La historia es la siguiente: Billy Wilder era un emigrante alemán que se había labrado una prestigiosa carrera como guionista en Hollywood colaborando con Charles Brackett, pero lo que él deseaba era dirigir películas. Ya lo había hecho anteriormente en su breve estancia en Francia con Curvas Peligrosas (Mauvaise Graine, 1934), y ahora que ya se había asentado en América quería volver a ello por una razón muy sencilla: no le gustaba cómo algunos directores filmaban sus guiones. Si alguien tenía que estropear sus historias, mejor que fuera él mismo. El problema es que Wilder se encontraba en la edad de oro del sistema de estudios del Hollywood clásico, en que todo estaba más firmemente jerarquizado que nunca. Los años en que un guionista o, peor aún, un actor podía probar suerte tras la cámara habían quedado atrás después de los inicios del sonoro. Pese a sus insistencias, la Paramount prefería tenerlo como un eficaz guionista en nómina que proporcionara muy buenos libretos para otros directores.
Pero entonces algo cambió. Preston Sturges, otro de los grandes guionistas del estudio, había perseguido las mismas ambiciones y al final hizo un trato con el estudio: les ofreció un magnífico guion que les propuso dirigir él mismo… gratis. Según parece, por un tema sindical Sturges debía cobrar algo por dirigir, de modo que realizó El Gran McGinty (The Great McGinty, 1940) por solo 10 dólares. Con un presupuesto bastante limitado y un reparto barato, el estudio se aseguró de que si el experimento no funcionaba no saldrían perdiendo demasiado. Pero no tuvieron que preocuparse, ya que fue un sonado éxito de público y crítica que abrió las puertas de la carrera de Sturges como director.
La proeza de Sturges allanó el camino a otros grandes guionistas. En esa misma época John Huston logró estrenarse como director también y lo hizo con uno de los debuts más sonados de la historia, El Halcón Maltés (The Maltese Falcon, 1941). Wilder supo que ése era el momento y al final logró convencer al estudio, que le proporcionó una historia no especialmente prometedora que él y Brackett debían convertir en guion: El Mayor y la Menor (The Major and the Minor, 1942). Su caso no obstante tenía más a su favor que el de Sturges y Huston. Su película tenía un presupuesto más holgado (no para ser una gran producción pero sí lejos de las estrecheces que le tocó padecer a Sturges por ser el pionero) y contaba con dos estrellas: Ginger Rogers y Ray Milland (recordemos que en la época de El Halcón Maltés Humphrey Bogart aún no era una estrella, de hecho fue la opción de reemplazo después de que lo rechazara el por entonces mucho más popular George Raft). Pero la historia desde luego no daba mucho más que para una comedia agradable aunque simplona.
La protagonista es Susan Applegate, una mujer que, harta de intentar asentarse en esa jungla de asfalto que es Nueva York, decide volver a su pueblo natal. Pero en la estación de tren descubre horrorizada que el poco dinero que le queda no es suficiente para el billete que necesita comprar. Como recurso desesperado, se hace pasar por una menor para que le cobren solo la tarifa de menores de trece años. Una vez a bordo, los revisores la descubren y en su huida acaba escondiéndose en el compartimento del Mayor Philip Kirby, un apuesto militar que la acoge tomándola por una niña asustada. A raíz de una serie de confusiones, una Susan Applegate de en teoría doce años se ve obligado a acompañarle a la academia militar para niños en que Kirby trabaja. Una vez allá no podrá evitar enamorarse de él e intentará romper el compromiso que tiene Kirby con su prometida Pamela.
Vista hoy día, El Mayor y la Menor es una película que creo que mantiene su interés por dos elementos: por un lado el hecho de que Wilder-Brackett lograran darle un poco más de punch a una historia de por si no muy prometedora, pero por el otro un detalle más extracinematográfico que me resulta muy curioso, y es el hecho de que nos tengamos que creer que una Ginger Rogers de más de 30 años pudiera colar como una niña de doce. Éste es un aspecto que me resulta muy curioso de ver en el Hollywood de las primeras décadas, sobre todo la era muda, en que Mary Pickford se pasó años interpretando papeles infantiles o adolescentes sin que al público pareciera importarle, o en que en filmes como En Declive (Downhill, 1927) de Hitchcock o las tres versiones de El Estudiante de Praga (Der Student von Prag) tuviéramos a hombres más que creciditos interpretando a supuestos estudiantes, que no colarían ni como repetidores de curso.
