A veces uno se pregunta cuántas joyas ocultas de cine negro quedan aún por descubrir, sobre todo cuando se encuentra por enésima vez con una película del género cuyo título no era especialmente conocido y que acaba siendo una obra formidable. Es lo que sucede con Yo Amé a un Asesino, un film que no ha trascendido demasiado salvo por su pareja protagonista pero que tiene todos los ingredientes para no decepcionar.
La historia es bastante concisa: Nick Robbey es un delincuente que lleva a cabo un atraco con un amigo, pero es sorprendido por la policía y huye con el botín dejando a su compañero herido en la escena del robo. En su huida, se cuela en unas piscinas públicas y conoce a una chica, Peg Dobbs, con la que coquetea para pasar más desapercibido. Decide acompañarla a casa mientras decide qué hacer, pero una vez en casa de los padres de ella se pone nervioso y decide retenerla a ella, sus dos padres y su hermano menor a la espera de que se calme la situación – una premisa por tanto muy similar a la de Horas Desesperadas (1955) de William Wyler.
Curiosamente, Yo Amé a un Asesino vino a ser como una cesta en que se reunieron varias manzanas podridas a ojos del gobierno, al incluir a integrantes de las listas negras sospechosos de ser comunistas en aquel entonces: el director John Berry, los guionistas Dalton Trumbo y Hugo Butler (el film está basado en una novela del primero) y el protagonista John Garfield. Sin duda un film como éste sería el sueño del senador McCarthy.
Uno de sus puntos fuertes es la pareja protagonista. Por un lado, John Garfield, quien hace una excelente interpretación como ese delincuente desconfiado y poco inteligente, cuyos actos a menudo no son especialmente acertados pero que encajan con su personalidad paranoica. Por el otro lado, tenemos a Shelley Winters bordando el papel de joven tímida e inocente. El personaje de Peg es especialmente conmovedor, con esa actitud de buena chica que descubre por primera vez a un hombre que siente interés por ella (o finge sentirlo). En una escena una amiga hace referencia a su dificultad por encontrar citas y saber relacionarse con hombres, lo cual sumado a la descripción que hacen de ella sus padres («es una buena chica», «confiamos en ella porque siempre nos ha sido sincera») acaba de definir el personaje. Winters consigue mostrarnos la ambivalencia de Peg: su carácter sumiso y correcto respecto a la excitación de conocer a Nick.
Nick es el intruso que penetra en el hogar destruyendo lo que era una familia feliz y armónica. Su invasión del piso mediante Peg le lleva a destruir ese núcleo familiar bucólico creando por primera vez una ruptura en la relación de Peg con sus padres (e indirectamente entre el hijo menor y su padre, ya que éste le recrimina que no reaccione a las amenazas del criminal). Por otro lado, Nick, que como familia solo tiene a una madre alcoholizada, hace algún intento por convivir entre ellos como uno más, por ejemplo ofreciéndoles una suntuosa cena que éstos rechazan. Su desenlace acabará viniendo condicionado por su incapacidad no tanto de integrarse como de confiar en los demás, o de distinguir cuándo son realmente sinceros con él y cuándo debe desconfiar.
Se trata de un ejemplo típico de guión breve pero excelentemente aprovechado, que sumado a una buena realización, la magnífica plantilla de secundarios (especialmente Wallace Ford como el padre) y la fotografía en blanco y negro del siempre infalible James Wong Howe redondean el resultado final.
Como último detalle, decir que se trata de la última película protagonizada por James Garfield, quien quedaría fuera de Hollywood por las listas negras y moriría un año después. Se trata de un inmejorable final de filmografía a una carrera que se vio interrumpida por uno de los episodios más funestos y de los que menos se quiere hablar de la historia reciente de Estados Unidos.