Tengo la sensación de que pese a su enorme popularidad El Mundo Está Loco, Loco, Loco (1963) es una película que ha perdido el favor de la comunidad cinéfila con el paso del tiempo. Y aunque entiendo en parte el por qué y reconozco que yo no soy muy objetivo con el filme – es una de las primeras comedias clásicas que recuerdo haber visto y le tengo mucho cariño – revisionándola con una visión más crítica sigo creyendo que es una gran comedia que merece una justa revisión.
Hay de entrada un primer factor que juega en su contra de cara a ganarse el corazón de esa comunidad tan exigente que somos los cinéfilos, y es el hecho de que su creador, Stanley Kramer, es un nombre que no tiene muchos adeptos hoy día. Kramer fue un célebre productor y director que en los 60 se hizo famoso por realizar una serie de películas de conciencia social que, si bien eran muy valientes en la época, hoy día creo que no tienen tantos defensores. Son filmes de largo metraje, repartos lujosos y plagados de innegables buenas intenciones pero que no siempre han envejecido bien. Éste creo que es el caso del alegato antinuclear La Hora Final (1959), que vaga solemne pero sin rumbo aparente durante más de dos horas, y en menor medida La Herencia del Viento (1960) o incluso Adivina Quién Viene Esta Noche (1967), un filme que pese a su estatus de clásico absoluto me da suma pereza revisionar porque me temo que se me vendrá abajo en su buenismo, y más cuando uno lo compara con otras obras de la época mucho más incisivas a la hora de tratar el tema racial.
¿Qué pinta pues un tipo como Stanley Kramer haciendo una comedia alocada? Ya la simple idea invita a suspicacias, sobre todo cuando además el ambicioso Kramer se propuso hacer la comedia por excelencia en un formato lo más espectacular posible: más de tres horas con descanso a mitad del filme, unos elaborados títulos de crédito animados por Saul Bass, formato panorámico e incluso Cinerama. Todo ello características que solían emplearse en grandes péplums y obras épicas a lo David Lean, pero no en una comedia. Viniendo esta película pues de un cineasta totalmente ajeno al género y con la ambición de coronarse como el autor de la gran comedia americana es natural una cierta desconfianza inicial. No niego que de haber descubierto el filme yo a posteriori, siendo ya un sesudo crítico que escribe mientras fuma en pipa, quizá la hubiera afrontado también con los mismos prejuicios; pero el caso es que viéndola tal cual es, simplemente como comedia y sin analizar de dónde viene, sigo creyendo que funciona a la perfección.
En gran parte hay que reconocer el mérito a la divertidísima premisa inicial, escrita por el matrimonio de guionistas William y Tania Rose, que ya habían demostrado su enorme capacidad para la comedia con El Quinteto de la Muerte (1955) de Alexander Mackendrick, en la cual no casualmente se intuye un rasgo que luego se explotaría a conciencia en esta otra película: un reparto cómico coral en que cada personaje acaba recibiendo un (funesto) destino diferente, el tipo de historia ideal para congregar a una serie de cómicos y dejar que cada uno tenga su momento de protagonismo. ¿Qué tal si llevamos esa idea al extremo?
En una autopista de California sufre un aparatoso accidente de coche un criminal apodado Smiler y acuden en su ayuda varias personas que circulaban por allá. Minutos antes de morir, Smiler les confía que iba a rescatar el botín de un antiguo robo suyo consistente en 350.000 dólares y que se encuentra bajo una gigantesca W en el parque de Santa Rosita. Después de varios intentos infructuosos para ponerse de acuerdo entre ellos sobre cómo proceder y repartirse el botín, deciden finalmente separarse cada uno por su cuenta y dejar que sea el primero que llegue el que se quede con todo el dinero. Empieza pues una carrera a contrarreloj para ser el primero en llegar mientras el Capitán Culpeper de la policía de Santa Rosita les sigue la pista.
