En 1948 Hiroshi Shimizu realizó una de las obras fundamentales del cine japonés de posguerra, Los Niños de la Colmena (Hachi no su no Kodomotachi, 1948), en que explicaba las vicisitudes de un grupo de niños huérfanos que acompañaban a un joven soldado sin familia que volvía del frente en busca de un lugar donde establecerse. Aparte de ser un retrato valiosísimo del Japón de posguerra, el filme destacaba porque Shimizu empleó en él a niños huérfanos de verdad que había rescatado de la calle y que por aquella época tenía acogidos en su casa, haciendo que el resultado final fuera especialmente auténtico.
La película tuvo un gran éxito en su momento, y eso motivaría a su creador a filmar una secuela años después: Children of the Beehive: What Happened Next (Sono ato no hachi no su no kodomotachi, 1951), en la que, como indica su título, explica qué fue de esos niños después de haber logrado asentarse.
La película de entrada resulta curiosísima como ejercicio metacinematográfico. Porque ya de por sí en Los Niños de la Colmena Shimizu hacía referencia a otra película suya, La Torre de Introspección (Mikaheri no tou, 1941), filmada en un reformatorio de menores real con niños interpretándose a si mismos junto a actores profesionales encarnando a los adultos (resulta curioso por cierto que en Los Niños de la Colmena se diga que La Torre de Introspección es «una película antigua» cuando por entonces no tenía ni 7 años, demostrando que esa obsesión por la actualidad no es solo cosa de nuestros tiempos). Pero si bien Los Niños de la Colmena acababa con sus protagonistas llegando a la torre de introsprección, Children of the Beehive: What Happened Next en cambio empieza en un escenario distinto: una especie de casa en el campo donde viven solos el antiguo soldado Shimamura y los niños que le acompañaron.
Una periodista llega para entrevistarles pese a las reticencia de Shimamura, y entonces descubrimos que más que una secuela convencional, aquí Shimizu juega con las metarreferencias cinematográficas. Se habla de lo sucedido en Los Niños de la Colmena como una película en que todos ellos participaron (eso es cierto), y luego se comenta las condiciones en que viven con Shimamura… que están ficcionalizadas pero supongo que inspiradas en la convivencia en la vida real de esos niños con el director Hiroshi Shimizu. Es por eso que Yoshibo, el niño que moría en Los Niños de la Colmena, aparece aquí vivito y coleando comentando lo raro que se le hizo verse morir en la pantalla. Es decir, de igual forma que en el filme anterior Shimizu tomaba elementos auténticos para crear una ficción (los niños eran huérfanos reales que habían sido acogidos por un adulto, pero que era Shimizu, no el soldado de la película), aquí hace lo mismo admitiendo que lo que vimos antes era una película de ficción pero, al mismo tiempo, creando otra basada en sus experiencias en ese centro apodado la Colmena. Es prácticamente un precedente del tipo de juegos metacinematográficos que haría Kiarostami décadas después.
Lo interesante del caso es que en manos de algún director europeo intelectual este juego de espejos sería sesudamente analizado como un comentario sobre la naturaleza del cine o de la ficción, pero Shimizu lo usa con total naturalidad. Casi se diría que lo de convertir el filme anterior en una ficción reconocida no es más que un recurso para no tener que explicar por qué la historia no sigue en la Torre de Introspección y poder utilizar comom actor a Yoshibo (teóricamente muerto según el filme anterior) sin marginarlo del resto.
Dicho esto, la película no tiene la más mínima sofisticación. Es un filme simple y casi sin argumento que muestra algunos de los pequeños conflictos del día a día de esos niños con solo alguna pequeña desviación, como una secuencia animada en que se nos explican los diferentes tipos de viento. Aparentemente la fama que ha adquirido este refugio provoca que muchos huérfanos quieran venir a asentarse y que algunos adultos propongan quedarse a ayudar. Curiosamente tantos unos como otros son mal recibidos por la comunidad, que se siente molesta por esas intrusiones del exterior. Parece que el problema fundamental de la comunidad de la Colmena es que básicamente quieren que les dejen en paz.
En ese sentido me resulta muy llamativo un rasgo del único adulto de la comunidad, Shimamura, que ya se intuía en el filme precedente pero aquí viene más acentuado, y es su carácter tan seco. No se muestra simpático ni cariñoso, pero se preocupa sinceramente por los niños, les ayuda en lo que puede y éstos le aprecian por ello. Si el mensaje de la primera película era que esos huérfanos realmente lo que necesitaban es amor, aquí en realidad lo que parece que se les proporciona es básicamente una cierta estabilidad y ocupaciones.
El film es por tanto un Shimizu haciendo de Shimizu. Es decir, filmando a los niños con una naturalidad increíble (para mí es el mejor director infantil que he visto) y centrándose en pequeños momentos antes que en una gran trama o conflicto. Los adultos están mayormente ausentes (de los que aparecían en el filme anterior, la chica que les acompañó se nos dice que se casó y se fue a vivir fuera, mientras que el hombre cojo que los utilizaba en el mercado negro aparentemente se marchó porque no se adaptaba a este tipo de vida, y al final de la película hace una pequeña aparición), y por otro lado los principales conflictos conciernen únicamente a los niños: la necesidad de cazar un mapache que se come sus cosechas, dos muchachos a quienes les roban el pescado que fueron a comprar mientras se bañan en el mar, las peleas entre el grandullón Yutaka y una chica en la cocina, un niño que tiene problemas porque se orina en el futón y no quiere que el resto se dé cuenta o la llegada de dos huérfanos que no se adaptarán a la comunidad. Los pocos adultos que aparecen para vivir con ellos no lograrán tampoco adaptarse: uno cae desmayado por intentar demostrar sus habilidades físicas más allá de lo que le es posible, mientras que dos simpáticas chicas se irán porque la gente no es muy agradable. Ciertamente Shimizu no hace nada por suavizar los personajes ni justificar su comportamiento, pero tampoco los juzga, que es algo muy característico de su cine que me gusta mucho, ya que se dedica simplemente a mostrarlos tal cual son sin idealizarlos.
