La Fiesta de San Jorge [Prazdnik svyatogo Yorgena] (1930) de Yakov Protazanov

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A veces sucede que, curiosamente, la película más recordada de un cineasta en su país no corresponde en absoluto con la que le representa en el resto del mundo, o viceversa. Eso es lo que sucede con Yakov Protazanov, cineasta soviético que hasta ahora ha sido recordado básicamente por su película de ciencia ficción Aelita (1924) o, en mucha menor medida, por su drama La Reina de Picas (1916), considerado el film más importante hecho en la Rusia zarista. Pero lo cierto es que Aelita no representa en absoluto el cine de Protazanov, quien en los años 20 dirigió una serie de comedias muy divertidas que además superan con creces a su film más famoso en occidente. De hecho la película que nos ocupa hoy es la más popular de su director en Rusia, superando en ese aspecto no solo a Aelita sino a otros clásicos del cine mudo soviético más célebres internacionalmente.

Y hay que reconocer que no es una apreciación equivocada: La Fiesta de San Jorge (1930) es efectivamente una de las mejores películas que he podido ver de Protazanov y tiene suficientes cualidades como para ser considerada una de las grandes obras del cine soviético de la era muda. Su único «defecto» es no seguir un estilo tan vanguardista como las obras de otros compañeros suyos, lo que la deja aparte en las historias del cine respecto a otras obras y cineastas más influyentes.

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Los protagonistas son dos ladronzuelos: uno más elegante y distinguido que se escapa de la cárcel y otro de poca monta que le ayuda en su fuga. En su huida de la policía se dirigen a las fiestas dedicadas a San Jorge, con la esperanza de esconderse entre todo el gentío. Pero en cierto momento, el primero de ellos queda atrapado en una iglesia mientras afuera tiene lugar una solemne ceremonia y solo se le ocurre una forma de escapar: disfrazarse de San Jorge y fingir ser el santo que ha bajado del cielo.

De entrada, la carismática pareja protagonista son una clara prolongación de una de las comedias más exitosas de Protazanov, El Proceso de Tres Millones (1926), en que se nos ofrecía una divertida trama que implicaba a tres ladrones: uno de porte aristocrático, otro más torpe e inocente que cometía pequeños hurtos y un banquero. En La Fiesta de San Jorge no sólo la pareja protagonista es idéntica a la del film anterior sino que la interpretan los mismos actores: Anatoli Ktorov e Igor Iliinsky. Es más, para enfatizar la similitud, Mikhail Klimov, que en la película anterior era el «ladrón» respetable dentro de la legalidad (un banquero) aquí encarna a su análogo en la Iglesia: un obispo. Solo ese detalle nos da a entender el gran tema de la película.

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La última película muda de Protazanov es ni más ni menos que una de las críticas más contundentes y mordaces que se hayan hecho a la Iglesia en la historia del cine. De hecho, su ataque a una institución tan respetable es tan directo, rozando directamente el insulto acusador, que hoy día sigue sorprendiendo por su temeridad. En La Fiesta de San Jorge los miembros de la Iglesia se preocupan únicamente de todos los beneficios que puedan extraer de la festividad, de hecho se comportan como codiciosos empresarios antes que como portadores de la palabra de Jesucristo. Para ellos esta festividad es la época cumbre del año por todos los beneficios que pueden extraer a partir de los ingenuos creyentes, a quienes les venden productos como pelos de San Jorge o lágrimas embotelladas del santo que luego vemos almacenadas en un armario en cantidades industriales.

El film se inicia con un divertido prólogo que en primer lugar parece una solemne escena hagiográfica, hasta que descubrimos que en realidad es el rodaje de una película sobre el santo producido por la Iglesia con motivo de la festividad. Más adelante los obispos contemplan el material rodado, que supone una clara parodia de estos dramas solemnes y que incluye alguna divertida toma falsa como la escena en que el santo camina sobre las aguas y es interrumpido bruscamente por unos veraneantes en bote. Los dos obispos le piden al director «menos psicología y más milagros» y más adelante veremos el film anunciado como un thriller religioso (un género que sin duda merecería cultivarse por todas las posibilidades que ofrece).

