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Scenes of City Life [Dushi fengguang] (1935) de Yuan Muzhi

Aquellos de ustedes que, como este Doctor, tengan ya una edad, ¿no recuerdan con nostalgia los años del primer cine sonoro? ¿Rememoran aquellos tiempos en que el sonido cinematográfico era algo nuevo, excitante y, sí, divertido? ¿Se acuerdan de cuando, inocentes de nosotros, pensábamos en las miles de posibilidades que daría esa innovación y que, al poco tiempo, acabaron decepcionantemente limitándose a un enfoque más bien realista acompañado de una banda sonora? Obviamente en todas estas décadas también ha habido muchísimos cineastas muy imaginativos e innovadores en el uso del sonido, pero tengo la impresión de que esa creatividad tan desaforada que se nota en el cine mudo respecto al uso de las imágenes no se trasladó en el sonoro hacia un cine tan creativo desde el punto de vista auditivo.

Es por eso que una película como Scenes of a City Life (Dushi fengguang, 1935) me ha conquistado desde el principio. Su autor es el actor chino Yuan Muzhi, conocido en su momento como «el hombre de las mil caras» en su país, de igual forma que lo era Lon Chaney en el resto del mundo, al parecer por su capacidad para interpretar todo tipo de registros totalmente distintos y salir airoso. Solo dirigió dos películas, la que nos ocupa (¡que resulta aún más sorprendente sabiendo que se trata de un debut!) y la mucho más célebre Ángel de la Calle (Malu tianshi, 1937), uno de los títulos más emblemáticos del cine chino clásico. Pero sinceramente, aun siendo su segunda y última obra mucho más conocida, su debut me parece, pese a sus imperfecciones, una obra que desborda tanta creatividad que me parece más interesante.

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Falsa Personalidad [Laughter] (1930) de Harry d’Abbadie d’Arrast

Una de las cualidades que inicialmente más se me escapaban de algunas obras del primer cine sonoro americano y que con el tiempo he acabado apreciando es lo extrañas que pueden ser a veces algunas de estas películas. No sabría utilizar un adjetivo más adecuado para definir esa sensación de extrañeza que siente uno viendo algunas escenas de filmes abiertamente comerciales en que se toman decisiones de guion insólitas o algunas escenas parece que no van a ninguna parte concreta. Es como si con la llegada del sonoro una parte del cine de Hollywood se hubiera olvidado de los códigos prototípicos de cada género y estuviera volviendo a aprenderlos.

Miren si no cómo empieza Falsa Personalidad (Laughter, 1930), que es aparentemente una comedia ambientada en la alta sociedad. Un plano de un hombre llamado Ralph en una cabina telefónica diciendo con acritud «Así que ya podré llamar mañana, ¿eh?» justo antes de colgar y marcharse desencantado a su piso. De ahí pasamos a una elegante mansión donde conocemos a la joven con la que intentó contactar, Peggy, a la que la criada le informa de la llamada que ha recibido. Volvemos al piso de antes y vemos a Ralph preparando su suicidio hasta que llega la muchacha y consigue detenerle a tiempo.

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Tierra [Tsuchi] (1939) de Tomu Uchida

Tierra (Tsuchi, 1939) de Tomu Uchida es sin duda una de las películas más legendarias del cine japonés, tanto por su contenido como por toda la leyenda que le rodea. Se preguntarán entonces por qué no es un filme que se comente, cite o recomiende a menudo, y me temo que la respuesta es bastante desmoralizadora: la única copia que circula de la película está incompleta y es de una pésima calidad.

Si bien el montaje original de Uchida duraba unos 140 minutos, la única copia que podemos ver hoy día con cierta facilidad es una versión subtitulada en alemán de 93 minutos a la que le faltan el primer y último rollos. No solo la calidad de imagen es mala, sino que unos pocos diálogos están sin subtitular y de otros es imposible leer la traducción al alemán, de modo que a no ser que sepan japonés se perderán algunas frases de la película. Aparentemente existe una copia encontrada en Rusia de casi dos horas que además fue restaurada… pero por desgracia no parece estar disponible para el gran público ni para genios del mal. De modo que, de entrada, hemos de partir del inconveniente de que tendremos que juzgar esta película en base a una copia que no le hace justicia.

