Vida de Familia (1963) de Josep Lluís Font

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Vida de Familia es una de esas películas malditas dentro de la historia del cine español que, al igual que Vida en Sombras (1947) de Lluís Llobet, destaca no sólo por su calidad sino por haber sido el único largometraje dirigido por su creador. En este caso el film de Josep Lluís Font estaba inevitablemente condenado al ostracismo tanto por su estilo como por su temática, una ácida crítica a la burguesía catalana de la época.

El punto de partida son los intentos por parte de un médico humilde, Lluís, por abrir una clínica junto a dos colegas. Pese a que apenas tiene dinero para llevar adelante el proyecto, él y su esposa Rosa María tienen la idea de utilizar una antigua casa familiar ahora deshabitada para emplazar allá el hospital. El problema es que la adinerada familia de Lluís no está por la labor, ya sea por intereses puramente económicos como por sus propias disputas. En un intento de solucionar el problema, Lluís – huérfano de padres desde la Guerra Civil – pide ayuda a su tía Aurelia.


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Uno de los factores que seguramente hizo que el film escociera tanto en su momento es la absoluta verosimilitud con que Font retrata las miserias de la familia burguesa protagonista. El hecho de que el director conociera de primera mano el ambiente que retrataba sin duda contribuye a ello, y se nota en todas las escenas que envuelven a la adinerada familia de Lluís: los ritos como las reuniones familiares o la fiesta de cumpleaños, los diálogos, el comportamiento de los personajes, etc.

Por otro lado, Font los retrata como personajes superficiales, preocupados ante todo por los beneficios económicos. En una exposición de arte uno de los personajes hace un comentario sobre un cuadro de Joaquim Sunyer pero no para resaltar su calidad artística sino para remarcar que le han informado que subirá de precio. En otra escena típicamente doméstica, Aurelia repasa con esmero la factura que le ha traído la criada de la carnicería junto a las monedas de cambio y le comenta que le parece sospechoso que ahora cueste más, vigilando hasta el último céntimo.

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Lluís y Rosa María no disfrutan de ese mundo de lujo pero aspiran a ello, especialmente la segunda, que defiende con uñas y dientes su derecho a esa residencia que supuestamente les daría los beneficios económicos que tanto necesitan. Al igual que la prometida de José Luis López Vázquez en El Pisito (1963) de Marco Ferreri, aunque Rosa María supuestamente debe mantenerse en un plano secundario como esposa de Lluís, a la práctica es quien le maneja para incentivar sus decisiones, exigiendo de hecho estar presente en la primera reunión familiar aún sin estar invitada.

Su insípida relación es una de las críticas más acertadas del film, no sólo a la burguesía catalana, sino a algo tan sagrado como la institución del matrimonio. La escena que mejor refleja ese desgaste tiene lugar cuando intentan mantener relaciones sexuales (una escena por cierto inusitadamente atrevida para la época) y lo dejan estar por el llanto de su hijo. Tumbados el uno al lado del otro se quedan mirando el techo y hablan de lo cansados que están. Ya no sienten nada el uno por el otro pero siguen juntos por costumbre.

En paralelo vemos a Eduardo, hijo de Aurelia, teniendo una relación secreta con Elisa, quien regenta un bar. Lejos de ser un romance salpicado por la excitación de lo ilícito, cae también en lo rutinario: Elisa discute con él y le riñe de igual forma que hace su madre, no es difícil imaginar el gris futuro que les espera. Cuando Elisa intenta oficializar su relación exigiendo que Eduardo le presente a sus amigos queda patente también su incapacidad de integrarse en ese mundo, incluso entre gente humilde como Lluís y Rosa María.

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Font no destaca sólo en el guión, sino también en la realización y en su forma de introducir al espectador en este ambiente de continuas tensiones. Se notan sus influencias del cine italiano e incluso se permite un pequeño guiño cinéfilo a El Año Pasado en Marienbad de Alain Resnais cuando dos espectadores que salen del cine comentan la película y uno de ellos confiesa que no ha entendido nada.

No obstante la escena más vistosa a nivel de dirección es sin ningún lugar a dudas la visita de la pareja protagonista a la antigua casa por la que están luchando, ese espacio que no hemos visto hasta entonces pero que es la base del conflicto. En ese momento el film pasa repentinamente a verse en color y la cámara se pasea entre las ruinas mientras escuchamos las voces en off de Lluís y Rosa María. Lluís evoca ese pasado idílico que nunca volverá, esa época antes de la Guerra Civil en que «eran una familia unida» (no hay que ser muy perspicaz para entender el posible doble significado de estos diálogos). Es una escena evocadora, casi fantasmal, que demuestra el potencial que tenía Font como cineasta.

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Otro aspecto notoriamente moderno en contraste con el panorama cinematográfico español es la forma de narrar las diferentes tramas, dejándolas en abierto antes que atando todos los cabos. Por ejemplo nunca conocemos el final de la relación de Elisa y Eduardo, condenada por su madre. Del mismo modo el desenlace es poco esclarecedor. Aurelia se ve obligada a jurar que las acusaciones que se vierten sobre su madre son falsas y para ello miente contra sus creencias religiosas en una escena tensísima y crucial. Una vez sale del juicio, se supone que la pareja conseguirá la casa, pero los litigios continuarán. El magnífico plano de cierre final mostrando a la pareja caminando hacia el horizonte no da a entrever si es un desenlace feliz o infeliz. Igual sucede con un plano idéntico que tiene lugar minutos antes en que Lluís y sus dos compañeros salen del hospital al amanecer, el cual a su vez tampoco nos deja claro si su futuro será positivo o no – de hecho en las pocas conversaciones que tiene el matrimonio sobre la clínica, él tampoco da a entender que ese proyecto sea un valor seguro.

Vida de Familia fue una película que literalmente hundió la futura carrera cinematográfica de Josep Lluís Font. Sin el permiso correspondiente de las autoridades, el film no pudo llegar siquiera a estrenarse y sólo se proyectó de forma marginal durante una semana en algunos cines de Barcelona. No solo eso sino que no gustó ni a críticos ni a los pocos espectadores que la vieron. Ni siquiera las eficaces actuaciones de Ana María Noé, Fernando Guillén y Montserrat Carulla sirvieron para atenuar el golpe. Era un film cuyo estilo no iba en consonancia con las tendencias cinematográficas de la España de la época y cuyo contenido desesperanzador no sería del agrado de los espectadores. Desde su misma concepción Vida de familia estaba condenada a ser una película maldita, pero confiemos que poco a poco se vaya reivindicando como se merece.

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