Los Niños de la Colmena [Hachi no su no kodomotachi] (1948) de Hiroshi Shimizu

niñosdelparaiso1948

Los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial dieron pie en Japón a una serie de películas de corte más realista ambientadas en las ruinas de ese país destrozado. Uno de los motivos es que bajo la ocupación americana se intentó dejar de lado el género del jidai-geki (películas de época), ya que evocaba ese Japón antiguo y mítico que los americanos intentaban dejar en un segundo plano para no despertar sentimientos nacionalistas y ansias de venganza. La otra razón es que obviamente la situación en que se encontraba el país era propicia a este tipo de producciones más sencillas que la industria podía permitirse llevar a cabo con más facilidad.

En occidente existe un clarísimo equivalente de esta situación en el neorrealismo italiano, pero no deben entenderse estas películas como una versión consciente de ese movimiento (de hecho no creo que las obras de Rossellini y De Sica hubieran podido llegar todavía a Japón), sino como un equivalente que se dio en paralelo al estar los dos países en circunstancias muy parecidas.

Los Niños de la Colmena es una de las grandes obras asentadas en este ciclo. Su responsable es Hiroshi Shimizu, uno de los directores japoneses más importantes de los años 30 y 40, que se basó en sus experiencias reales ayudando a huérfanos durante la postguerra a la hora de elaborar el argumento del film. Aparentemente, en los años de la posguerra había muchos niños vagabundeando por las calles sin hogar y Shimizu solía ofrecerles comida o dinero. Con el tiempo empezó a acoger a algunos de estos menores sin techo y a cuidarles proporcionándoles cuidados médicos y una estabilidad, pero siempre dejándoles libertad para que se marcharan cuando quisieran.

Según Shimizu, la idea del filme no le vino hasta que un día se topó con uno de los jóvenes que había aparecido en la película La Torre de Introspección (1941), donde mostraba el día a día de un centro para menores conflictivos utilizándolos a estos como actores. Éste había salido del centro e ingresado en el ejército. Al volver a Japón, sus compañeros habían partido en tren para volver a verse con sus familias, pero él al ser huérfano no tenía a donde ir. En consecuencia, estuvo viajando sin rumbo por el país y por el camino un par de niños de la calle se le unieron. Éste fue literalmente el argumento que Shimizu copió para Los Niños de la Colmena.

Los niños del título son una pandilla que ha perdido a sus padres y malviven en las calles hasta que deciden seguir a un joven soldado, también huérfano. Aunque este último no busca explícitamente hacerse amigo de ellos, los niños acaban simpatizando con él y le acompañan en su devenir sin rumbo en busca de «algo»: un trabajo, un lugar en que asentarse, un sentido a su vida… lo que sea. Finalmente se les ocurre la idea de ir al centro al que se aludía en La Torre de Introspección, e incluso el soldado menciona explícitamente la película (descubriéndola como una obra vieja, ¡cuando tenía solo siete años!). Así pues, se dirigen hacia allá topándose por el camino con diferentes estampas que dejan entrever la miseria de la población.

El planteamiento del filme obviamente recuerda mucho a El Limpiabotas (1946) de Vittorio De Sica y, al igual que éste, se beneficia enormemente de contar con actores no profesionales, es decir, niños huérfanos de verdad que se muestran en la pantalla tal cual son. Eso quiere decir que en este film los niños realmente se comportan de una forma auténticamente infantil, con sus defectos y virtudes, y que su apariencia tan sucia y desastrada parece genuina. Esto es obviamente una marca personal de Shimizu, quien ya en filmes como el mentado La Torre de Introspección o Niños en el Viento (1937) demostró ser un cineasta extraordinario a la hora de captar el mundo infantil. Un ejemplo de ello es la escena en que cada uno de ellos explica su situación, a cada cual más dramática. Ninguno la comenta entre lloros y lamentaciones, todos han pasado ya por esos traumas y, como niños que son, acaban aceptando la situación como se les ha presentado y han aprendido a sobreponerse a ella para sobrevivir. Del mismo modo, cuando muere uno de ellos se lamentan en su tumba de todas las malas pasadas que le hicieron mientras estaba enfermo, demostrando que pese a su arrepentimiento en el pasado estaban lejos de ser unos bucólicos querubines.

Algo que me gusta mucho de películas japonesas como ésta es el tono que le imprimen los directores, reflejando los dramas cotidianos con serenidad sin ahondar en el dramatismo, como si esos acontecimientos trágicos fueran otro elemento del día a día a asimilar. Por ello en este caso no me desagrada la clásica banda sonora uniforme omnipresente en todo el metraje, porque contribuye a hacer que el tono del film se mantenga igual al margen del patetismo de los diferentes episodios que se suceden. Del mismo modo, me gusta mucho el personaje del soldado, convertido sorpresivamente en una especie de modelo a seguir que les inculca el valor del trabajo. En todo el film no abandona su expresión seria, y aunque notamos por sus acciones que se preocupa por los niños, no ahonda en su vínculo con ellos por la vía emocional. Incluso cuando aparece una chica en la trama ésta no es la típica actriz bella destinada a robarnos el corazón ni tampoco surge el previsible romance entre ella y el soldado. Los personajes parecen demasiado preocupados para sobrevivir como para perder tiempo ahondando en sus sentimientos. Son prácticos, no sensibleros.

La sobria dirección de Shimizu concuerda con ese tono. Puede que el director y los personajes afronten los hechos con normalidad, pero nosotros no podremos evitar emocionarnos profundamente ante el niño llamando a gritos a su madre ahogada en el mar, ni sentir un estremecimiento ante la imagen de una Hiroshima destrozada (algo por cierto hecho a espaldas de las autoridades americanas, que no veían con buenos ojos que se mostrara en filmes la ciudad en ruinas que evocaba el terrible ataque nuclear). Pero esos detalles no se resaltan ni por parte de la cámara ni de los personajes, simplemente forman parte del contexto en que nos encontramos. Es por ello que destaca tanto el momento más genuinamente dramático de la película, cuando uno de los niños transporta en su espalda a un compañero gravemente enfermo, que le pide como último favor que le suba al pico de una montaña para poder ver una vez más el océano donde murió su madre. Al ser un instante tan intenso y dramático en contraste con el resto del filme (y no obstante Shimizu sigue filmándolo desde la distancia, sin implicarse emocionalmente más de la cuenta en lo que sucede), resulta aún más emotivo.

El final, que algún espectador quizá critique por romper con el tono del resto del film, debe verse como un mensaje de esperanza hacia Japón, hacia un futuro en que confiaban que podrían reconstruirlo. Tanto ese soldado que ha retornado del frente sin ningún lugar al que acudir como esos niños huérfanos representaban la esperanza de un país que por entonces buscaba como ellos el camino a seguir.

2 comentarios

  1. Hola gran análisis como siempre!. Tienes toda la razón con lo del final, para mi no deja de ser algo más que un mensaje de esperanza a un país destruido que un verdadero final a una historia. Esto sobre todo puede verse cuando los chicos invitan al hombre que le falta una pierna a que se una con ellos, en teoría el debe vivir bien del bajo mundo, pero tal vez no es el camino interno que el desea. Al final, todos eran victimas de una realidad que asumían y llevaban de la mejor forma que podían.

    No es mi película favorita de Shimizu pero es un film muy interesante.

    Saludos

    1. ¡Muchas gracias! Coincidimos en el necesario mensaje de esperanza final (más allá de que nos encaje más o menos por tono) y en que aunque es quizá la obra más conocida de Shimizu desde luego no es la más representativa de su estilo, aunque eso no quita que sea muy buena.

      Un saludo.

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