Un primer rasgo a destacar a favor de El Mundo Está Loco, Loco, Loco es que, pese a su excesiva duración (existen muchos montajes diferentes, pero el original aceptado por Kramer duraba tres horas y cuarto), la película aguanta bien el visionado entero si bien la comedia es un género poco dado a este tipo de longitudes, ya que es muy fácil que la cosa acabe decayendo y el humor se resienta. En este aspecto creo que tiene un peso fundamental el guion del matrimonio Rose, en que las peripecias por las que pasan los diferentes protagonistas van alternándose, añadiendo además personajes nuevos por el camino, de modo que uno no acabe agotándose de un personaje o una situación concretos. A eso hay que sumarle que la galería de protagonistas está muy bien escogida dotando a cada uno de ellos unos rasgos de personalidad propios que, obviamente sin necesidad de dotarles de una psicología compleja, los permite individualizar; de forma que al final cada trayectoria o aventura de estos personajes tiene entidad propia.
Así pues el guion va saltando de una subtrama a otra de forma bastante equilibrada, en ocasiones dando mucha más ventaja a uno de ellos para luego dejarle atrapado cruelmente a unos pocos kilómetros de la meta (el dentista que queda atrapado con su mujer en una ferretería de Santa Rosita), y en otras enredando a los protagonistas con personajes nuevos como el conductor con gafas que engaña al inocentón camionero o el divertido inglés aficionado a la botánica; eso sin olvidar la figura del Capitán Culpeper, inicialmente el ojo que vigila todo y que poco a poco se va convirtiendo en otro personaje cómico más a raíz de sus problemas en el hogar con una mujer y una hija a las que jamás vemos.
A cambio un aspecto que quizá vaya en detrimento del filme de cara a convencer a nuevas generaciones es la flagrante ausencia de nombres conocidos a día de hoy en el reparto. Y resulta curioso, porque Kramer quiso enfatizar la idea de El Mundo Está Loco Loco Loco como la gran comedia de la historia incluyendo en el reparto a prácticamente cualquier cómico de renombre en pequeños papeles o cameos. Pero en cambio en los papeles principales no hay ninguno que nos resulte familiar a la mayor parte del público cinéfilo hoy día, con las excepciones de Spencer Tracy (colosal como Capitán Culpeper), Mickey Rooney o Peter Falk, que de todos modos tampoco eran actores especializados en comedia, si bien era un género en que se movían con mucha soltura. La explicación está en que los principales protagonistas eran en su mayor parte grandes celebridades de la televisión americana (por ejemplo, Sid Caesar, Milton Berle o Phil Silvers) o incluso de stand-up comedy (Buddy Hackett o Jonathan Winters), algo que resultaría sumamente atractivo para el público norteamericano de entonces, quien nunca antes habría tenido la ocasión de ver a estas celebridades juntas, pero que a nosotros no nos supone un gran aliciente si bien es de justicia reconocer que todos encajan muy bien en sus roles.
Desde nuestra perspectiva actual se habría agradecido que Kramer hubiera podido contar con algunos de los nombres que tenía en mente como Lucille Ball para una de las dos mujeres (que precisamente son las que menos se aprovechan del reparto a nivel cómico), Peter Sellers para el botánico inglés o Mae West como la insufrible suegra (si bien es de justicia reconocer que Ethel Merman está absolutamente colosal). De hecho se dice que Kramer acabó contactando con prácticamente todo gran cómico que siguiera vivo para ofrecerle un pequeño papel o un cameo, y uno de los alicientes extra del filme es intentar localizarlos a todos: Buster Keaton, Jerry Lewis, ZaSu Pitts, el grandísimo Edward Everett Horton, William Demarest (el rostro por excelencia de las grandes comedias de Preston Sturges), Jimmy Durante, Carl Reiner, los Tres Chiflados, etc. De hecho el reparto está plagado de grandes rostros secundarios del Hollywood clásico más allá de la comedia como Mike Mazurki o Jesse White, de modo que seguramente no pasen muchos minutos de filme sin que vean un rostro familiar.
