Un Día de Verano [Gu ling jie shao nian sha ren shi jian] (1991) de Edward Yang

A veces creo que no comentamos lo suficiente lo importante que es la calidad de las copias que vemos a la hora de hablar de la impresión que nos ha dado una película. Mi primer visionado de Un Día de Verano (Gu ling jie shao nian sha ren shi jian, 1991) del director taiwanés Edward Yang fue hace bastantes años a partir de una copia que circulaba por internet a no muy buena calidad y con subtítulos en chino incrustados. El filme me gustó mucho, pero no voy a negar que la calidad limitada de la imagen frustró un poco la experiencia, sobre todo tratándose de una obra que potencialmente puede resultar algo difícil en un primer visionado: cuatro horas de película y una historia tan coral, con tantos personajes involucrados, que es inevitable perderse entre tanto nombre y suceso.

Hace unos años la gente de Criterion sacó una versión restaurada a raíz de la cual el filme volvió a ser muy comentado en círculos cinéfilos, hasta el punto de que me llevé la sorpresa de ver que muchos lo situaron por encima de Yi Yi (2000), que yo consideraba como la obra cumbre de Edward Yang. Estaba claro que Un Día de Verano era muy buena película pero, ¿tanto como para estar por encima de la que se había citado siempre como su mejor obra (y, desafortunadamente, la última de su carrera, ya que murió después de estrenarla)? Espoleado por la curiosidad y también por mis ganas de revisionarla me hice con una copia de esta última restauración y tuve que rendirme a la evidencia: aunque yo me sigo quedando con Yi Yi no veo nada descabellado esa preferencia por la película que nos ocupa, que podría citarse sin problema como uno de los grandes filmes de los años 90.

Es cierto que, como dije antes, Un Día de Verano es de esas obras que se disfrutan más en un revisionado porque cuando uno conoce algo mejor la historia a grandes rasgos resulta más fácil no perderse en ese laberinto de nombres y subtramas. Pero aparte de eso, ¡qué diferente es la experiencia con una copia como Dios manda! No podía ser menos en una película en que su director cuidó tantísimo el tratamiento visual de sus imágenes, y en que las composiciones de los planos (sobre todo el uso de la luz y las sombras así como la selección de colores) es tan rigurosa que muchos de ellos podrían ser pequeños cuadros pero, al mismo tiempo, no cae en el pictorialismo o la mera belleza visual. En definitiva, en un filme donde la imagen tiene tanta importancia, aun cuando su estilo está muy alejado de su compatriota Hou Hsiao-Hsien, que sí emprendería un camino más centrado en la rigurosa composición de unos planos de tal belleza que a veces corren el riesgo de distraer la atención de lo que sucede en pantalla – véase Flores de Shanghai (Hai shang hua, 1998) y sobre todo su última obra The Assassin (Nie yin niang, 2015), donde llevó esa tendencia a tales niveles que no me extraña que no dirigiera más películas después, ¿cómo iba a poder llegar aún más lejos?

Volvamos a Un Día de Verano. La película parte se nutre en gran parte de los recuerdos de juventud de Edward Yang en el Taiwán de principios de los 60, tal y como lo experimentó esta generación proveniente de familias chinas que tuvieron que emigrar a Taiwán a finales de los años 40 huyendo del auge del Partido Nacionalista Chino. El argumento toma como protagonista a Si’r, un adolescente que estudia en la escuela nocturna después de haber sacado notas mediocres y se codea con las bandas de pandilleros de Taipei. Mientras Yang es testigo y a veces víctima de los enfrentamientos entre las dos principales pandillas de la zona, empieza una relación con Ming, una bonita joven que era en realidad la chica del líder de una de esas pandillas, huido desde hace tiempo por haber matado a una persona. En paralelo, el padre de Si’r sufre estrecheces económicas desde que emigró a Taiwán pero le surge la ocasión de contar con la protección de un antiguo compañero de clase, que le quiere ayudar pero no parece del todo honesto.

