Falsa Personalidad [Laughter] (1930) de Harry d’Abbadie d’Arrast

Una de las cualidades que inicialmente más se me escapaban de algunas obras del primer cine sonoro americano y que con el tiempo he acabado apreciando es lo extrañas que pueden ser a veces algunas de estas películas. No sabría utilizar un adjetivo más adecuado para definir esa sensación de extrañeza que siente uno viendo algunas escenas de filmes abiertamente comerciales en que se toman decisiones de guion insólitas o algunas escenas parece que no van a ninguna parte concreta. Es como si con la llegada del sonoro una parte del cine de Hollywood se hubiera olvidado de los códigos prototípicos de cada género y estuviera volviendo a aprenderlos.

Miren si no cómo empieza Falsa Personalidad (Laughter, 1930), que es aparentemente una comedia ambientada en la alta sociedad. Un plano de un hombre llamado Ralph en una cabina telefónica diciendo con acritud «Así que ya podré llamar mañana, ¿eh?» justo antes de colgar y marcharse desencantado a su piso. De ahí pasamos a una elegante mansión donde conocemos a la joven con la que intentó contactar, Peggy, a la que la criada le informa de la llamada que ha recibido. Volvemos al piso de antes y vemos a Ralph preparando su suicidio hasta que llega la muchacha y consigue detenerle a tiempo.

No me digan si no es una forma realmente rara de empezar una comedia: ¿con el intento de suicidio de un personaje al que aún apenas conocemos? Todo es extrañamente inverosímil, desde la llegada de Peggy en el momento oportuno sin ningún atisbo de suspense a la actuación del actor que interpreta a Ralph. Pero de alguna forma sirve para arrancar la película y que sepamos que Peggy era una chica humilde que se ha casado con un multimillonario, C. Mortimer Gibson, con el que no tiene mucho en común pero le ha proporcionado una vida más acomodada. Por el camino dejó atrás a artistas empobrecidos que estaban enamorados de ella como Ralph y, sobre todo, el músico Paul Lockridge, que retornará de una estancia en París para intentar reconquistarla. Las cosas se complicarán cuando la hijastra de Peggy, que por edad podría ser su propia hermana, inicia un romance con el inestable Ralph.

Falsa Personalidad es una de las películas que realizó un cineasta hoy día olvidadísimo pero con una biografía más que curiosa llamado Harry d’Abbadie d’Arrast. Nacido en Argentina proveniente de una familia vasca de orígenes nobles, d’Abbadie d’Arrast viajó en los años 20 a Hollywood atraído por las posibilidades del cine y, gracias a sus orígenes y su educación, enseguida hizo contactos útiles, entre ellos el de Charles Chaplin, con el que tuvo una amistad que le proporcionó el privilegio de trabajar como asistente suyo en algunas películas. De ahí su salto a pasar a dirigir sus propias películas fue bastante fácil, pero su carrera, que abarca finales de la era muda y principios del sonoro, sería muy breve a causa de su fuerte carácter, que le enemistó con varios productores.

Sus películas en su momento gozaron de muy buena reputación, y en el caso de Falsa Personalidad además coescribió el guion junto a dos de los guionistas más prestigiosos de la época: Herman J. Mankiewicz y Donald Ogden Stewart. Pero pese a todos estos indicios, vista hoy día la película no acaba de funcionar del todo, aun cuando tiene algunos detalles muy particulares que justifican que se la rescate del olvido.

Como seguramente sabrán, en solo unos pocos años nacería en Hollywood un género que sería extremadamente popular, las screwball comedies, que Howard Hawks, su gran artífice, definió como «gente elegante haciendo el tonto». Y uno de los aspectos realmente interesantes de Falsas Personalidad es cómo en algunos momentos está prefigurando esa forma de comedia. Porque aquí se nos dice mucho más sobre lo que se quieren todavía Peggy y Paul por cómo hacen el tonto juntos antes que por las frases románticas que intercambian. En una de las escenas más simpáticas del filme, Paul se pone a tocar el piano mientras Peggy y su hijastra bailan y el aguafiestas de Mortimer sostiene el sombrero del molesto invitado confiando que éste capte la indirecta. Pero entonces, el mayordomo anuncia que la comida está lista y los tres jóvenes van corriendo a la cocina ilusionados a comer como niños hambrientos dejando solo al pobre anfitrión, que está claramente fuera de lugar al lado de esas tres personas vivaces.