Entre las ausencias más llamativas dentro de los grandes actores de comedia aún vivos en aquella época están Groucho Marx (quien he leído que inicialmente iba a hacer un cameo final como el médico que atiende a todos los protagonistas en el hospital pero declinó, seguramente por preferir reservarse para joyas como Skidoo (1968), considerada una de las peores películas de la historia), Bud Abbott (quien quizá no tendría sentido sin su compañero Lou Castello, ya fallecido), Harold Lloyd (no me consta que se le propusiera participar, seguramente por llevar mucho tiempo retirado), Bob Hope (no pudo aparecer por problemas con el estudio) o Stan Laurel, quien había prometido no volver a actuar desde la muerte de Oliver Hardy. En este último caso se le había pensado ofrecer a Laurel el cameo del amable conductor que se ofrece a ayudar a los protagonistas cuando les ve parados en la autopista y que recibe una cortante respuesta de la temible suegra, pero hay que reconocer que su sustituto, Jack Benny, consigue uno de los mejores cameos de toda la película con esa frase pronunciada en un lastimoso tono amable.
Al ser una película que se autoerige como homenaje a la comedia y como gran espectáculo es obvio que la mayor parte de los gags se basen en el slapstick y en el humor mezclado con suspense, devolviendo a la pantalla un género que por entonces llevaba tres décadas olvidado en detrimento de otros tipos de comedia surgidos junto al cine sonoro. De hecho son tantas las secuencias de choques de coches, destrozos, explosiones y trompazos que Kramer acaparó durante el rodaje a la mayor parte de los especialistas de cine disponibles en aquella época. Y éste es uno de los aspectos que más me hacen simpatizar con la película, al devolver a la pantalla ese espíritu de vieja comedia sin atisbos de sofisticación o con mensaje (algo que ya de por sí venía siempre con un filme de Kramer). Y aquí es donde entiendo que a muchos espectadores actuales no les resulte tan atractiva por su falta de sofisticación, puesto que la película apuesta por un estilo expresamente retro y de slapstick, que obviamente Kramer no maneja como los grandes del género, pero en el que creo que sale airoso de sobras.
De hecho, El Mundo Está Loco Loco Loco está plagado de escenas que aún revisionándolas por milésima vez me siguen resultando hilarantes, como el aterrizaje forzoso con el locutor de la torre de control inicialmente optimista y calmado hasta acabar enloqueciendo, las mil combinaciones iniciales que idean los protagonistas para repartirse el dinero de la mejor forma posible, los continuos ataques de la temible suegra a su yerno y a cualquier personaje que se le presente y toda la persecución final que desemboca en un edificio ruinoso, y que nos muestra que una de las grandes virtudes de la comedia es que uno puede caer de un rascacielos y sobrevivir perfectamente. Con un tono a medio camino entre un slapstick y unos dibujos animados, El Mundo Está Loco Loco Loco es una película en que lo que prima no es la construcción arquitectónica de sketches como harían los grandes del slapstick décadas atrás, ni el tono corrosivo que sería más propio de un Sturges o Wilder, ni el mensaje que trae consigo un Capra, sino que invita a disfrutar de la comedia desde su faceta más puramente lúdica y espectacular.
No tenía de esta película más que un muy lejano recuerdo de no haberme gustado ya no sé si en la infancia o la adolescencia. Recomendándola tú y para entretener las horas de sobremesa a una lesionada que tengo reposando en casa -nada grave, un pequeño trastazo biciclitero- he pensado que sería buena idea verla en familia. Tengo que confesarte que al principio a mí no me gusta. Es que yo con el humor demasiado bufo tengo una conexión endeble, por así decirlo.
Me gusta la comedia física pero no el humor de muecas, y como bien dices la peli juega mucho con el espectador de entonces, que se troncharía con tics y frases característicos y de los humoristas que la protagonizan que a mí me dejan muy frío. Sin embargo, a medida que ha ido avanzando la cosa me lo he empezado a pasar cada vez mejor, y mi compañera lesionada se lo ha pasado bomba con su pata en alto.
