Phil Karlson

Del Infierno a la Eternidad [Hell to Eternity] (1960) de Phil Karlson

Tenía mucha curiosidad por ver cómo se las gastaba en un filme bélico como Del Infierno a la Eternidad (1960) el interesantísimo director Phil Karlson, a quien conozco básicamente por sus obras policíacas, en las que demostraba ser un magnífico cineasta de acción. Pero al iniciarse la película me llevé la sorpresa de comprobar que no estaba ante un filme bélico del montón, sino que había una historia detrás basada en la biografía real de un marine, Guy Gabaldon. Éste se hizo célebre en la II Guerra Mundial por conseguir durante las batallas en las islas de Saipán y Tinian que se rindieran cientos de japoneses sirviéndose de sus conocimientos de su idioma. Rebuscando un poco da la impresión de que su versión de los hechos está exagerada y no exenta de cierta fanfarronería. Que los 1.300 japoneses que logró que se rindieran no eran tantos y mayormente civiles, y que se sirvió de la ayuda de sus compañeros mucho más de lo que éste quería admitir, prefiriendo dar la imagen de un luchador solitario e independiente. Pero aquí estamos interesados en la película y no en la realidad. ¿Qué nos explica Del Infierno a la Eternidad?

El filme empieza mostrándonos a un joven y humilde Guy Gabaldon que, tras quedar huérfano, es adoptado por la familia japonesa de un compañero suyo del colegio, con la que establece un fuerte vínculo que le permite aprender su idioma (un detalle interesante es que, pese a su alegato contra los prejuicios raciales, se esconde que el Gabaldon real tenía raíces mexicanas). Años después, una vez ya es un adulto, estalla la II Guerra Mundial y su familia debe recluirse en un campo de concentración para japoneses debido a las hostilidades con dicho país. Nuestro protagonista, que se ha quedado repentinamente solo, decide alistarse en la Marina. Cuando entre en combate en Saipán descubrirá de primera mano los horrores de la guerra y, lo más importante de todo, que puede utilizar sus conocimientos de japonés para mediar con unos soldados y civiles japoneses hambrientos y desmoralizados para convencerles de que su mejor opción es rendirse.

Del Infierno a la Eternidad es una cinta muy curiosa porque se divide en tres segmentos claramente diferenciados que, además, apenas dialogan entre sí y tienen un tono totalmente distinto. En sus dos horas y cuarto de duración conviven pues algunas ideas muy interesantes con algunos segmentos que dejan mucho que desear, una auténtica montaña rusa de emociones. El primero es el que me parece más interesante de todos, ya que incide en un tema que no suele tratarse en el cine americano, que son los campos de concentración para japoneses, en los que se internó a la friolera de 120.000 ciudadanos japoneses-americanos durante la guerra. Aunque la excusa era el temor a que hubiera espías japoneses, lo cierto es que el motivo era básicamente un tema racial fomentando por el ambiente de histerismo anti-japonés surgido después de Pearl Harbour. La prueba es que los campos de concentración para alemanes e italianos fueron testimoniales pese a que también eran enemigos en la contienda. Muchos japoneses perderían todas sus posesiones durante esos años y el gobierno americano no se planteó compensar a las víctimas hasta bastantes años después. Es otro de los puntos oscuros de la historia americana reciente que en 1960 debía resultar aún potencialmente polémico.

Pasando al filme, el guion se esfuerza en enfatizar la relación que se establece entre Guy y su familia adoptiva para que entendamos el vínculo tan fuerte que se establece entre ellos. En ocasiones se pasa de sensiblero (cuando en un arranque de emoción Guy dice a su nueva madre que la quiere después de que ésta le explique el famoso cuento de Momotaro, el niño melocotón, la escena adquiere un tono tan sentimental que roza lo excesivo), pero es disculpable porque se nota que hay una genuina intención de hacernos ver lo importante que fue esa nueva familia para el protagonista y de hacernos querer a todos los personajes.