Entiendo que los espectadores de esos años tenían una capacidad mayor de ejercer la suspensión de la incredulidad al ver una película, que estaban más dispuestos a aceptar que lo que veían era una ficción construida y que no se molestaban al ver en la pantalla a un Ivor Novello o Conrad Veidt que obviamente tenían más de 30 años interpretando a inocentes estudiantes, del mismo modo que tampoco les molestaba la evidencia de que algunos decorados fueran obviamente cartón piedra. No quiere decir eso que fueran más crédulos – que seguramente también lo eran – sino que se dejaban llevar más abiertamente por «las reglas del juego», por entender que estaban ante una representación ficticia. Si en el teatro aceptamos que el escenario es un decorado, en el cine también.
No obstante hay un segundo elemento relacionado con este punto que me llama mucho la atención, y es la forma como Wilder y Brackett retratan a lo que se supone que es una adolescente: porque Ginger Rogers interpreta lo que es una muchacha de doce años (o, más complejo aún, una adulta emulando a una muchacha de doce años) como si fuera una niña. En el tren se muestra irritante con el pasajero de al lado y llora cuando le explota el globo, y cuando traba conocimiento con Philip éste la trata casi como si tuviera seis años ofreciéndose incluso a ayudarla a vestirse si lo necesitara. ¿Se imaginan en la vida real a un hombre ofreciéndose a ayudar a una chica desconocida de doce años a abrocharse el camisón con tal inocencia?
Éste es el aspecto que más me ha dado que pensar de una película que en realidad no da tanto de sí. ¿Aceptaría el espectador de la época todo esto con la misma inocencia que el personaje de Philip? Aquí hay un aspecto del guion que puede servirnos de ayuda: el único personaje que descubre al instante que Susan es una impostora es una adolescente real, que además se comporta con más madurez que cualquier otro personaje del film (de hecho es la única que sabe que la prometida de Philip le está engañando). Wilder y Brackett por tanto reconocen que está forma de infantilizar a una adolescente tiene más que ver con la visión que tienen los adultos sobre cómo creen que es una niña de doce años que no con el comportamiento de una adolescente real. De esta forma logran salir airosos de una premisa que hoy día sería imposible de resolver: que una Ginger Rogers de 30 años pueda colar como adolescente. No cuela en realidad, simplemente el tema está en que el resto de personajes adultos son idiotas que han perdido el contacto con el mundo adolescente, y no distinguen el comportamiento de una chica de doce años del de una niña de seis.
Aun así, no puedo evitar pensar que hoy día sería casi imposible salir airoso con un argumento de este tipo, no solo porque nos costaría más aceptar a una mujer de 30 años haciendo de niña, sino porque su componente perverso no nos pasaría tan desapercibido (y de hecho me pregunto si los espectadores de 1942 también lo pasarían tan fácilmente por alto): que Philip se enamore de lo que él piensa que es una chica de doce años que, para hacerlo peor, se comporta como si tuviera menos de diez y que, además, él cree que es totalmente inocente a nivel sexual (en una escena intenta darle una charla sobre el tema cuando los estudiantes de la escuela empiezan a perseguirla). De hecho, puestos a jugar con argumentos de confusión de roles, la historia del cine ha demostrado que este tipo de premisas funcionan mucho mejor cuando se produce entre sexos que cuando se basa en manejar edades un tanto delicadas entre personajes. Véase sino el divertidísimo inicio de La Reina Cristina de Suecia (Queen Christina, 1933) cuando el personaje de John Gilbert conoce a la protagonista (la glamourosa Greta Garbo en un papel irresistiblemente juguetón) disfrazada de muchacho, y el alivio que siente después al descubrir que ese joven con el que estaba teniendo una «química» tan especial es, en realidad, una mujer. O, sin ir más lejos, fíjense en la recientemente comentada por mi colega el Doctor Caligari, La Violinista de Florencia (Der Geiger von Florenz, 1926) de Paul Czinner, que ya exponía una idea muy similar y elude muy inteligentemente la edad real de la protagonista para centrar el conflicto en la identidad sexual, sabiendo que es mucho más interesante.
