La Jauría Humana [The Chase] (1966) de Arthur Penn

Pocas veces se ha hecho un retrato tan visceral y pesimista del ser humano como el que se nos muestra en La Jauría Humana. Un film así sólo pudo surgir a mediados y finales de los años 60, cuando en Hollywood vieron la luz una serie de películas cuyo estilo conectaba con el nuevo cine de autor que se hacía en Europa y que se atrevían a tratar argumentos bastante duros, sin censuras que obligaran a aligerarlas ni impostados happy endings. Otros ejemplos serían Bonnie y Clyde (1967) de Arthur Penn, Danzad Danzad Malditos (1969) de Sydney Pollack, Easy Rider (1969) de Dennis Hopper y Peter Fonda o Cowboy de Medianoche (1969) de John Schlesinger. La Jauría Humana fue una de las primeras obras que inauguró esta nueva corriente y una de las mejores que surgieron de esa época.

Situada en un pequeño pueblo sureño, la excusa argumental de la fuga de un delincuente conocido en la localidad (Bubber) sirve para mostrarnos una plantilla de personajes relacionados de una forma u otra con él. El eje central de la película son las relaciones entre ellos y los conflictos que surgen a raíz de la fuga de Bubber.
La Jauría Humana es un auténtico puñetazo en el estómago, un film cruel y nihilista a la vez que profundamente pesimista y desesperanzado. Los personajes son egoístas, o estúpidos, o avariciosos o todo eso a la vez. Y las únicas personas de este microcosmos que resultan algo positivas son todas desgraciadas e infelices y no les espera un final satisfactorio. No se deja títere con cabeza.

Haciendo un repaso de los personajes comprobaremos que no estoy exagerando sobre el tono de la película. Bubber (encarnado por un por entonces desconocido Robert Redford) es un desgraciado que ha tenido la mala suerte de ser el cabeza de turco toda su vida (resulta desalentador escuchar su relato sobre como acabó tan harto en la cárcel que no le importaba morir); el poderoso magnate Val Rogers posee todo el dinero del mundo pero intenta patéticamente recuperar el amor de su hijo, el cual a su vez tiene una farsa de matrimonio y engaña a su amigo Bubber con su mujer; los empleados de Rogers se sienten marginados porque no pueden acudir a sus fiestas y cometen adulterio entre ellos; los padres de Bubber soportan el martirio de que todo el pueblo sienta pena por ellos, y en medio de todo este tinglado tenemos al sheriff.

El sheriff Cadler (un inmenso Marlon Brando) es el único héroe de la película, y quizás por eso es el personaje que más sufre de todos. Es un hombre en tierra de nadie: la gente del pueblo cree erróneamente que está comprado por el poderoso Rogers y por ello nadie le respeta. Es él quien debe enfrentarse a la locura colectiva que rodea a la búsqueda de Bubber que puede acabar en un linchamiento público y es él quien pagará por ello. Resulta antológica la escena en que recibe una brutal paliza por parte de tres de los alborotadores tras la cual sale de su oficina manchado de sangre y cojeando para enfrentarse a una multitud que le mira impasible.

Pero esta cruel descripción no se reduce solo a los principales personajes de este drama coral, sino que llega también a los más secundarios: los mirones que observan hipócritamente como su sheriff es apalizado; los jóvenes que deciden trasladar su fiesta hasta el escondrijo de Bubber y que se dedican a lanzar fuegos artificiales contra el desguace, provocando un incendio y una explosión; los ricachones de la fiesta de Rogers que se comportan de forma hipócrita; el patético empleado de Rogers encarnado por Robert Duvall que deja impasible que su mujer le engañe por otro y que teme estúpidamente por su vida; su mujer ávida de sexo que tiene que lidiar con un amante que ya se ha cansado de ella y parece más interesado en jovencitas, y el el racismo que sobrevuela sobre el film.

Un muy eficiente reparto acaba de redondear la película haciendo creíbles a esta gama de personajes, entre los que se encuentran unos por entonces desconocidos Robert Duvall y Robert Redford, Jane Fonda, la veterana Miriam Hopkins en el excelente papel de madre de Bubber y Angie Dickinson como comprensiva esposa del sheriff. Pero si alguien destaca sobre el resto es el grandioso Marlon Brando, el cual deja entrever en cada gesto y cada mirada el hastío de su personaje, harto de trabajar en ese pueblo y al mismo tiempo desprendiendo una leve chulería y orgullo, como se puede ver en el pequeño detalle del vestido de lujo que recibe su mujer de Val Rogers y que él se niega a que use.

El final obviamente no deja muchas esperanzas al espectador: no se nos muestra lo que le sucede a los personajes que iniciaron todo el tumulto y por tanto no se nos da la satisfacción de saber que son castigados; el sheriff Calder y su mujer, las únicas personas nobles del pueblo, se marchan hartos de todo; el joven Jake Rogers fallece a causa de una explosión producida en el desguace y tanto su padre como su amante Anna están condenados a la infelicidad por perder al ser que más querían. No hay esperanza ni una resolución satisfactoria. La Jauría Humana es una de esas películas tan secas y viscerales que escuecen pero que sirven para recordarnos la faceta más oscura y miserable de la sociedad en que vivimos.

Arthur Penn hace un muy buen trabajo de dirección pero en este caso creo que gran parte del mérito también recae en el magnífico guión de la dramaturga Lilian Hellman, que teje las relaciones entre los personajes a la perfección y consigue que a lo largo del film vayamos entendiendo poco a poco qué es lo que une a todas estas personas y las consecuencias de estas relaciones.
Desgraciadamente el film fue un previsible fracaso de taquilla y crítica que luego ha sido reivindicado con el tiempo. Por otro lado, Penn conseguiría pasar a la historia del cine solo un año después con Bonnie y Clyde.

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