El Gran Consolador [Velikiy uteshitel] (1933) de Lev Kuleshov

Hoy día tenemos la inmensa suerte de vivir en una época en que podemos ver con relativa facilidad multitud de películas antes inaccesibles y en la que, por tanto, deberíamos atrevernos a romper con las concepciones clásicas que se solían tener de ciertas etapas de la historia del cine. Por ejemplo, acabar con la idea de que la grandeza del cine soviético clásico se limita a su época muda, ya que en la era sonora son pocas las películas que han permanecido como clásicos míticos. Porque si uno se pone a rascar descubre por ejemplo que una de las mejores obras de Dovzhenko es precisamente la primera sonora de su carrera, Ivan (1932). O que sin estar a la altura de sus mayores logros, películas como Aerograd (1935) del propio Dovzhenko, El Desertor (1933) de Pudovkin y Entusiasmo (1931) de Vertov están repletas de creatividad y de formas audaces de tratar el sonido. O, centrándonos en el caso que nos ocupa, que en esa época Lev Kuleshov realizó uno de los films más curiosos de su carrera, una rareza totalmente olvidada llamada El Gran Consolador (1933).

¿Qué se suele tener en cuenta del camarada Kuleshov? Su enormísima importancia como teórico y mentor de algunos de los grandes cineastas de la época y algunas de sus películas mudas – especialmente Por la Ley (1924), seguramente su film más conseguido. Y resulta que entre sus primeras obras sonoras se halla esta pieza realmente insólita y, sí, irregular, pero también apasionante.

Presten atención al argumento, porque no es poca cosa. El film está basado tanto en la vida como en algunos relatos del escritor norteamericano O’Henry. Se nos muestra la época en que el escritor estuvo en la cárcel y cómo allá vivió con cierta comodidad al tener buena relación con el alcaide. Éste un día le propone que convenza a un presidiario experto en abrir cajas fuertes para que les haga un favor a cambio de su libertad. Pero una vez el preso les ha hecho el favor, es devuelto a su celda.

O’Henry entonces escribe un relato inspirado en este personaje, Jimmy Valentine, en el cual Valentine es justamente recompensado por el favor que ha hecho en lugar de ser engañado. Para rematarlo, en paralelo a esta historia conocemos a Dulcie, una inocente dependienta acosada por un agente de policía cuyo único vínculo con el resto de la trama es que es una gran admiradora de los relatos de O’Henry.

El Gran Consolador es de esas películas que parecen en ocasiones saturadas ellas mismas con todas las ideas y detalles que desean ofrecer al espectador. Es indudablemente una obra imperfecta, a ratos genial, a ratos fallida, pero siempre interesante. La forma como Kuleshov pone en contraste las dos historias de Valentine (la real y la ficcionada) resulta muy sugestiva: mientras que el pasaje real resulta cruel y realista, la versión ficcionada de esa historia es ligera y con un final feliz. Kuleshov enfatiza el contraste mostrando el relato ficcionado de O’Henry como una película muda humorística, que aparece insertada en mitad del film casi como un cortometraje aparte. De este modo no solo hace un contraste entre la dura realidad del mundo real y el mundo idealizado de ficción, sino que además realiza una parodia de los happy end de Hollywood que vemos que no tiene una correspondencia con el mundo real.

A cambio, la subtrama de Dulcie aparece algo descolgada. El vínculo entre las tres historias es el relato de Jimmy Valentine (la historia que sirve de inspiración, la historia en sí misma y cómo afecta a una lectora en su día a día), pero en el caso de Dulcie parece casi un aparte que podría haberse suprimido sin problema de la película; aunque eso nos dejaría sin la agradecida contribución de Aleksandra Khokhlova, una de las actrices más especiales de la era muda y presencia habitual en el cine de Kuleshov, que por cierto era su marido.

Para complicar más las cosas, Kuleshov cede el papel de O’Henry a un actor, Konstantin Khokhlov, que muestra más bien poco carisma como protagonista y de hecho el propio personaje no resulta muy atractivo al espectador, seguramente a propósito. Cuando al final de la película Kuleshov nos anuncia el «final feliz» y asistimos a un motín de la prisión mientras en paralelo vemos como Dulcie mata al hombre que la corteja, nos preguntamos si Kuleshov está siendo irónico o si de alguna manera realmente cree que ése era para él el final feliz para esas historias – o, quizá, ambas cosas a la vez.

Con su estilo extraño y desigual, El Gran Consolador es una de las reflexiones más interesantes que he visto sobre la relación del artista con el mundo y los efectos que puede tener su arte en los demás. También es sin duda una de las películas más fascinantes de Kuleshov, no solo por sus aciertos sino por sus detalles más extraños (por ejemplo la compañera de trabajo y habitación de Dulcie a la que solo vemos en forma de sombra y con una vocecita ridícula), que demuestran a un director lejos de querer seguir el camino convencional. Como es de suponer, en el difícil contexto de la Unión Soviética de los años 30, el inquieto Kuleshov estaba fuera de lugar y tras este film corrió la misma suerte que otros compañeros como Dovzhenko o Protazanov, condenados a hacer films menos personales siguiendo las líneas marcadas por el partido que, en el caso de Kuleshov, le permitió legar a la humanidad películas con argumentos tan apasionantes como una en que dos niños se proponen devolver a Stalin una pipa que ha perdido. En todo caso, antes de acabar teniendo que someterse a las imposiciones del stalinismo, Kuleshov aún tuvo tiempo de hacer algunos últimos experimentos en la era sonora como esta curiosidad que merece ser rescatada del olvido.

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