No Eran Imprescindibles [They Were Expendable] (1945) de John Ford


De entrada puede parecer extraño que el único filme bélico de ficción que realizó John Ford durante la II Guerra Mundial sea una obra tan desencantada como No Eran Imprescindibles (They Were Expendable, 1945), cuyo título ya dice mucho sobre su contenido y sobre la visión que da de la vida en el ejército. O quizá, mejor pensado, no es tan extraño después de todo. Ford había abandonado su carrera en Hollywood tan pronto Estados Unidos entró en guerra para ponerse al servicio del ejército y realizar documentales de apoyo bélico. Había estado en primera línea en muchos combates reales e incluso fue herido en una ocasión, de manera que había experimentado en sus carnes la vida en el frente. Y quizá sea precisamente eso lo que provocó que su aportación al género fuera tan peculiar.

Basado en un best-seller de la época que narraba hechos reales sucedidos a algunos miembros de la marina en Filipinas durante los primeros meses de la guerra, el filme está protagonizado por los tenientes John Brickley y Ryan, apodado «Rusty», que están al mando de un escuadrón de lanchas torpederas en bases filipinas. Cuando sucede el ataque de Pearl Habor serán movilizados junto a su tripulación, pero inicialmente a misiones más bien menores como servir de corresponsales de correo entre diferentes bases, ya que los oficiales al mando no creen que sus barcos puedan ser efectivos en combate. A medida que el conflicto avanza y la posición de Estados Unidos en las islas Filipinas se debilita, Brickley y Rusty tendrán la oportunidad de demostrar la efectividad de sus embarcaciones.

Hay un principio que es absolutamente imprescindible en el ejército y que, no obstante, apenas suele enfatizarse en muchos filmes bélicos por ser muy poco cinematográfico, que es la absoluta obediencia a los superiores, aunque eso implique no poder entrar en combate o verse obligado a realizar tareas poco gratificantes. No Eran Imprescindibles entre otras muchas cosas va sobre eso. Sobre una serie de hombres atrapados en Filipinas que se ven condenados a ver cómo las islas van cayendo en manos del enemigo, pero no pueden hacer gran cosa no solo por la falta de recursos, sino porque las órdenes que llegan desde arriba tampoco les dan pie a gestas heroicas.

De hecho éste es un filme bélico en que, cosa extraña, no veremos ningún gran acto de heroismo individual. Ni Brickley ni Rusty destacarán en ninguna de las escena bélicas acometiendo una hazaña que demuestre que sean más valientes, fuertes o inteligentes que el resto. Lo que Ford pretende destacar de ellos – y éste es uno de los aspectos clave de la película – es su capacidad de liderazgo, de saber mantener unidos a sus hombres, de imponer su autoridad al mismo tiempo que saben congraciarse con ellos cuando es necesario. Esto es algo que también me gustó de otro filme bélico que reseñé hace unos meses, Treinta Segundos sobre Tokio (Thirty Seconds over Tokyo, 1944) de Mervyn LeRoy, en que la voluntad de verosimilitud era tal que el ataque que realizaban los pilotos protagonistas no permitía que ninguno de ellos destacara sobre el resto, y eso hacía que toda la hazaña se viera como un esfuerzo conjunto.

De modo que si bien Ford no niega en ningún momento la valentía y el saber hacer de todos estos hombres, la visión que da del concepto de heroismo no es la típica hollywoodiense en que un héroe individual supera los diversos peligros salvando al resto o acometiendo la misión. Aquí la idea de heroismo implica el saber sobreponerse a los innumerables inconvenientes y resistir sabiendo que uno se encuentra muy probablemente ante una causa perdida. El entender, como dice el título, que uno no es imprescindible, y que si le toca quedarse defendiendo una isla que está cayendo irremisiblemente a manos del enemigo su deber es resistir hasta el final.

La idea más interesante para mí de la película es de hecho la de desgaste, el ir viendo cómo todo se perdiendo y los peces gordos van escapando de la isla mientras los soldados rasos se quedan allá atrapados al no haber suficiente transporte para llevarles a todos a casa. En una de las escenas más llamativas del filme vemos al General MacArthur siendo evacuado con su familia, un momento que el filme muestra obviamente de forma respetuosa pero que, en el fondo, desde nuestra perspectiva actual no deja de ser un reflejo de cómo la gente de arriba siempre son los que consiguen escapar antes y salir indemnes dejando a los de abajo a su suerte.

