El Dinero [L’Argent] (1983) de Robert Bresson

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 En la que acabó siendo la última película de su carrera, Robert Bresson no cedió ni un ápice ni respecto a su estilo tan característico de dirección ni sobre su visión tan amarga del mundo. Al contrario, El Dinero es una de sus grandes obras en que toma el relato corto de Tolstoy El Cupón Falso para exponer otro retrato desencantado sobre el ser humano. Desembarazándose del existencialismo plomizo de El Diablo Probablemente (1977), Bresson planteó una historia que expone algo tan elemental como la codicia humana y la forma como ésta lleva a la perdición a varias personas.

Durante los primeros minutos de film no hay ningún protagonista claro salvo el propio dinero, que va pasando de unas manos a otras y se convierte en el motor de las acciones de varios personajes. Todo se inicia con un adolescente burgués que le pide a su padre su paga mensual y se queja de que le ha dado poco dinero, ya que debe abonar una deuda. El padre se niega, y el joven acude a un amigo suyo, que le enseña un billete falso de 500 francos que guarda celosamente. Juntos acuden a una tienda de fotografía y lo utilizan para comprar un marco y quedarse el cambio. Cuando el dueño de la tienda descubre que es falso, en vez de denunciarlo a la policía utiliza ése y otros billetes falsos que les habían colado previamente para pagar a Yvon, el suministrador de gasolina.
Éste es atrapado por la policía y, como el dueño de la tienda niega tajantemente haberle dado ningún billete, es acusado de falsificación y pierde su empleo. Sin dinero y teniendo que cuidar de su mujer y su hija pequeña, acepta un trabajo como conductor para una banda de atracadores, pero de nuevo es atrapado por la policía.

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En pocas películas cobra tanto sentido como en ésta el reconocible estilo de dirección de Bresson basado en la no interpretación. Los actores, como es habitual en su obra, son no profesionales que recitan sus diálogos sin ningún atisbo de emoción y que llevan a cabo sus acciones de forma fría y mecánica, casi parece que indiferente. De esta forma, se deshace del componente dramático que envuelve sus acciones y las deja expuestas de forma desnuda, en su mínima expresión. De esta forma hace más evidente la cadena causal que las vincula entre sí, evitando detenerse en los elementos emocionales que van unidos a cada una de ellas (lo cual no quiere decir que no los haya, pero prácticamente es como si Bresson prefiriera que el espectador los dedujera antes que exhibirlos explícitamente). La ausencia de una banda sonora que subraye las emociones de los personajes refuerza esa idea. De hecho, aunque se puede vincular con su película Pickpocket (1959) por su temática criminal, por la forma como se exponen las circunstancias de los personajes me viene más a la mente Al Azar de Baltasar (1966), en que narraba en paralelo la serie de episodios que padecían en paralelo una chica y un burro.

Este planteamiento queda expuesto en las escenas en que las funcionarias de la prisión examinan metódicamente el correo que llega a los reclusos. Una noticia tan dramática como la muerte de la hija de Yvon se exhibe al espectador mediante el texto de una carta, la cual es leída fríamente por la funcionaria y luego debidamente clasificada. De la misma forma, el hecho de que ella le ha abandonado se muestra mediante las numerosas cartas de Yvon que se acumulan en el montón de correo que no ha llegado a su destinatario y, posteriormente, por la carta en que ésta le anuncia su decisión. Un hecho tan dramático y decisivo es introducido en el film dentro de la fría y efectiva mecánica del sistema, que devuelve las cartas que no llegan a su destinatario y lee y clasifica la información tan personal que llega a Yvon.

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Toda esta cadena de situaciones expuestas de forma descarnada hace que el espectador se fije más en que todas estas desgracias se suceden a partir de un acontecimiento aparentemente inofensivo: un estudiante burgués que quiere más dinero del que le da su padre y paga con un billete falso un marco. Un simple capricho, una acción que para el joven no tiene significación alguna, es el propulsor de la caída en absoluta desgracia de otro hombre. Al final del film él no sufrirá ninguna consecuencia por su acto, y no obstante ha provocado que Yvon lo pierda todo. El relato original de Tolstoy se basaba directamente en esa idea, narrando una cadena causal sin un protagonista fijo en que se explicaba la caída en desgracia de varios personajes iniciada a partir de ese hecho insignificante, como una pieza de dominó que derriba todas las que hay a continuación. La gran diferencia de Bresson es que él enuncia esa cadena de acontecimientos pero se limita al caso de un solo protagonista, haciendo que éste desempeñe varias acciones que en la historia original llevaban a cabo varios personajes.

Para Bresson el dinero es el causante de todos los males que se suceden tras esa primera acción, ya que es lo que provoca que la gente saque lo peor de sí misma. Un joven burgués acomodado engaña a la dependienta de una tienda de fotografías, pero además el propio dueño de la tienda no dudará en colar el billete a un inocente trabajador y luego permitir que vaya a juicio a cargar con la culpa. Bajo esa fachada de respetabilidad, cuando el dinero entra en juego todos sacan la peor faceta de sí mismos. Yvon, inicialmente el único inocente, se ve arrastrado por esa marea de corrupción y va entrando paulatinamente en el mundo del crimen. Aunque al principio lo hace por necesidad (participa en el atraco para mantener a su familia), posteriormente, cuando lo ha perdido todo, simplemente se deja arrastrar cometiendo crímenes de los que luego no parece extraer ningún beneficio con el dinero robado. Cuando en la escena final, después de matar a casi toda la familia con un hacha, interroga a la anciana sobre dónde está el dinero, la pregunta se nos antoja casi absurda. El dinero ya no es la explicación de sus actos, simplemente la excusa para dejarse llevar por ese instinto criminal que la sociedad le ha hecho despertar.

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El estilo de realización de Bresson es más sintético que nunca en varios aspectos. En primer lugar por su duración: menos de hora y media (en general sus films no solían durar mucho más, lo cual encaja con su estilo tan cortante y directo). En segundo lugar por esa tendencia a rodar casi metonímica, filmando las partes por el todo, con numerosos planos de manos, pies o incluso espacios vacíos. No hay ni un plano ni un diálogo de más, todo se reduce a la mínima expresión y en ocasiones el director prefiere filmar un gesto concreto que a todo el actor. Finalmente, están sus magníficas elipsis. De nuevo, no hay ningún plano o escena de más y suprime a propósito las escenas más cercanas al suspense, como el atraco del banco o el primer asesinato (me gusta especialmente cómo resume este último, con un plano de sus manos limpiándose de sangre).

Como final de carrera, El Dinero es un cierre descorazonador. Bresson nos deja con un mundo en que los personajes se mueven por la avaricia (el dueño de la tienda de fotografías) o el orgullo (en el caso de Yvon por negarse a pedir que le readmitan en su anterior trabajo). Solo nos quedan unos pequeños atisbos de compasión en forma del empleado de la tienda de fotografías que siente remordimientos por haber declarado contra Yvon o la anciana que le acoge al final y vive una vida sumisa. En su último trabajo cinematográfico Bresson se reafirmó en su pesimismo mostrándonos un mundo hostil y sin esperanza.

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