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Una vez entran en juego nuestros protagonistas, Protazanov se toma su rato antes de entrar en el gran conflicto de la película, que en realidad se reserva para el final. Hasta entonces va combinando pequeñas viñetas humorísticas para mayor gloria de Iliinsky con imágenes de la festividad de San Jorge. En lo que respecta al primer tipo de escenas, Iliinsky, un actor inmensamente popular por entonces, se dedica a explotar su faceta cómica casi slapstick mientras huye de la policía. En contraste, las escenas de la fiesta retratan el penoso sentimiento religioso del pueblo llano, a quien Protazanov no duda en comparar cínicamente con un rebaño de ovejas. Esta parte del film me recuerda a algunas escenas de Las Noches de Cabiria (1957) y La Dolce Vita (1960) de Fellini, en que también se retrataba el fuerte sentimiento religioso rozando la superstición del pueblo italiano y de cómo las masas acaban casi enloqueciendo en este tipo de situaciones.

Cuando ambas tramas se acaban uniendo, tanto una faceta como la otra del film salen beneficiadas: el momento en que el ladrón se hace pasar por San Jorge es el más divertido del film pero también el más crítico. No se piensen que los obispos se indignen con el protagonista por usurpar la identidad del santo, sino porque eso les resta beneficios económicos. Y aquí es donde además el film acaba de mejorar del todo dependiendo de la versión que uno visione del mismo.

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Dicha película se estrenó en 1930, con la llegada de las primeras obras sonoras. En consecuencia, a los pocos años se decidió añadirle sonido para reestrenarla de forma que ganara atractivo para el público. Normalmente estos experimentos de post-sonorización solían ser traumáticos y daban lugar a versiones de una calidad muy inferior… pero ésta es la excepción, el film de Protazanov ganó incluso más. Aunque los añadidos fueron una banda sonora, efectos de sonido y algunos diálogos, se mantuvieron la mayoría de rótulos de forma que uno no se libra de la sensación de estar viendo un film mudo. La gracia está en que Protazanov hizo de esos nuevos diálogos añadidos otro gag que enfatizaba aún más la hipocresía de los personajes eclesiásticos.

En esta nueva versión, toda la narración pasa a formar parte del discurso que da el obispo en una iglesia donde predica sobre su encuentro con el santo. La contradicción entre su versión de los hechos (lo que escuchamos) y la realidad (las imágenes y rótulos) es absolutamente hilarante: uno de los sacerdotes se regodea de haber sido el primero en reconocer al santo, pero en las imágenes vemos como se lanza a él y le tilda de farsante; el principal narrador habla de cómo le ofreció gustosamente a su hija al santo, en la escena que vemos el mismo obispo grita a su hija que se esconda de ese delincuente; en el momento en que el santo se marchó, ellos aseguran que vieron como se elevaba al cielo y no pudieron contener unas lágrimas de emoción, en la realidad vemos cómo el ladrón se va en un coche que le han proporcionado para huir a la frontera mientras los dos obispos empiezan a reír llenos de felicidad. Todo el discurso no es más que una farsa.

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De todo lo que he visto de Protazanov, La Fiesta de San Jorge es el mayor acierto del cineasta. Cinematográficamente mantiene el estilo tan visual que caracterizaba el cine mudo pero además se beneficia del sonido no como un simple complemento sino como una nueva forma de crear gags. Y no solo resulta realmente divertida sino que contiene una de las críticas más brutales que he visto a la Iglesia.

Tanto Anatoli Ktorov como Igor Iliinsky, dos actores muy conocidos y apreciados por el público, repiten el mismo tipo de personajes de El Proceso de Tres Millones y están impecables: Ktorov con su galantería seduciendo a la joven aspirante a ese extraño concurso para ser la prometida de San Jorge (¿un precedente de Miss Rusia?), Iliinsky huyendo de la policía y luego convirtiéndose en un milagro con patas, cuyo relato sobre cómo quedó tullido va volviéndose más dramático a medida que bebe más vino.

Una comedia tan divertida como mordaz a descubrir.

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