Cuando más adelante uno de los miembros de la tripulación le dice al resto que han recibido una condecoración por su trabajo, se encontrará con que nadie le hace caso, mostrándose todos indiferentes ante la noticia. Aunque esa indiferencia es tan forzada que acaba constituyendo un gag, viene a ser una forma de dar a entender cómo en un contexto tan precario como ése el haber recibido una distinción no sirve realmente de nada. A lo que Ford da realmente importancia es a la capacidad de esa tropa, de esa especie de núcleo familiar, de mantenerse unida, algo que como sabemos es un tema eminentemente fordiano y que seguiría explotando más en profundidad en sus filmes sobre la caballería que realizaría justo después de la guerra. Reconozco que yo nunca acabo de entrar del todo en la representación que hace Ford de esos ambientes masculinos, con ese balance entre momentos humorísticos que a menudo no me resultan tan divertidos como deberían y otros algo sentimentales que no me acaban de encajar (por ejemplo, la cena elegante que preparan para una enfermera de la que Rusty está enamorado o las miradas tan inocentes que resultan ñoñas de los reclutas jóvenes mirando a los mayores con admiración). Pero sí que reconozco que sabe captar muy bien ese sentimiento de grupo y esa complicidad entre los personajes, que creo que es la visión que le interesaba dar del ejército.

Sí me gustan otras instantáneas que reflejan esa camaradería sin sentimentalismos, como cuando van al hospital a visitar a un compañero herido al que le quedan días de vida. Los compañeros fingen ante él optimismo y que esperan verle pronto de vuelta, pero cuando éste se queda a solas con el Teniente Brickley le reconoce que sabe la verdad y que, del mismo modo que ellos han fingido para no preocuparle, él ha hecho lo mismo. Ese gesto denota una gran delicadeza mutua por evitar un mal trago al otro/a los otros, pero también esa tendencia tan masculina a no exteriorizar los sentimientos y esconderlos bajo una fachada. A solas con Brickley, ambos hablan con una sobriedad inusitada sobre sus últimas voluntades y se despiden sin sentimentalismos de ningún tipo tanto por parte de ellos como de Ford, que evita música dramática o diálogos lacrimógenos. Acto seguido, Brickley se une al resto, que le estaban esperando fuera y salen al exterior sin decirse ni una frase al respecto.

La sobriedad con que Ford nos relata escenas que en realidad están al límite denota cómo su intencionalidad era ofrecer un relato realista de la vida en el ejército antes que dramatizarlo en exceso. Pese a que luego renegaría de la película porque el estudio añadió demasiada música dramática para puntuar algunos efectos (una impresión que comparto totalmente con él y que me chirrió en algunas escenas), aun así su visión se acaba imponiendo. Por ejemplo, vemos al doctor y la enfermera operando a hombres en condiciones precarias y con un apagón provocado por un ataque aéreo que les obliga a seguir adelante con una linterna. Ford no necesita recalcar el heroismo de los personajes, basta con mostrar la tensión de la enfermera en los primeros planos para que entendamos cómo se siente. En cierto momento tras un ataque, Rusty pierde de vista la lancha de Brickley y durante varios minutos no sabemos qué ha sido de ellos, pero el guion ni siquiera intenta convertir eso en un elemento que aporte suspense a la película (¿seguirán con vida? ¿Se reencontrarán los protagonistas?), sino que el protagonista le resta importancia diciendo que probablemente habrán conseguido escapar. Tampoco se muestra nunca el rostro de los japoneses ni se les demoniza, sino que son un enemigo casi abstracto, que aparece atacando cuando uno menos lo espera.

Otro elemento que me agrada del filme son esos pequeños detalles típicos suyos tan bien medidos. Por ejemplo, el anuncio del ataque de Pearl Harbor en el bar, que provoca que todos los hombres deban abandonar el establecimiento en mitad de una fiesta. Tras ese anticlímax  se produce un triste silencio mientras todos desalojan el local y, de repente, la orquesta se lanza a tocar una melancólica versión del himno americano pero con ese toque hawaiano que caracterizaba la alegre música que interpretaban antes. Podría ser mi detalle favorito de la película. O también está la última conversación entre Rusty y la enfermera Sandy, en que el primero debe despedirse pero son brutalmente interrumpidos por un soldado que debe cortar repentinamente la comunicación. No ha habido tiempo para decirse mutuamente lo que sienten el uno por el otro y será la última vez que les veremos hablando en toda la película, siendo una forma muy anticlimática (pero realista) de zanjar su historia de amor.

Uno de mis momentos predilectos de la película es su desenlace también inusualmente anticlimático, en que los dos protagonistas se ven obligados a volver a casa. Esto, que podría ser un hecho feliz, en realidad no lo vemos así, porque el resto de sus compañeros no pueden acompañarles y se quedarán literalmente abandonados a su suerte en la isla. Qué cosa tan curiosa es un filme bélico con un final tan desangelado, pero en este caso en el buen sentido. No hay heroismo final, ni grandes palabras de despedida. Simplemente Brickley y Rusty deben irse contra su voluntad y no hay más que hablar, son órdenes. Cuando están en el avión, en el último momento Rusty se levanta para volver a tierra y ceder su puesto a un compañero que tiene mujer. Inevitablemente uno espera aquí ese final heroico en que Rusty vuelve con sus compañeros y se enaltece el compañerismo antes que nada. Pero eso no sucederá. Brickley le preguntará qué rayos se piensa que está haciendo y Rusty se verá obligado a volver al avión contra su voluntad. Es menos heroico pero el ejército realmente funciona así: el buen soldado es el que siempre obedece órdenes.

