Nos situamos en un pequeño y humilde pueblo costero donde los hombres se preparan para salir de pesca. Entre ellos se encuentra el marido de la joven Hae-sun, con la que lleva casado apenas una semana. Esa misma noche se desata una terrible tormenta y al volver las barcas se confirman los peores presagios: varios pescadores han muerto, entre ellos el marido de Hae-sun. Ésta pasa a formar parte del numeroso grupo de viudas de la aldea, con la diferencia de que ella solo tuvo a su marido unos pocos días.
Con el paso del tiempo, el independiente Sang-su intenta cortejar a la joven, quien de momento sigue viviendo en casa de su suegra y su cuñado, que la tienen en gran estima. Cuando finalmente se hacen amantes, la pareja decide irse del pueblo y buscarse otra forma de vida menos cruel lejos del mar.
En un intento por aupar la cinematografía nacional, en 1965 el gobierno coreano introdujo ciertas reformas que buscaban fomentar la producción de películas de calidad. Eso llevó a que en esa época se estrenaran varias obras de corte artístico basadas casi siempre en obras literarias (ya se sabe que una forma que ha tenido siempre el cine de abrazar fácilmente el prestigio es apoyarse en la literatura). Una de las más destacadas fue The Seashore Village (1965) de Kim Soo-Yong.
Este drama de corte realista ahonda en las miserias de los humildes pescadores pero, como interesante novedad, se centra más en el punto de vista de las mujeres que de los hombres. Quienes adquieren protagonismo no son los pescadores con sus sufridas aventuras en alta mar, sino el grupo de viudas del pueblo, que se reúnen periódicamente estableciendo un alto grado de complicidad entre ellas. Lo más llamativo del film es la forma como expresa abiertamente las emociones de estas mujeres, incluyendo sus frustraciones al no tener un hombre con el que acostarse. De hecho, en algún momento incluso se insinúa cierto homoerotismo cuando juguetean entre ellas en una choza.
La relación entre Hae-sun y Sang-su resulta interesante precisamente porque participa de esta visión tan carnal. El acoso que le practica Sang-su le lleva a abusar literalmente de ella, pero la joven, lejos de quedar traumatizada por ello, acaba cogiéndole cariño y acepta ser su amante. Esto resulta un shock para el espectador, que inicialmente se mostrará contra Sang-su por estar forzando a la pobre viuda, y después descubrirá sorprendido que ésta ha acabado aceptándolo como compañero. En el fondo, esas muestras de cariño – puesto que Sang-su, pese a haberla forzado, luego se muestra como un compañero realmente enamorado de ella – son algo que la joven echaba en falta y le lleva a unirse a él, en detrimento de su cuñado, también enamorado de ella pero mucho más tímido y respetuoso.
El tramo final en que los dos protagonistas buscan en vano un lugar donde asentarse es menos interesante pero igualmente entretenido. Resulta más destacable ver en paralelo cómo su ex-suegra y cuñado siguen con su vida miserable al lado del mar y la anciana se niega, pese a ello a trasladarse («No creo que pueda vivir sin el sonido de las olas, puedo oír a tu padre y tu hermano en ellas«). A cambio el desenlace me gusta bastante por transmitir cierto optimismo al mismo tiempo que se mantiene totalmente abierto, con esa promesa del hermano de su esposo fallecido de que volverá mientras se dirige a alta mar a pescar. Se trata más de un deseo que una promesa, puesto que su destino depende de cómo se porte el océano, pero nos transmite al menos sus ganas de vivir y seguir adelante pese a saber que en cualquier momento puede ser él quien no regrese a la aldea.