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El Testamento del Doctor Mabuse [Das Testament des dr. Mabuse] (1933) de Fritz Lang

Amigos lectores, hoy hace 15 años que el Doctor Mabuse decidió salir del escondrijo en el que llevaba décadas oculto para abrir un gabinete dedicado a comentar películas. La idea inicial era que fuera simplemente un sitio donde dejar constancia por escrito de sus últimos visionados o de algunas ideas que le habían venido a la cabeza viendo ciertas películas, y de hecho durante los primeros años ni siquiera le dio mucha difusión (en parte, también hay que decirlo, porque sus encontronazos con la justicia exigían mantener un perfil bajo).

Sea como sea, 15 años después aquí seguimos manteniendo este pequeño rincón cinéfilo. Y así como en su quinto aniversario este Doctor decidió realizar una reseña de su biopic, para el 15º aniversario se le ha ocurrido escribir sobre la secuela de dicho biopic.

Antes de entrar en materia, gracias a todos los que han ido siguiendo los escritos de este anciano Doctor y espero que les hayan servido para descubrir o revalorizar algunos de los filmes comentados aquí.


El Testamento del Doctor Mabuse (Das Testament des Dr. Mabuse, 1933) es una película tan empapada por el mito que la rodea y tan peculiar a nivel de contenido que puede resultar algo complejo acercarse a ella. Intentémoslo comenzando por el principio y aclarando algunos malentendidos. Como sin duda muchos sabrán, este filme fue la última obra que realizó Fritz Lang en Alemania antes de huir al extranjero a causa del nazismo. Su estreno fue dificultoso a causa de que el régimen nazi puso objeciones a la cinta y ésta acabaría siendo censurada. Es famosa de hecho la anécdota del encuentro entre Lang y Joseph Goebbels en esas fechas, en que este último empezó explicándole sus objeciones a su última obra para luego pasar a ofrecerle un puesto de máxima importancia en la industria alemana – una anécdota por cierto falsa por mucho que probablemente tuviera una parte de verdad.

Uno de los aspectos que han hecho de ésta una película tan legendaria es el hecho de que su trama comenta entre líneas la poderosa y dañina influencia del nazismo sobre la población alemana precisamente en el momento en que el partido ya se habían asentado en el poder. En la película, cuyo argumento detallaremos en breve, un personaje diabólico internado en un manicomio utiliza sus poderes sobrenaturales de persuasión para conseguir que otro siga sus enseñanzas liderando una banda de criminales destinada a provocar el caos. Un argumento como éste estrenado en 1933 parece un claro subtexto sobre lo que estaba sucediendo con el nazismo, pero las cosas no son tan sencillas como parece, y El Testamento del Doctor Mabuse se presenta como una cinta complicada y esquiva.

Porque, ya de entrada, resulta que el guion del film proviene de su colaboradora y esposa Thea von Harbou, que era una ferviente creyente en el ideario nazi (hecho que provocaría su divorcio y que éste fuera su último trabajo juntos). Por otro lado, la idea de realizar una secuela de su exitoso filme mudo El Doctor Mabuse (1922) no vino, como su director siempre aseguró, por parte de unos productores que querían un éxito seguro, sino del propio Lang. Pero lo interesante de este hecho es que la idea de esta película data de 1930, es decir, ¡antes siquiera de que el nazismo llegara al poder! Según parece, Lang escribió al autor de la novela original de El Doctor Mabuse, Norbert Jacques, que era amigo suyo, preguntándole su opinión sobre el guion de M, el Vampiro de Düsseldorf (1931), y de paso le lanzó la posibilidad de realizar una secuela sobre el personaje del Doctor Mabuse y le pidió ideas. Jacques en aquella época estaba escribiendo una novela en que una misteriosa mujer diabólica retomaba el legado de Mabuse basándose en sus últimos escritos y le propuso esta idea a Lang. Éste no se mostró muy receptivo, pero sí que tomó prestado el concepto de un testamento del Doctor Mabuse, a partir del cual ideó un nuevo argumento que Thea von Harbou convirtió en guion – para complicar las cosas, la novela de Jacques acabaría llevando también el título de El Testamento del Doctor Mabuse pero difiere por completo de la película y no se pudo publicar hasta décadas después.