Cuando estalla el conflicto bélico surge entonces el tema polémico: los hermanos de Guy son rechazados del servicio militar y la familia debe abandonar la casa en que se han criado durante años para ir a un campo de concentración. Éste es el punto más conflictivo de la cinta, pero aunque no esconde su parte de denuncia, rápidamente queda relegado a un segundo plano para centrarse en las vivencias de Guy en el ejército. No es algo a reprochar a la película porque su intención principal es realizar un retrato biográfico de su protagonista, más bien es de agradecer que el guion se tomara su tiempo en tratar este punto tan espinoso por entonces (lo cual no quita que lo haga de forma moderada, véanse esos barracones tan limpios y ordenados en los que se recluye a los dos padres). El problema viene cuando el siguiente segmento del filme resulta tan endeble en comparación con lo que hemos visto.

Tras este inicio tan sensible y fuera de lo común se nos lleva al entrenamiento de Guy en el ejército y, lo que es peor, a algunas escenas pretendidamente humorísticas sobre esa camaradería tan viril entre soldados. Aquí la película pega un bajón tan pronunciado que resulta hasta chocante cuando nos muestra a Guy y dos amigos suyos intentando pasarlo bien en una isla hawaiana en su última noche antes de entrar en combate. Dichas escenas se hacen eternamente largas, carecen de ritmo, no son especialmente graciosas ni cuentan con personajes suficientemente carismáticos que las sustenten, al contrario, algunos de los actores secundarios son bastante flojos (el personaje puramente testimonial del taxista al que toman el pelo no me creo ni que fuera actor). Son el lastre más claro del filme que tiene su peor momento en una escena en el apartamento de una bailarina de striptease, al que también han llevado a regañadientes a una periodista harta de que intenten cortejarla que, al final, se acaba desmelenando y demostrando que si se lo propone puede ser tan sexy como la anfitriona. ¿Cómo hemos pasado de la sensibilidad con que se trataba la situación de la familia de Guy a algo tan burdo?

Tras hora y cuarto de filme por fin entramos en combate y la cinta afortunadamente remonta en sus secuencias bélicas. Karlson, como era de esperar, no decepciona en estas secuencias y las resuelve con firmeza aun siendo una película de relativo bajo presupuesto. El momento más angustioso llega cuando uno de los mejores amigos de Guy queda atrapado en medio de los dos fuegos en una trinchera y los marines intentan acudir a su rescate antes de que los japoneses acaben con él, una escena de puro suspense ejemplarmente resuelta. Pero tras este angustioso momento un traumatizado Guy, que antes tenía una ambivalente relación con los japoneses (a quienes seguía asociando a su querida familia adoptiva), se vuelve un soldado agresivo que asesina a los enemigos sin compasión disparándoles por la espalda. Resulta interesante aquí cómo la historia maneja ambos extremos: del idealismo inicial al puro nihilismo, con un protagonista que pasa a emplear métodos más que discutibles siendo el supuesto héroe de la película. Finalmente Guy volverá a recapacitar al comprobar cómo los soldados japoneses incitan a los civiles a suicidarse bajo falsas amenazas de que los americanos les van a torturar y asesinar (este hecho es desgraciadamente cierto, y fueron muchas las mujeres y niños que se despeñaron de acantilados en los últimos meses de la contienda bajo el temor de caer en manos del ejército americano).

Al final tiene lugar el enfrentamiento entre Guy y el General Matasui, encarnado por la antigua estrella de cine mudo Sessue Hayakawa, pero me resulta un desenlace un tanto decepcionante. No me resulta creíble ni la forma como lo captura Guy ni cómo le convence para claudicar, y el climático momento en que el general debe decidir el futuro de sus soldados carece de la tensión y el suspense necesarios. Solo el carisma de Hayakawa mantiene viva la escena hasta ese final un tanto exagerado en que desfila una interminable columna de japoneses siguiendo a nuestro héroe. No es por tanto la película bélica que esperaba de alguien como Phil Karlson (sus filmes suelen ser más directos mientras que éste peca de excesiva duración y tarda más de una hora en presentar el combate), pero resulta interesante si bien extrañamente irregular, como pretendiendo englobar tres historias en una de forma no muy armoniosa.