Por una curiosa coincidencia, este revisionado de Un Día de Verano tuvo lugar tan solo un par de semanas después de haber visto Tiempo de Vivir, Tiempo de Morir (Tong nien wang shi, 1985) del ya citado Hou Hsiao-Hsien, y me resulta muy interesante lo mucho que coinciden ambas películas pese a tener planteamientos totalmente distintos. Ambas se sitúan en la misma época y explican las experiencias de juventud de esa generación de adolescentes a la que pertenecen ambos directores, pero aunque cada uno tiene un estilo diferente para explicar una misma idea resultan significativos los puntos en común: la importancia de las bandas de pandilleros y sus peleas nocturnas, familias numerosas en que las hermanas mayores deben ejercer de segundas madres para cuidar de sus hermanos más jóvenes o los padres sufriendo estrecheces económicas mientras recuerdan un pasado donde todo parecía irles mejor y tienen discusiones con las madres al respecto. En definitiva, una generación adulta que no encuentra cómo adaptarse a este nuevo país y todos los cambios que ello supone, y una generación más joven atrapada entre diferentes problemáticas políticas y cambios sociales y culturales.

Este ambicioso proyecto, que le llevó a Yang tres años para poder completarlo, nacía en realidad a raíz de un incidente real que Yang recuerda de cuando era adolescente y al que se hace referencia en el título original de la película (algo así como «Homicidio Juvenil en la Calle Guling»), pero lo interesante es que este hecho no se materializará hasta prácticamente el mismísimo final. Paradójicamente, que en occidente la película tenga un título totalmente diferente al original (sacado de una canción de Elvis Presley que suena en varios momentos del metraje) es quizá incluso beneficioso, porque no nos hace esperar ningún crimen, simplemente nos vemos inmersos en una serie de acontecimientos que no esperamos que conduzcan a nada concreto. Ésa es seguramente la clave de Un Día de Verano, ya que para lograr que entendamos la evolución de su protagonista nos muestra su entorno y circunstancias en toda su complejidad. En ese sentido las cuatro horas están más que justificadas. No es un filme que me dé la sensación de que se alargue más de lo normal, ni que tenga un ritmo lento o se recree en jugar con el tiempo. Al contrario, la mayoría de escenas son breves e incluso hay numerosas elipsis que dejan ideas en el aire. Simplemente hay muchas cosas que contar, y no en vano hicieron falta cinco guionistas para plasmarlas todas y darle al conjunto una forma que fluyera adecuadamente (fijémonos en pequeños recursos como algunos paralelismos entre acciones muy similares o frases que se repiten como rimas).

El Taipei que se nos muestra aquí es una curiosa mezcla de tradiciones: los orígenes chinos, los resquicios de la invasión japonesa (las katanas y recuerdos que los niños encuentran escondidos en los techos de sus casas, como reflejo de un pasado que no se ha marchado del todo), la llegada de la cultura occidental en forma del rock ‘n’ roll y el recién adquirido sentimiento de pertenencia taiwanés. Todo ello se entremezcla en escenas como la del concierto que tiene lugar en el colegio, que es una maravilla por la forma como conviven diferentes situaciones e ideologías: los estudiantes que acuden al show tan formalmente arreglados mientras fuera dos líderes de pandillas se enfrentan y uno de ellos muere, o el himno de Taiwán, que obliga a los asistentes a levantarse para escucharlo respetuosamente de pie, para luego dar paso a un concierto de versiones de rock ‘n’ roll americano.

La grandeza de esta extraordinaria cinta es cómo refleja este complejo microcosmos pasando el centro de atención de una historia a otra con toda naturalidad. De esta forma no tenemos la sensación de que Yang y sus otros coguionistas nos quieran conducir a una idea concreta, sino más bien cómo la evolución del personaje de Si’r es una consecuencia inevitable de todo lo que sucede a su alrededor. Las pandillas en el fondo vienen a ser una especie de sustituto o complemento de su familia, pero no porque Si’r no se lleve bien con ella, sino por ser la forma natural en un joven de esa época de canalizar los problemas y frustraciones que siente.

De hecho es significativo cómo padre e hijo en el fondo tienen una relación cordial y con bastantes puntos en común, aunque no consiguen conectar entre ellos. En la primera escena en que el padre acude al instituto por una falta cometida por su hijo, el progenitor en realidad se enfrenta al director y se pone de parte de Si’r por un tema de principios. Y por otro lado tanto uno como otro pagarán aun siendo inocentes por las amistades y conexiones que han hecho: Si’r se encontrará en medio de estas bandas de pandilleros y el padre arrestado sospechoso de tener relaciones con comunistas (nótese cómo cuando el mejor amigo de Si’r le pregunta al joven protagonista si sus padres estaban en casa anoche, éste miente diciendo que fueron al cine, como si no quisiera mezclar esos dos mundos confiándole ni siquiera a su mejor amigo sus problemas familiares).

