Andrzej Munk

Eroica (1958) de Andrzej Munk

Cuando en su momento se estrenó Eroica (1958) de Andrzej Munk en su Polonia natal fue considerada como una película rompedora casi rozando lo subversivo, algo que hoy día puede parecernos exagerado al revisionarla. No obstante es por ello que a menudo resulta tan importante situarnos históricamente en la época de producción de obras como ésta.

Munk, uno de los cineastas por excelencia de esa primera ola de grandes directores polacos de los 50, ofrecía aquí una visión crítica e irónica del concepto de heroísmo a través de dos historias ambientadas en la II Guerra Mundial. La primera de ellas de hecho sucede durante uno de los acontecimientos más importantes para la nación polaca: el famoso alzamiento de Varsovia en que la población civil se rebeló contra la ocupación nazi durante varios meses, causando 250.000 muertos. No perdamos de vista un detalle: en el momento en que se estrenó Eroica hacía solo 14 años de esa gesta que en el imaginario popular era recordado con especial orgullo como símbolo nacional. Y el joven Munk tuvo la feliz idea de pitorrearse de ese acontecimiento y del concepto clásico de heroísmo.

El protagonista de esta primera historia es Dzidzius un hombre de vida acomodada que se convierte casi a su pesar en un soldado de la milicia que participa en el levantamiento de Varsovia. Su misión consiste en poner en contacto una unidad del ejército húngaro con la milicia polaca para conseguir su apoyo.

Contra la imagen clásica del valiente soldado que lucha por la patria, en esta historia Munk nos ofrece la divertida imagen de un hombre que es un héroe a su pesar, casi obligado por las circunstancias. Dzidzius parece más preocupado por la aventura que está teniendo su mujer con un atractivo oficial húngaro que por el alzamiento militar, el cual en la película se nos muestra casi como si fuera una gigantesca broma sin sentido.

El gran mérito de Munk está en que consigue recrear a la perfección el caos y la sensación de peligro, pero a la práctica no veremos grandes escenas de combate, sino una comedia con toques casi slapstick en que un pobre hombre que intenta sobrevivir como puede. En su última misión, nuestro sufrido héroe acaba empinando el codo y deambula por un campo de batalla borracho perdido (la escena en que se topa con un tanque es especialmente hilarante). Cuando una carreta lleva su cuerpo hasta la casa de su mujer, ésta acude espantada temiéndose lo peor… pero no hay de que preocuparse, no es más que la resaca.

Y aun así, lo curioso es que a pesar de todo Dzidzius realmente es un héroe que se ha enfrentado valeroso al peligro. Del mismo modo que, pese a que se da una imagen absoluta caótica de la guerrilla polaca, eso no quita que los que la forman realmente eran personas valerosas. Por tanto, sí, realmente estamos ante unos héroes… pero totalmente alejados del estereotipo que suele mostrarse en el cine.

La segunda historia es un cambio radical en cuanto a estilo y contexto. Situada en un campo de prisioneros, nos muestra a dos recién llegados a una de las habitaciones de oficiales, donde se encuentran con miembros del ejército que llevan ahí encerrados toda la guerra. Aquí el concepto de heroísmo se pone en cuestión en base a un tema que está constantemente en el aire aunque los oficiales no quieran tratarlo abiertamente: ¿realmente no tienen más remedio que seguir ahí como prisioneros hasta que acabe la guerra o deberían intentar escapar? ¿Hasta qué punto no intentan una fuga por la imposibilidad de conseguirlo y no por simple miedo?

El clima entre todos esos oficiales se ha hecho insoportable, dando pie a continuas discusiones. Entre ellos sobrevuela además el mito del teniente Zawistowski, el único que logró escapar y que se rumorea que está combatiendo por Europa: el ejemplo de heroísmo que todos admiran pero nadie se atreve a imitar. No obstante, uno de los recién llegados descubrirá una realidad mucho más prosaica: Zawistowski está escondido en el campamento, ya que sabía que la Gestapo estaba buscándole. De modo que esa figura idealizada del único soldado valiente que logró escapar no es más que un mito.