Todo esto sucedió antes que los nazis hubieran llegado al poder. ¿Quiere decir eso que El Testamento del Doctor Mabuse no sirve como filme que capte el «espíritu» de su tiempo? ¿O que mientras lo filmaba Lang no tuviera en mente los paralelismos con la situación que estaba viviendo la sociedad alemana? En absoluto. Pero sí que obliga a matizar un poco algunos de los mitos alrededor de su creación. No fue un proyecto ideado por Lang como respuesta a los horrores del nazismo (¿podría haberlo sido sin que su guionista, de ideología nazi, no se hubiera dado cuenta?) y ni siquiera fue prohibido por Goebbels por haber entendido ese subtexto.

De hecho la prohibición nazi iba por otro camino totalmente distinto: la película daba a entender la idea de que un pequeño grupo de terroristas podía poner en jaque la estabilidad social, algo impensable en una época en que el nazismo precisamente se vanagloriaba de que, bajo su poder, habían traído la estabilidad que el país no había tenido durante la República de Weimar. Goebbels echaba en falta en el guion una figura fuerte y poderosa, un Führer, que al final devolviera el orden. El filme de Lang, aunque nos muestra la derrota de la banda criminal, no se vanagloria de la victoria de las fuerzas de la ley y se centra más en la perniciosa influencia de la figura de Mabuse.

El argumento de la película, que puede parecer algo embarullado en un primer visionado, contrapone varias historias que circulan en paralelo. Por un lado tenemos al inspector Karl Lohmann, que recibe la llamada de un antiguo subalterno suyo, Hofmeister, quien ha descubierto un peligroso entramado criminal. No obstante, antes de que Lohmann pueda saber los detalles, Hofmeister es atacado por sus perseguidores y, de la impresión que sufre, se vuelve loco, siendo confinado en un manicomio. Por otro lado, tenemos al director de dicha institución, el Profesor Bam, que está obsesionado con uno de sus pacientes más célebres: el Doctor Mabuse, un genio del mal que, sucumbió a la demencia y lleva un tiempo mudo escribiendo frenéticamente en un montón de papeles una especie de legado, que incluye diversas ideas para cometer crímenes y, sobre todo, su deseo de llevar la sociedad al colapso.

Finalmente, tenemos una banda criminal que opera bajo las órdenes de una misteriosa figura que se hace llamar Doctor Mabuse pero cuyo rostro nadie ha visto. Éstos se dedican a cometer una serie de delitos que, a menudo, no tienen una finalidad concreta más allá de desastabilizar el sistema y provocar el caos. Entre los miembros de la banda está Thomas Kent, un hombre que se quiere reformar después de haber conocido a Lilli, de la que se ha enamorado.

Ciertamente El Testamento del Doctor Mabuse es una película perfecta como cierre de una etapa. De entrada, en ella se encuentran los últimos ecos de la corriente expresionista que caracterizó una parte muy minoritaria pero, a cambio, muy influyente del cine alemán hasta la fecha. De hecho su argumento remite no solo obviamente al primer Doctor Mabuse, sino también, por su subtrama ambientada en un manicomio cuyo director es sospechoso de ser un criminal, a El Gabinete del Doctor Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, 1920), que además de ser la obra fundacional de dicha tendencia fue un film con el que Lang tuvo cierta vinculación: él fue el primer director que se pensó inicialmente para dirigirlo y supuestamente propuso el prólogo y epílogo que cambiaban el sentido de la cinta. Aunque solo sea por pura casualidad – porque ya hemos visto que el proyecto empezó su fase de preproducción antes de la llegada del nazismo al poder – su timing como secuela es perfecta: si el primer Mabuse reflejaba el caos de la República de Weimar y dicho personaje quedaba íntimamente unido a la inestabilidad económica y la salvaje inflación de la época, su secuela llega en el momento oportuno de documentar un segundo momento tristemente decisivo en la historia alemana, es decir, la llegada del nazismo al poder.

Pero he aquí un aspecto fundamental que dota de tantísimo interés a esta película, alejándola de las convencionales secuelas que se dedican simplemente a revisar los motivos y personajes de su obra precedente: en el primer Mabuse, ésta era una figura ultrapoderosa que se mezclaba en todos los ámbitos de la sociedad gracias a su capacidad de disfrazarse, aquí en cambio mantiene ese poder que le permite controlar todo, pero ya no es una figura de carne y hueso. Mabuse se convierte aquí pues en una figura maléfica inconcreta y casi diríamos abstracta. Es por ello que resulta importante que sea una secuela, porque como espectadores conocemos lo sumamente poderoso y casi irreductible que era Mabuse en la primera película, y eso hace que su nombre y su mera presencia, aunque sea de refilón, siga imponiendo. Pero éste es un Mabuse al que nunca vemos en acción, solo le oímos (y eso es en la teoría, ya que pronto sabremos que ni siquiera era su voz) y del cual solo vemos las consecuencias de sus planes. El genio del mal queda aquí pues dividido en dos: está el Mabuse real, al que vemos pero nunca escuchamos, que escribe toda una serie de planes diabólicos pero nunca los ejecuta; y luego el supuesto segundo Mabuse, al que nunca vemos pero que se manifiesta como una figura ejecutora de dichos planes.