Lo que entenderemos a raíz de todo este entramado de personajes y subtramas es que Si’r, estando en una edad tan compleja como la adolescencia, no sabrá lidiar con situaciones conflictivas en un contexto tan complicado. Los consejos de su padre en realidad serán malinterpretados por el hijo, algo que se verá en la siguiente escena que suceda en el despacho del director, cuando Si’r estalla porque cree que el director se ha pasado de la raya con su padre. Cuando comete el error de robar un reloj de su madre para empeñarlo descubre apesadumbrado que su hermano mayor ha cargado con la culpa para encubrirle y está sufriendo una brutal paliza de su padre. Y del mismo modo que la paliza que le da el padre es desproporcionada y no deja de ser la forma como éste se desfoga por la suma de frustraciones que está arrastrando, el comportamiento de Si’r seguirá el mismo patrón. No es un delincuente, es alguien confuso que a ratos consigue hacer lo correcto (estudiar a fondo cuando es expulsado del instituto para reencauzar su vida académica, ser bueno con Ming y ofrecerle su amor) pero no siente que esté recibiendo ninguna recompensa por ello, y por eso es inevitable dejarse tentar por el camino de la violencia.

Hay una escena para mí fundamental de la película en que se ve ese debate interno entre esos dos Si’r: cuando una noche encuentra borracho perdido al dueño de una tienda de comestibles que trata a sus padres con arrogancia porque siempre les deja dinero a deber pero, al mismo tiempo, se siente en inferioridad porque su hija no podrá tener un futuro académico tan prestigioso como la hermana mayor de Si’r. Al verle en condiciones tan lamentables lo primero que hace Si’r es coger un ladrillo del suelo y acercarse a él: su primer instinto es aprovechar que ese hombre que fue tan cruel con su familia se encuentra en una situación de inferioridad para atacarle. Pero entonces ve que el hombre sufre un ataque. Deja el ladrillo, se acerca a ver qué le sucede y pide ayuda a gritos. Al final su faceta bondadosa ha ganado, pero lo que estamos viendo a lo largo del filme es esa lucha entre esas dos facciones suyas.

Todas estas ideas no solo están brillantemente esbozadas en el guion, sin exponerlas directamente al espectador, sino que además Yang las filma con suma inteligencia. Siendo ésta una película sobre peleas entre bandas de pandilleros, me resulta muy interesante la forma tan elegante cómo Yang filma – o incluso, cómo no filma – la violencia. En una escena nocturna, Si’r y sus amigos salen de clase y se encuentran ante un callejón del que se escuchan unas voces amenazadoras y desafiantes. No llegamos a presenciar nada, pero poco después veremos a Si’r llegando a casa y limpiándose la sangre de la boca, sin comentar a nadie de la familia lo sucedido. En cuanto a la escena más sangrienta del filme, Yang la filma en una noche de diluvio justo en el momento en que se va la luz. Vemos destellos de violencia alumbrados por las linternas pero que se intuyen más que otra cosa.

Pasando al lado contrario, fijémonos también en las escenas más tiernas entre Si’r y Ming. La primera vez en que ella confirma sentir un interés especial por él (le reprocha que no fuera a verle a la audición que hizo para una película), Yang aparta la cámara de los actores y muestra una puerta blanca, dejando que solo oigamos las voces, como si quisiera distanciarse para darles una cierta intimidad. Más adelante, la declaración definitiva de Si’r hacia ella tiene lugar mientras la banda del instituto está ensayando, de forma que su diálogo se ve ahogado por los instrumentos de viento. De hecho otro aspecto a remarcar de Yang de hecho es la extraordinaria dirección de actores, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de ellos no eran profesionales. Plasma a la perfección la complicidad que surge entre ellos, se toma su tiempo en dejar que interactúen su cada plano y, en definitiva, consigue mantener esa frescura y autenticidad tan difícil de extraer enactores jóvenes.

