Navidades en Julio [Christmas in July] (1940) de Preston Sturges

Preston Sturges es de esos directores que ha logrado pasar a la posteridad pese a contar con una carrera inusualmente breve como realizador: solo doce películas, de las cuales las dos últimas dudo que casi nadie recuerde que existan, de modo que a efectos prácticos todo se debe a diez filmes. Cuando algo así sucede es porque dicho realizador tiene un rasgo especial que resulta visible en sus pocas obras, y en el caso de Sturges tenemos tanto motivos artísticos como otros extracinematográficos. En lo que se refiere al primer aspecto, Sturges destacó por ser (primero como guionista, luego también como director) uno de los más grandes exponentes de la comedia clásica americana. Sus historias eran ágiles, contenían un punto de acidez o cinismo bastante inusual en el género y subvertían muchas de las convenciones de las conocidas como screwball comedies, dándoles una inteligente vuelta de tuerca.

Pero los motivos extracinematográficos que han dado fama a Sturges no son menos remarcables. Después de asentarse como afamado guionista para la Paramount se propuso poder dirigir sus propias historias en una época en que la silla de director estaba vetada a los escritores. Harto de batallar con el estudio, le hizo una oferta que no pudieran rechazar: un guion titulado El gran McGinty (The Great McGinty, 1940) por solo 10 dólares a cambio de que se lo dejaran dirigir a él. Teniendo en cuenta que por entonces era uno de los escritores más reputados del estudio, la proposición resultó demasiado tentadora como para no aceptarla. Y la película resultante fue un enorme éxito que le permitió a Sturges no solo poder dirigir sus propios guiones sino algo aún más inédito: tener su pequeña unidad de producción independiente dentro del estudio con cierta libertad creativa siempre y cuando cumpliera los plazos y presupuestos. En ese aspecto Sturges fue un pionero, uno de los primeros cineastas de Hollywood que intentó lograr cierta independencia en el sistema de estudios. No les engañaré, al final la experiencia fue breve y acabó mal para Sturges (es lo que tiene ser un pionero), pero a cambio pudo legar ocho comedias maravillosas a la posteridad, la segunda de las cuales, Navidades en Julio (Christmas in July, 1940), es quizá la más olvidada de todas, algo totalmente injusto y a lo que intentaremos poner remedio aquí.

Navidades en Julio parte de una premisa que recuerda enormemente a una de las obras clave del cine mudo americano: Y el mundo marcha (The Crowd, 1928) de King Vidor, la historia de un hombre del montón que fantasea con llegar a ser alguien y erigirse por encima de la multitud. De hecho ambas comparten incluso la idea de los concursos de eslóganes publicitarios como modo de conseguir la fama y riqueza.

En este caso el protagonista es Jimmy McDonald, un joven atrapado en un mediocre trabajo de oficinista que confía ganar un concurso para elegir el eslogan de una marca de café, cuyo premio de 25.000 dólares le permitiría casarse con su chica Betty ofreciéndole un tipo de vida más cómodo. Un día, unos compañeros de trabajo tienen entonces la idea de gastarle una broma a Jimmy dejando en su escritorio un falso telegrama en que se le explica que ha ganado el concurso. Jimmy se traga el anzuelo, pero antes de que sus compañeros le avisen de que es una broma la cosa ha ido demasiado lejos: el jefe de la empresa le asciende de puesto y Jimmy se lanza junto a Betty a gastar la fortuna que creen que han ganado en unos grandes almacenes para comprar regalos a sus respectivas madres y a todos los vecinos del barrio.

De todas las comedias de Sturges como director, Navidades en Julio es seguramente la más deudora del estilo de Frank Capra, con ese aroma de cuento que en la carrera de Sturges solo he vuelto a encontrar en el que fue su último guion no dirigido por él mismo, Recuerdo de una noche (Remember the Night, 1940), que realizaría Mitchell Leisen. Se trata de una pequeña parábola sobre lo frágiles que pueden ser las ilusiones y de cómo el destino puede ser tan cruel como para permitir que el sueño de nuestras vidas se evapore ante nuestros ojos cuando parecía a punto de realizarse. Pero la clave está en que Sturges no es cruel con sus personajes pese a enfrentarlos a una situación así. Al contrario, los trata con mimo, como si realmente le supiera mal que hayan sido víctimas de un engaño.