No creo que merezca siquiera calificarse de spoiler el revelar a estas alturas que ese segundo Mabuse es en realidad el Profesor Baum, que ha quedado hechizado por la malsana influencia de su paciente y cuyo espíritu le ha acabado poseyendo, llevándole a montar esa organización criminal en su nombre. No solo el filme da entender esta idea desde casi el principio sino que, si alguien podía tener alguna duda al respecto, a media película se nos ofrece una escena que acaba de confirmar esa idea, revelándonos que a Lang no le interesa nada la sorpresa o el giro final sino otras cuestiones. La escena en cuestión por cierto es la más escalofriante e inquietante de su carrera y merece que nos detengamos en ella. Baum lee algunos de los escritos de Mabuse solo y tarde de noche hasta que de repente se le aparece el espíritu del Doctor (fallecido recientemente) recitando entre susurros lo que está leyendo para, luego, darse a entender mediante una sobreimpresión que le ha «poseído».

Es un tipo de escena que solo podría haber ideado un cineasta surgido de la era muda. Es fácil imaginarla en un filme silente por ser el tipo de recurso que el aura de irrealidad que éste dota a sus obras lo hace más aceptable al espectador. Pero en una película sonora se hace extraña y, en circunstancias normales, no podría haber funcionado… pero el caso es que lo hace. Lang opta además por caracterizar al Doctor de una apariencia extraña, casi como una versión expresionista de Mabuse, dándole un tono más fantasmagórico y terrorífico. Es el único momento en que oiremos realmente la voz de Mabuse, lo cual no es un dato irrelevante, ya que uno de los alicientes de dicha secuela sería poner por fin voz a esta figura tan mítica, pero Lang en ese sentido se muestra de nuevo esquivo: la única vez en que se le escucha es hablando entre susurros, manteniendo así esa imagen fantasmal. La idea es que las apariciones de Mabuse en la película sean breves pero mantengan dicho impacto y fascinación, como queda de manifiesto en la última imagen que se nos ofrece de éste antes de que sepamos que ha muerto: un primerísimo primer plano de sus ojos mirando a cámara que también resulta escalofriante. Es un hombre encerrado y que ha perdido sus facultades mentales, pero no podemos evitar sentir miedo de dicha mirada.

Por otro lado, si El Doctor Mabuse era una muestra de las posibilidades del cine mudo con todas las influencias visuales de la época, El Testamento del Doctor Mabuse es un repaso a todo lo que podía ofrecer la novedad del sonido. Se podría escribir un artículo extenso solo sobre el uso del sonido en dicha película, pero nos obligaría a dejar fuera otras cuestiones y, además, mi colega el Doctor Caligari ya trató un poco el tema en este artículo resaltando algunas escenas clave.

Aquí únicamente mencionaremos de pasada ese extraordinario inicio compuesto solo de sonidos en la planta de fabricación de billetes falsos y, sobre todo, una de las escenas más importantes de la película – en que más adelante insistiremos – cuando Thomas y Lilly descubren que tras la cortina donde teóricamente se oculta Mabuse no hay nada, solo un altavoz, como si hubieran descubierto el artificio del cine sonoro. Lo genial de esta película es que Lang aprovechó la novedad del sonido como parte consustancial de la trama, sin el cual el filme simplemente no funcionaría en absoluto.