Pero aquí los guionistas no podían elegir evitar esa premisa. Y en todo caso, uno de los muchos méritos de lo que en realidad es una obra muy menor de Wilder es que logra salir airoso de esa situación tan delicada, incluso desde nuestra perspectiva actual. Consigue que entremos en el juego, que apreciemos la genuina química que surge entre los dos protagonistas sin que nos extrañemos de lo que representa en el fondo (¡él se está enamorando de una niña!) e incluso maneja muy hábilmente ese tono inocentón que exigía el código Hays con pequeños detalles un poco más pícaros. Y así es, amigos lectores, como un gran guionista logra salvar una historia poco prometedora y un tanto problemática desde una perspectiva contemporánea. Chapeau por Wilder y Brackett.
Si piensan que me he desviado demasiado de la película también les digo que el filme en si mismo tampoco creo que tenga mucho más que rascar. Aparte del guion, el otro elemento clave que lo eleva por encima de los centenares de comedias que se hacían en esos años es la excelente pareja protagonista encarnada por Ginger Rogers y Ray Milland. Tampoco conviene olvidar que Wilder consiguió salir airoso del reto de debutar en Hollywood como director gracias a un solido trabajo de realización para el que, eso sí, pidió ayuda al montador Doane Harrison para que estuviera con él durante todo el rodaje y le ayudara a visualizar cómo quedarían los diferentes planos cuando se montara. Wilder siempre le estuvo agradecido y de hecho mantuvo a Harrison como su montador preferente durante muchos años. Y el guion por otro lado ofrece algunos gags cinéfilos muy del gusto de Wilder, como el baile de adolescentes en que todas emulan de forma fatídica el famoso peinado de Veronica Lake o el momento en que alguien le pide a Susan que le diga una frase en sueco, a lo que ésta responde la famosa proclama de Greta Garbo «Quiero estar sola«.
Pero el otro elemento que quiero destacar del guion es el desenlace, en que Wilder y Brackett se enfrentaban a una situación difícil de desenredar: si Susan confiesa a Philip que le ha engañado, eso dará pie a una serie de escenas potencialmente poco prometedoras, en que éste se mostrará irritado y avergonzado por lo sucedido y ella tendrá que reconquistarlo. ¿Qué hacen Wilder y Brackett? Cortan por lo sano, compensando la incoherencia absoluta del desenlace con un par de gags que hacen referencia a otros dos ya aparecidos en la película (la frase usada por los estudiantes para aprovecharse de una chica y Philip cerrando un ojo cuando quiere imaginarla como adulta). De esta forma el espectador acaba la película con un par de risas aseguradas, basadas no solo en lo eficaz de los gags sino en que resultan doblemente divertidos al reconocerlos de nuevo. Y antes de que tengamos tiempo de preguntarnos cómo puede ese tipo aceptar tan fácilmente haber sido humillantemente manipulado y engañado, aparece en la pantalla la palabra FIN y la película nos despide dejándonos con un buen sabor de boca y sin aburridas escenas melodramáticas de rechazo y reconciliación. Ser un buen guionista a veces es saber salir airoso de situaciones complicadas, ya sea convirtiendo una premisa peliaguda en una comedia inocente o resolviendo un obstáculo de guion sin que el espectador se dé cuenta.
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Gracias por tu interesante reflexión. Añadiría que de aquellos polvos, estos lodos y me refiero al tema de hacer pasar como normal una relación de pederastia. Luego en la versión cinematográfica del libro super crítico con este tema, Lolita, todos vieron un enamoramiento del psicópata protagonista y disfrutaron de los lindo con lo que era una brutal tortura a una niña..
