Fugitivos del Terror Rojo [Man on a Tightrope] (1953) de Elia Kazan

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Tal y como ya comentamos en anteriores posts, los films que cuentan con un marcado componente de propaganda política son difíciles de juzgar. A menudo resulta inevitable dejarnos influenciar por la simpatía o aversión que nos provoca el mensaje o sus circunstancias de producción, haciendo que no juzguemos las películas con demasiada objetividad. Esto es lo que creo que sucede con Fugitivos del Terror Rojo (1953).

Se trata de una obra que de entrada lo tiene todo para posicionarnos en su contra, comenzando por ser una película de propaganda anticomunista producida en plena Guerra Fría (cuando se trata por ejemplo de un film antinazi tenemos mayor tolerancia a maniqueísmos como personajes planos y la ausencia de matices). Si eso fuera poco, su realizador es Elia Kazan, el gran delator de la caza de brujas (lejos de justificar su deplorable actuación, en realidad Kazan no es más que un cabeza de turco de una parte muy oscura de la historia de Hollywood en la que estuvieron implicados muchos otros cineastas) y, ya para rematarlo, resulta que esta película se filmó justo después de su famosa delación, como forma de demostrar al mundo que era un buen hombre comprometido con la causa anticomunista.

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Pero ahora les propongo que examinen el argumento olvidando el párrafo anterior y que se queden con la idea básica: un circo ambulante retenido en un país hasta que decide escapar por la frontera arriesgando las vidas de sus integrantes. ¿No es una premisa irresistiblemente atractiva? Por un lado, el mundo de los artistas circenses sin hogar, por el otro el emocionante relato de una peligrosa huida.

Ahora añadamos los ingredientes que faltan: el relato se ambienta en Checoslovaquia en los años posteriores a la II Guerra Mundial y aquello de lo que huyen los miembros del circo es del régimen soviético que pone en peligro la continuidad de su espectáculo. La historia y la situación que denuncia la película eran reales, por tanto el espectador como mucho podría tener algún problema con el tono del film y algunas situaciones exageradas, pero no creo que sea nada nuevo para cualquiera que haya consumido bastante cine de la Guerra Fría. No, el problema real de la película es Elia Kazan y el contexto en que la filmó, puesto que en manos de otro cineasta la veríamos como otro simple y efectivo film de suspense producto de su contexto. Y la realidad es que Fugitivos del Terror Rojo es realmente una buena película.

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El principal personaje es Karel Cernik, gerente de un circo ya en horas bajas que sufre continuos problemas con las autoridades soviéticas. Secretamente, planifica junto a unos pocos hombres de confianza sacar al circo de la frontera para abandonar la zona soviética, pero varios problemas se interponen en su plan: un astuto miembro de la policía secreta le está siguiendo los talones ayudado por un infiltrado que se encuentre en su propia troupe, su segunda esposa Zama le desprecia y su hija Tereza está enamorada de un miembro nuevo, Joe Vosdek, cuyo pasado desconoce por completo.

Ciertamente el título original («El hombre en la cuerda floja») representa mucho mejor el clima que se respira en la película que su terrible «traducción» al español, que enfatiza más su condición de film anticomunista. Fugitivos del Terror Rojo es ante todo una película sobre un hombre que está constantemente al límite, que debe acarrear sobre sus espaldas más peso del que su avanzada edad le permite: la persecución del gobierno soviético con la ayuda de un traidor entre sus hombres de confianza, una mujer que le desprecia, una hija que tontea con un desconocido y toda una troupe de circo en que cada artista tiene sus propios problemas y caprichos. La cansada mirada de Fredrich March es lo que mejor define la película.

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Por otro lado, tampoco negaremos que se trata de una película que tiene tantos puntos fuertes como flojos. Entre los primeros se encuentra un buen reparto con nombres tan atrayentes como los del ya mentado Fredrich March, Gloria Grahame o Adolph Menjou, además del aliciente de contar en papeles secundarios con los miembros de circo que protagonizaron la historia real en que estaba basada la película. Por otro lado, el trabajo de Elia Kazan es innegablemente sólido, aprovechando el rodaje en exteriores que tanto le gustaba para capturar la autenticidad de la historia.

En cambio, a nivel de guión no todo son aciertos. La historia de amor entre Karel y Zama es prescindible en el mejor de los casos y de hecho en alguna escena puede resultar hasta ofensiva (Zama no se reconcilia con Karel hasta que éste deja de ser «flojo» y la abofetea). Del mismo modo la subtrama amorosa entre su hija y el misterioso nuevo miembro del circo tampoco aportada demasiado y está muy insulsamente interpretada por Cameron Mitchell y Terry Moore. Son estos elementos los que entorpecen un poco la trama por separarla de lo que realmente nos interesa: el arduo trabajo de Karel para salvar las vidas de todas esas personas, el hombre que ha perdido su circo (en más de un momento se le recuerda que ahora éste pertenece al estado) y que no obstante se sigue sintiendo responsable de lo que les suceda a todos ellos.

Olviden el contexto de la película y su mensaje político. Instantes como la escena final repleta de suspense defienden por sí solos la validez del film.

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