¿No les ha pasado en alguna ocasión que se han encariñado tanto con los personajes de una novela que casi desearían que el autor dejara de lado los conflictos que hacen avanzar la trama para permitirnos simplemente disfrutar de ellos? Esto es lo que creo que le sucedió al cineasta soviético Nikita Mikhalkov – recordado sobre todo por la laureada Quemado por el Sol (1994) – cuando decidió adaptar la novela Oblómov (1859) de Iván Goncharov.
Este clásico es recordado especialmente por su protagonista, que se hizo célebre al convertirse en la máxima representación de «hombre superfluo», un prototipo de personaje muy habitual en la literatura rusa del siglo XIX. El hombre superfluo es alguien de posición acomodada que no necesita trabajar y mantiene una actitud eminentemente pasiva. También es alguien sensible y culto que es consciente de su inutilidad pero que se ve incapaz de ponerle remedio. Oblómov, propietario de unas tierras que se pasa todo el día tumbado en el sofá dormitando y rechazando propuestas que impliquen el más mínimo esfuerzo, es probablemente el hombre superfluo por excelencia.
Pero he aquí lo que hizo Mikhalkov: cogió la trama de Goncharov y la redujo al mínimo, despojó al guión de todos los personajes negativos que provocan conflictos así como de la mayoría de sus subtramas, y concentró todo en el trío protagonista, es decir, Oblómov, su mejor amigo Stotlz y Olga, de la que éste se enamora. Incluso consiguió que la pereza exasperante de Oblómov nos parezca más justificada alternando continuamente flashbacks de su idílica infancia. De esta manera, más que un parásito, Oblómov nos parece un hombre extremadamente sensible que no ha sabido adaptarse a los tiempos.
Cuando en dos ocasiones Stotlz se lo lleva consigo a diferentes eventos sociales podemos ver cómo literalmente se ve incapaz de adaptarse a ese tipo de situaciones: en una reunión con un personaje importante éste se muestra extremadamente simpático con Stotlz e ignora por completo a su amigo, mientras que en la reunión de sociedad un violentado Oblómov intenta escaparse al considerarse el objeto de burla de los demás.
Tal y como reza con toda honestidad el título del film, Algunos Días en la Vida de Oblómov (1980) concentra la acción a unos momentos muy concretos de su protagonista. Pero no aquéllos más importantes sino los que muestran mejor la interacción entre los personajes: las divertidas bromas que le gasta Stotlz así como sus reproches, los paseos por el campo o el entrañable episodio final de la bicicleta. De hecho, para sorpresa del espectador, la película prácticamente termina con esta última estampa tan idílica mientras una voz en off narra todo lo que sucedió con sus vidas en los años posteriores. ¿Realmente ese paseo en bicicleta merece más nuestra atención que los enlaces matrimoniales de los personajes y su llegada a la paternidad? En realidad, ¿por qué no? Creo que Mikhalkov se siente demasiado a gusto con ellos en estos pequeños momentos como para preocuparse por narrar lo que uno esperaría.
Sí que se le puede reprochar a la película, no obstante, su excesiva duración (dos horas y cuarto) además de su innecesario epílogo. En mi opinión tanto minutaje no encaja con la voluntad de la película de centrarse en un aspecto muy concreto de la novela y hace que en ciertos momentos se haga algo larga. No obstante, el balance general de Algunos Días en la Vida de Oblómov es más que satisfactorio y consigue el que creo que es el principal propósito del director: hacernos disfrutar de sus protagonistas.