Hola Henar,
Es cierto, viendo películas antiguas se nota que no se estaba tan sensibilizado con este tema como hoy día, si bien yo creo que en el caso de Lolita el tono de la película no es muy diferente al del libro aun cuando la edad de la niña se aumentó unos cuantos años para evitar aún más polémicas (si bien en el filme sigue siendo claramente una menor de edad). En el caso de Wilder es más fácil salir airoso del tema por el tono de comedia absurda, pero está claro que hoy día no funcionaría dicha premisa.
Un saludo.
Hola Doctor,
por una parte, suscribo cada una de sus impresiones, aunque a mí no me parece un film tan menor (dentro de Wilder) como a usted, y le subiría media estrellita, pero bueno, esto es puramente subjetivo. De hecho lo vi hace pocos meses, así que recuerdo bien cada momento que cita y, en efecto, todo esa «tangente» por la que usted se sale de la edad de Ginger Rogers está muy bien desarrollada y explicada, y desentraña perfectamente los mecanismos fílmicos y narrativos que nos permiten lidiar con el espinoso tema -visual en cuanto a la credibilidad y censurable en cuanto a lo sexual- de la niña sexualizada.
Me va a permitir que me salga por otra tangente, pero que tiene algo que ver con esta película (de hecho no había caído en ella, si lo hubiera hecho ya habría escrito yo una doble sesión de esas extravagantes que me gustan) y me refiero a lo que me ha parecido Mantícora, de Carlos Vermut, que no sé si habrá visto usted.
Como en mi ciudad extremeña pequeña no llegó para el estreno fui el otro día hasta Cáceres para verla (140 kms ida y vuelta) porque le tenía muchas muchas ganas, y es que a mí me encanta Carlos Vermut, y esperaba algo bueno de verdad, pero la decepción fue sin embargo muy grande para mí, y para más inri descubro al llegar a casa que justo ese día la habían puesto en filmin…
No quiero aburrir a su público ni a usted con mis cosas, así que voy al grano. Lo que me defraudó de Mantícora, entre otras cosas que no cuento aquí, es que Vermut no se ha atrevido a desarrollar nada ese aspecto inquietante de los deseos prohibidos del protagonista. No sé si por correctismo político o por una especie de autocensura automática, Vermut, con lo bien que se le da retratar la maldad sórdida, se limita a mostrarlo todo de forma absolutamente lineal, «visible», predecible e incluso aburrida, rutinaria, y en un contexto más aburrido aún, el de las relaciones semiabiertas del siglo XXI entre milenials sosainas. Resumo: que obviamente se ha entregado a eso tan manido de «dejo al espectador que juzgue por sí mismo» y ha renunciado a profundizar, retorcer, incluso incluir humor negro en un tema que lo merece.
Vamos, que leerle a usted ha hecho saltar en mí una especie de resorte, porque El mayor y la menor, lo mismo que otros ejemplos que usted cita, o las muchas Lolitas que recuerda Henar, son el ejemplo de que la gracia del cine es que puede transformar algo prohibido, invisibilizado, en una historia llena de recovecos morales, como es toda Magical Girl, o alguna subtrama de Diamond Flash y Quien te cantará (por no salir de Vermut).
Leñe, es que mientras escribo esto se me ha venido a la cabeza León el profesional, que la volvía ver después de décadas la semana pasada… y es que ahí ¡se enamora un asesino a sueldo cuarentón de una niña de 12! y, metido en el trajín de un buen cine de acción es algo que termina por apenas extrañar.
En fin, que viva el cine con chispa, que muera el cine apagado.
Un saludo, y perdón por el ladrillo.
Hola Manuel,
No pida disculpas por su ladrillo, sus tochos aquí siempre son bienvenidos. Y no hay problema en su disertación además porque yo vi Mantícora el año pasado y puedo responderle con mi opinión.
Entiendo que la película le decepcionara, y más cuando se espera con tantas expectativas y ha habido que hacer un largo viaje para verla, pero a mí sí que me gustó bastante y sí que creo que trata muy bien el tema. Yo no eché en falta que profundizara más en ese aspecto inquietante del protagonista y me gustó el tratamiento que se le hizo. De hecho a mí personalmente tampoco se me ocurre por dónde podría haber tirado Vermut para sacarle más jugo.