El Cuarto Hombre [Kansas City Confidential] (1952) de Phil Karlson

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Phil Karlson es uno de esos nombres menores en la historia del cine que bien merecen una pequeña mención por algunas de las películas de género negro que filmó en los años 50. A diferencia del estilo más barroco y estilizado del cine negro clásico de los 40, Karlson planteaba el género de una forma realista, cruda y sumamente violenta. En sus mejores films la tensión se nota en cada plano. En ese sentido su visión del género encaja con la evolución que éste fue sufriendo a lo largo de los años adaptándose a los nuevos tiempos. Cuanto más permisivo se volvía Hollywood a la hora de mostrar el mundo criminal, menos se necesitaba el estilo del cine negro, que bajo sus sombras escondía un submundo de puro caos y violencia.

El Cuarto Hombre, seguramente su mejor obra, no se anda con medias tintas: expone un argumento claro y conciso y hace estallar la violencia en la cara del espectador. El protagonista es Joe, un exconvicto acusado de un atraco a un banco del que es inocente. Pese a que se demuestra que no es culpable, su detención le hace perder su trabajo, así que decide encontrar a los responsables. Pero no será tarea fácil: el atraco fue planificado minuciosamente por alguien que contrató a tres criminales y les obligó a efectuar el robo con una máscara puesta en todo momento, de forma que al acabar no conocen la identidad ni de la persona que los reclutó ni de sus compañeros, evitando así posibles traiciones. Joe, sin embargo encuentra una pista que le lleva a un pequeño hotel mexicano donde van a repartirse el botín.
Para complicar más las cosas, el misterioso cabecilla es un ex-sargento que quiere vengarse del cuerpo de policía por haberle expulsado injustamente.

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Uno de los atractivos de El Cuarto Hombre es la sólida premisa, que se basa en una doble venganza que entra en conflicto: la del exconvicto que quiere vengarse de quién le ha vuelto a hacer caer en brazos de la ley, y la del expolicía, amargado por haber sido expulsado del cuerpo. Ambos son antagonistas aunque paradójicamente son víctimas de una injusticia provocada por la ley. La escena del interrogatorio de Joe, en que es sometido a varias palizas, no deja una buena imagen de las fuerzas del orden, del mismo modo que tampoco lo hace el motivo por el que el ex-sargento Tom Foster fue expulsado del cuerpo. En un mundo caótico e injusto la única solución para compensar esos errores es vengarse actuando al margen de la ley.

Es por ello que aunque la consabida historia de amor entre Joe y Helen puede parecer el típico relleno innecesario tiene su justificación, ya que crea un nuevo punto de enlace entre los dos antagonistas: el amor que siempre ambos hacia Helen y su insistencia en que ella no se vea involucrada en sus asuntos turbios. En el desenlace estos dos puntos de contacto acaban confluyendo, aunque quizás el lector prefiera no conocer el final y saltarse el siguiente párrafo.

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En el tiroteo final Tim le reconoce a Joe que le es simpático al ser una persona inocente que se ha visto involucrada en toda la trama criminal, pero no obstante intenta matarlo porque siguen siendo antagonistas. Cuando finalmente Joe es herido de muerte y le pide que no descubra la verdad a la policía se unen por fin los dos puntos de interés común, las dos venganzas se consuman: Joe ha conseguido aunque sea de forma indirecta que mueran los culpables, incluyendo Tim, mientras que éste último ha limpiado su nombre antes de morir; al mismo tiempo que Joe puede por fin ser digno de Helen y su padre muere con la tranquilidad de que su hija nunca conocerá su crimen.

La película tiene ese punto de crudeza característico de Phil Karlson, quien en Scandal Sheet (1952) proponía de protagonista a un reportero que se hacía pasar por policía para conseguir declaraciones de una mujer que ha presenciado un crimen, o en The Phenix City Story (1955) mostraba el asesinato de una niña inocente por parte de la mafia.

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El protagonista lo interpreta John Payne, actor habitual en el cine de Karlson que interpreta al clásico hombre duro acorralado entre el mundo legal (donde pierde la posibilidad de trabajar por un crimen no cometido) y el mundo del hampa (donde los atracadores intentan deshacerse de él), un personaje en ese sentido muy hitchcockiano. Entre los secundarios el más llamativo nos resulta a día de hoy un joven Lee Van Cleef encarnando al criminal mujeriego.

En general, El Cuarto Hombre es la película que mejor recopila las grandes virtudes del estilo de su director: una obra simple pero bien realizada con personajes abocados a una situación límite y una dosis de violencia bastante cruda y realista para la época.

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