Pocos placeres cinematográficos hay comparables a ver una película del alemán Max Ophüls. Uno puede simpatizar más o menos con sus temáticas recurrentes (de hecho, en mi caso, los films de época y los melodramas románticos en que se solía especializar están bastante lejos de ser mis géneros favoritos), pero es innegable que un film de Ophüls es, como mínimo, un placer visual.
Y el ejemplo que rescatamos hoy no es una excepción: La Mujer de Todos (1934), su única incursión en el cine italiano en una época itinerante en que estuvo huyendo del nazismo (ciertamente no estuvo muy acertado Max al escoger Italia como país al que acudir en esas circunstancias, pero pronto emigraría a América). No se echen atrás por el argumento, un melodrama típicamente femenino en que se narra la historia de Gaby Doriot, una de las más famosas actrices del momento que se ha intentado suicidar a causa, como supondrán, de una trágica historia de amor.
Pero cuando uno explica la historia con tanta sensibilidad y elegancia, poco importa si el punto de partida nos parece sospechosamente folletinesco. El paralelismo más obvio que se me ocurre con la forma de filmar de Ophüls es la danza. Sus famosos travellings no son meros alardes de exhibicionismo (tentación en la que sí han caído muchos de sus seguidores), sino que están realizados con un estilo y una soltura que acompañan a la perfección los personajes y la historia. Los movimientos de cámara de Ophüls son realmente su manera de narrar las historias, de acompañar a los protagonistas y de moverse por los espacios. Ningún movimiento es gratuito, todos siguen un estilo casi melódico que le dota a films como éste de esa cadencia tan particular.
De hecho esa forma de dirigir tan armoniosa como una danza no se restringe a los movimientos de cámara, sino que también está presente en el montaje: el continuo uso de sobreimpresiones, los diálogos que se superponen y, en general, esa forma tan fluida de hacer avanzar la historia. Ophüls es la antitesis del montaje entrecortado a lo soviético, él entiende el discurrir de la película como un flujo que avanza de forma continua, en que las imágenes van sucediéndose unas a otras de armoniosamente.
En el caso de La Mujer de Todos además hay un cierto componente en ocasiones casi irreal que le da un punto extra a la película, justificado por ser el recuerdo de una mujer en coma. Desde ese plano subjetivo que parece casi de un film de terror, en que la mascarilla se acerca al rostro de la protagonista, la narración en ocasiones tiene algo de pesadilla: el tocadiscos que ella cree escuchar todavía al volver de su luna de miel, el sonido martilleante del timbre mientras el exmarido de Gaby se pasea por el cine en que se preestrena su nueva película y la escena nocturna del accidente, con un estilo más expresionista que nos recuerda que, al fin y al cabo, el señor Ophüls era alemán.
Como aliciente extra debemos mencionar a la preciosa actriz Isa Miranda en el papel principal, cuya carrera alcanzó el estrellato a raíz del éxito del film. Se trata además de un personaje alejado de los tópicos, porque Gaby no es la clásica femme fatale que lleva a los hombres a la perdición para aprovecharse de ellos. Ella parece más bien una joven inocente que enamora a los demás sin ser consciente de ello, como delata la escena inicial en que sabemos que ha vuelto loco a un profesor pese a que – al menos según la propia Gaby – ella solo ha intercambiado unas palabras, nada más. Lo mismo sucede con los otros hombres que caen bajo sus encantos: no le vemos a ella hacer esfuerzos conscientes de seducirlos, más bien es ésta la que acaba sucumbiendo a ellos después de que éstos insistan en cortejarla. La mujer pasa por tanto de ser la terrible causante de tantas desgracias a una víctima que, a su vez, causa la desgracia de los demás.
Se le puede achacar al film que sus últimos minutos son terriblemente precipitados, algo doblemente imperdonable habida cuenta de la importancia que le da Ophüls al ritmo de la película. Pero se los perdonamos por ese maravilloso plano final de la prensa que se detiene: la implacable maquinaria de producción dedicada a construir estrellas se paraliza y Gaby Doriot deja de ser la estrella del momento. En su lugar suponemos que construirán otra estrella a la que dedicar todo ese esfuerzo publicitario que la sustituirá limpiamente.