En lo que respecta a la breve pero intensa carrera de Erich von Stroheim como director, La Marcha Nupcial es, dentro de lo que cabe, una de sus obras más asequibles y menos cínicas. Tras el mayor éxito de público de su carrera, La Viuda Alegre (1925), Stroheim estaba en una situación relativamente cómoda para embaucar a un incauto productor, que no era consciente de que el taquillazo de La Viuda Alegre iba a ser una excepción más que la norma a seguir en el resto de sus films, y no desaprovechó la ocasión.
Situada en la Viena anterior a la I Guerra Mundial, tiene como protagonista a una familia real en decadencia y sin valores. El protagonista es el príncipe Nicki, quien se encuentra en problemas por sus deudas crecientes. Por ello, sus padres le aconsejan que se case con una mujer adinerada, un plan que no parece desagradarle. No obstante, sufrirá un cambio drástico durante una celebración del Corpus Christi en que conoce a Mitzi, una encantadora mujer de clase baja prometida a un rudo carnicero llamado Shani. Nicki y Mitzi empiezan a encontrarse más a menudo y surge entre ellos un romance auténtico al que sin embargo no le augura un futuro prometedor, ya que los padres de cada uno de ellos están más interesados en que sus hijos tengan sus respectivos matrimonios de conveniencia.
De entrada la idea de una joven pareja obligada a estar separada por formar parte de clases sociales distintas y que se ve abocada a matrimonios de conveniencia suena muy poco atractiva y nos lleva a la cabeza melodramas románticos baratos. Pero en el caso de La Marcha Nupcial no cabe olvidar de que estamos hablando de Erich von Stroheim, cuyo cine es recordado sobre todo por la contundencia con que aborda las relaciones humanas, la hipocresía y crueldad de la sociedad. Y eso es lo que hace de La Marcha Nupcial un film tan interesante incluso si uno no comparte el entusiasmo de Stroheim por la Viena de pre-Guerra o los sórdidos asuntos de alcoba de la alta sociedad.
El inicio sin ir más lejos es puro Stroheim, y el hecho de que él mismo interprete al príncipe nos hace esperar uno de sus famosos personajes cínicos y amorales. Vemos a Nicki despertarse en palacio y besando sin el más mínimo rubor a las doncellas de la casa que se encuentra a su paso. Sabemos que está arruinado por su continuo despilfarro en locales de juego y burdeles, y al final él mismo pide cínicamente a su madre que le encuentre una joven adinerada que solvente su situación.
Como toda producción de Stroheim, la filmación y postproducción de La Marcha Nupcial fue altamente problemática. Aunque el rodaje funcionó bien (Stroheim procuró rodearse de una plantilla de actores que ya conocía de antes, además de una desconocida y por tanto moldeable Fay Wray como Mitzi), el director se excedió en gastos y plazos como siempre, y por supuesto el primer montaje tenía una delirante duración de seis horas, reducida a cuatro. Éste consiguió convencer a los productores para dividir el film en dos películas que se proyectarían por separado: La Marcha Nupcial y otra que se conocería como La Luna de Miel. Esta segunda parte continuaba justo donde se quedaba la anterior y narraba las últimas aventuras de los protagonistas, pero por desgracia a día de hoy se encuentra desaparecida.
En consecuencia hemos de conformarnos con una versión incompleta de lo que Stroheim había pensado… lo que venía a ser lo habitual con prácticamente todas sus películas. Aún así como película autónoma, La Marcha Nupcial sigue siendo una gran obra que funciona por sí sola y que nos ofrece la desencantada visión de Stroheim junto a una mirada nostálgica (y, por qué no, romántica) de la Viena que él había abandonado años atrás.




