Nobuko (1940) de Hiroshi Shimizu


Desde hace años no me canso de repetir siempre que tengo la ocasión (y también cuando no viene a cuento) que Hiroshi Shimizu es probablemente el gran director por descubrir del cine japonés y uno de los más injustamente olvidados de la historia. Pero, cosa curiosa, al mismo tiempo que afirmo esto, reconozco también que Shimizu no es un director de grandes películas. Obviamente, tiene obras magistrales, pero el grueso de lo que he visto de su carrera no tiene títulos que destaquen a primera vista tanto como sí sucede con las filmografías de Kurosawa y Mizoguchi, repletas de obras impactantes. Incluso cineastas menos vistosos (al menos a primera vista) con los que tiene mucho más en común como Ozu o Naruse tienen un generoso puñado de títulos con los elementos necesarios para otorgarles el estatus de clásicos. Y no obstante, a la hora de reivindicar a Shimizu no encuentro tantas películas que den esa sensación de grandeza artística.

Seguramente porque Shimizu es uno de esos directores en la línea de Éric Rohmer o Aki Kaurismäki que hacen de la modestia una virtud. Son cineastas que durante la mayor parte de sus carreras han elegido narrar historias sencillas que, vistas en la pantalla, pueden parecer engañosamente simples pero que en realidad retratan de una forma magnífica las relaciones humanas. Kaurismäki en concreto me hace pensar mucho en Shimizu, no porque haya una similitud de estilo entre ellos, sino por esa humildad (el propio Kaurismäki ha dicho en más de una ocasión que nunca ha aspirado a hacer obras maestras por verse incapaz de ello, y que se ha conformado con hacer sólo películas «decentes») y sobre todo por ese cariño que desprende hacia sus personajes, sobre todo en sus últimas obras.

De hecho creo que a la hora de valorar los directores favoritos de uno habría que tener en cuenta no solo la calidad de su obra o sus dotes como cineasta (rasgos en los cuales Shimizu demostró su talento de sobras) sino también la visión que nos transmiten del mundo o la riqueza de su propuesta cinematográfica. Y para mí Shimizu es uno de los grandes directores humanistas de la historia del cine, uno de esos artistas que se centra en el detalle, en historias pequeñas, en la anécdota; pero que transmiten una visión tan entrañable y al mismo tiempo certera de la naturaleza humana que lo convierte en alguien único.

Películas como Nobuko (1940) son las que creo que reflejan mejor su forma de trabajar: obras modestas, que desprenden una autenticidad única dentro del cine de la época (pocas obras me dan la sensación de sumergirme realmente a fondo en la sociedad japonesa de los años 30 como las de Shimizu) y que, sí, hoy día pueden parecer a veces previsibles o algo naif, pero que a cambio transmiten tal honestidad y apego hacia sus personajes que resultan irresistibles. En este caso tenemos a Nobuko, la nueva profesora de un internado de chicas que ha de lidiar con una serie de problemas: su acento rural es motivo de burla entre las alumnas y, más concretamente, una de ellas, Eiko, se muestra particularmente indisciplinada. Cuando Nobuko se propone corregir su conducta se encuentra con un problema: Eiko es la hija de un hombre importante que hace sustanciosas donaciones a la escuela, de modo que el resto de profesoras no se atreven a enfrentarse a la chica.

A partir de esta anécdota, Shimizu da forma a una película que en la sencillez de su planteamiento va dejando entrever detalles bastante críticos con la sociedad de la época. De entrada, la diferencia de clases entre las chicas de familias acaudaladas que estudian en el internado respecto a las que deben estudiar para ser geishas (la tía de Nobuko tiene una escuela de geishas y una de las alumnas fantasea con otro futuro más prometedor). En siguiente lugar esa voluntad de tener estos dos mundos lo más separados posibles: cuando unas chicas de la escuela de geishas acuden al internado a traerle la comida a Nobuko provocan un pequeño alboroto que al final lleva a la directora a prohibir a Nobuko que siga en casa de su tía; no se concibe que una respetable profesora viva en un ambiente tan poco apropiado como ése. Y no obstante ambos mundos no están tan separados como ellos pretenden: Nobuko se mueve entre ambos (aunque la directora le advierte que debe disimular su acento, que delata su extracción social), y más adelante sabremos que la tía de Nobuko conoce al padre de Eiko (ese hombre acaudalado que sostiene la escuela) porque es un cliente de su casa de geishas.

Pero en vez de llevar su película hacia el terreno de la crítica social, Shimizu, fiel a su estilo más modesto, nos deja entrever estos detalles junto a otros que suponen un reflejo bastante acertado de lo complejas que son las relaciones humanas incluso en un filme tan aparentemente sencillo y sin muchas sorpresas: aunque simpatizamos enseguida con Nobuko como víctima, al final acabamos entendiendo que su obstinación por castigar a Eiko es más perjudicial que una solución; mientras que el hecho de que Eiko pierda la simpatía de sus compañeras nos hace ver lo crueles y asfixiantes que pueden ser estos ambientes de grupo cuando todo se le gira a uno en su contra.

