Llega un momento en la vida de todo cinéfilo en que se encuentra de repente viendo una película checa sobre un gato con gafas de sol que, cuando se las quitan, colorea a la gente de diferentes tonos de acuerdo con su personalidad. Por extraño que les parezca éste es exactamente el argumento de El Gato de Cassandra (Az prijde kocour, 1963) y, no, no lo he simplificado de forma expresamente extraña para que parezca más extravagante, eso es exactamente lo que sucede.
Vayamos por partes. El director y coguionista de este extraño argumento es Vojtech Jasný, quien concibió esta película como parte de una trilogía que criticaba la sociedad checa de la época, y que se complementaba con Desire (Touha, 1958) y All the Good Countrymen (Vsichni dobrí rodáci, 1969), seguramente su obra más reputada. Jasný hoy día no es uno de los nombres más recordados de la fructífera Nueva Ola Checoslovaca, pero en su momento tuvo mucho prestigio incluso fuera de su país: el filme que nos ocupa ganó, lo crean o no, el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes compartiendo galardón con todo un Harakiri (Seppuku, 1962) de Masaki Kobayashi (no me digan que no es una combinación maravillosa de títulos), y más tarde él se llevaría en el mismo festival el premio a la mejor dirección por la ya citada All the Good Countrymen. De hecho el presidente del país, Antonín Novotný, sentía debilidad por Jasný hasta el punto de que cuando la policía empezó a acosarlo éste les ordenó que le dejaran en paz con esta maravillosa frase: «Es un astrólogo y un lunático, pero también es un poeta. Dejadle hacer sus películas.».