En estos tiempos en que Hollywood ha conseguido que la palabra «remake» quede tan devaluada, no está de más recordar que dicho recurso no implica necesariamente una copia descolorida y sin gracia de otra película, y que existe siempre la posibilidad de rehacer otro film de forma creativa. A veces basta con un pequeño detalle que cambia el planteamiento de la trama por completo, como coger al protagonista de Un Gran Reportaje (1931) y convertirlo en una mujer, que fue lo que hizo muy astutamente Howard Hawks en la maravillosa Luna Nueva (1940). O simplemente, mantener la misma trama pero trasladarla a otro género, como hizo Raoul Walsh en el film que comentamos hoy.
Juntos hasta la Muerte (1949) era un remake de otra película del propio Walsh, El Último Refugio (1941); y resultaba una elección que implicaba ciertos riesgos, ya que no solo el remake no estaba demasiado alejado en el tiempo de la original, sino que además la película de la que partía es posiblemente la mejor de su carrera, de modo que las comparaciones difícilmente estarían a la altura. A cambio, Walsh tuvo la inteligente idea de mantener la trama tal cual pero pasando del cine negro al terreno del western – no se crean que esa conexión entre ambos géneros fuera algo nuevo para Walsh, y si no echen un vistazo a Perseguido (1947), una especie de ¿western noir?
Tenemos de nuevo como protagonista a un forajido, Wes McQueen, que escapa de la cárcel para llevar a cabo un último delito: asaltar un tren. Dicho plan ha sido urdido por un viejo conocido suyo, que le ha conseguido como compañeros a dos indeseables y a una mujer llamada Colorado, una excorista que, lo han adivinado, quiere empezar una nueva vida y seguramente no se resistirá a los encantos de Wes.
De entrada el cambio de género no supone ningún problema, ya que el mismo planteamiento se amolda perfectamente a los códigos del western. No obstante, El Último Refugio tenía en sí mismo algunas connotaciones que era inevitable perder en este nuevo escenario: aquel film suponía el canto del cisne de la figura del gángster que tanta popularidad tuvo en los años 30, pero al western crepuscular aún le faltaban bastantes años para que empezara a entonar una visión más elegíaca del género. Del mismo modo, siempre agradezco la presencia de Joel McCrea (clásico buen actor de segunda categoría que no obstante me cae simpático y lo prefiero incluso a otros de primera línea), pero cabe reconocer que no da mucho el pego como antiguo criminal con ganas de reformarse. Su rostro y su expresión son demasiado heroicas como para ser un forajido creíble, mientras que Bogart en el film original era la plasmación perfecta de ese antihéroe: un criminal desgastado que ha visto de todo pero que mantiene ciertos principios morales.
Pero si dejamos de lado las comparaciones, seguiremos encontrándonos ante un gran western con todos los ingredientes necesarios para ello: notables interpretaciones, un buen uso de los entornos naturales (especialmente la guarida casi fantasmal y el cañón en que se refugia el protagonista al final), frases inolvidables en ese extraño argot de vaqueros («No quiero funerales en este picnic«), un final magnífico que se mantiene fiel a la premisa e intenciones del film y, por supuesto, un trabajo de dirección excepcional de Raoul Walsh, uno de los más grandes realizadores americanos que representan a la perfección cómo debía ser el cine clásico de Hollywood en su mejor expresión.
En definitiva, Juntos hasta la Muerte es un western con suficiente personalidad como para defenderse por sí solo sin necesidad de recordar su referente. No es una obra clave del género como la original en el caso del film noir, pero resulta más que notable. Y, además, aquel mismo año Walsh aún tuvo tiempo de volver a crear otra película imprescindible del género policíaco: Al Rojo Vivo (1949). ¿Recuerdan aquellos tiempos en que un director podía filmar más de una película al año y ambas ser de una gran calidad o, incluso (como es el caso de la que le siguió a ésta), una de ellas ser una obra maestra?