Pero todas esas ideas, que desde luego no son nuevas para nosotros, aquí Shimizu las expone con ese estilo suyo tan característico en que prima la anécdota y se nota que disfruta de los pequeños momentos, como la excursión escolar al campo o las rutinas diarias del internado. La sensación que tiene uno viendo una película de Shimizu es de que, aunque al final haya un mensaje, no nos han sermoneado, sino que más bien hemos compartido por un rato esa visión tan humanista de su creador, quien se nota que siente un gran interés por sus personajes, tanto por sus virtudes como por sus defectos, y que da la impresión de ser una de esas personas que creía que todo hombre tenía también su lado bueno. Puede que películas como Nobuko no pasen a la historia, pero el hecho de que consiga contagiarnos esa visión que tenía su creador sobre las relaciones humanas es uno de los motivos por los cuales Shimizu me parece uno de los grandes cineastas a descubrir.

4 comentarios

  1. Hola, estoy visitando el blog por primera vez y disfrutándolo.
    Me apunto a Hiroshi Shimizu, un director del que no he visto ninguna película, pero con tu texto has hecho que tenga muchas ganas de conocerlo.
    Además compruebo que has escrito más veces sobre él. Te iré leyendo despacio.

    Beso
    Hildy

    1. Hola Hildy, ¡cómo celebro darte a conocer a Shimizu! Espero que te gusten sus películas y que disfrutes de este pequeño rincón cinéfilo. Un saludo.

  2. ¡Vaya, me acabo de encontrar con el «primer beso virtual» de mi pareja de blogueros favorita!

    Inexplicablemente no había visto Nobuko hasta ayer, creo que porque pensaba que ya la había visto -supongo que a veces a usted le suceden estas cosas- y me ha dejado, como es costumbre ya, fascinado. Como ya usted la he reseñado estupendamente y coincido palabra por palabra con lo que escribió en su momento, para no dar más la turra con Shimizu en mi blog -que de hecho está dejado de la mano de Dios porque solo me apetece escribir sobre las pelis de este director- le dejo aquí alguna impresión complementaria.

    Además de todo lo que usted describe a la perfección, entre lo que destacaría esa idea de que Shimizu es un genio mostrando lo más complejo a través de las anécdotas más sencillas, quisiera añadir algo sobre el tratamiento que da al tema de la educación, del que ya sabe usted que es uno de sus tópicos predilectos, sobre el que giran otras películas suyas todas notables.

    Cuando -ojo spoiler- Eiko, la pija repelente y traviesa, confiesa al final sus sentimientos en un largo plano secuencia, viene a decir que se ha portado mal como respuesta a no encontrar entre sus compañeras y profesoras el trato que esperaba de ellas como sustitutas de la madre y las hermanas que no tiene. Deseaba la confianza de las compañeras y la autoridad de sus profesoras. Como su padre rico es un gran benefactor del colegio las primeras mantenían con ella una prudente distancia y las segundas no se atrevían a ponerla en su sitio a pesar de sus provocaciones. Cuando Nobuko la pone firme y la castiga detona en Eiko una catarsis que le hace verbalizar su drama interior, pero a la vez esto genera en la maestra otra reacción parecida, pues se da cuenta de que quizá se ha pasado de estricta y la peli termina con su discursito a las otras profesoras en las que les conmina a mirar más por los sentimientos individuales de las alumnas y a entender cada caso. Esto es una genialidad por parte de Shimizu, como es capaz de cruzar así los dos arcos de transformación de las protagonistas y a la vez dejando como mensaje final de su película una idea que en el fondo contradice -pero no- el que debería ser su mensaje principal: la importancia de al disciplina y los buenos modales. Recordemos que todos estos guiones se rodaban bajo estricta supervisión y censura del gobierno imperial.

    Digo que no lo contradice porque la película muestra con una precisión y una perfección que no recuerdo haber visto en otra algo que quienes nos dedicamos a enseñar vemos -o hay quien prefiere no ver- a diario: la compleja relación que existe entre la autoridad y el cariño. Todos hemos tenido profesores o profesoras pusilánimes que, por incapacidad o miedo a mostrar autoridad -como las otras profes de la peli- se convierten en el hazmerreir del alumnado y no consiguen recompensa por ser «buenos» con la chavalería. Por otra parte yo mismo me sorprendo del curioso vínculo de respeto y simpatía que se crea con los chavales cuando se mantiene una actitud de cierta firmeza. A veces me extraño de observar a diario esto que ocurre con Eiko y Nobuko: los peculiares -quizá inquietantes- lazos emocionales que genera la autoridad.

    Un abrazo Doctor, y perdón por la chapa, pero queda mejor aquí, completando su texto.

    1. Hola Manuel,

      Primero de todo, no se disculpe por soltar chapas, aquí siempre son bienvenidas, y no deje de escribir en su blog todo lo que le venga a la cabeza de Shimizu, que aunque yo lo haya hecho previamente usted siempre tiene cosas interesantes a decir, como es el caso.

      Muy interesante lo que relata de cómo a veces ciertos profesores más duros son los que establecen más vínculo con sus alumnos (¡lo he visto en el instituto!) y su atinado análisis que demuestra una vez más lo que tanto usted como yo hemos dicho mil veces: lo magistral que es Shimizu para hacerte reflexiones más profundas a partir de hechos que parecen simplemente triviales. Es un cineasta engañosamente ligero pero con muchísima enjudia.

      Seguiremos pues revisionando y reivindicando su cine… ¡y usted no deje de escribir sobre él!

      Un saludo.

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