El Aficionado [Camera Buff] (1979) de Krzysztof Kieslowski

Filip Mosz compra una cámara de 8 milímetros con el sueldo de dos meses para poder grabar a su hija recién nacida. Al ser la única persona del pueblo con una cámara, su jefe le encomienda la labor de filmar la celebración del aniversario de la compañía, tarea que éste acepta ilusionado. En cierto momento del evento, durante una reunión le cierran la puerta y le piden que espere fuera ya que no puede grabarles dentro. Mientras espera con su cámara, Filip va descubriendo fascinado el poder de ese artilugio para captar el mundo. No solo se dedica a grabar los actos típicos conmemorativos, sino que también captura imágenes inusuales como dos miembros del comité camino al lavabo, unas palomas posándose sobre una ventana y la banda de músicos cobrando su sueldo tras la actuación. Su jefe desaprueba estas escenas y le ordena que las corte, pero Filip ya no será el mismo puesto que se ha dejado cautivar por el poder de la cámara.

Existen pocas películas que hayan sabido reflejar con tanto acierto como ésta la fascinación que produce el cine y el hecho de filmar la realidad. Kieslowski retrata con precisión cómo Filip pasa de ser un sencillo padre de familia que simplemente pretendía grabar a su hija a ser alguien obsesionado por captar la realidad con la cámara: ese ansia tan inocente por grabar todo lo que ve, como queriendo capturar el mundo entero en la cámara; el descubrimiento del montaje enseñando a su mujer cómo ha creado una escena con plano y contraplano; esa persistencia por retratar la realidad tal como es, no dejando que su hija salga peinada en la película… todos esos detalles desvelan magistralmente la relación cada vez más estrecha que va teniendo Filip con su cámara.

Pero el film esboza más ideas, ya que también nos muestra, no sin cierto sentido del humor, cómo Filip pasa de ser un cineasta amateur a entrar en el circuito artístico. Cuando presenta su película en un festival un compañero le pregunta cómo filmó a las palomas, éste responde que simplemente las vio y decidió grabarlas. Cuando enseña su nueva película  (la evolución de unas obras en la calle filmada desde su piso) a uno de los sesudos miembros del jurado, éste le pregunta por qué filmó todo esto desde un punto de vista elevado. Filip responde inocentemente que su mujer no le dejaba bajar a la calle a grabar, pero el crítico de cine considera que es un cineasta de talento porque esta escena solo podía haberse grabado así.

Esto lleva al gran dilema final del film, sobre la problemática de retratar la realidad tal cual es. Toda la gente felicita a Filip por sus documentales que muestran los edificios tal cual son, feos y ruinosos por dentro. Su jefe le reprende porque en realidad no está haciendo ningún bien: esos edificios no se reformaron porque se prefirió utilizar el dinero destinado a rehabilitarlos a otros problemas más urgentes, como la construcción de una guardería. A cambio le anima a que filme los bellos paisajes naturales de la zona. No sabemos a ciencia cierta hasta qué punto está siendo sincero con Filip, pero el dilema moral sigue estando ahí.

No obstante, la idea más interesante está en el hecho de filmar en sí mismo, en la capacidad de la cámara para registrar una realidad y hacer que luego ésta exista para siempre. En cierto momento un vecino le pide a Filip que le grabe, y su cámara le capta conduciendo una furgoneta y saludando a su madre que le observa desde una ventana. Cuando la madre fallece, el vecino, desconsolado, le pide ver la película. Esas imágenes caseras y de poca calidad tienen entonces un poder especial, puesto que, tal y como éste dice, consiguen hacer revivir algo que ya no existe, el fantasma de su madre.

El problema está cuando se produce el choque entre vivir el mundo real y vivirlo a través de la cámara. La mujer de Filip rápidamente intuye el peligro de la cámara y la desaprueba desde el principio. De hecho, su matrimonio idílico se acaba haciendo pedazos por culpa de esa nueva afición. Éste, que había comprado la cámara para filmar cada mes a su hija, la acaba perdiendo y solo puede verla a través de las grabaciones que le hizo: al final el cine ha acabado sustituyendo a su vida real.

Como último paso decisivo sobre este proceso, Kieslowski acaba la película con uno de los mejores desenlaces de la historia. Filip, que vive solo tras haber perdido a su familia y que no sabe ya si seguir adelante con sus peligrosos documentales, gira la cámara por primera vez para grabarse a sí mismo y ser el objeto filmado. Entonces, empieza a narrar todo lo que le ha sucedido desde que empezó la película. En este punto ya el único contacto que le queda con la realidad es el cine, y la única forma que tiene de mantenerla y lograr entenderla es comentarla grabándose a sí mismo con una cámara. Un final magistral para una de las mejores reflexiones sobre cine hechas en una película.

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