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Una de las pequeñas modas del cine italiano de los años 50 y 60 fueron los filmes de episodios dirigidos por diferentes cineastas, que casi siempre acababan siendo irregulares pero a cambio rara era la ocasión en la que no hubiera al menos un corto o dos que valieran la pena rescatar. Nosotras las Mujeres (Siamo Donne, 1953) no es una de las mejores muestras de esta moda, pero a cambio es de esas películas que encuentro muy interesantes precisamente por lo que las hace fallidas, aunque suene contradictorio. Se me entenderá mejor si entramos en materia.
La premisa inicial surgió del afamado guionista del neorrealismo, Cesare Zavattini, que tuvo la idea de hacer un filme que mostrara a cuatro de las grandes estrellas de la época, pero en un retrato totalmente desprevisto de glamour y aura mítica, es decir, tal cual eran en sus momentos mundanos, como simples mujeres. La propuesta suena muy bien, pero como ya se habrá intuido no consigue funcionar. No obstante, aunque es una pena el habernos quedado sin esos cuatro retratos intimistas y cercanos de esas estrellas, creo que el hecho de que el filme fracase en ese propósito dice mucho sobre cómo está construida la imagen de las estrellas de cine y lo difícil que es desprenderlas de ese brillo mítico.

De entrada una curiosa paradoja. El mejor de los episodios es el primero de todos que no incluye a ninguna de las actrices, una especie de prólogo en que se explica cómo se forman dichas estrellas. Dirigido por Alfredo Guarini, explica la historia de una joven que participa, contra la opinión de su madre, en un concurso organizado por un estudio para elegir a una actriz para un próximo filme. El corto muestra las diferentes pruebas por las que pasan decenas de aspirantes hasta desembocar en una final en que han de someterse a una prueba de cámara.
Quizá por el hecho de explicar la historia más interesante de las cinco resulta el episodio más entretenido de todos, con ese estilo costumbrista tan típico del neorrealismo rosa, que bascula entre el humor y la crítica de una realidad. En este caso me gusta mucho la mezcla de acentos que delatan las diferentes zonas de las que provienen las chicas, sus historias que dejan entrever el enorme esfuerzo que han hecho para llegar a Roma desde sus remotos pueblos y la disparidad de caracteres de las aspirantes (desde la sencillez y timidez de algunas a la coquetería y seguridad en si mismas de otras). El momento cumbre llega cuando a uno de las aspirantes se le pide que simule una llamada de teléfono con su padre y no puede evitar emocionarse de verdad. Más adelante, cuando se le hace una prueba de cámara a la protagonista, Guarini nos regala el mejor plano de la película mostrándonos el reflejo de ella en el visor de la cámara que la está capturando por primera vez.
El resto de episodios se dividen en dos más ficcionalizados para mostrar dilemas personales de las actrices protagonistas y otros dos aparentemente basados en anécdotas personales que tienen un tono más ligero. Los dos primeros son el dedicado a Alida Valli dirigido por Gianni Franciolini y el de Isa Miranda realizado por Luigi Zampa. En el de Alida Valli, ésta se escaquea de un baile de sociedad al que estaba obligada a ir para acudir a la fiesta de compromiso de su criada y disfrutar de un ambiente más casero y auténtico. Por otro lado, el de Isa Miranda explica cómo ésta ayuda a un niño que se encuentra herido en la calle y, al llevarlo a su casa, donde se encuentran sus hermanos pequeños solos esperando a su madre, siente renacer ese instinto materno que siempre ha reprimido por el bien de su carrera como actriz.
Ambos episodios están bien filmados e interpretados y son correctos, pero no memorables. Lo interesante para mí, no obstante, reside en cómo fracasan respecto a la intención inicial de Zavattini: hacer un retrato fidedigno de Valli y Miranda como mujeres. Porque para hacer ese retrato fidedigno, Zavattini ha acabado recurriendo a un tópico tan trillado que no suena auténtico: la añoranza por tener una vida sencilla, la felicidad que hay en esa existencia humilde alejada de los focos.

No quiere decir eso que lo que se explica no tenga mucho de cierto para las dos actrices, de hecho todo el proyecto nació de la confesión que le hizo Isa Miranda en cierta ocasión a Zavattini sobre lo que se arrepentía de haber renunciado a la maternidad a favor de su carrera en un punto de su vida en que ya era demasiado tarde para echarse atrás. El problema más bien es que la forma de contarlo sugiere demasiadas imágenes tópicas y no hay en ellos más que pequeños destellos de algo genuino en que las actrices realmente se estén abriendo a si mismas.
En el caso de Alida Valli ese destello tiene lugar cuando se da cuenta de que está intentando seducir al novio de su criada en la fiesta y se marcha avergonzada, como dándose cuenta de que, pese a que quiere ser una más en una fiesta humilde, no puede evitar usar instintivamente su poder de atracción como estrella de cine. En el de Miranda, que es cierto que destila encanto por la forma como se desenvuelve con los niños, ese punto de genuina verdad tiene lugar cuando vuelve la madre y, al presenciar esa tierna escena entre ésta y sus hijos, se da cuenta de que es una intrusa que ha «disfrutado» brevemente de la fantasía de la maternidad y decide irse. Pero no obstante, ¿no es significativo que la forma con que en teoría se busca desprender a estas dos actrices de su aura de estrella sea usando dos argumentos tan prototípicos de melodrama, que más que dar pie a desnudarlas emocionalmente las convierta, una vez más, en divas de la pantalla en una situación dramática?

