A principios del siglo XVI, hubo un periodo de enorme tensión en Japón después de una serie de conflictos bélicos entre dos clanes: los Tokugawa y los Toyotomi. En medio de ese clima conocemos a Sarutobi Sasuke, un espía perteneciente a un clan en apariencia neutral que confía que no se produzcan más guerras, y que se dedica a recopilar información sobre lo que sucede en el país para su amo. En su camino se encuentra con otro espía que está mediando para conseguir que uno de los miembros más importantes de los Tokugawa se pase al clan Toyotomi. Cuando éste muere y ambos clanes dan por hecho que Sasuke está implicado en la conspiración, se ve obligado a tomar partido.
Masahiro Shinoda fue uno de los grandes exponentes de la nueva ola japonesa de los 60 junto a Yoshishige Yoshida y, sobre todo, Nagisa Oshima. En su haber tiene dos películas imprescindibles de esa corriente, Flor Pálida (1964) y Doble Suicidio (1969), que encajan mejor con el tipo de cine más modernizado que uno asocia a este tipo de movimientos. En contraste, Samurai Spy (1965) podría parecer una obra más convencional, la clásica historia de enfrentamientos entre clanes durante el siglo XVII. Y aunque efectivamente al lado de sus dos films más famosos no resulta tan innovador, sigue teniendo un enorme interés y algunos detalles que lo diferencian de los jidai-geki comunes.
De entrada hay un aspecto de la película que podría verse como un defecto pero que yo creo que aquí juega a su favor, y es su argumento terriblemente confuso. No es que la narrativa no sea claro, sino que es casi imposible poder asimilar tantos nombres, a qué clanes pertenece cada uno y cuáles son sus motivaciones; de modo que uno debe asumir que, como mínimo en el primer visionado, no entenderá por completo todos los giros y traiciones que suceden en el film. Pero a cambio creo que esta confusión de personajes ayuda a crear un clima casi paranoico, en que uno nunca acaba de estar seguro de quién puede fiarse y de quién no (no solo porque las traiciones están a la orden del día, sino porque el incauto espectador a menudo irá perdido respecto al papel que representan algunos personajes en la historia). Eso hace de Samurai Spy una película que conecta más con el espíritu de los 60: un clima de desconfianza y extrañez en que nada es lo que parece. Sí, el protagonista Sarutobi Sasuke es intachable, pero será nuestro único punto de apoyo estable.
En relación a eso, se ha comentado mucho lo significativo que era producir en mitad de la Guerra Fría una película de samurais que se centrara en el mundo de los espías entre clanes. Sin saber hasta qué punto ésa era la intención de Shinoda, el guión contiene numerosas referencias a la necesidad de paz y el absurdo de la guerra que en aquel delicado contexto cobraban un nuevo significado.
El otro elemento que caracteriza claramente la película es su apabullante estética, sobre todo en lo que respecta a la impecable fotografía en blanco y negro de Masao Kosugi, tan fascinante que en ocasiones corre el peligro de adueñarse de la película. De hecho se podría decir que aquí Shinoda nos exhibe la faceta de esos nuevos cines de la época más vinculada a lo estético que al contenido. En algunas escenas el director se decide por recursos poco habituales todavía, como emplear ralentizados que hacen que las escenas de acción cobren nueva vida o, en el caso del desenlace, filmar la acción desde un plano extremadamente lejano suprimiendo el sonido del combate y la banda sonora dejando solo el sonido ambiente del campo.
No tan innovadora como algunas obras clave del nuevo cine japonés, a cambio Samurai Spy ha envejecido mejor que títulos más emblemáticos como Eros y Masacre (1969) de Yoshida, y nos recuerda que la modernización del medio no solo se reflejaba en films más experimentales o politizados, sino también en obras aparentemente más convencionales como ésta.