No obstante, el mejor momento del filme es cuando Peggy y Paul se quedan sin gasolina, les pilla una tormenta y deciden simplemente colarse en una casa a refugiarse de la lluvia. Ambos inician entonces un juego de roles en que curiosamente él hace de esposa, luego se pone a tocar el piano desde el suelo y finalmente deciden entrar en calor metiéndose en las pieles de unos osos que encuentran como alfombras, lo cual desemboca en ambos jugando a hacer de osos. Es sin duda el mejor momento de la película porque parece captar algo genuino: da la sensación de que ambos están realmente pasándolo bien y no de que estén protagonizando un gag para divertimento del espectador. No parece que sea un instante filmado de la forma que nos parezca más graciosa a los espectadores, sino más bien que se nos permite ver cómo ellos se divierten.

Es en estas escenas donde mejor se nota la química entre los dos protagonistas, Nancy Carroll y Fredric March, y entendemos que realmente funcionan como pareja. Es aquí donde se justifica el título original de la película, cuando Paul le echa en cara que necesita a un hombre que la haga reír. Después de todo, su actual marido tampoco es una mala persona e incluso a medida que avanza la trama se irá mostrando extrañamente comprensivo con ella y dispuesto a perdonarla. Sería todo mucho más sencillo si fuera un tirano, pero no es más que un poderoso hombre de negocios que en su casa se convierte en un hombre ridículo.

Es una lástima que en otros aspectos la película no termine de funcionar, como la subtrama entre Ralph y Marjorie, la hijastra de la protagonista, no tanto por la ausencia de química entre ambos en comparación con los protagonistas (después de todo Ralph no está enamorado de ella) como por lo mal desarrollado que está el enoramiento de Marjorie (e incluso me atrevería a decir que el personaje de ella en general). A cambio, el filme nos sigue ofreciendo algunos detalles interesantes más allá de las escenas antes comentadas, como el pobre Mortimer intentando lastimosamente celebrar su nuevo triunfo empresarial con su mujer y que al final acaba contentándose con compartir el champagne con su asistente (quien realmente parece que sería una pareja más adecuada para él). Los planos de ese gran hombre buscando a su mujer entre tantas grandes estancias lujosas e impersonales es una forma bastante eficaz de dejar traslucir esa idea tan tópica pero no por ello menos cierta de la soledad oculta bajo el manto del lujo.

Otro instante que creo que funciona muy bien es cuando Paul se encuentra en su lastimoso piso preparando una triste cena. No dice nada, ni sucede nada concreto, pero por sus gestos entendemos su hartazgo hacia este tipo de vida, intuimos que está pensando algo y, finalmente, le vemos marcharse dejando su cena en el fuego. Luego veremos que ha propuesto por teléfono a Marjorie fugarse juntos: después de debatirse con su conciencia ha decidido dejarse llevar por la tentación de engañar a la jovencita para escapar de esa vida de miseria. En otro filme esta escena del apartamento preparando la cena no se habría añadido por no considerarse interesante el debate moral del personaje, dejándole simplemente como un seductor amoral, o quizá se habría dado a entender la idea de una forma mucho más directa y menos sutil.

En general Falsa Personalidad no es un filme que muestre a Harry d’Abbadie d’Arrast como un genio olvidado, pero sí que nos descubre a un cineasta con buenas ideas, que bajo una premisa trilladísima no ha querido llevar el argumento a los lugares comunes de siempre y ha preferido probar un enfoque que, si bien a veces creo que no funciona, como mínimo logra que la película siga siendo interesante vista hoy día.

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