Francis Ford Coppola

Corazonada [One from the Heart] (1981) de Francis Ford Coppola


Existen pocos ejemplos de caídas en desgracia de cineastas comparadas a la de Francis Ford Coppola. No son muchos los directores que hayan logrado encadenar en algún momento de su carrera cuatro obras maestras seguidas del calibre de El Padrino (1972), El Padrino 2 (1974), La Conversación y Apocalypse Now (1979). Pero mucho me temo que tampoco son muchos los que hayan pasado de volar tan alto (éxitos de crítica y taquilla, un estudio propio…) a acabar con una trayectoria tan irregular a lo largo de cuatro décadas, que ha culminado con obras catastróficas a nivel de público y crítica que, si bien reconozco que no he visto, también debo decir que no me ofrecen la más mínima confianza. ¿Cómo puede ser que alguien que filmara películas tan extraordinarias y profundas haya acabado así? Se podría decir que este giro dramático en su trayectoria empezó en Corazonada (1981).

La idea inicial era compensar el absoluto desmadre a nivel económico y organizativo de Apocalypse Now con una sencilla comedia romántica, que además serviría para demostrar la versatilidad de Coppola en otros géneros – de igual modo que años atrás Scorsese quiso contrarrestar la sordidez de Taxi Driver (1976) con su homenaje al musical New York, New York (1977). Pero, ay, el Coppola de esa época seguía siendo un cineasta ambicioso y megalómano que era incapaz de producir películas en formato modesto (algo que irónicamente tendría que empezar a hacer poco después por no tener otra alternativa), y lo que iba a ser una sencilla comedia romántica acabó convertida en un monstruo de 23 millones de dólares. Si en una ocasión Orson Welles dijo que dirigir películas era como jugar con el mayor tren eléctrico que un niño jamás podría tener, eso era más cierto que nunca en este caso, porque Coppola se gastó una millonada en recrear en sus estudios Zoetrope todos los decorados de la película, ambientada en Las Vegas. Y no era un mero capricho, puesto que lo que buscaba era darle al filme ese tono expresamente artificial y colorido de los musicales clásicos. La idea era buena, pero lo que podía haber sido otra de sus grandes obras se quedó más bien en una película medio fallida.

Los protagonistas son Hank y Frannie, una pareja que justo cuando están celebrando sus cinco años juntos tienen una violenta discusión después de la cual se separan y cada uno de ellos vive una aventura amorosa por su cuenta: Hank con una artista de circo llamada Leila, y Frannie con un camarero llamado Ray. Uno de los problemas que puede presentar Corazonada para muchos espectadores es ser un filme que no se sitúa en ningún género concreto. Ciertamente la película tiene los rasgos de una comedia romántica de ruptura-reencuentro (por ejemplo mostrar en paralelo las dos aventuras románticas de los protagonistas poniendo irónicamente de manifiesto sus puntos en común, o ese enfrentamiento entre la visión más hogareña de Hank respecto a la visión más aventurera de Frannie, que se evidencia en los regalos de aniversario que se dan mutuamente: la última letra de la hipoteca de la casa y un viaje a Bora Bora, respectivamente) pero no se puede decir que sea especialmente divertida… ni parece pretender serlo, puesto que el guion apenas posee gags claros. Tampoco se puede decir que sea 100% un musical cuando los protagonistas no cantan y apenas hay un par de números de baile. Y ciertamente, no es un drama. Pero esto que muchos lo podrían ver como un defecto, yo no lo veo como algo negativo. Me gusta esa amalgama de géneros y esa forma desinhibida de mezclar influencias, como colar en una escena de tensión dramática (Hank va a sorprender a Frannie con su amante) un gag de dibujos animados (éste toca por accidente una antena parabólica y los pelos se le ponen de punta por la electricidad), algo que años después artistas como los hermanos Coen llevarían aún más lejos pero que aquí empieza a vislumbrarse.