En la conferencia que el Profesor Baum da sobre Mabuse hay un momento en que explica cómo su paciente inicialmente escribía garabatos sin sentido, de los cuales luego empezaron a surgir palabras y finalmente frases con algo de sentido. Este mismo principio podría aplicarse a la estructura narrativa de la película. Lejos de tener un protagonista claro que vertebre el relato, Lang empieza mostrándonos varias escenas con diferentes personajes sin que al principio entendamos el vínculo entre ellos. No es hasta que va avanzando la trama que empezamos a unir los puntos y hacernos una idea global de lo que sucede – una estrategia que muestra la fortaleza de Thea von Harbou como guionista y que en realidad ya se utilizaba en M (1931), donde no teníamos un protagonista claro en la primera mitad del metraje e incluso tardábamos un tiempo en entender qué enfoque se iba a dar a esa historia sobre un asesino de niñas.

De hecho la película presenta un rasgo que podría verse como un defecto pero que yo creo que es un aspecto que juega totalmente a su favor, y es el hecho de que se dejen varios vacíos a nivel narrativo. El filme, como muchas obras del periodo alemán de Lang, opta por ese tipo de situaciones tan enrevesadas de suspense que denotan la influencia que tuvieron en él los seriales. Desde nuestro punto de vista actual, las estrategias que se emplean para liquidar (o intentarlo) a algunos de los personajes son absurdas, casi más una exhibición de poder que puro pragmatismo. Pero lo curioso es que, aún aceptando eso, se dejan varias preguntas expresamente abiertas. En la escena en que Thomas y Lilly miran al otro lado de la cortina descubren que es todo un engaño y que Mabuse (o el que se hace pasar por él) no está al otro lado, sino que solo había una silueta y un altavoz. Pero la película nos ha dado a entender previamente que en las otras escenas situadas en la guarida de los criminales sí que debía estar presente: el guion insiste en vincular los momentos en que Mabuse cita a sus secuaces con escenas en que Baum se encerraba en su biblioteca desde donde presuntamente podía escapar sin ser visto, y por otro lado en los anteriores encuentros es imposible que Mabuse/Baum haya grabado su discurso previamente, porque interactúa con los criminales en función de los gestos que hacen, es decir, está ahí y les está viendo, aunque ellos no a él – recordemos la importancia que tenía en El Doctor Mabuse el poder de la mirada (no en vano Mabuse es hipnotizador), y como aquí se mantiene la idea en base a que éste está por encima de sus secuaces por el hecho de que él puede observarles, pero ellos no a él.

El hecho de que no se aclare la necesaria presencia real de Baum en las anteriores reuniones con sus secuaces no es un fallo de guion porque tiene una explicación lógica (más adelante vemos que cuando se encierra en la biblioteca, Baum usa un mecanismo grabado para simular que sigue ahí), simplemente el guion elige no aclararlo explícitamente, igual que otros aspectos de la trama que quedan un tanto en el aire (por ejemplo, el supuesto ataque que sufre Hofmeister en su casa mientras habla por teléfono: ¿qué ha sucedido exactamente para que se haya vuelto loco y por qué no lo han matado?). Pero todo ello contribuye a generar ese clima de inconsistencia e irrealidad que va muy en la línea de la figura de Mabuse como un ente casi abstracto que sigue operando a través de Baum. Nada se acaba de concretar o explicar del todo, permanece siempre una sensación de inquietud como si la resolución final del filme no fuera suficiente. En ese sentido, la escena en que Thomas y Lilly miran detrás de la cortina – insisto, uno de los mejores momentos de la filmografía de Lang por todo lo que significa – podría entenderse también como un reflejo de los asistentes a un espectáculo que miran detrás de las bambalinas para descubrir cuál es el secreto tras un truco de magia, la explicación lógica a todo lo que está sucediendo. La fría realidad es tan decepcionante como averiguar la trampa que ocultaba el mago en el escenario. Un simple recorte con una silueta y un altavoz no sirven como explicación, nos deja insatisfechos, nos queda la sensación de que había algo más pero que no sabemos precisar el qué.

En este sentido, El Testamento del Doctor Mabuse utiliza los últimos resquicios que quedan del expresionismo como forma de moldear un mundo inconsistente y poco fiable y, a un nivel más explícito y estético, como reflejo de los delirios que provoca el influjo de Mabuse: las formas fantasmagóricas y criminales que cree ver un enloquecido Hofmeister en el cuarto del psiquiátrico o la presencia de Mabuse que se le aparece a Baum en su despacho o mientras conduce al final de la película. Por cierto, teniendo en cuenta que Lang dice que propuso la idea para el prólogo y epílogo de El Gabinete del Doctor Caligari porque solo así el espectador entendería la puesta en escena expresionista como el reflejo de una mente enloquecida, no deja de ser significativo que en este filme los detalles más expresionistas vengan, precisamente, del punto de vista de personajes enloquecidos.

