Magnífico film realizado por uno de los máximos exponentes del Nuevo Cine Japonés de los 60, Shoei Imamura, cuya breve filmografía contiene algunas de las obras cumbre del movimiento como la que comentamos hoy. La película narra las vivencias de Subu Ogata, un hombre que se dedica a realizar películas pornográficas clandestinamente para mantener a su familia: la viuda Haru Matsuda, con la que se ha emparejado, y sus dos hijos adolescentes Koichi y Keiko.
Pese al sugerente título que se le dio al film en occidente, en realidad Los Pornógrafos no es una obra que hable sobre el mundo de la pornografía, y de hecho solo hay un par de escenas que nos muestren el rodaje de las películas. En realidad esta obra de Imamura trata más bien sobre los problemas personales a los que tiene que enfrontarse su antihéroe: la inestabilidad de su hogar, los encontronazos con la ley (ya que su actividad es totalmente ilegal y debe mantenerse siempre en el underground) e incluso con bandas de matones que intentan aprovecharse de su negocio.
Enfocada en clave tragicómica, la película destaca por su tono tan moderno y transgresor con una narración confusa en que se entremezclan flashbacks súbitos, elipsis desconcertantes e imágenes surrealistas en clave onírica, formando un todo en que se hace difícil separar unos fragmentos de otros. Sin embargo el resultado final acaba siendo ampliamente satisfactorio y es este tipo de narración, tan extravagante y muy en la línea del camino que iba tomando el cine en la época, uno de los mayores puntos positivos de la obra.
Otro aspecto a destacar de Imamura es que en ningún momento juzga a sus personajes. Ni siquiera cuando muestra a un hombre dispuesto a realizar una película pornográfica con su hija que padece un retraso mental aprovecha para darle un tono sórdido a la obra o para regodearse en lo brutal de la situación, de hecho lo muestra con la misma naturalidad con que ese hombre iba a cometer incesto sin inmutarse. El incesto de hecho será uno de los temas principales de la obra, ya que Subu sentirá una fuerte atracción física hacia Keiko, que pese a no ser hija carnal, no deja de ser su hija adoptiva.
Pero pese a lo peliagudo del tema, Imamura se mantiene tan distanciado de los protagonistas que evita posicionarse de una forma u otra. De hecho, su estilo de dirección se caracteriza por una tendencia casi obsesiva a mantener la cámara alejada de los personajes, a veces situándose en la calle mientras éstos conversan en el interior de un edificio. Esto da la sensación continua de que no somos más que unos espectadores que asistimos a los acontecimientos casi en calidad de voyeurs, sin darnos la oportunidad de identificarnos emocionalmente con unos personajes de por sí demasiado complejos como para identificarse con ellos.
De hecho, el único personaje que parece estar juzgando a los demás y uno de los pocos a los que Imamura concede numerosos primeros planos es una carpa que Haru está convencida que es una encarnación de su antiguo esposo, ya que nació el mismo día que éste murió y, según dice ella, cada vez que sucede algo negativo salta. La carpa estará presente en todo momento incluso en la habitación de hospital en que Haru es ingresada, como si fuera un ente que está en todo momento observando y juzgando. Si eso fuera poco, cada vez que Subu intenta deshacerse de ella tirándola al río, ésta conseguirá siempre reaparecer milagrosamente.
Más que hablar de pornografía, Los Pornógrafos habla entre otras cosas de una sociedad hipócrita en que este tipo de personajes no están aún aceptados. Cuando la familia de Subu descubre a qué se dedica éste, sus hijos no vuelven a mirarle con los mismos ojos porque éste se dedica a un trabajo «sucio». Sin embargo Subu en todo momento intenta justificarse: su trabajo trata con respeto a todo el mundo y no solo no hace daño a nadie sino que cumple cierta función social. Eso no quita que sus funciones se extralimiten más allá de la pornografía y que se dedique a trapichear también con productos estimulantes e incluso a hacer de enlace entre ciertos clientes y prostitutas (memorable el momento en que un hombre maduro le pide una chica virgen porque nunca se ha acostado con una que lo fuera, ni siquiera su mujer, y Subu se las ingenia para venderle a una prostituta que acaba de ser madre). Pero tal y como dice él, solo se dedica a proporcionar unos servicios que no dejan de ser necesarios para la sociedad aunque sean ilegales.
Al final de la película, Subu se encontrará desolado y sin dinero tras haber perdido su equipo de filmación en un robo e intentará llenar ese vacío primero organizando orgías y en segundo lugar fabricando una muñeca gigante que sustituya a las mujeres, con las que está harto de lidiar. Las últimas imágenes que vemos de él nos muestran a un Subu envejecido que ha pasado cinco años encerrado en un barco trabajando en ese invento, el gran proyecto de su vida que se niega a vender bajo ningún precio. Cuando el barco sale accidentalmente a la deriva sin que éste se dé cuenta tenemos la sensación de que al final Subu ha acabado tan hastiado de las difíciles relaciones humanas que su única salida es crearse una mujer perfecta: sumisa, atractiva y que nunca le engañará. Ese viaje a la deriva es también en cierto modo el último paso a la alienación total.
Pese a que pueda parecer un final un tanto cínico o pesimista, Imamura en ningún momento pierde el sentido del humor y tras ver ese último plano del barco de Subu desapareciendo oímos unas voces de unos supuestos productores que estaban viendo el film y que dicen no entender nada de lo que están viendo, como un pequeño guiño a la sensación que tendrá el espectador en ese momento.
Delirante, extravagante y fantástica. Muy recomendable.
Un 10 por tu análisis.Acabo de verla y estaba buscando análisis de esta. Otra de las cosas curiosas es que esta filmada en el dialecto de Osaka. Kansai-ben. Creo que la película está situada en Osaka. Buena película con una excelente fotografía.Sobretodo me ha gustado el picado cuando estaba en la silla de barbero Subu. Y cuando estaban en la cama detrás de la pecera.