el ser un proyecto que no acaba de explotar su potencial del todo al estar dirigida por un cineasta eficiente pero poco brillante como Henry Koster y contar con un elenco poco remarcable salvo por el protagonista y la divertida Josephine Hull como su hermana. Uno no puede evitar preguntarse qué maravillas podría haber hecho con una premisa como ésta un Frank Capra, que seguramente habría exprimido mejor las posibilidades de dicha idea. Pero de hecho, dándole la vuelta a esta idea, un argumento a favor de la película es que ha soportado al paso del tiempo precisamente sin la ayuda de un cineasta brillante o un reparto destacado. Hay algo en su premisa y su tono (además, claro está, del maravilloso acierto de casting que fue James Stewart) que la ha hecho perdurable hasta adquirir el estatus de pequeño clásico, en gran parte gracias a que cuenta en su reparto con un conejo invisible de dos metros (algo que uno no se encuentra a menudo en una película), pero también porque su tono tan amable y encantador resulta contagioso.

Es cierto que la historia es marcadamente naif, pero por otro lado, nunca esconde su voluntad de fábula y nos invita a que simplemente disfrutemos de su premisa, de sus divertidos enredos cómicos y de su utópica reivindicación de un mundo más sencillo en que las personas simplemente deciden ser más amables y disfrutar de los pequeños detalles. En unos tiempos en que el cinismo, la crudeza y brutalidad son valores que se aplauden más que nunca en cierto cine contemporáneo, es más necesario que nunca que por un rato dejemos de ser «demasiado listos» (citando al propio Elwood en uno de los diálogos más conmovedores de la película) y nos dejemos conquistar por el encanto de Harvey.


Este texto apareció originalmente en el número 232 de la revista Versión Original (diciembre 2014).

2 comentarios

  1. El Invisible Harvey (Harvey, 1950) es una película que no aprecié la primera vez que la vi y luego en otros visionados la he ido cogiendo más y más cariño.

    Sí, James Stewart tiene parte de culpa. Y también el dejarse llevar por la posibilidad de la existencia de un pooka y dejar paso a la mitología en la vida cotidiana. También ese fondo de verdad y tristeza que tan bien explicas.

    En fin es de esas películas que crean un universo especial. Parecen simples, pero esconden verdades. Y, sí, quizá Capra hubiese aprovechado al máximo esta idea. Pero Henry Koster logró una de esas películas que si se descubren, te acompañan. He mirado por curiosidad otros títulos de Koster y ¡¡¡se podría hacer una trilogía con elemento fantástico!!!: La mujer del obispo, El amor que tú me diste y El invisible Harvey…

    Beso

    Hildy

    1. Hola Hildy,

      A mí me pasa que le tengo mucho cariño porque fue de las primeras películas clásicas que vi, pero en revisionados posteriores me ha seguido pareciendo que es un filme que, pese a sus limitaciones, ofrece bastante más de lo que podría parecer, y que contiene una tristeza soterrada bastante clara.

      Y ahora que lo dices no caí en que Koster también dirigió La mujer del obispo, está claro que este tema se le daba bien. ¡Me apunto la otra!

      Un abrazo.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.