Australia

Asalto al Furgón Blindado [Money Movers] (1978) de Bruce Beresford

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Explorando en el apasionante mundo de los thrillers de los años 70, una de las debilidades de este Doctor, en ocasiones uno se puede encontrar pequeñas sorpresas como Asalto al Furgón Blindado (1978), una producción australiana surgida en una época en la que el cine de dicho país empezaba a tener cierta presencia internacional.

Adaptada a partir de una novela que a su vez se basaba en hechos reales, tiene como protagonistas a varios empleados de una importante compañía de seguridad donde un día se recibe una nota anónima informando sobre un futuro robo. Y efectivamente, es así, puesto que el veterano jefe de seguridad Eric Jackson lleva muchos años planeando un robo en complicidad con su hermano (también empleado) y el jefe del sindicato. No obstante hay un pequeño detalle: la nota no la ha escrito él. ¿Hay alguien más que ha tenido la misma idea o acaso sospechan de ellos?

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Uno de los aspectos más interesantes de Atraco al Furgón Blindado es que, pese a la sangrienta escena inicial, no se trata de una simple película de suspense sin más. Al contrario, la trama es bastante intrincada al entrar en juego varios personajes diferentes operando por separado. Para complicarlo más, en la película nadie es lo que parece y muchos juegan a dos bandas, pasando de su rol respetable a otro más oculto. Un ejemplo es el detective de policía encargado de prevenir el robo, que acaba pidiendo un favor a un peligroso jefe criminal a cambio de echar tierra sobre su último delito. A medida que avanza el metraje, las relaciones y traiciones entre personajes se mezclan sin cesar.

Entre ellos emergen las figuras aparentemente honestas de Leo Bassett y Dick Martin, el primero un chico inocente que ejerce de improbable guardia de seguridad, el segundo un expolicía veterano. Pero los cambios de personalidad y de roles son tan repentinos e inesperados que al final uno acaba por no estar seguro de nadie, y ésa es una de las virtudes de la trama.

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El otro gran punto fuerte de la película es obviamente la escena del atraco, de un suspense casi insoportable en que todos los implicados acaban convergiendo en un punto de eclosión. Como broche final, los últimos planos de la película inciden de nuevo en la cínica idea de la doble moral y la corrupción enraizada en lo más profundo del cuerpo de policía.

La película fue en su época un fracaso de taquilla, algo sorprendente dado que el reparto lo formaban caras conocidas de ficción televisiva australiana y las tramas de atracos suele funcionar bien. Ha tenido que esperar a ser rescatada como película de culto muchos años después para ganar la consideración que merece.

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El Visitante [The Plumber] (1979) de Peter Weir

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El Visitante es una obra menor pero muy curiosa de la primera época del australiano Peter Weir, a quien le esperaría años después una carrera exitosa en Hollywood con películas tan notables como El Club de los Poetas Muertos (1989) o El Show de Truman (1998). Aún con sus imperfecciones, yo siento más interés por sus films realizados en Australia, que fueron los que le llevaron al reconocimiento internacional. Siendo algunas películas más interesantes que otras, todas tenían en común un estilo críptico y a veces hasta misterioso, en que se insinuaba sin llegar a dejar del todo claro la influencia de elementos sobrenaturales, de forma que acababan siendo más películas abiertas a interpretación que films que apostaran abiertamente por la fantasía o el misterio. Los ejemplos más obvios serían La Última Ola (1977) o Picnic en Hanging Rock (1975), si no contamos su desmadrado debut bastante pasado de rosca, Los Coches que Devoraron París (1974).

El film que nos ocupa hoy estaba pensado como una obra menor situada entre dos de sus largometrajes más ambiciosos, y de hecho inicialmente iba a ser un proyecto para la televisión que luego acabó estrenándose en algunos cines. Tiene como protagonistas a un matrimonio de investigadores universitarios, Jill y Brian, que habitan en el campus. Debido a un problema con las tuberías, recurren a los servicios del fontanero del edificio, Max, que resulta ser un personaje inquietante que se infiltra en la vida Jill haciendo que ésta tenga cada vez más sospechas hacia él.

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El Visitante vuelve a partir del mismo procedimiento de obras anteriores de Weir, jugando más a insinuar que mostrando claramente. El extraño comportamiento de Max y su forma de querer entrar descaradamente en la vida de Jill lo convierten en un ser potencialmente peligroso pero del que nunca conocemos sus propósitos. Su carácter al mismo tiempo amable pero con destellos de agresividad está muy bien perfilado en el guión, aunque en alguna ocasión se les escapa de las manos con algunas escenas demasiado extravagantes (por ejemplo, cuando empieza a cantar un tema de rock con su guitarra en el baño en construcción).

Por otro lado, el hecho de situar la avería en el cuarto de baño es también muy audaz a nivel de guión, ya que es uno de los espacios de la casa que exige mayor intimidad. Por tanto, tener a un extraño trabajando continuamente en el baño enfatiza aún más la idea de incomodidad que siente Jill por perder un espacio íntimo que ahora está habitado por un intruso y que, por otro lado, dificulta las reuniones que quiere tener su marido con otros investigadores.

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Así pues, bajo esa premisa, Weir se apoya una vez más en el recurso de dar a entender pero sin mostrar nada claramente. En cualquier momento tememos que Max ataque a Jill o que se descubra que no es el fontanero de verdad. De hecho se lleva al espectador hacia esa idea pero luego descubrimos que no es cierta, es como si Weir jugara haciéndonos creer que nos va a conducir a un clásico relato de suspense, para luego demostrarnos que no es así y reconducirnos a un film más psicológico.

Es por ello que quizá el film puede dejar un poco con la sensación de que falta algo, ese «algo» que parece estar esperando que suceda tanto Jill como el espectador. De hecho, en el desenlace de la película Jill acaba provocándolo expresamente al darse cuenta de que no sucede y de que, en realidad, no tiene ninguna prueba contra Max. En la anterior Picnic en Hanging Rock ese vacío molestaba menos porque era un film mucho más estimulante por el tipo de historia y la forma como se trataba, pero en una historia más modesta como la que nos ocupa quizá ese vacío expreso no funciona tan bien y deja un poco al descubierto las limitaciones de este pequeño proyecto, dejándolo en una película interesante pero tampoco remarcable.

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