Mandy (1952) de Alexander Mackendrick

Christine y Harry Garland son un joven matrimonio que descubre que su pequeño bebé Mandy es sorda de nacimiento. Incapaces de decidir cómo afrontar la situación, acaban optando por irse a vivir a la enorme casa de los padres de Harry, donde Mandy podrá recibir cuidados desde pequeña y ser enseñada por una institutriz. Sin embargo, a medida que va creciendo, Mandy se convierte en una niña insociable que no sabe relacionarse con otros de su edad al pasarse el día encerrada en casa. Es por ello que Christine piensa que deberían internarla en un colegio para sordos, donde estaría en contacto con otros niños e incluso quizás se le podría enseñar a leer los labios y hablar. Sin embargo, Harry y sus padres se opondrán a esta idea por no querer separarse de la pequeña e indefensa Mandy.

Interesante melodrama británico producido en los Ealing Studios y dirigido por uno de sus directores estrella, Alexander Mackendrick, que si bien suele estar asociado a comedias como Whisky a Go a Go (1949) o El Quinteto de la Muerte (1955), en realidad fue un cineasta que se atrevió con varios géneros. Mandy es en principio una historia que puede echar algo atrás por su argumento tan típico de drama lacrimógeno de autosuperación, pero por suerte no se cae en ese defecto comenzando por el hecho de que el conflicto no está en el hecho de que Mandy sea sorda, sino en el enfrentamiento entre los dos padres. No hay buenos o malos, los dos quieren a su hija y se aman  pero cada uno tiene una concepción totalmente distinta sobre qué es lo mejor para ella: la visión más racional de la madre que sabe que, aunque sea duro, Mandy debe enfrentarse a sus miedos e internarse en ese colegio contra la visión más emocional de su padre.
Además, se nota que Mackendrick evita conscientemente en todo momento el sentimentalismo más manido. No hay prácticamente ninguna escena emocional gratuita, por ejemplo la primera vez que Mandy emite sonidos con la boca no nos es enfatizada de ninguna manera como un momento dramático cumbre de la película (pese a que lo es), sino que el director lo enfoca de una forma más naturalista.

No solo se evita el sentimentalismo sino también los inevitables tics melodramáticos relacionados con las sospechas de adulterio entre Christine Garland y Searle, el extraño director del colegio que presta toda su ayuda a la niña dándole incluso clases particulares. Toda esta subtrama no sólo no se desarrolla sino que prácticamente no existe, simplemente se nos esboza el enfrentamiento de Searle con un miembro de la junta que deja caer esa idea del adulterio para desacreditarle y se nos da a entender un problema de Searle relacionado con su mujer que nunca se llega a aclarar. Así pues, el único interés de estos hechos no es el iniciar otra subtrama en que el matrimonio de Harry y Christine corra peligro, sino que sirve para hacer avanzar la historia de Mandy y provocar que la diferencia de opiniones entre sus padres acabe explotando tras este rumor. De hecho, uno de los detalles más perversos del conflicto es que Harry reconoce que no se lo llegó a creer realmente porque conoce a su mujer y sabe que ella jamás le engañaría, sin embargo lo utiliza de pretexto para llevarse a Mandy de vuelta a casa.

Esta huida de sentimentalismos y de los típicos argumentos de crisis matrimoniales resulta beneficioso pero provoca que el núcleo del film, la historia de Mandy, quede más desnuda aún si cabe. Eso acaba resultando de una gran responsabilidad para el director, quien por no recurrir a recursos fáciles, debe dotar al film de interés por sus propios medios, y aunque Mackendrick lo consigue como un buen profesional los resultados tampoco son excelentes. Mandy acaba siendo una buena película que se ve con agrado porque notamos que no intenta manipular al espectador pero que tampoco nos ofrece grandes momentos destacables, simplemente cumple bien su función con dignidad.

Las mejores escenas inevitablemente acaban siendo las que tienen que ver con la sordera de la niña: el incidente con el camionero al inicio del film, que pese a su insignificancia a ella casi le parece una pesadilla porque no entiende nada; el intento desesperado de la madre por hacer que Mandy hable delante de su padre, que mediante el montaje nos da a entender cómo la presión hace que la niña se bloquee y sea incapaz de decir nada, y mi favorita, la maravillosa y casi catárquica escena en que la profesora intenta que Mandy pronuncie sus primeros sonidos. Mackendrick crea un momento magnífico y lleno de tensión en que se recrea en lo difícil que le resulta a la profesora convencer a la niña sin que tenga una rabieta y, al mismo tiempo, lo inmensamente difícil que es para Mandy hacer simplemente ese sonido. El director transmite lo difícil que resulta alargando la duración de los planos hasta el punto de que cuando la niña empieza a emitir ese simple sonido, nos resulta profundamente emotivo y lo sentimos casi como una victoria propia.
También le da algo de color a la historia el personaje de Searle, un tipo extraño y cínico muy convincentemente interpretado que pese a sus ambigüedades (parece despreciar a los padres pero luego, pese a su inexpresividad, se desvive por los niños) resulta totalmente creíble.

Mandy es en definitiva un buen film simple y honesto. No es una obra que pretenda parecer un gran y majestuoso drama desbordante de emociones, sino que se nos muestra como lo que es: una pequeña pero emotiva historia contada con sencillez y buen gusto. Y a menudo uno echa de menos esa sensación en dramas de este estilo, el que sus creadores no quieran forzar la trama para mostrar situaciones al límite cuando la misma historia no lo necesita.
Prueba de ello es ese final tan sencillo y realista, un final que aunque no me atrevería a calificar de abierto simplemente da a entender cual es el camino que seguirán los acontecimientos en el futuro pero sin cerrar del todo ninguno de los conflictos, como en la vida misma. Hasta en ese sentido Mackendrick es honesto con el espectador, siendo fiel al estilo que siguió en el resto del film. Evita por tanto un último gran enfrentamiento entre los personajes, simplemente deja que se acaben entendiendo entre ellos al igual que Mandy empieza a entender al resto de niños.

2 comentarios

  1. Aunque me daba bastante pereza verla, lo cierto es que, una vez comenzada, en parte por todo lo que comenta usted, terminó enganchandome.
    Aun así, probablemente sea la que menos me gusta de Mackendrick (a falta de ver sus tres últimos trabajos).

  2. De las que le faltan por ver solo conozco «Viento en las Velas», una película de aventuras con niños a la antigua usanza y con Anthony Quinn como pirata. A mí no acabó de convencerme, pero tenía bastante encanto y hay quien la considera una de sus mejores obras.

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