Hacer una adaptación fílmica del célebre libro de Truman Capote de entrada es una tarea un tanto arriesgada por varios factores. En primer lugar, su contenido, que narraba un sanguinario asesinato real, se prestaba a caer en ciertas trampas como abusar del dramatismo y el impacto fácil que supondría al espectador saber que lo que está viendo es cierto. En segundo lugar, el hecho de que el libro, una de las novelas periodísticas por excelencia, fue un éxito absoluto de ventas y considerada una obra genial desde el primer momento, lo cual implicaba que la película debería poder soportar las difíciles comparaciones con el material original. Y por último, aunque parezca más anecdótico, cuando el film se estrenó no hacía ni dos años de la publicación de la novela, haciendo que la comparación entre ambos fuera aún más inevitable.
Por suerte el proyecto cayó en manos de un cineasta tan profesional y eficiente como Richard Brooks, que no se iba a amedrentar ante un reto así. Ya había adaptado previamente dos clásicos de la literatura como Lord Jim de Joseph Conrad o Los Hermanos Karamazov de Dostoievski, que tampoco eran precisamente obras fáciles de llevar a la gran pantalla. Y, lo que es más importante, supo desde el principio encontrar el tono adecuado a la película para que no cayera en el sensacionalismo.
El film narra el famoso suceso en que dos delincuentes, Perry Smith y Dick Hickock, entraron en la casa de una respetable familia de Kansas, los Clutter, en busca de una caja fuerte. El robo acabó siendo un desastre ya que no sólo no había ninguna caja fuerte sino que además mataron al matrimonio Clutter y a sus dos hijos adolescentes. Ambos huyeron a México pero acabaron regresando a Estados Unidos y fueron detenidos en Las Vegas. Para entonces la policía ya les había logrado asociar con el asesinato de los Clutter y tras varios interrogatorios consiguieron que confesaran para condenarlos a pena de muerte.
La base sobre la que partía Brooks y que éste se esmeró en respetar es que los hechos que explica la película son reales, por tanto era importante darle al film un estilo realista para mantener esa esencia, o de lo contrario no sería más que otro drama policíaco. Además, Brooks sabía que el público conocía los hechos, por tanto la construcción de la trama partía de esa ventaja. Es decir, A Sangre Fría no se basa en el suspense o la incógnita de si los dos criminales serán atrapados por la policía, puesto que el público ya sabía que será así, por tanto Brooks a cambio se dedicó a explorar su psicología.
Las interpretaciones de Robert Blake y Scott Wilson logran la autenticidad necesaria para el estilo de la película y, en el caso de Blake (que interpreta a Perry), le da la profundidad que requiere su personaje tan inestable. La única concesión algo melodramática que Brooks le da al film respecto a la novela son las referencias a la dura infancia de Perry o la aparición de la imagen de su padre durante los asesinatos y poco antes del ahorcamiento («Mírame bien hijo, porque mi cara será la última que verás antes de morir«), que son los únicos detalles del film que rompen abiertamente con su tono más realista para adentrarse en la psique de Perry.
Amparándose pues en su referente periodístico y su énfasis en que está contando una historia real, Brooks le da al relato un tono exento de dramatismos forzados, casi como si buscara el punto de vista más objetivo posible, que además enfatiza con la figura del periodista que va siguiendo la investigación, una representación de Truman Capote en la vida real. Para remarcar ese realismo recurre además a muchos de los escenarios en que sucedieron los hechos y reduce algunos episodios del libro (por ejemplo, el personaje de la hija mayor de los Clutter, que afortunadamente no vivía ya en la casa de sus padres) para hacer la narración más concisa. Por otro lado, la excelente fotografía en blanco y negro le añade la sobriedad que busca el relato.
Dado que el asesinato de los Clutter es el acontecimiento central de la historia y el espectador ya lo conoce, Brooks lo emplaza muy inteligentemente al final mediante una narración en flashback, dejando para el último tramo la escena más cruel de la película. Aunque el espectador está más que acostumbrado a ver asesinatos en otros films, en este caso el momento es especialmente angustioso ya que el tono tan realista de la película hace que uno pueda sentir esa matanza como algo auténtico. No obstante el problema es ¿cómo explicar algo inexplicable, lo que llevó a Perry a proceder a matar a todos sin motivo alguno? Ahí es donde entra en juego el trabajo psicológico que hizo Brooks con su personaje. El momento en que repentinamente se descontrola y desata sus impulsos asesinos no se puede explicar, pero sí que el director lo refleja de alguna forma con la puesta en escena: la absoluta oscuridad en que sucede todo, como si se encontraran inmersos en una pesadilla, en un espacio donde se quedan solos con sus fantasmas interiores; la imagen del padre tan odiado que vuelve a aparecer repentinamente; la banda sonora que emerge después de tantos minutos en silencio, etc.
No hay moralina barata en A Sangre Fría del mismo modo que no la había en el libro. No se llega a explicar el por qué de los actos de sus personajes porque sencillamente es algo que no sabemos. Ni tampoco se busca crear compasión u odio hacia Perry y Dick. Aun así, pese a la brutalidad de sus acciones, la escena del ahorcamiento es de una crudeza angustiosa. En el final de la película vivimos casi en primera persona el ahorcamiento de Perry, sintiendo su respiración y sus latidos que se van deteniendo, hasta que emerge en la pantalla el título de la película bajo un silencio sepulcral y se desvanece. Un final seco y conciso, como la propia película.