Esta voluntad de experimentar y combinar géneros e influencias es lo que para mí redime uno de los aspectos que menos me gusta de la película: su banda sonora o, mejor dicho, la forma como se utiliza. Si ya de por sí las piezas de soft-jazz que compuso Tom Waits no me van demasiado, lo que me resulta mortificante es la tendencia de Coppola a sobreimponerlas a la acción, de forma que casi tienen tanta presencia como los diálogos de los protagonistas. Esto por suerte acaba sucediendo en pocos momentos de la película como la escena inicial, pero se me hizo tan larga y agotadora que por momentos entré en pánico ante la posibilidad de que toda el filme fuera así. Reconozco la originalidad de otorgar tanto protagonismo a la banda sonora y de, en consecuencia, habérsela encargado a un artista tan reputado como Waits, pero para mí más que enriquecer las imágenes y complementarlas me hace más fatigante el visionado.

No obstante es de justicia reconocer que el principal fallo del filme y su gran handicap de cara a no haber sido la gran obra que prometía es ni más ni menos que el guion. Algunos diálogos resultan tan tópicos y banales (sin ir más lejos los de la escena inicial que desembocan en la ruptura) que por momentos me costaba creer que hubieran sido coescritos por un profesional como Coppola, pero aparte de eso el desarrollo de la historia es plano y sin chispa. Si partimos de un homenaje al musical o la comedia romántica, es obvio que el espectador intuirá lo que irá sucediendo (ambos dudarán sobre esas excitantes aventuras amorosas, habrá un primer intento de reconciliación que fallará y un muy probable final feliz en que se den cuenta de que pese a sus peleas no pueden vivir el uno sin el otro), pero la forma como se presentan esas diversas etapas es rutinaria y aburrida hasta desembocar en una escena final que parece haber sido escrita casi a desgana.

A eso debemos sumarle por último un casting desafortunado aunque, esta vez sí, aplaudo la valentía de Coppola de otorgar los papeles protagonistas no a dos estrellas sino a dos actores mayormente secundarios: Frederic Forrest y Teri Garr. Cuando un director le ofrece una oportunidad así a un intérprete normalmente encasillado en papeles secundarios siempre se le debe aplaudir el riesgo de su apuesta… pero como en toda apuesta, a veces se gana y a veces se pierde, y éste es el segundo caso. Son buenos actores que hacen un buen trabajo, pero les falta ese algo especial que permite a ciertos intérpretes conquistar al espectador y llevar ellos solos una película adelante. No creo que Frederic Forrest sea peor actor que Harrison Ford (por comparar a dos secundarios de Apocalypse Now), pero sin ser demasiado fan del segundo, es cierto que posee más de ese algo especial (¿carisma? ¿presencia?) que Forrest. A cambio los secundarios funcionan mucho mejor: Harry Dean Stanton aparece muy poco como mejor amigo de Hank, pero yo disfruto de cada segundo que aparece este actor en una película, sea en el papel que sea; Raúl Juliá está encantador como galán latino y nos ofrece un buen número de baile en que él y Teri Garr se lucen (ciertamente es incongruente que ella dude entre él y su soso marido); y por último Nastassja Kinski está deslumbrante como artista de circo. Es cierto que los papeles protagonistas debían recaer en actores de apariencia más normal y aburrida para encajar en sus personajes más normales y aburridos, pero aun así eso no juega en favor de la película.

Dejando de lado tanto pesimismo rematemos esta crítica con la que es la gran baza a favor de la película: su trabajo visual. A nivel de diseño de producción Corazonada es una absoluta maravilla que entra por sí sola por los ojos y a nivel de realización es uno de los mejores y más audaces trabajos de la carrera de Coppola. Es de esas películas que nos recuerdan cuántas extraordinarias posibilidades visuales nos ofrece el cine… ¡y lo poco que se aprovechan! El filme es un festín visual en que el juego de colores y luces está complementado con ideas muy imaginativas por parte del cineasta que hacen que la película no sea un mero espectáculo audiovisual vacío, sino una obra que se nota que pretende ahondar en todas las posibilidades expresivas de esta estética que busca ser artificial a propósito. Me encanta la forma como Coppola encadena los planos con largos fundidos que, en lugar de servir de transiciones entre escenas, adquieren vida propia como collages visuales formados por diversos planos conjuntados; o la forma como contrapone a veces dos acciones que suceden en paralelo, situando a los personajes en un mismo plano sobre un fondo casi abstracto.