Munk va dejando caer dudas muy astutamente sobre el concepto de heroísmo en esta situación sin dar ninguna respuesta clara. Cuando en cierto momento uno de los oficiales decide escapar, lo hace más como una forma de huir de ese clima asfixiante que por cumplir con su deber. Y de hecho Munk plantea su intento de fuga casi como una farsa, ya que es atrapado al salir por dos campesinas que lo devuelven a la prisión. Más adelante sus compañeros ven esa gesta como una muestra de heroísmo, restando importancia a lo humillante que resulta haber sido atrapado por unas simples campesinas.

Pese a algunos toques cómicos, Munk propone aquí un tono más seco y austero, incidiendo en la tensión psicológica entre los personajes y haciendo que a la práctica ellos mismos sean sus peores enemigos en un clima de permanente desconfianza y reproches. Tras cinco años encerrados contemplando impotentes el avance de la guerra desde su prisión, a los oficiales más pomposos no les queda más remedio que intentar disfrazar su propia inutilidad manteniendo el lenguaje y código del ejército, intentando forzar al protagonista a que acuda a una sesión formativa que a éste no le interesa lo más mínimo, puesto que al salir de allá solo quiere volver a la vida civil.

Dos historias que aunque diferentes en planteamiento y estilo coinciden en poner en cuestión el concepto tradicional de heroísmo, y revelan la necesidad permanente que tenemos de creer en esta serie de mitos. Como el de Zawistowski, ese supuesto héroe que logró escapar escondido en el techo del edificio sin que prácticamente nadie lo sepa.

Un Hombre en la Vía [Czlowiek na torze] (1957) de Andrzej Munk

A mediados de los años 50, en Polonia empezaron a surgir una serie de cineastas que se destacarían por hacer un tipo de cine totalmente diferente al que dictaban los postulados del rígido realismo socialista. Esa generación formada por directores como Andrzej Wajda, Jerzy Kawalerowicz, Kazimierz Kutz o Andrzej Munk se atrevería con un tipo de cine que encaraba la reciente historia de su país desde un punto de vista distinto y con un estilo renovador que pronto llamó la atención entre los cinéfilos de la Europa occidental.

Un Hombre en la Vía sería una de las películas más importantes surgidas en esa época, un film que ya anticipaba esos aires de renovación y que se basaba en personajes ambiguos y no en los clásicos estereotipos impuestos por el cine socialista.

La trama se inicia cuando una noche un tren arrolla a un hombre que se encontraba en la vía. La víctima es Orzechowski, quien hasta hacía poco trabajaba como maquinista, y que se sospecha que provocó un acto de sabotaje antes de morir, ya que una de las luces que avisaría al tren de que debía aminorar la velocidad estaba apagada cerca de donde se encontraba el anciano. Se abre una investigación para indagar qué sucedió y eso lleva a los funcionarios a recordar todos los sucesos que acontecieron alrededor del fallecido Ozrzechowski los últimos meses.

La película se desarrolla mediante flashbacks de diversos personajes implicados que recuerdan al fallecido, al estilo de Ciudadano Kane (1941) o Forajidos (1946). Así descubrimos que Orzechowski era un hombre arrogante, duro y difícil de soportar, un maquinista a la antigua usanza que aún creía en las rígidas jerarquías que obligaban al resto de trabajadores a su servicio a tratarle como si fuera su amo. El maquinista no soportaba estos nuevos tiempos en que los jóvenes podían ascender tan rápidamente y es irritantemente meticuloso, obsesionado con que todo esté exactamente como él quiere.

Aunque hoy en día puede parecernos un poco tópico ese argumento encaminado a mostrarnos que nadie es cómo parece, en su momento suponía un agradable soplo de aire fresco en un cine en que no había sitio posible para ambigüedades. A medida que avanza la proyección, Orzechowski pasa de ser un posible saboteador y un personaje irritante a convertirse en una víctima y, en última instancia, en un héroe. Es un hombre arrogante y presuntuoso, pero también una persona que ha dedicado toda su vida a los trenes y que, al perder eso, se encuentra hundido sin nada que dé sentido a su existencia. Es ni más ni menos que un residuo de los viejos tiempos, de una mentalidad pasada que por ejemplo se niega a colaborar con las nuevas medidas impuestas por el partido para ahorrar gastos. Este hecho habría sido motivo más que suficiente para negarse a darle ningún rasgo positivo al personaje, pero ahí entra el empeño de Munk por jugar con esa ambigüedad.

Narrada con muy buen pulso, Un Hombre en la Vía es una obra que anuncia ya el nacimiento de un nuevo cine polaco que pronto se daría a conocer por todo el mundo.