Aunque seguramente no sea su mejor película, debo reconocer que El Diablo Sobre Ruedas (1971) sigue siendo a día de hoy mi obra favorita de Steven Spielberg. Y teniendo como filme predilecto su debut al largometraje no pretendo con ello devaluar toda su obra posterior. Lo que sucede es que este Doctor siente una debilidad especial por las historias sencillas de suspense, basadas en una idea simple pero explotada de forma inteligente sacándole todo su partido. En otras palabras, el tipo de historias cortas que por ejemplo Hitchcock mostraba en su célebre programa de televisión y con las que creo que El Diablo sobre Ruedas (que inicialmente era un telefilme) tiene mucho en común.
La premisa es muy sencilla: David Mann viaja en su coche por una autopista que atraviesa el desierto para visitar a un cliente cuando se encuentra con un enorme camión cisterna al que enseguida adelanta. El conductor del camión en cuestión no parece tomárselo muy bien y le vuelve a avanzar de forma brusca pero sin dejarle muy atrás. Después de un par de maniobras sospechosas y peligrosas por parte del camionero, David empieza a sospechar que el hombre en cuestión se ha propuesto matarle.
Uno de los aspectos que hace que El Diablo sobre Ruedas funcione tan bien es su inteligente sencillez, haciendo que nunca sepamos el motivo por el que el camionero se ha propuesto acabar con el protagonista y, sobre todo, que ni siquiera veamos el rostro del camionero, de modo que el antagonista acaba siendo el camión más que el camionero, como si se tratara de una especie de monstruo – un momento muy interesante que refuerza esa idea: en mitad de una persecución al lado de unas vías de tren, el camión toca la bocina y recibe una respuesta del tren, como si fueran dos monstruos-máquinas comunicándose entre sí. Si algo intuía muy sagazmente el joven director es que pocas cosas dan más miedo que lo que no se ve y no se entiende. Manteniendo oculto tras ese armatoste al verdadero conductor hace que éste resulte más imponente y aterrador porque no le damos forma humana. En ese aspecto merece resaltarse – y no es nada trivial – lo acertado que resultó el «casting» del camión, cuyo aspecto desvencijado y ostentoso lo convierten en un monstruo perfecto, del mismo modo que también es de alabar la forma como lo filma Spielberg, acentuando su carácter amenazador.
Si antes mencioné a Hitchcock no fue de forma gratuita, ya que la premisa es puramente hitchcockiana: la idea del hombre de clase media de vida aburrida que, de repente, se ve asaltado por un terrible peligro que amenaza con derrumbar su existencia monótona; así como las escenas también muy típicas en el cine del maestro del suspense en que el protagonista es tomado por un loco al intentar explicar lo que le sucede. Si bien es difícil convencer a los demás de la veracidad de un conflicto tan inverosímil, tambien es cierto que David no parece – como veremos más adelante – un hombre especialmente capacitado para lidiar con situaciones estresantes o complejas. La escena de la cafetería en que increpa a un cliente al que toma equivocadamente por el conductor es bastante violenta porque la forma como se enfrenta a él resulta tan extraña y tan insegura que no nos puede extrañar que los demás lo tomen por un loco. Partiendo de esa incapacidad de David resulta pues doblemente imposible conseguir ayuda de otras personas.
Otro elemento clave es el espacio: esas carreteras interminables en los que los signos de civilización tan solo aparecen de forma esporádica, que le dan a la película casi un aspecto de western acentuado por el título original que enfatiza la idea de que los dos personajes están enfrentados en un duelo. El mismo protagonista alude en uno de sus monólogos interiores al «retorno a la jungla», en que cualquier lógica o solución razonable típicas de una sociedad civilizada pierden sentido en este contexto: solo él y un misterioso camionero que quiere acabar con su vida. Esto le da al conflicto un matiz aún más aterrador para el espectador, ya que nos hace ver cómo incluso aquellos de nosotros que vivimos en una confortable sociedad civilizada, con una vida cotidiana medianamente bajo control, de repente podemos toparnos con un conflicto surgido de la nada que desbarate nuestras vidas y que no pueda solucionarse por los cauces normales.
Por ello resultan infructuosos sus intentos por conseguir ayuda del exterior, como por ejemplo sus dos llamadas telefónicas, la primera de las cuales, dirigida a su mujer, no solo no le sirve para solucionar una discusión que tuvo con ella ni recibir consuelo después del primer desencuentro con el camión, sino que deja caer de pasada el conflicto que alberga David en su interior: ser alguien incapaz de enfrentarse a los demás, demasiado cobarde para dar la cara por su mujer cuando otro hombre se propasa con ella. En ese aspecto, este duelo entre él y el camionero en un paraje desértico donde nadie puede acudir en su ayuda resultará una prueba de fuego crucial para obligarle a sacar de dentro esa valentía que en el mundo civilizado no ha conseguido dar a relucir.
El punto de inflexión se encuentra seguramente en el momento en que David pasa de querer huir de su enemigo a intentar visualizar su cara acercándose al camión, cuando literalmente le quiere poner rostro a esta encarnación del mal. Pero la respuesta del camión será huir de él para evitar descubrir el rostro de su conductor. Es entonces cuando ya se hace inevitable el duelo final entre ambos que apuesta por el suspense frenético puro y duro, en contraste con el resto de película en que Spielberg le ha dado tanta importancia a dicho suspense como a la evolución psicológica del personaje y a enfatizar la ideas que ya hemos expuesto en los párrafos anteriores.
El Diablo sobre Ruedas fue inicialmente un telefilme que tuvo tan buen recibimiento que se decidió estrenar en cines. Pero como su duración de hora y cuarto se consideraba demasiado corta para el formato de sala, Spielberg grabó quince minutos más de película con algunas escenas que encajan como anillo al dedo al resto del metraje y no le restan calidad, entre ellas la llamada a su mujer (que deja caer el tema mencionado antes de la cobardía del protagonista, que le da una riqueza extra al filme), el encuentro con el autobús escolar o cuando el camionero intenta empujarlo hacia unas vías con un tren en marcha. Aunque resulta ventajoso decirlo hoy día, la película delata que su jovencísimo director tenía un gran talento, sabiendo manejar a la perfección el suspense sin efectismos. Puede que la película haya quedado empequeñecida al lado de éxitos de taquilla posteriores y obras más ambiciosas y completas, pero creo que ninguna de éstas tiene el encanto de este prometedor debut.
Aquí ya se dibujaba todo el talento que como director demostró después.