Al inicio de El Ahorcamiento, Ôshima cita una estadística sobre la opinión de los japoneses respecto a la abolición de la pena de muerte, que por entonces contaba con un 71% en contra. Ôshima, que deja bien claras sus intenciones desde el principio, dirige entonces una pregunta a ese 71%: ¿Alguna vez habéis visto una sala de ejecución? Seguidamente nos muestra una escena casi documental sobre el proceso de ejecución del preso: la celda en que vive confinado, el procedimiento a seguir, etc. Todo es narrado con una voz en off neutra mientras presenciamos cómo un hombre es ahorcado.
A partir de aquí desaparece el tono documental y se inicia la narración. El ahorcado es R, un coreano sentenciado a muerte por haber violado y matado a dos chicas. Pero para sorpresa de todos los presentes, R no fallece tras haber sido ahorcado, sino que simplemente queda inconsciente. Como el reglamento exige que no se puede ahorcar al preso si no tiene conciencia, le despiertan, pero entonces se encuentran con un problema mayor: R se ha vuelto amnésico por el impacto y no recuerda quién es, por tanto no se le puede volver a ejecutar hasta que no recupere la memoria. Los funcionarios inician entonces un largo proceso para que el acusado recuerde quién es y por qué va a ser ejecutado.
Con El Ahorcamiento Nagisa Ôshima nos ofreció una de las mejores películas de la nueva ola japonesa de los años 60, un film que como sus anteriores obras tiene un fuerte contenido político pero que aquí es tratado de una forma especialmente interesante, combinando humor con escenas más reflexivas y críticas.
La primera hora de película, desarrollada en el patíbulo, es especialmente brillante. Los funcionarios de prisión se encuentran ante una situación que escapa a la normalidad y no saben cómo tratar de acuerdo con el reglamento. Se produce entonces una confrontación: ellos creen que R simplemente ha perdido la memoria pero el sacerdote cristiano asegura que ése no es R, ya que su alma ha recibido ya la extrema unción y ha abandonado ese cuerpo, por lo que no se le puede volver a ahorcar.
Este segmento del film destaca por el humor mordaz y lleno de crítica hacia la pena de muerte. Lo surrealista de la situación lleva a interesantes paradojas como la insistencia en salvarle la vida (reanimarle de su inconsciencia) para volver a ahorcarlo.
Cuando éste vuelve en sí y no recuerda nada, los funcionarios intentan recordarle quién es representando ante él los asesinatos que cometió, dando pie a las escenas más surrealistas y divertidas de la película. Lo interesante de esta premisa no es solo su tono cómico, sino lo curioso del planteamiento de Ôshima. En lugar de darnos a conocer quién es R y los crímenes que ha cometido, nos muestra a R visto-interpretado por los funcionarios. No llegamos por tanto a conocer a R, sólo la imagen que tienen de éste y que insisten en reintroducir en su conciencia.
Esta idea tiene un punto extra de interés si tenemos en cuenta que R es coreano, lo que da pie a una contundente crítica hacia el racismo en Japón. En las escenas en que los funcionarios representan para R la que era su vida familiar Ôshima deja bien claros los prejuicios raciales de los personajes. En cierto momento un personaje le pide a otro que para ser más realista interpretando a un coreano debe ser más grosero, y cuando R pregunta qué es un coreano, la torpe respuesta del funcionario de educación da a entender también el desprecio que sienten hacia ellos. Aquí ya no sólo conocemos la visión que tienen los demás de R, sino la que tienen los japoneses en general de los coreanos. El resultado es realmente divertido, ya que las pequeñas escenas que representan de su vida doméstica son hilarantes por sus exageradas interpretaciones, pero la idea de fondo es realmente crítica con los japoneses.
El segmento final por otro lado supone un cambio bastante marcado de tono y contenido. Ôshima aparca el tono humorístico y se vuelve más dialéctico, además de introducir sorpresivamente un elemento sobrenatural o surrealista. Durante una de las representaciones del crimen de R, el funcionario de educación cree haber matado por accidente a una joven pero sólo él y unos pocos más pueden verla. La chica repentinamente despierta y dice ser la hermana de R, que quiere despertar en éste su conciencia de coreano.
Resulta muy estimulante la forma como Ôshima se atreve a introducir un elemento surreal en la trama, un rasgo muy moderno que nos recuerda que el director pertenecía a una generación de cineastas que se proponía romper con los límites del medio. Pero a cambio, el film flaquea ligeramente enmarañado en esos diálogos llenos de simbolismos bastante claros (la chica como representación del pueblo de Corea confrontada con la omnipresente imagen de la bandera de Japón). O quizá, siendo justos, el problema es que es difícil estar a la altura de ese inicio tan original y llamativo, porque en realidad el film no pierde el interés en ningún momento ya que el director no deja de bombardear al espectador con ideas que llevan a la reflexión.
En todo caso, el resultado final sigue siendo magnífico, una crítica a la pena de muerte y el racismo muy poco convencional, utilizando libremente humor satírico y elementos surrealistas. Films como éste destacan no solo por la validez de su contenido crítico, sino por mostrar la capacidad de la nueva ola de cine japonés para crear grandes películas con plena libertad creativa y de ideas. Ôshima conseguía así ser subversivo tanto en el contenido como en la forma de sus obras.
Estoy muy de acuerdo con tu texto. Es una estupenda descripción del film. La vi ayer y se ajusta perfectamente. En cuánto a mi tengo que reconocer que me sorprendió el tono. Esperaba ver una película oscura o carcelaria y en su lugar es casi absurda. En ese sentido le encuentro algún paralelismo con El Verdugo de Berlanga, una de mis películas estañolas favoritas de todos los tiempos.
DJuego