Tal es así que – cosa insólita – Navidades en Julio es una película sin personajes negativos o antagonistas. Todos parecen tener un aspecto positivo de carácter que les redime o, si no es así, nos parecen demasiado divertidos como para que nos caigan mal: los jefes de Jimmy son extraordinariamente benevolentes y uno de ellos le lanza un discurso muy interesante sobre el mito del éxito, el propietario de la empresa de café que organiza el concurso es el menos caritativo de todos pero, a cambio, se revela como el secundario más divertido de la película, mientras que los compañeros de Jimmy que le gastaron esa broma tan pesada al final intentan redimirse regalándole el sofá que éste fantaseaba con ofrecer a su madre. Se trata pues de ese tipo de obras que hoy día ya no se estilan: películas amables y de buenas intenciones que le hacen a uno recuperar la fe en la humanidad (algo especialmente necesario en los días que corren, si me permiten el comentario).

No quiere decir eso que Navidades en Julio sea un filme acaramelado. Aunque aquí tenemos a un Sturges más suave de lo normal, no falta tampoco cierto punto de cinismo (después de todo estamos viendo cómo el destino juega con las inocentes ilusiones de un pobre hombre) y se nota que el director hubiera preferido un final que siguiera menos el estilo de los previsibles happy ending de Hollywood, quedándose en la reflexión de Betty sobre la necesidad de dar oportunidades a los jóvenes como su prometido, llenos de esperanzas y ganas de demostrar su valía en el mundo. Dicha idea se nota que es muy propia de Sturges ya que él mismo fue un joven hiperactivo que probó todo tipo de carreras (fue incluso inventor aficionado) antes de debutar como guionista en el teatro.

Tal es la incomodidad que le parece suponer a Sturges el inevitable final feliz (inevitable no solo porque la Paramount no aceptaría uno amargo sino también porque desentonaría con el resto del filme), que aunque se nos ofrece un desenlace positivo para la pareja protagonista, Sturges prefiere hacerlo desde la distancia. Así pues, al acabar la película Jimmy y Betty no saben que al volver a casa les esperará un final feliz para esta pequeña desventura; solo lo sabemos los espectadores, pero nunca llegamos a verlo, ya que antes de que eso se visualice Sturges nos echa encima el rótulo “The End”, como queriendo ahorrarse la típica idílica estampa con la que suelen cerrarse este tipo de comedias.


Este texto apareció originalmente en el número 277 de la revista Versión Original (enero 2019).

4 comentarios

  1. Hola Doctor,
    es digno de estudio como Preston Sturges puede mantener una calidad alta en las pelis que escribe y/o dirige manteniendo dos anatemas: el primero, que todo es absolutamente previsible y el segundo, que «to er mundo es güeno», vamos que es una filmografía -la que conozco- sin antagonistas, sin malos. Un mundo ideal.

    Saludos con telegrama y cheque adosado, jiji.

    1. El cine de Sturges es muy particular, y se nota que no le interesan tanto los enfrentamientos con unos antagonistas clásicos como el mostrar a sus protagonistas enfrentados a situaciones complicadas que, a menudo, no son culpa de nadie concreto. Es una pena que no pudiera prodigarse más.

      Un saludo.

  2. Adoro a Sturges, doctor Mabuse.

    Qué bien analiza las claves de Navidades en julio.

    Además es el director de una de mis pelis más amadas: Los viajes de Sullivan.

    Tiene un don para la comedia y puede ser tan divertido. Además de sus películas más conocidas y reconocidas, hay un dúo de películas con las que literalmente me muero de la risa: El milagro de Morgan Creek y Salve, héroe victorioso.

    Por cierto, no, no he visto sus dos últimas películas.

    Beso

    Hildy

  3. Era un director muy especial Sturges, y además con un estilo muy reconocible y marcado ya desde su debut, que no es algo fácil de hacer. Al principio me gustaba sin entusiasmarme, pero hubo un momento en que todo me hizo clic y me enamoré de su universo, de su tipo de humor, de sus adorables secundarios… en fin, qué le voy a decir. Si además era un gran defensor de ese actor por el que ambos sentimos debilidad, ¡nuestro Joel McCrea!

    Las dos que cita no son tan recordadas, quizá por no tener una estrella conocida, pero son igualmente magníficas, e incluso leí que Salve el héroe mentiroso la citó como su película favorita. Le debo un revisionado urgente y este verano puede ser una buena ocasión.

    Algún día quiero escribir sobre The Palm Beach Story, siempre lo pienso y nunca lo hago…

    Un saludo.

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