Un filme fallido es mucho más placentero que una película simplemente intrascendente porque ofrece más cosas interesantes, pero también es más doloroso, porque te permite intuir algo que potencialmente podía haber sido genial y se quedó a medias. Corazonada es sin duda la gran película fallida de Coppola, y como tal es también el filme que mejor refleja una carrera que también ha acabado siendo fallida: que prometía mucho y se quedó a medias, que ha tenido algunos picos inalcanzables para la mayoría de directores pero que al final ha constado de demasiados puntos bajos como para ignorarlos. En su estilo desigual que acoge por igual aciertos mayúsculos e ingeniosos con errores de bulto, Corazonada es la obra que mejor representa tanto lo bueno como lo malo de Coppola.

La Conversación [The Conversation] (1974) de Francis Ford Coppola

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Inicialmente, La Conversación podría parecer un mero film de intriga sobre un detective que hace un trabajo para el director de una gran empresa, grabando a su mujer y un empleado teniendo una conversación en una plaza. Pero la película decididamente no engaña a nadie y se revela enseguida como una criatura totalmente distinta: un estudio sobre su protagonista, Harry Caul, y sobre el acto de grabar en sí mismo. Coppola llevaba años con el guión de La Conversación guardado en un cajón confiando que algún estudio se lo quisiera producir. No es de extrañar que a nadie le interesara: demasiado especial, demasiado europeo en el peor sentido del término para un productor de Hollywood. Tuvo que esperar al enorme éxito de El Padrino (1972) para lanzarse a producir la que sería una de las grandes obras maestras del nuevo cine americano de los 70.

Pocos personajes surgidos en una película de Hollywood de esa época resultan tan fascinantes como Harry Caul, un detective que espía a los demás pero quiere evitar involucrarse en lo que graba («No me interesa el contenido, sólo la calidad de la grabación»). Alguien introvertido que se gana la vida entrando en la vida de los otros pero no tolera que nadie sepa nada sobre él. El tipo de persona que encuentra en su casa una botella de vino por su cumpleaños y lo primero que hace es averiguar cómo han podido entrar en su casa y saber la fecha de su aniversario. Un saxofonista que toca solo encerrado en su piso antes que con una banda y que tiene que aceptar los aplausos del disco de jazz que está escuchando como si fueran dirigidos a él.

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Seguramente se trate de la mejor actuación de la carrera de Gene Hackman, y eso no es decir poco. Reservado hasta rozar lo insociable e incapaz de involucrarse emocionalmente con nadie («No tengo nada personal», dice en cierto momento), un auténtico genio en su trabajo a costa de aplicar en él esa metodología fría y racional con la que rige su vida. Hackman no solo refleja perfectamente el complejo carácter de su personalidad, sino también su vulnerabilidad, esos pequeños flecos que se revelan bajo esa apariencia de imperturbable frialdad en que intuimos cómo, pese a su estricta profesionalidad, también es humano y no puede evitar involucrarse en los fragmentos de vida que pasan por sus manos.

De hecho, ¿hasta qué punto puede alguien que dedica su trabajo a introducirse en vidas ajenas no involucrarse en éstas? A menudo confiamos una parte nada desdeñable de nuestra intimidad a perfectos desconocidos, y damos casi por hecho que esa persona está exenta de curiosidad y que se mostrará fría y meramente profesional ante ese pedazo de intimidad ajena. Eso es lo que intenta respetar Harry como norma principal en contraste con su ayudante más informal (John Cazale, de nuevo fantástico en uno de los pocos papeles de su tristemente breve carrera). Pero la gran paradoja de La Conversación estriba en que Harry le exige que no sienta curiosidad ni se implique por lo que graban cuando eso será precisamente lo que él acabará haciendo con ese misterioso encargo, conduciéndole a la perdición. El gran conflicto del film estará en que Harry no respeta sus propias reglas y decide llegar al fondo de lo que ha grabado, entender a los personajes implicados y desentrañar el fondo de la cuestión.

