
Un aspecto que no siempre se tiene en cuenta cuando uno se inicia en el cine clásico es que, como resulta lógico, los filmes con los que uno empieza normalmente serán los mejores de cada género, o al menos los más representativos. Eso implica que a veces no seamos del todo conscientes del impacto que supusieron en su estreno, que demos por hecho ciertos rasgos que en su momento eran mucho más rompedores de lo que nos parece ahora, o que le demos demasiada importancia a ciertas flaquezas que, en realidad, no son para tanto comparadas con la producción global de la época. Dicho en otras palabras, si uno quiere iniciarse en el cine de gángsters de los años 30 empezará sin duda con grandes películas como Scarface (1932) de Howard Hawks o El Enemigo Público (The Public Enemy, 1931) de William A. Wellman. Pero estas obras, no lo olvidemos, son las mejores del género, las que perfeccionaron su estilo y lo llevaron a su mejor expresión. Para llegar a ellas hubo otras que hicieron una aportación más humilde pero sin ser tan redondas, los necesarios pasos previos antes de un acierto total. Ése es el caso de La Senda del Crimen (The Doorway to Hell, 1930) de Archie Mayo, uno de los ejemplos más primigenios del cine de gangsters, con elementos de interés pero indudablemente imperfecto.
El protagonista es Louie Lamarr, el joven líder de una banda criminal que con la ayuda de su amigo Mileaway se hace con el control del negocio de cerveza en la ciudad de Chicago, al obligar al resto de mafiosos a someterse a sus órdenes para que trabajen todos coordinados. Las cosas le van bien, Louie se hace rico y, en un giro inesperado, decide retirarse prematuramente a disfrutar de la buena vida en Florida con su mujer Doris. La noticia es mal recibida por el resto de líderes del hampa, que temen que su marcha pueda provocar conflictos entre ellos. De modo que para forzarle a volver idean un plan: secuestrar al hermano pequeño de Louie, que está estudiando en una academia militar.
De entrada comentemos el principal fallo de esta película, un error mayúsculo, incomprensible y que hace que ya de entrada La Senda del Crimen no pueda ser un filme de gangsters que funcione: el terrible error de casting de darle a Lew Ayres el papel protagonista. No tengo nada contra el actor. Hizo un papel formidable en Sin Novedad en el Frente (All Quiet on the Western Front, 1930) de Lewis Milestone y brillaría como secundario en Vivir para Gozar (Holiday, 1938) de George Cukor. El problema es que resulta totalmente inverosímil como gangster. Ya no me refiero solo a su aspecto, sino a un tema de edad. Cuando filmó esta película, Ayres tendría a lo sumo 22 años y su rostro tan juvenil está más cerca a aparentar aún menos de esa edad. ¿Les resulta creíble que un chaval de 22 años pueda intimidar a varios mafiosos y hacerse con el poder de Chicago? Sí, claro, podría suceder y quizá exista algún caso al respecto, pero entonces la juventud del personaje debe compensarse por su actuación: tiene que transmitir peligro, resultar intimidante y agresivo. Y Ayres, por muy buen actor que sea, no transmite nada de eso, tiene demasiada cara de buen chico.
Curiosamente el personaje de Mileaway, su ayudante, lo interpreta un actor de teatro en el que era su segundo papel en el cine llamado James Cagney. Sí, el mismo Cagney que solo un año después se convertiría en uno de los gangsters de la gran pantalla por excelencia en El Enemigo Público. Resulta inevitable pues hacer las comparaciones y notar cómo Cagney habría sido mucho mejor en ese rol. Fíjense en la escena inicial en que Ayres intimida a todos los jefes del hampa lanzándoles amenazas si no siguen sus órdenes. Las frases son las correctas, las que uno esperaría de un personaje así… pero suenan fuera de lugar en la boca de alguien con el aspecto de Lew Ayres. En cambio, más adelante Mileaway repite unas amenazas similares y, milagro, esta vez sí suenan realmente amenazadoras. Basta con ver cómo escupe Cagney las palabras y las miradas que lanza a los otros gangsters para que entendamos por que éstos se sienten intimidados. No es solo que Cagney sea mejor actor que Ayres, sino que tiene la fuerza que requiere dicho papel.
Dejando ese gran inconveniente de lado, pese a que el filme está dirigido por un más que solvente Archie Mayo cabe reconocer que el estilo tiene aún algo de esa torpeza del primer cine sonoro que, no obstante, para mí tiene un encanto e incluso una crudeza especiales. Algunos diálogos son francamente pobres («¿Has traicionado a alguien últimamente?» le pregunta una chica a un matón, como si fuera la típica acción que uno hace de vez en cuando), y la edición es extraña, con muchas escenas pasando a un fade out precipitadamente, casi sin dar tiempo a acabar la frase que se está pronunciando.