Hay en realidad multitud de detalles a resaltar, pequeñas ideas que se van enunciando a la espera que el espectador las recoja. Por citar algunos: las escenas en el plató del cine; la importancia de la radio dentro del seno familiar; la linterna que roba Si’r y que utiliza en todo el filme para alumbrar lo que no ve, en lo que es quizá un precedente del niño y la cámara de Yi Yi, o el momento en que juegan con armas y Ming dispara accidentalmente a Si’r, que muestra de una forma muy clara los peligros de ese paso por la adolescencia, en los cuales conviven comportamientos adultos con resquicios infantiles, y los que eran hasta hace poco niños se ven obligados a tener ciertos comportamientos de adulto que aún no saben gestionar y pueden acarrear grandes consecuencias, que es algo que retornará en el final de la cinta. Pero tampoco indagaremos más en estos aspectos, ya que la reseña se nos iría aún más de las manos y ciertamente cuatro horas de película dan mucho de sí.

Decía Edward Yang que su propósito con este filme era motrar cómo fueron realmente esos años, en contraste con la versión que pretendía dar de ellos la historiografía oficial. Aunque obviamente por lejanía cronológica o espacial no puedo confirmar hasta qué punto Yang fue fiel a la realidad de esa época, sí que tras ver la película tengo la sensación de que ha conseguido trasladarnos a ese contexto con toda su complejidad y sus detalles. Y lo que sí podemos corroborar es que el director ha logrado plasmar de forma muy fidedigna el tono agridulce de esos años de juventud que tan importantes son para toda persona, tan decisivos resultan para nuestro futuro y, no obstante, tan difíciles son de gestionar en ese momento.


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4 comentarios

  1. Vaya vaya, Doctor. Le veo abriendo otra sucursal como Fumanchú, vista la querencia que muestra últimamente por el cine oriental-no japo.
    Las cuatro estrellas y pico pelean a muerte con las cuatro horas y pico en mi lista de espera de señor muy ocupado, pero le prometo apuntarla en lugar preferente.
    No tenía yo ni idea de que las pandillas juveniles fueran un problema en la China de los 60. Uno se imagina un país gris y eminentemente rural en el que esas cosas no tenían cabida, pero claro, China es tan grande que le cabe todo.
    Sobre lo de la calidad de las copias, yo mismo lo comentaba el otro día hablando de Deliverance. Aparte de su tema y desarrollo, la película me encantó visualmente al poder verla en una tele grande, con calidad y formato apaisado, mientras que mi recuerdo de ella era negativo por el cutre vhs en 3×4 en tele chica donde la vi hace mucho. Otra cosa buena de estos tiempos que tanto criticamos…
    Amarillos saludos.

    1. Querido Manuel, llevamos aquí en el gabinete una sobredosis de cine chino y taiwanés los últimos meses de los cuales aquí solo estamos mostrando una cuidadosa selección de títulos. Ahora estamos ya en proceso de volver al cine occidental, pero aún quedan un par de reseñas que irán apareciendo más adelante.
      Sobre lo que dice de China, ojo cuidado que estamos ante una película taiwanesa, no china, y quizá algún lector taiwanés (¿quién sabe?) pueda molestarse por mezclar ambos países – de hecho en la China de esa época no creo que hubiera pandilleros ni conciertos de rock, bastante mal lo tenían los pobres. Entiendo las reticencias a la duración de la película, y además en este caso no puedo engañarle como hizo mi colega Caligari con La Roue diciendo que es como una miniserie, porque no está dividida en capítulos y al haber tantos personajes no conviene espaciar mucho el visionado. Le diría, eso sí, que como primera toma de contacto con Edward Yang pruebe primero con Yiyi, que dura «solo» unas 2 horas y media.
      Y sí, leí su reseña de Deliverance y aunque a mí me gustó a la primera entiendo perfectamente sus sensaciones. Al final influye mucho más de lo que nos gustaría reconocer el contexto de visionado a la hora de juzgar una película…
      Un saludo oriental.

  2. Qué buen paseo se está dando por el cine chino y cuántos títulos me va descubriendo. Desde luego cuántas filmografías en el mundo y cuántos sorpresas para descubrir. Y qué bueno que existan blogs como el suyo para poder ir trazando caminos y diálogos con diversas películas que nos esperan.
    No he visto ninguna de las películas de EDWARD YANG. Y mirando su filmografía hay varios títulos que apunto.

    Beso
    Hildy

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