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La Conversación es además una magnífica reflexión sobre el acto de capturar la realidad y la relación que establece con el que le ha grabado. Harry parte de un pedazo de realidad compuesto de una serie de grabaciones de sonido que debe desentrañar y componer haciendo que tengan sentido. Coppola es especialmente minucioso a la hora de retratar el proceso de reescuchar una y otra vez la conversación y exprimir el significado de cada frase. No obstante, por mucho que Harry intente abarcar todo lo sucedido en esos instantes, lo que posee es un trozo de realidad que no puede aspirar a conocer del todo, de ahí el giro final.

El hecho de que ese desenlace tenga algunos puntos que no terminen de aclararse del todo no solo no creo que reste al resultado final sino que (sea a propósito o no por parte del director) le aportan más valor. Porque al fin y al cabo nosotros como espectadores hemos presenciado la versión de esa historia en función de la información que posee Harry y no tenemos el privilegio de conocer más que él. Si se nos aclarara del todo lo sucedido no compartiríamos su sensación paranoica de intuir qué ha sucedido pero sin tenerlo claro, lo cual iría contra una película basada precisamente en la forma como interpretamos la realidad.

La conversación (3)

El propio Coppola ha reconocido la enorme deuda que tiene su film con la excelente Blow Up (1966) de Michelangelo Antonioni, pero para mí guarda casi tantos vínculos con La Ventana Indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock. Ambos son analogías sobre el acto de filmar y consumir cine, y en ambas la relación entre observador y observado es muy similar: Harry, al que igual que Jeffries en el film de Hitchcock, observa un pedazo de realidad que no entiende y lo interpreta a su manera a través de los medios a su alcance (micrófonos o una cámara fotográfica). El peligro radica en el momento en que el observado devuelve la mirada al observador: el terrorífico plano del asesino mirando a Jeffries en la película de Hitchcock o, en el caso que nos ocupa, la pareja a la que Harry estuvo vigilando en el parque, quienes reparan su presencia hacia el final entre los periodistas (anteriormente Harry se había topado con ellos en los ascensores y los había podido observar sin ser reconocido porque aun no era más que un mero voyeur, pero en la escena final pasa a ser entendido como un personaje más del drama).

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El tramo final de la película tiene algo de alucinatorio, como se puede ver claramente en el registro que hace Harry de la habitación del hotel, que acaba en una imagen casi propia de un film de terror. A estas alturas es difícil dilucidar si estamos viviendo una ilusión de Harry, tan obsesionado con la grabación que de tanto reescucharla ha acabado construyendo su propia versión de lo sucedido. Del mismo modo, la soberbia escena final también tiene algo de pesadilla paranoica en que se hace realidad su peor temor: pasar a ser el objeto vigilado en vez del vigilante y no tener manera de escapar a esa condición. Encerrado en su piso casi como un animal enjaulado, Harry se rebela destrozando todos los muebles en busca de un micrófono que nunca aparece y que tal vez no existe. El hombre que abogaba por no implicarse nunca con aquello que filma ha pagado la ruptura de sus propios principios convirtiéndose en lo que precisamente parecía querer evitar: una persona también vulnerable, susceptible de ser espiada (la escena con el bolígrafo-micrófono y su airada reacción muestran lo mucho que le duele ocupar ese rol) y por tanto de perder su intimidad.

Se trata pues de una obra fascinante y llena de lecturas, tanto el retrato de un personaje en apariencia contradictorio como una reflexión sobre el acto de grabar la realidad, la incapacidad para entenderla y el vínculo que se establece con su creador. Puede que Coppola tenga alguna película mejor que ésta pero ninguna tan audaz y tan especial como La Conversación.

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