John Boorman

Infierno en el Pacífico [Hell in the Pacific] (1968) de John Boorman

Durante la II Guerra Mundial dos náufragos coinciden en una isla desierta del Pacífico: un soldado americano y uno japonés. En ese contexto, aislados completamente del mundo y la civilización, se debatirán entre los recelos iniciales y la necesidad de aliarse para sobrevivir. Si a este argumento le sumamos que los protagonistas y únicos actores de la película son Lee Marvin y Toshiro Mifune, nos encontramos con una golosina irresistible para un cinéfilo.

Infierno en el Pacífico es una película que ya parte con clara ventaja solo por la premisa y el prometedor duelo interpretativo que ofrece, pero es justo reconocer que Boorman sabe jugar bien las cartas y aprovechar ese punto de partida sin caer además en los tópicos. Porque no se trata de la típica historia en que vemos claramente cómo los dos personajes pasan de odiarse a respetarse y cogerse cariño, sino que la evolución de su comportamiento es mucho más progresiva y errática. De hecho ni siquiera llegan a enfrentarse en ningún momento del film, al menos no físicamente, como seguramente esperaría el espectador. Toda la tensión de la película se centra en el terreno psicológico: el saber de la presencia del otro y que es inevitable que acaben chocando en el momento más inesperado, el miedo a que sea el otro el que se adelante y haga un ataque, el recelo del japonés por no querer compartir su agua y la necesidad imperiosa del americano por conseguirla por las buenas o las malas. El único enfrentamiento directo que hay lo provoca el americano haciendo ruidos insoportables hasta volver loco al nipón, pero en ningún momento llegan a enfrentarse directamente, pese a estar a punto.
Cuando uno pasa a ser esclavo del otro, lejos de ser la solución a sus problemas, la tensión persiste: el japonés no soporta la continua mirada del americano, mientras que cuando se cambian las tornas éste último acaba estallando y liberando a su prisionero harto de ser él quien haga todo (darle de comer, lavarle, etc.).

Resulta un acierto también que no se entiendan entre ellos y que la barrera idiomática jamás sea superada. No hay ninguna escena típica en que uno le explique al otro el significado de una palabra en su idioma, de hecho jamás se dirigen el uno al otro por sus nombres, más que nada porque nunca llegan a presentarse. Y sin embargo, no cesan de hablarse. Se hablan aún sabiendo que el otro no comprenderá las palabras y que, si consiguen entenderse en algo, es más por los gestos o el tono de voz. Pero los dos personajes necesitan imperiosamente hablar y comunicarse, aún cuando sus diálogos en realidad sean soliloquios. Cabe decir que en la versión original de la película, las frases de Toshiro Mifune no estaban subtituladas y por tanto no se daba al espectador la oportunidad de entender nada de lo que decía, cosa que cambia en algunas de las versiones que circulan ahora en que ambos están subtitulados y eso nos da la ventaja de ser los únicos que entendemos a los dos contendientes.

En todo el film sigue habiendo momentos ambiguos aún cuando se supone que ya no son enemigos y han decidido colaborar juntos, como la mirada desconfiada del americano mientras el japonés utiliza el cuchillo para fabricarse una flauta o el encuentro en alta mar con un helicóptero, en que el japonés lanza al mar el silbato de su compañero porque no quiere que les localicen (¿por qué motivo? ¿miedo a ser rescatado por los americanos aunque eso implicara salvar su vida? ¿temor a que eso implique volver a ser enemigos?).

Resulta fundamental en la película, hasta el punto de ser casi otro personaje, el papel que juega la naturaleza. Boorman (quien en la famosa Deliverance también se serviría mucho del entorno natural) se recrea continuamente en los paisajes salvajes hasta el punto de que los personajes se funden en ellos. La naturaleza remarca la condición salvaje a la que han vuelto, pero también el hecho de que en ese entorno no son necesariamente enemigos, puesto que no se encuentran en un ejército o en mitad de una guerra. Cabe hacer justicia en ese sentido y alabar el excelente trabajo del director de fotografía Conrad L. Hall, quien en combinación con la puesta en escena de Boorman, recrean a la perfección el territorio en que se encuentran. También cabe remarcar el cuidadísimo papel que juega el sonido, sobre todo en la primera parte: la rama que el americano rompe accidentalmente delatando por primera vez su presencia, las primeras gotas de lluvia cayendo después del conflicto provocado por el agua, etc.

Cuando, después de una odisea en una balsa, llegan a una isla, se encuentran con un campamento japonés destruido y abandonado tras un ataque americano. Por entonces ya son casi amigos tras haber sobrevivido juntos a la aventura marítima, pero el primer contacto con el mundo civilizado destruirá inevitablemente ese vínculo. Cuando se afeitan, se visten con ropa nueva y se emborrachan juntos, resurgen los antiguos rencores. En mitad de una isla del Pacífico, no eran soldados de bandos contrarios, sino dos náufragos desesperados. En esas ruinas recuerdan el papel que jugaba cada uno, el horror de la guerra de la que provenían. Minutos antes, sin embargo, les veíamos preocupados a cada uno porque su compañero no fuera tiroteado por soldados.
Si no han visto el film, les aconsejo que se ahorren el siguiente párrafo sobre el final de la película.

El desenlace original de Boorman mostraba a los dos contendientes rompiendo la tregua que habían iniciado. Volvía a resurgir la tensión inicial y, antes de que les viéramos en el enfrentamiento definitivo, el film terminaba con un fundido a negro. Por desgracia, aquí entró en juego el productor, quien temía que ese final dejaría muy insatisfecho al público y además, como no se había rodado ninguna pelea, no podía insertar esa lucha tan esperada. Así pues, en una muy «inteligente» maniobra, pensó que una explosión al último momento sin venir a cuento contentaría al público dándoles las dosis de violencia que esperaban y que no se les había dado hasta entonces. Así que la versión que se estrenó acaba con un plano extra absolutamente descontextualizado en que vemos una explosión supuestamente provocada por un bombardeo que mataría a los dos protagonistas y que, en opinión del sabio productor, haría que el desenlace fuera más satisfactorio. Delirante.

Salvo ese pequeño detalle, Infierno en el Pacífico es una película intachable que sin duda saciará las expectativas del espectador ante una premisa tan interesante y en la que afortunadamente sus creadores estuvieron a la altura.