Creo que empieza a ganar muchos enteros hacia la parte final, según se acercan todos a Santa Rosita, porque el trabajo de guión y de manejo de la acción forzosamente -como bien dices- tiene que ser magistral para mantener el interés e incluso incrementarlo, pues terminan siendo chorrocientos personajes y todos tienen que tener su recorrido y su merecido y, bueno, es estupenda esta parte y al final me alegro mucho de haberla visto porque lo he pasado muy bien.
Un aspecto que me ha parecido muy interesante de la peli, que comento por añadir algo, es que es toda una ceremonia de homenaje al automóvil, en especial al automóvil norteamericano de esos años con sus voladizos imposibles, sus suspensiones blendengues, sus motores de camión (¿has visto como corren?) y sus aletas afiladas. Esta es la época que podría considerarse el cénit del automóvil digamos capitalista, hecho para la pura satisfacción de un público que por fin accedía a él de forma masiva. En Europa, Japón y luego en parte en EEUU a partir de la crisis del petróleo los coches estaban limitados por la contención del consumo y la contención de precio y tamaño, pero en este momento los coches USA se hacían sin consideración alguna por el consumo, el espacio para aparcar y no digamos ya el medio ambiente. En fin, que los automóviles clásicos me llaman la atención y la peli es un gusto verla desde esa perspectiva. Incluso, no sé si te has fijado, ¡sale un 600! casi al final, justo cuando los taxis chocan con el coche de Tracy, que por cierto lo hace muy bien, pero el arco de transformaciónd e su personaje me parece lo peor resuelto de la peli, quizá porque he visto un montaje (de 159 minutos) al que le falten cosas.
¡Saludos y trompazos!
¡Cómo me alegro de que te haya gustado! Porque como ya he dicho en la reseña, es una película que hoy día no tiene tantos adeptos como entonces, y que aunque a mí me parece divertidísima no sé si sabría recomendar a causa de eso. Ciertamente el tramo final es magnífico, el guion es realmente muy bueno en su forma de manejar las diferentes historias y al final concentrar todo en un clímax a lo grande.
Me gusta mucho tu reflexión sobre los coches porque no tenía ni idea o no había pensado en ello. Y tienes toda la razón, yo la veía en mi último revisionado como una oda a los stunt o especialistas (la cantidad de trompazos y escenas físicamente arriesgadas es inabarcable) pero tienes razón en la importancia del automóvil, de hecho pensándolo ahora cada medio de transporte tiene su personalidad definida (por ejemplo la furgoneta del inglés).
Celebro que esta reseña te haya hecho reconciliarte con ella y que la lesionada la haya disfrutado también, seguro que se ha sentido muy identificada con la escena final con todos en el hospital. ¡Un saludo!
Cómo he disfrutado de tu artículo.
Creo que volví a visitar esta película el año pasado. Y la vi con el solo propósito de entretenerme, y me lo pasé en grande.
Me gusta esa reflexión que haces al principio. Sí, yo también tengo un montón de películas que a mí me fascinan y las tengo gran cariño, pero que o bien están muy olvidadas o ya no se valoran de la misma manera.
Hablando de coches y de este tipo de películas, dos años más tarde, Blake Edwards rodaría La carrera del siglo. Otra larga comedia, homenajeando de mil maneras el género, con reparto espectacular… y otro tipo de carrera con coches de principio de siglo. También la tengo gran cariño… ¡Vaya tartazos!
Beso
Hildy
Oh, muy bien vista La carrera del siglo, encaja perfectamente con El mundo está loco, loco, loco: comedias ambiciosas de gran duración que hoy día no gozan de mucho reconocimiento y con un toque muy de dibujos animados. Yo de hecho la vi de pequeño en la TV pensando que era la versión en imagen real de los dibujos de los Autos Locos. Recuerdo que me decepcionó un poco cuando a medio filme los protagonistas se enredan en un castillo peleándose por la chica o algo así, ¡yo queria seguir con la carrera! Debería revisionarla de adulto a ver qué tal, ahora a cambio ganaría en que reconozco y aprecio mucho a los actores protagonistas.
Un saludo.