Es gratificante comprobar como las inagotables cinematografías de algunos países no dejan de ofrecernos joyas por reivindicar y cineastas totalmente olvidados esperando el reconocimiento tardío que merecen. Aunque en todas partes hay indudablemente mucho por (re)descubrir, en mi caso personal las dos naciones que más me siguen dando la sensación de inabarcabilidad, de que literalmente uno nunca deja de rescatar obras más que interesantes cuando se sumerge en su pasado, son Japón y la antigua URSS.
Y uno de los nombres que más me sorprende que no se cite prácticamente nunca en el caso de la URSS es el de la directora Yuliya Solntseva, y más cuando en los últimos tiempos ha habido un fuerte movimiento de reivindicación de cineastas femeninas. Quizá influya la alargada sombra de su marido, un gigante como Aleksandr Dovzhenko con el que colaboró en algunas de sus últimas películas. De hecho, algunas de las mejores obras de Solntseva, como la que nos ocupa hoy o la preciosa El Desna Encantado (1964) invocan explícitamente a Dovzhenko (aun cuando en esa época ya había fallecido) no solo acreditándole como autor del guión, sino incluso dándole un puesto preferente en los créditos. Desconozco si eso fue una estrategia del estudio para aprovecharse del estatus de Dovzhenko o si fue su propia esposa la que quiso servirse de él. Pero en todo caso, es injusto catalogar a Solntseva como «la mujer de», ya que aunque estas películas tienen claras similitudes con alguno filmes de su marido, es más que notorio que ella tenía un enorme talento tras la cámara.
Poema del Mar (1958) podría considerarse como una obra coral, aunque formada más por pinceladas o retablos en torno a una serie de temas comunes que no por historias. Porque si algo queda claro desde el principio del film es que a Solntseva le importa un carajo preocuparse por el avance de la narrativa y prefiere quedarse con el aspecto más poético. El punto de partida es una presa que se va a construir en el río Dnieper – curiosamente en Ivan (1932) Dovzhenko también trataba sobre un tema muy parecido – que va a provocar que un pueblo cercano se inunde y que, por tanto, sus habitantes deban marcharse. Ante la inminencia del suceso, algunos antiguos habitantes que emigraron hace tiempo regresan allá, como un general con su pequeño hijo, mientras que en paralelo entre algunos de los implicados en el proyecto surgen algunos conflictos.
Desde sus primeros minutos, Poema del Mar deja clara una de las características que más me encandilan del film, y es su tendencia a dejarse llevar por disgresiones que nos apartan del punto en que nos encontramos y que puede que nos lleven de vuelta o que simplemente a otro sitio. El general camina por el campo y le vienen a la mente recuerdos de la guerra. Escuchamos ruidos de explosiones y de repente aparecen unos tanques. En un par de planos pasamos de la placidez de la naturaleza a estar sumergidos en la guerra. En otra escena, el padre de una hija que ha sido cruelmente engañada acude a visitar al joven culpable a su oficina y, mientras espera sentado evoca cómo se había imaginado la venganza, que visualizamos como una fantasía infernal. Pero mi favorita y, de hecho el momento más conmovedor del film (por no decir uno de los más emotivos que he visto últimamente) es cuando el general, de vuelta a su antigua casa, escucha una canción que le cantaba su madre de pequeño. A partir de ahí vemos una serie de planos sueltos que abarcan desde su infancia a diversos momentos de su vida; sin detalles, solo flashes que parecen resumir toda una vida que se le está escapando de las manos mientras rememora todas aquellas cosas que ya ha perdido por el camino. Pocas veces he visto evocar de forma tan clara el sentimiento de nostalgia en una película.
En lo que respecta al trabajo de Solntseva tras la cámara, sorprende que alguien capaz de hacer una película tan creativa y llamativa visualmente no haya adquirido más reconocimiento. El uso del color es extraordinario, no conozco otro cineasta que haya sabido filmar mejor los atardeceres que ella en ésta y las otras películas suyas que he visto. Además, recupera muy hábilmente esa concepción casi panteísta del cine de Dovzhenko, fundiendo a la perfección hombre y naturaleza. En una muestra de su voluntad por no poner ningún límite a su creatividad, la directora se permite además algunas rarezas que enfatizan ese tono poético e irreal: como la chica al principio de la película que cuando duerme afirma que se siente volando, lo cual nos lleva a un plano de ella en los aires como un ángel; o las dos breves escenas animadas, en una de las cuales un niño cree visualizar a un zar enterrado mientras que la otra relaciona a unos gansos volando en bandada con la idea de familia.
Poema del Mar es una obra melancólica, que celebra el progreso de la industria soviética (¡cómo no!) pero que al mismo tiempo muestra cómo esa idea de avance implica una ruptura con el pasado; que para seguir adelante hemos de destruir necesariamente algo que forma parte de nosotros mismos, que en este caso son los hogares donde la gente del pueblo ha vivido todas sus vidas. Ese breve retorno de algunos personajes al pueblo de su infancia a vislumbrar por última vez lo que fue una parte de sus vidas les supone también el enfrentarse a la idea de un pasado que no retornará, a un modo de vida que dejará de existir y que los jóvenes (como el mimado hijo del general) ya no podrán entender nunca.