Louis Malle es uno de esos directores franceses a los que se suele asociar con la Nouvelle Vague, ya que empezó su carrera cinematográfica prácticamente al mismo tiempo que muchos de los cineastas de este movimiento y además hacía un cine de autor con bastantes puntos en común con ellos. Pero en realidad Malle siempre fue por libre y nunca buscó adherirse a ninguna corriente, y de hecho a mí personalmente me gusta más que los grandes nombres de la Nouvelle Vague (sin ánimo de menospreciarlos). Su filmografía abarca una interesante variedad de géneros y estilos como películas de cine negro como la que voy a comentar a continuación, comedias alocadas y surrealistas (Zazie en el Metro), dramas existenciales o psicológicos (Un Soplo en el Corazón), films sobre la ocupación nazi (Lacombe Lucien, Adiós Muchachos) y alguna que otra obra simplemente inclasificable (El Unicornio, que no sabría decir si es ciencia ficción o simplemente una paranoia surrealista a secas).
Ascensor para el Cadalso fue su primera obra de ficción, una peculiar aproximación al cine negro, estilo que gozaba de especial éxito en Francia. El argumento inicial es típico del género: Florence y Julien Tavernier son dos amantes que han urdido un plan perfecto para asesinar al acaudalado marido de ésta, que es además el jefe de él. Un sábado por la tarde, cuando no queda casi nadie en las oficinas en que trabaja Julien, consigue que una secretaria permanezca ante su puerta para proporcionarle la coartada perfecta de que en ningún momento ha salido de su despacho. A continuación, escala desde su terraza con la ayuda de una cuerda y un gancho al despacho de su jefe, al que asesina de un disparo para luego dejar la escena como si hubiera sido un suicidio. Sin embargo, cuando sale del edificio contento por haber cometido el crimen perfecto, descubre horrorizado que se ha olvidado la cuerda y el gancho. Vuelve corriendo para recuperar esas pruebas delatoras pero justo cuando sube a su piso por el ascensor el portero apaga la luz y él queda atrapado dentro.
Aunque es habitual que en mis reseñas comente algún que otro spoiler, en este caso recomiendo al lector que sienta algún interés por ver la película que deje de leer, puesto que en esta obra resulta de mucha importancia el ir descubriendo durante el visionado cómo se van sucediendo los diferentes acontecimientos.
Ascensor para el Cadalso es prácticamente una oda a la mala suerte o a los designios del azar. Si una de las constantes del cine negro siempre ha sido el cómo los crímenes supuestamente perfectos se acababan truncando debido a una serie de infortunios imprevistos, en esta película esa premisa se explota hasta un punto que puede parecer ya casi irónico.
Desde el momento en que Julien descubre que ha cometido el imperdonable error de olvidar de desenganchar la cuerda en la terraza, todo sale mal para nuestros protagonistas. No sólo él se queda encerrado en el ascensor sino que su coche es robado por una pareja de jóvenes: una especie de delincuente juvenil de poca monta llamado Louis y su novia Veronique. Cuando ambos pasan por el bar donde Florence espera a Julien, ésta reconoce el coche de su amante y ve que en el asiento del copiloto viaja una joven, por lo que deduce erróneamente que Julien le ha abandonado. A partir de aquí la trama se enreda a niveles insospechados sin que ninguno de los personajes sea consciente de ello. La pareja de jóvenes conoce a un amistoso matrimonio de turistas alemanes con los que beben champagne en un motel. Louis se hace pasar por Julien y alardea de sus logros en la guerra, pero lejos de engañar al alemán, éste le desenmascara enseguida y se burla de él hiriéndole en su orgullo. De madrugada, los dos delincuentes deciden huir y Louis se empeña en robar el lujoso coche de los alemanes, pero es descubierto por su dueño y le mata a él y su mujer disparándoles con la pistola de Julien.