Me doy cuenta de que llevo escrito mucho sobre esta película y no obstante tengo la sensación de que me estoy dejando demasiadas cosas en el tintero: la forma como Lang maneja el suspense en la escena del tiroteo desde la casa de uno de los gángsters, el asesinato entre coches que es puro Hitchcock (la idea visual de toda una caravana de coches que avanzan mientras uno queda extrañamente detenido, generando esa inquietud de que «algo no encaja» no podría ser más hitchcockiana), el carácter sardónico del inspector Lohmann como improbable héroe (que además ya había aparecido en el mismo papel en M) secundado por su sufrido ayudante, el genial montaje que concatena escenas totalmente distintas mediante conceptos o asociaciones de ideas, los planos de los arboles mecidos por el viento durante la noche en la escena final de la huida o incluso el hecho de que la ñoña subtrama romántica no consiga sabotear la película.

Es El Testamento del Doctor Mabuse una obra maestra que, más allá de la mística que la de sus circunstancias de producción y su contexto, resulta inabarcable por la multitud de detalles e ideas que atesora. Pero creo que lo mejor de todo es esa idea de que sea una película que no acaba de asentarse del todo en la lógica y racionalidad. No es un filme fantástico, ni tampoco puede decirse que su guion sea descuidado. Es un filme que parte del estilo más realista que Lang y Harbou mostraron en M (algo muy adecuado para un primer filme sonoro, lejos de esa sensación de irrealidad que otorgaba el cine mudo al no haber palabras) pero que prefiere que al final no encajen las piezas del todo. Nos deja con ciertas preguntas sin respuesta y, sobre todo, con una sensación inquietante, como si el Doctor Mabuse no fuera un mero criminal cuyos actos y motivaciones sean delimitables, sino un reflejo del mal en su forma más pura.

La Luz Azul [Das Blaue Licht] (1932) de Leni Riefenstahl

A finales de los años 20 la bailarina reconvertida en actriz Leni Riefenstahl había logrado la fama que tanto ansiaba gracias a una serie de películas que había filmado junto al director Arnold Fanck, conocidas como bergfilm o «películas de montaña». No obstante, a Riefenstahl las limitaciones que le imponía el género a nivel creativo le estaban empezando a resultar molestas. Ella ambicionaba ser una actriz dramática capaz de desenvolverse en otro tipo de filmes, pero ninguna productora de cine importante se animaba a darle esa oportunidad por considerar que era demasiado limitada para ello. Riefenstahl, lejos de desanimarse, decidió pues que si nadie quería darle un papel diferente a los que hasta ahora había encarnado, se lo inventaría ella.

Desde hacía tiempo había escrito un esbozo de historia con tintes de leyenda que le proporcionaba un tipo de personaje protagonista que se desmarcaba de los que había interpretado hasta entonces. Dicho esbozo pasó por manos del crítico de cine y escritor Béla Balázs, quien, con ayuda del guionista más importante de Alemania, Carl Mayer, le dio forma de guion cinematográfico. A partir de aquí Riefenstahl consiguió levantar el proyecto asignándose ella misma las labores de actriz protagonista, directora y productora pese a no tener ninguna experiencia en esos últimos campos y no contar con el apoyo de ningún gran estudio.

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La Senda del Crimen [The Doorway to Hell] (1930) de Archie Mayo

Un aspecto que no siempre se tiene en cuenta cuando uno se inicia en el cine clásico es que, como resulta lógico, los filmes con los que uno empieza normalmente serán los mejores de cada género, o al menos los más representativos. Eso implica que a veces no seamos del todo conscientes del impacto que supusieron en su estreno, que demos por hecho ciertos rasgos que en su momento eran mucho más rompedores de lo que nos parece ahora, o que le demos demasiada importancia a ciertas flaquezas que, en realidad, no son para tanto comparadas con la producción global de la época. Dicho en otras palabras, si uno quiere iniciarse en el cine de gángsters de los años 30 empezará sin duda con grandes películas como Scarface (1932) de Howard Hawks o El Enemigo Público (The Public Enemy, 1931) de William A. Wellman. Pero estas obras, no lo olvidemos, son las mejores del género, las que perfeccionaron su estilo y lo llevaron a su mejor expresión. Para llegar a ellas hubo otras que hicieron una aportación más humilde pero sin ser tan redondas, los necesarios pasos previos antes de un acierto total. Ése es el caso de La Senda del Crimen (The Doorway to Hell, 1930) de Archie Mayo, uno de los ejemplos más primigenios del cine de gangsters, con elementos de interés pero indudablemente imperfecto.