Lo que sí entiendo es que le decepcionara que ese problema pasara a un segundo término para centrarse en la relación de los protagonistas, pero he aquí lo curioso: para Vermut la película era eso. Y lo digo porque fui a una sesión a la que asistieron él y la actriz protagonista, y en ella el director se extendió mucho en cómo fue elaborando y cambiando el guion, lástima que ya no recuerde los detalles. En todo caso la sensación que me da es que para él Mantícora era más una película sobre una relación entre dos jóvenes en que él tiene ese problema, antes que una película sobre la pedofilia en que la relación con la chica serviría de recurso narrativo para ahondar en el tema. No sé si me explico.
Para mí el gran tema del film es cómo lidiamos como sociedad con gente que tiene ese tipo de problemas, y en ese sentido sí que me gustó, si bien es cierto que no tiene la originalidad y brillantez de Magical Girl, pero ésa es otra historia. También fue curioso oír a Vermut decir que en el fondo esta película era la que mejor reflejaba sus gustos cinéfilos, mucho más que las anteriores, ya que es muy fan de Rohmer (ojo, otro con películas con relaciones un tanto complejas entre adultos y chicas menores de edad) y Hong Sang-soo.
Obviamente todo esto no quiere decir que la película tenga que convencerle más, pero confío que le permita entender la motivación que hay detrás, que puede ser acertada o no. En todo caso a juzgar por lo que Vermut dijo en la charla dudo muchísimo que se autocensurara por corrección política, simplemente éste fue el camino que le interesó recorrer… para bien o para mal.
Un saludo.
Muchas gracias Doctor por sus interesantísimas aclaraciones. Que suerte poder acudir a ese tipo de eventos.
Tampoco contradice mucho lo que pienso las cosas que me cuenta, pues sí salí con la sensación muy clara de que Vermut ha hecho exactamente la película que ha querido. Y lo de la autocensura, fíjese que yo la he llamado «automática» porque sí tengo claro que ha hecho lo que le ha apetecido, y que quizá su bajo presupuesto -esto es elucubración mía- tiene que ver con no prestarse a posibles imposiciones.
Que lo que más le interesa es la relación de pareja… Pues será, pero entonces peor cuerpo me deja, porque es lo que más me aburrió y menos me interesó de la peli.
En fin Doctor, perdone el excursus. Espero que podamos tener otra ocasión de hablar de Mantícora y de Carlos Vermut en general…
Un abrazo
Qué interesante la lectura y análisis que ha hecho usted de EL MAYOR Y LA MENOR. Tanto que me ha apetecido visitarla de nuevo. Tan solo la he visto una vez y hace bastante.
Por aportar algo. Es curioso que no sería la última vez que Ginger Rogers abordaría a una niña a edades maduras. Es más, casi diez años después, el maravilloso Howard Hawks la dirigiría en una película divertidísima: «Me siento rejuvenecer», donde por un elixir la Rogers se comportaría igual que una niña junto a Cary Grant. Por seguir esos diálogos entre películas, allí tendría un papelillo una rubia explosiva que trabajaría en más de un película con Wilder: Marilyn Monroe.
Ay, doctor, perdóneme usted que me pierdo siempre en estas cadenas de relacionar unos títulos con otros o unos nombres con los de más allá.
Por cierto, fascinante cómo ha contado todos esos guionistas que pasaron a ser directores de sus propias historias.
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Nada que perdonar, ¡usted enrede lo que haga falta!
Y muy bien visto, no caí en que Ginger Rogers volvería a hacer un papel de comportamiento infantil años más tarde, y de nuevo muy bien. Realmente era muy buena actriz de comedia que sabía hacer gracia en un tipo de papeles que corren el riesgo de ser únicamente ridículos.
Y sí, la historia de esos guionistas pioneros es muy interesante, realmente era todo un reto contra el sistema en el que tuvieron que luchar para hacerse un nombre. Valió la pena desde luego.
Un saludo.