La película busca expresamente no alejarse de ese tono aparentemente intrascendente y solo hay destellos de drama en unas pocas subtramas. Una de ellas está basado en un hecho real que le sucedió a Shimizu con uno de sus huérfanos, cuando la madre contactó con el director al ver que su hijo estaba vivo pero no pudo hacerse cargo del niño por su situación económica, viéndose obligada a seguir dejándolo en manos del cineasta. Aquí se nos dice que la madre de Yoshibo, supuestamente muerta en el mar, en realidad está viva, pero al final ésta no quiere reencontrarse con su hijo por no poder mantenerlo, lo cual lleva a Shimizu a repetir el recurso de Yoshibo llamando a su madre a gritos al mar. Otro suceso importante tiene lugar cuando dos nuevos niños que se introducen en la comunidad roban la ropa al resto, que provoca grandes tensiones entre ellos, sobre todo con el que se había hecho en cierta forma responsable de ellos (en un artículo que escribió Shimizu en esa época sobre su experiencia tratando con niños de la calle explicaba que ese tipo de muchachos lo que más apreciaban era la ropa nueva que se les proporcionaba, que la trataban como un tesoro). En cierta manera se nos dice que para que la comunidad se sostenga los niños a cambio han de adquirir un fuerte sentido de responsabilidad respecto a sus obligaciones, por eso el que «apadrinó» a estos dos nuevos intrusos se siente tan mal al haber fallado al resto.
Parte de la gracia de estos filmes de Shimizu es que su naturalidad le lleva a veces a ser hasta descuidados con las tramas. En este caso la subtrama que cierra la película queda torpe y súbitamente interrumpida con el fin de la cinta, y desconozco si es pura dejadez (en el sentido de que a Shimizu le daba realmente igual cómo acaba) o si se debe a que ya tenía en mente la última parte de esta trilogía, Children of the Great Buddha (Daibutsu sama to kodomotachi, 1952) y allá se cerraba del todo. Desafortunadamente no he podido dar aún con esta tercera película, en que los niños están viviendo en Nara haciendo de guías turísticos, pero confío poder verla algún día y comentarla también por aquí.






Hola Doctor!
pues yo no sabía de esta segunda parte, o quizá había leído sobre ella y la daba por perdida. De hecho gracias a su reseña he descubierto que se me había pasado «adquirirla» en un reciente viaje al Japón virtual en el que gracias a un amigo completé la filmografía de Shimizu disponible.
La he visto y me ha encantado hasta el punto de que le subiría esa media estrellita que usted se reserva. Nada que añadir a su jugoso comentario, solo incidir en la curiosa naturaleza de todos los habitantes de la colonia. Son todos tan serios, tan adustos… En toda la película creo que no hay ni una sola sonrisa ¡y son casi todo niños! De alguna forma estos pilluelos y su «colmena» simbolizan a un país enfrascadísimo en su propia reconstrucción que no estaba para bromas y seguía aún bajo el yugo del vencedor.
Al hilo de esto último, me gustaría saber (si puedo mirarlo y averiguo algo lo dejo por aquí) si estas pelis están hechas por alguna subsidiaria de Shochiku, la productora de cabecera de Shimizu, o si es una especie de aventura independiente, pues él aparece como productor de ambas para la compañía Hachi no Su Eiga, que significa algo así como «El cine o producciones de la colmena».
Esta segunda además da la sensación de ser un film hecho para proyectar en las escuelas, una especie de semidocumental educativo; además de por su ejemplarizante contenido lo digo por la inclusión del hermoso interludio de animación o de la curiosidad de que la palabra «fin» está escrita en alfabeto sencillo y no en kanji, para que cualquier niño la entienda.
En fin, cómo mola este cine, que además de hacernos disfrutar y mostrarnos mundos pasados, nos deja siempre con interrogantes y puertas abiertas a la especulación.
Por cierto, sobre la Los niños del Gran Buda, la buena noticia es que sí existe copia y está conservada, porque se proyectó el año pasado en EEUU. Se puede leer una reseña aquí y parece que no es realmente una continuación, lo cual casi agradezco, porque me daba penilla que solo un año después hubieran tenido ya que abandonar la Colmena, por muy ficticia que fuere. A ver si pronto pasa del celuloide al «Japón virtual» y podemos agenciárnosla.
Un abrazo Doctor, espero que usted sí sonría de vez en cuando.
Hola Manuel,
Rayos, creo que da completamente en el clavo al presuponer que es un filme dirigido más al público infantil, y no se me había ocurrido. Eso explica la secuencia animada e incluso que al principio desvelen que en la anterior película ellos estaban actuando para mí tiene un significado especial si lo miramos desde esta perspectiva.
Yo también me fijé en el curioso nombre de la productora, y tiene pinta de producción independiente, aunque desconozco hasta qué punto lo hizo al margen de Shochiku o ellos colaboraron con él de alguna forma (como mínimo en la distribución). Coincido en que es un dato de interés que estaría bien averiguar.
Sobre la tercera parte, que me acaba de descubrir que en realidad no lo es más allá (supongo) de usar los mismos actores, efectivamente también me constaba que se había visto porque en Letterboxd hay reseñas y entiendo que fueron por el ciclo que le dedicó el año pasado el MOMA que me dio una envidia tremenda. A ver si se acaba filtrando….
Un abrazo.