El protagonista es Louie Lamarr, el joven líder de una banda criminal que con la ayuda de su amigo Mileaway se hace con el control del negocio de cerveza en la ciudad de Chicago, al obligar al resto de mafiosos a someterse a sus órdenes para que trabajen todos coordinados. Las cosas le van bien, Louie se hace rico y, en un giro inesperado, decide retirarse prematuramente a disfrutar de la buena vida en Florida con su mujer Doris. La noticia es mal recibida por el resto de líderes del hampa, que temen que su marcha pueda provocar conflictos entre ellos. De modo que para forzarle a volver idean un plan: secuestrar al hermano pequeño de Louie, que está estudiando en una academia militar.

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Bajo los Techos de París [Sous les Toits de Paris] (1930) de René Clair

Aun a riesgo de repetirme, no puedo dejar de enfatizar una vez más lo injustamente olvidado que ha quedado hoy día René Clair cuando a principios del sonoro fue uno de los cineastas más reputados e influyentes no ya de Francia sino del mundo. Si consultan bibliografía sobre grandes cineastas que vivieran esa época comprobarán que Clair fue uno de los referentes más claros de esos años en países tan diversos como Estados Unidos, Japón o Alemania. Ello se debía en gran parte por la forma como el cineasta abrazó el cine sonoro, que debía ser toda una inspiración para aquellos directores que querían explorar las posibilidades expresivas de esta innovación. En ese sentido, su primer filme sonoro así como el más célebre de cuantos realizó en esa época – aunque no el mejor – es una muestra clarísima de ello que, por otro lado, nos hace lamentar todas las posibilidades expresivas que daba la adición del sonido sincronizado y que, posteriormente, se fueron dejando de lado por un estilo más estandarizado y menos inventivo.

Bajo los Techos de París (Sous les Toits de Paris, 1930) narra una historia más bien sencilla y arquetípica ambientada en los bajos fondos de la capital francesa, que tiene como protagonista a Albert, un cantante callejero que se enamora de Pola, una chica que está tonteando con Fred, un gangster del barrio. Cuando parece que Albert y Pola van a acabar juntos, Albert es erróneamente encarcelado acusado de un robo y ella busca consuelo en el mejor amigo de éste, Louis, del cual se acaba enamorando.

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Éxtasis [Ekstase] (1933) de Gustav Machatý


Éxtasis (Ekstase, 1933) de Gustav Machatý es una película realmente engañosa. El gran motivo por el que se la recuerda es la polémica que la rodeó respecto al erotismo de dos escenas: en una la actriz protagonista, Hedy Lamarr (por entonces aún usando el nombre de Hedy Kiesler), aparece desnuda corriendo por el campo, y la otra consiste en una escena de sexo que incluye la que se cree que es la primera representación en el cine de un orgasmo femenino. Como este es el prácticamente el único aspecto del filme que se suele comentar, antes que nada matemos este tema. Efectivamente, Lamarr aparece tal cual Dios la trajo al mundo, pero no es para nada el primer desnudo completo de la historia del cine, como se dice en algunos sitios… ¡desde los inicios del cine se han filmado desnudos! Por otro lado la famosa escena de sexo no muestra nada explícito, de hecho está formada casi íntegramente por primeros planos, pero destila un erotismo muy elegante y no deja ninguna duda sobre que la protagonista está teniendo un orgasmo. En ese sentido recomiendo encarecidamente otra obra del mismo director bastante superior a ésta, Erotikon (1929), que incluye también una tórrida escena que es todo un precedente de la que nos ocupa ahora.

Como era de suponerse, el filme fue en su momento un escándalo que llegó hasta el punto de que el Papa Pío XI denunció públicamente la película por inmoral. Su estreno chocó con la censura en muchos países y en otros directamente con la prohibición de la cinta, pero al mismo tiempo dio a conocer internacionalmente a Lamarr, que en unos años haría carrera en Hollywood. Todo esto ha provocado que el público que se acerque a Éxtasis lo haga esperando un drama erótico, o quizá una cinta para lucimiento de la belleza de su atractiva protagonista. Pero en realidad no es así, de hecho Éxtasis es algo bastante extraño. Es una película que en realidad consiste en tres películas diferentes. Y es un filme sonoro que en realidad es un filme mudo.

