Suburbios [Okraina] (1933) de Boris Barnet

Okraina
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Hablar de las grandes obras del cine soviético de los años 20 y 30 es hablar de nombres como Eisenstein, Pudovkin, Dovzhenko o Kuleshov. Pero como sucede en todos los grandes movimientos, hay otros artistas más allá de los tres o cuatro nombres «oficiales». En el caso de la URSS uno de los nombres que más se ha comenzado a reivindicar en estos últimos años es el de Boris Barnet, recordado (es un decir) sobre todo por comedias como la magnífica La Casa de la Plaza Trubnaya (1928) que se apartan por completo del estilo tan propagandístico y marcadamente vanguardista de sus compañeros más célebres. Pero hoy les proponemos reivindicar su primera película sonora y una de las más celebradas de su carrera aun sin ser una comedia, Suburbios (1933).

La acción del film se concentra en un pequeño pueblo ruso que se basa sobre todo en la industria del calzado. Con la irrupción de la I Guerra Mundial, la mayoría de los obreros abandonan su trabajo para enfrentarse a los alemanes, provocando en el pueblo una escasez de zapateros. El conflicto emergerá cuando un día llegue al poblado un cargamento de prisioneros alemanes entre los que se encuentra ni más ni menos que un zapatero.

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La gran virtud de Suburbios es que es una película que, pese a tratar un tema más serio, mantiene en gran parte la ligereza de estilo de las comedias precedentes de su autor. De hecho, ni siquiera es una obra especialmente circunspecta y Barnet combina escenas serias con otras abiertamente cómicas, reflexiones sobre el absurdo de la guerra con pequeñas estampas cotidianas. De esta forma se aleja por completo del tono solemne de otras obras contemporáneas que aspiraban a convertir los obreros en héroes del pueblo.

Barnet, a diferencia de los directores citados anteriormente, se sirve de un estilo más humanista y desenfadado, mostrándonos a una campesina que se sienta en el mismo banco que un alemán del que está enamorada y seguidamente acaba cayéndose de forma ridícula. O a un soldado que se hace el muerto en mitad de las trincheras para consternación de un compañero provocando las risas del pelotón. O una escena inicial en que se habla de una huelga haciéndonos esperar el previsible conflicto entre amos y obreros hasta acabar dejándose de lado, dando más importancia a cómo la entrañable amistad entre un ruso y un inquilino alemán acaba destruyéndose por culpa de la guerra (me resulta especialmente conmovedor el momento en que el primero, tras haberse enfrentado a su inquilino, sale a su búsqueda para darle el sombrero que le había dejado en un último resquicio de amistad).

Teniendo en cuenta ese enfoque, no debería sorprender que el gran tema del film sea el de la confraternización entre diferentes pueblos. El personaje del prisionero alemán de hecho resulta tan entrañable que nos es difícil verle como un enemigo, y él mismo resalta cómo los soldados rusos del frente le trataron bien. En el fondo tiene más en común con los miembros del pueblo por su condición de zapatero que éstos con los «patriotas» dueños de la fábrica, que apoyan la guerra porque les reportará cuantiosas ganancias.

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Otro elemento que hace especialmente interesante el film es su magnífico uso del sonido, que queda patente en las mismas escenas iniciales, con los ruidos de la fábrica de zapatos funcionando como una sinfonía y un pequeño gag en que parece que un caballo pronuncie «¡Dios mío!«. Más adelante, Barnet se sirve del montaje prototípico del cine soviético que aspira a transmitir ideas mediante la combinación de imágenes, pero usando también el sonido. Mientras las ametralladoras resuenan en el frente, en paralelo vemos a los trabajadores en la fábrica de zapatos, hasta el punto de que los sonidos de los disparos y de las máquinas de la fábrica se confunden. De esta forma se nos da a entender cómo el dueño de la fábrica se está enriqueciendo con la guerra.

Aunque mantiene las mismas ideas que todo el cine soviético de la época debía transmitir, Suburbios da la impresión de ser una obra menos cerebral y más humana. La hermandad entre rusos y alemanes, que en la época hacía referencia a la unión de los obreros de todos los pueblos del mundo, hoy día puede verse en general como un simple mensaje pacifista. Y teniendo en cuenta el cariño con que Barnet trata a sus personajes estoy convencido de que su intención iba más por ese mensaje humanista, que «camufló» bajo la coartada comunista. El cineasta es por tanto uno de esos ejemplos de artistas que ocultaban exitosamente su verdadera filosofía bajo las consignas del partido.

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