Nunca sabremos qué fue de Sandy, con la que Rusty no podrá reencontrarse – cuando pregunta sobre ella a un compañero del hospital su respuesta sobre su posible paradero es tan vaga como poco prometedora. Y la última imagen de la película será la de los compañeros de Brickley y Rusty, heridos, exhaustos y sin casi equipamiento abandonados a su suerte en la isla. El estudio quería mostrar un epílogo en que se veía a los dos protagonistas volviendo heroicamente a Filipinas en 1944, pero Ford se negó en rotundo y por suerte se salió con la suya gracias a un argumento irrefutable: en la vida real éstos nunca volvieron a Filipinas.

A nivel de reparto, ni Robert Montgomery ni John Wayne hacen los papeles de sus vidas, pero encajan muy bien en ese prototipo de líder de equipo sobrio y valiente. A modo de curiosidad, Ford humilló repetidamente a Wayne por haberse escaqueado de participar en la II Guerra Mundial, una actitud que le recriminó Montgomery, quien no solo luchó en el conflicto bélico sino que recibió varias condecoraciones por ello. Donna Reed le ofrece a su personaje esa mezcla de dureza pero con cierta sensibilidad soterrada. Y por descontado siempre es un aliciente ver en papeles secundarios a miembros habituales de la John Ford Stock Company, ese conjunto de rostros conocidos de nombres a veces recordados por los cinéfilos (Ward Bond, uno de los grandes secundarios de oro de la época) y a veces no tanto, por ser más bien figurantes (Jack Pennick, quizá el que apareció en más filmes del director aunque casi siempre sin diálogos y en papeles pequeños).

Como último detalle a reseñar, me encanta el trabajo de fotografía. De hecho sin infravalorar su trabajo en filmes posteriores, visualmente mi Ford favorito es el de las pocas películas que abarcan desde La Diligencia (Stagecoach, 1939) a La Pasión de los Fuertes (My Darling Clementine, 1946), destacando con luz propia el alucinante trabajo que hizo Gregg Toland en Hombres Intrépidos (The Long Voyage Home, 1940). En este caso Ford pidió de nuevo los servicios de Toland, pero no pudo trabajar con él. A cambio se le adjudicó a otro de los más grandes directores de fotografía del Hollywood clásico, Joseph H. August, que hace un trabajo sobresaliente, especialmente en los planos interiores del hospital o escenas nocturnas como la que comparten juntos Rusty y la enfermera. Es de los pocos momentos en que Ford se deja llevar por cierto lirismo que le permite embellecer algunas escenas de la película.

Aunque hoy día no es uno de los filmes más recordados de Ford, es curioso constatar que en su momento estuvo muy bien considerado. Por ejemplo Lindsay Anderson, en su época de crítico antes de lanzarse a la dirección, la consideraba una de sus obras cumbre… una opinión con la que Ford discrepaba profundamente, añadiendo de hecho que ni siquiera nunca llegó a verla porque el estudio la completó sin él (el juzgar una película sin haberla visto demuestra cómo Ford era un adelantado a su tiempo en los campos más insospechados). Lo cierto es que indudablemente es una obra interesantísima por el tema que trata y su peculiar visión, y que aunque sea demasiado larga se ve bien por saber alternar entre escenas más íntimas de grupo y otras bélicas, que siguen resultando bastante impresionantes hoy día.

Como mínimo creo que merece la pena su visionado no solo por su calidad sino por ofrecer algo tan aparentemente contradictorio pero a lo que Ford consigue dotar de sentido: un retrato de la vida en el ejército que muestra al mismo tiempo desencanto y orgullo.

2 comentarios

  1. Hola Doctor,

    igual que hace unos meses con Los mejores años de nuestra vida, vuelve usted a hacerme un regalo reseñando una peli que hace tiempo que quiero hablar de ella pero no me sale; ahora ya me siento aliviado sabiendo que usted lo ha hecho y tan bien hecho además.

    No la había visto hasta hace relativamente poco, cuando ya tenía el blog. Al descubrirla me dije que tenía que sacar algo de ella, pero no me vi capaz y lo aplacé. Lo curioso es que hasta otras dos veces la he revisado en estos dos o tres años, con intención de escribir sobre ella con fundamento, pero no le llegado a ser capaz, y tengo por ahí un bosquejo de sesión doble de ella y Hombres intrépidos, que fue la única producción de Ford durante su ajetreada IIGM, aparte del incandescente cortometraje The Battle of Midway.

    Me emocionan de No eran imprescindibles su sobriedad, su contención y su delicadeza. Creo que necesito un cuarto revisionado.

    Un abrazo agradecido, Doctor.

    1. Vaya, pues estoy seguro de que usted le habría sacado mucha más miga. Yo no tenía pensado escribir sobre ella tras visionarla, pero es de esos filmes que me dejaron algunas ideas en la cabeza y tras unos días decidí probar a dedicarle un texto.

      Hombres intrépidos para mí es una de las grandes ocultas de su filmografía, me gusta más que algunos filmes suyos más reputados. Anímese con ella si se ve con ganas.

      Un abrazo.

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