En contraste los episodios de Ingrid Bergman, dirigido por Roberto Rossellini, y de Anna Magnani, filmado por Luchino Visconti, son mucho más ligeros y en teoría son más auténticos porque reflejan anécdotas reales de las actrices. Y lo que les dota de más autenticidad es paradójicamente lo que les impide que lleguen a ser gran cosa: el hecho de que no sean grandes anécdotas que, una vez más, nos llevaría al terreno del melodrama, sino más bien dos situaciones bastante tontas que no dan mucho de sí. El episodio de Ingrid Bergman en concreto me dejó patidifuso, ya que muestra los enfrentamientos de la actriz con el gallo de una vecina que le destroza las rosas. No hay más.
Obviamente es imposible que algo filmado por Rossellini con Bergman salga mal, y hay detallitos a rascar: el choque entre la idiosincracia italiana y la escandinava cuando Bergman insiste a su vecina en que controle a su pollo (la forma como la vecina deforma y exagera las demandas tan educadas de la Bergman resulta muy divertida), los breves planos de los niños jugando y el final algo absurdo. Pero la cosa no da más de si. Tiene pinta de ser algo que resultaría muy gracioso escuchado en boca de Bergman en una entrevista pero que filmado carece de la sustancia suficiente que justifique que se haya convertido en un cortometraje. Como si Rossellini y Bergman fueran conscientes de ello, al final del episodio la actriz sueca dice a cámara medio avergonzada «ya avisé de que era una tontería» y se va.

El episodio de la Magnani es el que mejor me funciona de los cuatro por parecer un sketch. En él se nos explica cómo la actriz va en taxi al teatro para una actuación pero, al pedir al conductor que le cobre, se enfada porque éste pretende cargarle una lira extra por llevar a su perrito con ella. Como la norma establece que esa lira solo se debe abonar si el perrito no es faldero, se inicia una delirante discusión sobre si la mascota de la Magnani es faldera o no que acaba en una comisaría de policía.
Una vez más nos encontramos con que, bajo la premisa inicial de mostrarnos a la Magnani tal cual es realmente, el corto al final acaba sucumbiendo a la personalidad y el carisma de la actriz, con una historia que, más que mostrarnos su faceta más personal, en realidad explota el «mito Magnani», su legendario carácter tozudo y propenso a las discusiones. No quiere decir que la actriz no fuera así (nos consta que realmente lo era), sino que no ofrece una faceta suya inédita o más íntima. La historia de la Bergman realmente funciona peor a nivel narrativo, pero ver a la gran actriz sueca peleándose con un gallo sin duda encaja más con esa idea de mostrarla en aspecto diferente al habitual y exento de glamour.

De hecho, al final del episodio, cuando la pelea de la Magnani con el taxista llega a su fin, se nos muestra el número musical que interpreta en el teatro traicionando aún más el espíritu del filme: ¿no se suponía que la idea es precisamente no mostrarlas en su rol de grandes intérpretes? ¿Por qué ese número musical cuando ya ha acabado la historia? Al final parece que el influjo y la personalidad de la Magnani han engullido este episodio.
En definitiva, como película Nosotras las Mujeres no está mal, pero me resulta interesante por su incapacidad de poder despejar realmente a sus estrellas de su aura mítica y de cómo al final el camino que se utiliza implica servirse de recursos del melodrama (en el caso de Alida Valli e Isa Miranda) o de la personalidad ya conocida y por tanto no inédita de la actriz (Anna Magnani). Solo Ingrid Bergman defendiendo sus rosas de un pollo parece haber sido más honesto,a pero a costa de ofrecernos una anécdota tonta y no algo personal, como sí hace Isa Miranda en su corto. En definitiva ya sea por un aspecto o por otro al final las historias no están a la altura de su propósito inicial, pero al final su visionado resulta agradable y es interesante ver a tótems como Rossellini y Visconti en un registro inusitadamente ligero y humorístico.


Usted tiene razón en todo lo que analiza sobre Nosotras las Mujeres (Siamo Donne, 1953), pero no sé explicarle el porqué a mí me fascinó y disfruté mucho viéndola. Quizá es por mi pasión sobre todo lo que tiene que ver con cine dentro del cine, que me decanto por esa mirada y entonces me llena. Me permito facilitarle un link sobre un artículo que escribí (con otro pseudónimo Irene Bullock), porque analizaba la película que tan bien escribe usted y ambos decimos lo mismo, pero dejo constancia de los motivos por los que me encanta dentro de ese tema que es el cine dentro del cine.
Ahí va: https://insertoscine.com/2020/07/15/cuatro-actrices-italianas-frente-la-camara/
Escribiendo desde el recuerdo del momento en que la vi (solo la he visto una vez para la escritura del artículo, pero conservo un gran bagaje de sus imágenes e historias), creo que coincido sobre lo interesante que me pareció el episodio de las principiantes, pero de las cuatro divas, creo que me quedo con la historia de la Valli…
Beso
Hildy
Hola Hildy,
No quería responderte sin antes haber leído tu detallado artículo, ¡enhorabuena! Es bastante más completo que el mío y me hace gracia que menciones los casos de Lucia Bosé, Gina Lollobrigida y Sophia Loren porque justamente yo también he aludido a ellos en una reseña que publicaré seguramente en enero y que también va sobre este tema que te interesa tanto del cine dentro del cine. La verdad es que es un tema que da mucho de sí y que debía estar muy de moda en esa época porque, como bien dices, por esas fechas fue cuando se realizó Bellísima de Visconti…
Un abrazo.