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Tsuruhachi y Tsurujiro [Tsuruhachi Tsurujirô] (1938) de Mikio Naruse

A estas alturas, tras haber visto un número considerable de películas de la amplia filmografía de Mikio Naruse y no quedándome ya ninguna de sus obras consideradas imprescindibles, he llegado a un punto en que a veces opto sencillamente por ver alguno de sus filmes al azar. Una de las grandes bendiciones que nos ha aportado internet es el poder navegar prácticamente sin límite por las filmografías de cineastas tan prolíficos como Naruse, sin depender ya de cuáles de sus películas existen en DVD. Y eso quiere decir que por tanto uno puedea pensar un aburrido viernes noche: «Bah, voy a ver una película de Naruse que no conozca de los años 30. Cualquiera. La primera que se me presente«. La mayoría de veces me he topado con películas menores, como esperaba, pero hasta ahora ninguna que considere mala. Y eso que soy consciente de que es matemáticamente imposible que un hombre que rodó tantas películas no tenga alguna realmente floja. Pero de momento siempre he encontrado al menos algún detalle o aspecto interesante en todo lo que he visto suyo, incluso en obras más rutinarias. No descarto sin embargo que simplemente aún no se me hayan cruzado algunas de sus películas más flojas.

Muy de vez en cuando me llevo alguna sorpresa agradable. Un filme del que no tenía ninguna referencia, que he visto por puro azar y que me ha acabado pareciendo una obra más que reseñable. Es lo que me ha sucedido con Tsuruhachi y Tsurujiro (Tsuruhachi Tsurujirō, 1938), que trata sobre dos artistas musicales que actúan como dúo: él, Tsurijirō, es el cantante y ella, Tsuruhachi, toca el shasmisen. Ambos se conocen desde niños porque la madre de ella, una gran artista, les enseñó todos los secretos de su arte. Con su mentora fallecida, los dos consiguen un gran éxito allá donde actúan pero su relación está siempre plagada de tensión: a veces él le reprocha a ella que no ha tocado suficientemente bien, pero ella no está de acuerdo. En paralelo a sus continuas discusiones, en que se prometen no tocar juntos y luego vuelven a reconciliarse, Tsuruhachi se plantea casarse con un admirador, el acaudalado y dócil Matsuzaki.

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La Escuadrilla del Amanecer [The Dawn Patrol] (1930) de Howard Hawks

Un aspecto curioso de La Escuadrilla del Amanecer (The Dawn Patrol, 1930) es que si pensarámos en una película de Howard Hawks sobre aviadores durante la Primera Guerra Mundial seguramente nos esperaríamos un filme dinámico y lleno de emoción y suspense, pero no es para nada el caso – del mismo modo que la primera vez que vi El Sargento York (Sergeant York, 1941) del mismo Hawks me llevé un chasco por ser más un filme sobre un dilema moral que una obra bélica pura y dura. Así pues, aunque La Escuadrilla del Amanecer se inicia con unos planos aéreos de los aviadores, pronto sabremos que la función de dichas imágenes es únicamente la de ponernos en situación, y no será hasta pasado el ecuador del metraje cuando tendremos algunas de las tan ansiadas escenas de acción.

Estamos en plena I Guerra Mundial, donde un escuadrón de aviadores debe soportar la presión de ser enviados continuamente a peligrosas incursiones al frente alemán en las que a menudo cae alguno de ellos. El miembro más destacado es Dick Courtney, un experimentado aviador que está continuamente culpando al Comandante Brand de que les conduzcan a misiones suicidas con nuevos reclutas inexpertos. El gran aliado de Dick es su amigo Douglas Scott, otro destacado piloto a quien conoce de toda la vida y con el cual una noche decide iniciar un vuelo secreto hacia líneas enemigas desobedeciendo las órdenes del comandante. A su retorno, Dick recibe el peor castigo posible: el Comandante Brand ha sido ascendido y ha decidido nombrar a Dick como su sucesor. Por tanto, ya no podrá volar con sus compañeros y deberá ser él quien transmita las órdenes provenientes de sus superiores y sufrir la presión de enviar a miembros del escuadrón a una muerte segura.

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