En general se nota que La Senda del Crimen es un primer borrador de lo que sería el cine de gangsters. Los ingredientes están ahí – los tiroteos (recordemos que uno de los factores que potenció el auge del género en esos años fue lo impactante que resultaba para los espectadores oir el detonamiento de las pistolas y ametralladoras), las traiciones, la ambivalente relación con el sargento de policía, el lenguaje chulesco… – pero todavía no acaban de utilizarse adecuadamente. No llegamos de hecho a conocer cómo Louie llega a imponerse o cuál es su plan magistral para organizar a tantas bandas diferentes, y en general hay más amenazas de tiroteos que tiroteos propiamente dichos.
En el aspecto negativo tenemos también al hermano pequeño de Louie, que idolatra a su hermano mayor y es un tanto pelma, pero sirve para mostrar el inevitable punto débil del gangster protagonista. Eso sin contar en lo desaprovechado que está el triángulo amoroso entre Louie, su chica y Mileaway, en gran parte porque la relación entre éste y su prometida es tan esquemática que roza casi lo inexistente, casi como si Louie fuera un personaje asexual que ha acabado casándose con una rubia porque es lo que se esperaba de él… ¡comparen esto con el triángulo que se nos sugeriría poco después en Scarface que también involucraba al mejor amigo del protagonista! Uno no puede pues dejar de lamentar que el guion aun no sepa explotar estos aspectos o situaciones prototípicas del cine de gangsters, que solo unos años después darían mucho más juego: la fuga de la prisión tan poco creíble como escueta o ese largo tramo final en que Louie está encerrado en un piso rodeado de sus enemigos, que se alarga con unos diálogos innecesarios dándole a lo que debería ser el clímax del filme un tono algo cansino y agotador.
Pese a todos estos inconvenientes, el filme es resultón y entretenido, con algunos pequeños logros que no deben desdeñarse. Mi escena favorita es una que juega muy inteligentemente con el sonido, por entonces un invento aún reciente y cuyas posibilidades se estaban explotando. Louie le tiende una trampa a un gangster haciéndole entrar dentro de un edificio, pero corre el riesgo de que desde fuera se oigan los disparos. ¿La solución? Sus secuaces ponen en marcha varios vehículos cuando reciben una cierta señal, y ese ruido tapa el sonido de los disparos hasta el punto de que no los oímos, ni siquiera atenuados. Poco después vemos a Louie lavándose las manos. Hemos presenciado lo que podríamos decir un «fuera de campo sonoro». La idea quizá no parezca gran cosa hoy día, pero no estaba nada mal para 1930 y demuestra que, aunque es un filme irregular, sus problemas residen en el pobre guion y un protagonista mal escogido más que en no haber sabido adaptarse aún al cine sonoro.




Hola Doctor,
no tengo la dicha de haber visto esta peliculilla, pero reconozco muy bien en su texto algo que pienso cada vez que veo alguno de los films menos conocidos de Wellman de esta época. Como bien indica usted al principio, quienes recorremos la historia del cine solemos entrar en cada época y lugar por las joyas que sobresalen de una producción, en este caso del Hollywood de los 30, masiva de muchos títulos prescindibles o apresurados. Y es que en esta época la industria del cine USA -y no digamos la Warner- hay que entender que, más que la cocina de un restaurante de lujo de la que salen los manjares irrepetibles que el paso del tiempo nos pone en la mesa, era una fábrica de salchichas. En mi caso alucino una y otra vez cómo Wellman podía hacer con dos meses de diferencia, obras maestras especiales, afortunadas y llenas de arte, y películas apresuradas, regularmente concebidas y rematadas como esta que reseña.
Por cierto, puntito de acierto para Wild Bill que un año después supo hacer lo que no hizo Archie Mayo, y es parar la producción y poner a Cagney, que en El enemigo público iba a ser el amigo secundario, a liderar el cotarro, y de ahí a la inmortalidad. El bueno de Lew Ayres, como usted dice, era demasiado bueno para hacer de malo; de hecho le marcó tanto el personaje de Sin novedad en el frente que luego en la IIGM se negó a empuñar un arma y le mandaron al Pacífico de camillero.
Un saludo!
Totalmente de acuerdo con usted Manuel. Tenía mucho mérito hacer obras especiales y con personalidad en una industria (nunca mejor empleada esta palabra) como la de Hollywood, pero ya el ritmo de producción que había a principios de los años 30 es una locura. Como usted dice, habla mucho en favor de cineastas como su adorado Wellman que incluso a este demencial ritmo de trabajo pudiera hacer tantas películas reseñables.
Desconocía que la decisión de poner a Cagney de protagonista en El enemigo público fuera de Wellman. Bravo por él, aunque la verdad sea dicha, ya en esta peliculita notas en su personaje secundario que tiene un enorme potencial.
Un saludo.
Interesante el tema cinemero, me apasiona está época de los 30 y 40. Gracias por compartir sus investigaciones
Gracias, el cine de esa época es un pozo sin fondo de descubrimientos, espero que siga disfrutando de muchas más películas.
Un saludo.