En este punto de la historia la trama está tan enredada que cabe pensar detenidamente para entender todo: Julien va a ser condenado por un asesinato que no ha cometido al haber sido robado su coche mientras estaba en el ascensor; mientras que Florence, apática y desencantada creyéndose engañada por su amante, accidentalmente aporta a la policía una prueba falsa de su culpabilidad. Cuando Julien salga del ascensor al día siguiente sin ser visto, la policía encontrará el cadáver de su jefe y en ningún momento pondrán en duda que ha sido un suicidio (por tanto su crimen ha sido perfecto, de hecho no tendría ni por qué haber vuelto a por la cuerda), pero a cambio será acusado de un absurdo asesinato del que ni siquiera tiene noticia. Cuando es detenido se ve obligado a reconocer que pasó la noche encerrado en el ascensor, irónicamente para exculparse de un crimen debe aportar una coartada que lo implica directamente en otro.
Para añadirle un punto más de patetismo, la deplorable pareja de jóvenes delincuentes deciden suicidarse juntos como unos Romeo y Julieta para que no les separe la policía y les ejecuten por separado. Ella cree románticamente que aparecerán en los periódicos al día siguiente y que cuando lean su historia «todos les comprenderán«. Al final ni aparecen en los periódicos ni mueren, ya que tomaron una dosis muy pequeña.
A estas alturas me parece obvio que Malle se está burlando de los personajes y casi ironizando sobre las convenciones del género. Si bien en el cine negro es habitual que se interpongan impedimentos al plan de los criminales, en Ascensor para el Cadalso todo lo que sucede es casi absurdo. El protagonista, que tanto cuidado había puesto en cometer un crimen que esperaba que no sería descubierto, es acusado de otro del que no tiene nada que ver y en el que todas las pruebas apuntan hacia él (¡hasta los testigos creen reconocerle!). Si en el cine negro a veces los criminales se ven obligados a matar a gente que se interpone en sus planes (soplones, testigos, chantajistas…), aquí la joven pareja acaba matando a un inofensivo matrimonio de turistas que además les habían acogido con toda bondad y sin tener ningún motivo para hacerlo, el colmo de los absurdos. De hecho la escena en que se intentan suicidarse solemnemente («la música continuará pero nosotros moriremos«) para luego acabar simplemente dormidos ya indica ese nivel casi paródico que planea sobre el film. Sus comportamientos intentan ser heroicos y serios pero son cómicos. Y aún así Malle no recalca esa comicidad, de hecho la forma como realiza el film sigue todas las convenciones estéticas del cine negro y le da un tono serio, de manera que si uno no se pone a pensar fríamente en el contenido podría pensar que está viendo otra película más del género. Ésta es una de las grandes virtudes del film, que adopta el estilo de cine negro pero en lugar de limitarse ahí, va algo más allá expandiendo levemente sus fronteras con situaciones casi surrealistas.
La fantástica fotografía en blanco y negro, la sobria y eficaz dirección de Louis Malle y la sugerente banda sonora de Miles Davis (que fue improvisándola a medida que veía la película en un estudio) arropan al film dotándole de un estilo elegante irresistible. Del reparto para mi gusto destaca la grandísima Jeanne Moreau, que, pese a no tener tanto protagonismo como los otros tres personajes principales, su sola presencia y la mirada de tristeza y desolación que transmite hacen que uno no olvide su actuación.
A destacar esos preciosos planos nocturnos de las calles de París en los que ella vaga sin rumbo confiando poder encontrar a Julien, negándose a creer lo que ha visto. Así mismo me encanta la escena final en que vemos las fotografías que consiguen inculpar tanto a la joven pareja como a Julien y Louis. El último plano de la película es una fotografía de los dos (en la película no les hemos visto juntos en ningún momento) en la que aparecen sonriendo felices. La fotografía, que se está revelando en el laboratorio, va poco a poco oscureciéndose hasta desaparecer la imagen. Cuando se evapora esta fotografía, que simbolizaba la felicidad a la que aspiraba la pareja de amantes, se evapora también la posibilidad que tenían de hacerla realidad.